Ensayo sobre un proletario sin cabeza – por José Revueltas

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Jose Revueltas (Durango, 20 de noviembre de 1914 – Ciudad de México, 14 de abril de 1976) es considerado una de las figuras esenciales de la literatura y el pensamiento político de México. Sus producciones literarias más reconocidas son Los días terrenales, El apando y Los errores, consideradas como pioneras de “la nueva novela mexicana”. Por su actividad política, fue encarcelado en reiteradas oportunidades, situación que potenció su producción intelectual y artística. Es considerado además uno de los principales pensadores del marxismo mexicano, corriente en la cual se destacó con obras como Ensayo sobre un proletariado sin cabeza

 

PROLOGO (fragmento)

El XXII Congreso del PCUS ha puesto a la orden del día, para el movimiento comunista de todos los países de la tierra y para la humanidad en su conjunto, lo que sin duda constituye el problema más apasionante y decisivo de nuestra época. En el substratum de la lucha contra el culto a la personalidad y contra los últimos reductos del stalinismo, emprendida por el XXII Congreso, se encuentra algo fundamentalmente nuevo y de un valor cuyas consecuencias acaso aún no se puedan apreciar en toda su magnitud: nos referimos a la profundización, la extensión y la proyección hacia el futuro, con implicaciones y posibilidades que resultarán sin duