El cumple de Mafalda: Medio siglo de una historieta provocadora

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Desde el miércoles 17 se puede recorrer la muestra Mafalda en su sopa en los distintos espacios de la Biblioteca Nacional. Por la Plaza del Lector Rayuela, en las salas Juan L. Ortiz y Juan Bautista Aberdi y en el hall de la Hemeroteca corre esta nena que formó a varias generaciones de argentinos y extranjeros.

Joaquín Lavado –Quino– publicó por primera vez Mafalda hace 50 años: 1.997 tiras, según contabilizó Ezequiel Endelman (un fanático de la historieta que a los 11 años le mandó una detallada estadística por carta al autor), aparecidas hasta junio de 1973, cuando el dibujante decidió no continuarlas. Sin embargo, la historieta nunca dejó de reimprimirse ni de ser traducida, es hasta hoy republicada cíclicamente en diarios del interior del país y lectores de todo el mundo la citan, la copian, la reproducen, la leen. Para consternación de editores, colegas y público, Quino tomó esa determinación en pleno éxito, en el contexto de una Argentina cada vez más intrincada y violenta. Contrariamente a lo que podría suponerse, Mafalda cobró más vida a partir de entonces. ¿Por qué sigue siendo actual? Es la pregunta que, como los alquimistas, se hacen quienes andan tras esta piedra filosofal de la cultura: cuál es la fórmula de la inmortalidad. En la última Feria del Libro, Kuki Miler –editora de la obra de Quino junto a Daniel Divinsky– inició la presentación de Mafalda.

Todas las tiras aclarando que ninguno de los presentes podía preguntarle a Quino cómo había empezado a dibujar la tira ni por qué había dejado de hacerla y menos pedirle que la volviera a realizar. Son los cuestionamientos que, como un fantasma, persiguen al humorista en cada encuentro público. –¿Cuál es el comentario más frecuente que le hace la gente?, le consultó en una oportunidad Rodolfo Braceli. –Me dicen: “Quino, ¿por qué mató a Mafalda?”. –¿Y usted qué siente al respecto? ¿La mató o la dejó morir? –Bueno, no nos pongamos trágicos… Lo que pasó es que empezó a resultarme opresiva, tardé un año en tomar la decisión… Pero si seguía con Mafalda, la historieta iba a terminar por liquidar al dibujante. Perfeccionista y autoexigente, el humorista explicó cientos de veces que se sentía entrampado, que su trabajo se había vuelto reiterativo, que no estaba cómodo con el trazo y que –visto a la distancia– la protagonista le resultaba demasiado declamatoria y sobreactuada. “Mafalda es un dibujo, no una persona de carne y hueso”, argumenta Quino frente a quienes lo tratan, en su percepción, como un criminal de guerra. Es que, en ese punto, el artista pone el dedo en la llaga. “Pienso que nos haría falta Mafalda, hoy por hoy. Imagino la enorme cantidad de temas que, día a día, le darían motivo para ejercitar su crítica y su carácter contestatario… Nos haría bien por supuesto contar con su inteligente visión de la realidad. Nos ayudaría mucho a tener otra lectura de las cosas. Pero, afortunadamente, no me la puedo imaginar como una muchacha ya de 30 años, no demasiado agraciada, quizás, esposa insoportable, posiblemente; sino como la graciosa niña que fue, es y será siempre. Los personajes de historieta tienen ese privilegio (enarbolado por Peter Pan) de no envejecer”, escribió Roberto Fontanarrosa. La permanencia, la inalterabilidad, la vigencia… Son esas cualidades las que desdibujan los límites y llaman a engaño. Quizás –ojalá– sea como escribió Umberto Eco en los ’60: “Ya que nuestros hijos van a convertirse –por mérito nuestro– en otras tantas mafaldas, será prudente que tratemos a Mafalda con el respeto que merece un personaje real”. Lo que animó a Quino a dejar de dibujar la historieta fue un acto de honestidad hacia consigo mismo y hacia los lectores; del mismo modo que, en 2009, anunció en una carta (aparecida en la revista Viva en la que durante años salieron sus chistes) que se tomaría un tiempo sin publicar, hasta encontrar algún modo de renovar la línea gráfica o el enfoque de sus ideas. Son actos de responsabilidad y libertad creativa inusuales y tal vez por eso socialmente difíciles de tolerar.Aunque pueda resultar paradójico es posible que el buen tino de bajarse a tiempo, de no fascinarse acríticamente con su creación, haya sido una de las razones que aseguraron su permanencia a lo largo de estas décadas. Tal vez.

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Sin dudas no es lo mismo haber leído a Mafalda en las entregas semanales o diarias –según el caso– en Primera Plana, en El Mundo o en Siete Días, que haber accedido a ellas una vez que la tira dejó de salir, ni haberlo hecho en las compilaciones que, tal como demostró después Mafalda inédita, dejaron afuera las referencias más ligadas a la coyuntura, en función de chistes más universales. Si –por tomar dos extremos– en la Argentina de los ’70 se hicieron lecturas críticas de la historieta (tildándola de burguesa, de manejarse con estereotipos y de no dar cuenta del peronismo ni de los fenómenos revolucionarios en profundidad); en los ’90, menemismo mediante, la voz disidente de Mafalda era leída como un bálsamo en medio del desastre neoliberal. La investigadora Isabella Cocce sostiene que la historieta retrata tres momentos de la clase media nacional. –El primero, ligado al proceso de modernización sociocultural del país y a las contradicciones entre la realidad y la imagen ideal de esa clase media, expuesta con ironía desde la perspectiva de los personajes infantiles. –Una segunda etapa, en que la tira refleja a un segmento intelectual y progresista de ese sector social que adhiere a principios generales de justicia social, democracia, humanismo y mirada crítica de la realidad. –Un momento final que refleja a un sector fragmentado, a partir de la violencia y de los caminos a tomar en una sociedad sin lugar ya para el humor y la ironía. En buena medida y con sus variantes, la clase media representada en Mafalda se corresponde con el grueso de los lectores. Por eso se sienten identificados. Tal vez. Porque lo realmente notable es que lectores de diferentes edades y experiencias sienten a Mafalda una representante de su generación. Los personajes de la tira devinieron, además, en un símbolo nacional: representación for export para los turistas que pasean por San Telmo, por Palermo o por La Boca, señal de identidad para los argentinos radicados en el extranjero, referencia ineludible para todos. “Cuando yo vivía en el exilio, en México –escribió el periodista Carlos Ulanovsky–, los que sabían que era argentino preguntaban por unas pocas cosas de nuestro país: recordaban a Gardel, alababan a algunos futbolistas, se asombraban porque en la Argentina había salido un billete de un millón de pesos, se estremecían por la violencia y las Malvinas; los desconcertaba si Perón era de derecha o de izquierda, pero se regodeaban con Les Luthiers y Mafalda. Luego de atenderme un largo tiempo, todas las mañanas, en una cafetería, segura ya de que yo era argentino, una moza me preguntó: ‘¿Me podría decir que quiere decir patapúpete?’. La corrijo y como puedo le explico. Ya más en confianza trata de resolver otras dudas como ‘pucha, digo’, ‘fiaca’, ‘pavote’, ‘a la flauta’ y ‘que lo tiró’…Todas expresiones que ella leyó y no entendió en los libros de Mafalda.”

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Desde los bocetos realizados por el dibujante hasta los grafitis en las calles, Mafalda en su sopa –esta nueva muestra organizada por la Biblioteca Nacional a través de su Archivo de Historieta y Humor Gráfico Argentinos– reconstruye el proceso de producción, difusión y circulación de esta historieta que se convirtió en la más emblemática del humor vernáculo. Es un intento (probablemente condenado de antemano al fracaso) de probar si el secreto de la inmortalidad de la tira puede desentrañarse paso a paso. Es también un registro del derrotero de sus lectores, a través de las cartas que le enviaron al autor y de las palabras de ellos hoy, décadas después.

Qué hizo Mafalda de nosotros, sus lectores, queda claro en estas páginas: nos acompañó desde la infancia, creció a nuestro lado y al de nuestras familias, nos representó, nos hizo reír –a veces por no llorar– y nos impulsó a pensar críticamente… Nos marcó a casi todos en algún momento de la vida. Pero la exposición trata de indagar a la vez en el reverso de esa trama: no se trata sólo de reconstruir la hechura Mafalda sino también de analizar qué hicimos de ella nosotros, día a día y calle a calle, en estos 50 años. Quino sostiene, con un dejo de amargura, que –tal vez– la vigencia de la tira resida justamente en que la mirada que allí se denuncia no ha perdido vigencia. Pese a que pudieron cambiar algunas coyunturas y ciertos escenarios y actores, las realidades y verdades más profundas se mantienen, tanto en el ámbito de micropoder familiar y doméstico como en torno a este mundo enfermo y magullado, que (simbolizado como un globo terráqueo en las viñetas) no ha logrado mejorar ni con las cremas de belleza que Mafalda le gastó a su madre. Paradójicamente, el éxito de la tira es, al mismo tiempo, su fracaso. De manera que el deseo, para los próximos 50 años, es igualmente paradójico: que por un lado, la historieta empiece a leerse como si se tratara de un libro de historia; por el otro que, entrañablemente unida a la subjetividad de los lectores, Mafalda siga estando en su sopa. ESOS LECTORES Sr. Quino: en el número 284 de Siete Días, en la primera tira de Mafalda, me extrañó mucho que ella no la corrigiera a la maestra cuando dijo: “… una estancia de 50 hectáreas de ancho y 60 de largo…” siendo la hectárea una medida de superficie y no de longitud. Aprovecho esta carta para felicitarlo por Mafalda, a quien cada día comprendo mejor. Norma (11 años) Nuestra nena adoptiva La historia de Mafalda: los distintos medios en los que apareció para convertirse, casi de inmediato, en la estrella de la publicación, y la increíble decisión de Quino de no dibujarla más en mayo de 1973. El periodista y humorista Miguel Brascó presentó a Quino –que para entonces rondaba los 30 años y publicaba regularmente sus chistes de diferentes medios gráficos– a los responsables de Agens Publicidad, quienes necesitaban promocionar la nueva línea de electrodomésticos Mansfield de la empresa Siam Di Tella. El pedido era preciso: querían una historieta que combinara el estilo de “Peanuts” con “Blondie”, publicitara los productos en forma encubierta y estuviera protagonizada por personajes cuyos nombres comenzaran con la letra M.

La campaña finalmente no se realizó y los productos Mansfield no llegaron a estar en el mercado, pero unas de esas tiras dibujadas por Quino se publicaron el 3 de junio de 1964 en “Gregorio”, el suplemento de humor de la revista Leoplán. En esas entregas, el personaje de la enfant terrible todavía no aparece. Mafalda hace su presentación formal el 29 de septiembre de 1964 en las páginas de Primera Plana, por iniciativa del jefe de redacción de la revista y amigo de Quino, Julián Delgado, periodista desaparecido durante la última dictadura militar. A razón de dos entregas por semana, en la historieta aparecieron primero la niña y su papá; el 6 de octubre se sumó Raquel, la mamá, y el 19 de enero de 1965 se incorporó Felipe, personaje inspirado en el escritor y periodista argentino-cubano Jorge Timossi. Es el nacimiento oficial de la historieta y el origen de lo que rápidamente devendría en un ícono popular. Primera Plana fue una revista innovadora y moderna, dedicada a la información general y al análisis político y destinada a lectores de clase media, consumidores de cultura, de productos y de la incipiente industria mediática. Un público con aspiraciones intelectuales y económicas, más de avanzada –incluso– que el modelo familia tipo de la protagonista. Dirigida por el mítico Jacobo Timerman, la publicación –como la tira– representaba bien el vasto universo de los ’60 (desde la televisión hasta el psicoanálisis) y, entre otros ejes, puso énfasis en el seguimiento del humor gráfico y la historieta, géneros que empezaban a ser estudiados y reivindicados. Inmersa en esas páginas, Mafalda tenía ecos de ese clima de época cotidiano, social y político, incluso en cuestiones puntuales como la campaña de desprestigio al presidente democrático Arturo Illia, colaboración indirecta de la que luego Quino se arrepintió públicamente. El 9 de marzo, Quino terminó su relación con Primera Plana. La enfant terrible fue reemplazada por la mujer sentada de Copi.

Nuevamente, gracias a los buenos oficios de Brascó, la historieta se mudó al diario El Mundo/i>: el 15 de marzo reapareció y poco después se sumaron los personajes de Manolito –inspirado justamente en el papá de Julián Delgado– y Susanita. En febrero del año siguiente se incorporó Miguelito. Comenta Quino: “Redacciones como las de El Mundo/i> ya no existen. Antes, entrar a la redacción de un diario era ver a toda la gente escribiendo a máquina, que hacía un ruido muy lindo; todo el mundo fumando, lustrándose los zapatos (¡había lustrabotas en las redacciones!), papeles en todas partes, el olor a tinta.. Nada que ver con lo que es hoy que todo está dividido con mamparas y computadoras. No hay olor, ni ruido a nada. No es que antes fuera mejor, pero me gustaba más lo otro porque era más vivo, más loco. Me gustaba todo ese jaleo y hoy no aguanto un boliche donde hay música un poco más fuerte”. A diferencia del semanario, un diario estaba mucho más atado a la coyuntura y algo de ese vértigo se reflejó en la tira. Sobre todo en la viñeta publicada al día siguiente del golpe militar encabezado por Juan Carlos Onganía, que se volvió emblemática oposición a las dictaduras. Es interesante imaginar el efecto que puede haber producido esa certera y amarga reflexión, incluida en una página compartida con notas de chimentos, astrología y palabras cruzadas. Si, inicialmente, Mafalda se publicó junto a las noticias políticas, luego quedó ubicada entre los entretenimientos: al lado de la “Guía del espectador” o junto a los chistes de otros humoristas. En el mismo diario se publicaba ya Periquita, el personaje del estadounidense Ernie Bushmiller, de quien Mafalda tiene un gran parecido físico, pero supera en carácter, ocurrencias y posicionamiento político-ideológico. En agosto de 1967, la madre de Mafalda se enteró de que estaba embarazada. El 22 de diciembre el diario El Mundo/i> cerró y la tira dejó de aparecer.

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A instancias de Sergio Morero y Norberto Firpo, Mafalda se incorporó a la revista Siete Días Ilustrados, donde Quino tenía ya su página de humor. Según datos publicados por la propia revista, la publicación era leída cada semana por cerca de 800.000 personas. La historieta apareció el 2 de julio de 1968, en el número 60, con Guille (personaje inspirado en el sobrino del dibujante) ya nacido. Sintomáticamente, el reverso de la tapa de la edición que les dio la bienvenida a los personajes era una publicidad de sopas instantáneas. La historieta ocupaba una página, compuesta por cuatro tiras que aparecían semanalmente y eran entregadas por Quino con quince días de antelación. Se publicaban acompañadas por un pequeño dibujo a modo de encabezado, realizado a último momento. Más adelante, esas viñetas desaparecerán y la historieta compartirá el espacio con una publicidad a pie de página. Aparecida en Siete Días entre 1968 y 1973 resultó la permanencia más longeva de la historieta en una misma publicación y, en el contexto de una Argentina cada vez radicalizada, también la de mayor carga política. La incorporación de Libertad es emblemática en este sentido. Luego de largas cavilaciones de su creador, en mayo de 1973 los personajes empezaron a despedirse de los lectores de Siete Días y el 25 de junio fue el último día en que se publicó la historieta. Por propia decisión, su autor no volvió a dibujar ni a escribir la tira, pese a la insistencia –que continúa hasta hoy– de los lectores de todo el mundo. “A Quino le debo un recuerdo sumamente aciago –recuerda Norberto Firpo–. Yo era director de Siete Días cuando anunció que pondría punto final a Mafalda. Fue inflexible y yo sentí deseos de acogotarlo. Con Sergio Morero vimos casi frustradas nuestras carreras periodísticas, ya que no podíamos imaginar la revista sin nuestra nena adoptiva!”. ESAS CARTAS “Señor Director: Gracias a Primera Plana por brindar a sus lectores los trabajos de ese sensible y agudo dibujante que es Quino y gracias a éste por darnos –como lo ha hecho siempre– sus tiras llenas de magia, inteligentes estudios psicológicos-sociales de seres y situaciones humanas. ¡Bienvenida Mafalda!” B. Cabral Capital, 2 de febrero de 1965 “Felicitaciones por la decisión que permitió a Mafalda reaparecer en Siete Días. El cierre del diario El Mundo nos había privado de vivir cada día lo que le iba pasando y lo que sentía Mafalda, junto a su familia y sus amiguitos, frente a las cosas más simples o importantes de la vida diaria. Confieso que yo también estaba preocupada por el hermanito de Mafalda. Esta mañana salí de casa molesta por el día, aburrida por el mal tiempo, pero compré Siete Días, leí Mafalda y su carta al Director, y mi humor cambió. Creo, por lo tanto, que el esfuerzo vale…” Susana Benedit Acassuso 23 de julio de 1968 Del dibujito en carbónico, hasta Twitter y las apps para IPod “Uno nunca sabe quién te tira el resortecito que hace que la idea funcione”, dice Joaquín Lavado, Quino, sincero hasta el paroxismo, cuando le preguntan cuál es la magia. Yo pienso con un block en blanco adelante. No puedo imaginarme un dibujo mío si no está en el papel”, contó alguna vez Quino . Y en ese mítico pánico a la página en blanco parece que empezaba todo. A veces las ideas aparecían naturalmente y sin esfuerzo y otras –muchas– se presentaban incompletas, o sin gracia o sin remate, y entonces resultaba válido apelar a cualquier recurso: la imagen de un sueño, una película, una observación callejera, los papeles con anotaciones abandonados tiempo atrás en una libreta o una carpeta, los diarios o los noticieros televisivos, alguno de los varios ejemplares de la Biblia que el humorista tiene en su biblioteca. “Uno nunca sabe quién te tira el resortecito que hace que la idea funcione. Esa es la magia de esto. Quién. Es algo que no he descubierto”. Según Quino, dibujar siempre le resultó un esfuerzo. Tiene dibujos hechos en lápiz, corregidos y luego pasados a tinta y con Mafalda se valía del papel de calcar para que, al repetir los personajes, le salieran igual. Supo aprovechar astutamente los recursos gráficos del género: los expresivos gestos de los personajes (la boca, los ojos que a veces no son más que puntitos, pero que lo dicen todo), las onomatopeyas y las tipografías al servicio de remates sorprendentes.

En la tira, el autor tensa una dualidad. Si por un lado, trazó fondos y ambientaciones verosímiles, realistas y detalladas (la escuela, la casa, la calle y la plaza); por el otro, construyó a los personajes de cabezas desproporcionadas y rasgos mínimos. El del dibujante es un modo de trabajo en vías de extinción desde que se generalizó el uso de la computadora, ya no sólo para escribir los parlamentos de los globitos o retrabajar las viñetas sino directamente para dibujarlas. Inicialmente, Quino entregaba los originales a las editoriales. Justamente cuando quiso recuperar los que había dejado en Primera Plana (para llevarlos a un diario del interior que quería incluir en sus páginas la historieta) se enteró de que la publicación los consideraba de su propiedad. Logró hacerse de ellos gracias a la complicidad de un cadete y no volvió a publicar en la revista. Cuando la fotocopia se hizo masiva no dejó nunca más originales. La edición de los libros de Mafalda ocurrió en un momento de transición de la industria editorial, ya por entonces empezó a cambiar el modo de impresión en la Argentina. El sistema más generalizado, hasta los ’70, era el tipográfico, donde las páginas se armaban acomodando con una regleta, una por una las letras –realizadas en plomo o en metal– sobre planchas que, en máquina, pasaban por rodillos entintados y se imprimían directo sobre el papel. Como en el caso de las tiras de Quino, las imágenes eran grabados en metal que se acomodaban en las planchas distribuidas tal como saldrían en los pliegos (de papel): unas páginas enormes que luego se doblaban y se encuadernaban ajustándose al tamaño del volumen. Así se imprimieron las primeras compilaciones de la historieta, editadas por Jorge Álvarez. En cambio, para las recopilaciones de Ediciones de la Flor, se utilizó el sistema off set, que desplazó al tipográfico y reemplazó a las letras y los grabados por películas y chapas presensibilizadas. Previo a la informatización, todo se hacía de modo artesanal, desde los primeros bocetos hasta el diseño. Los talleres de linotipia –primero– y los de peliculado –correspondientes al sistema off set, después–, así como las imprentas, recibían las páginas prearmadas con indicaciones de tamaño y devolvían pruebas de las páginas para chequear el resultado final. Hoy todo el proceso de edición de las mafaldas hasta la llegada a la imprenta, está informatizado. Además, en la actualidad, Mafalda se publica en formato de e book. Tiene Twitter, Instagram, Pinterest, una página oficial en Internet y otra en Facebook, con más de 3,5 millones de seguidores, así como aplicaciones para iPad, iPhone y iPod.

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Fuente: Sur Infonews

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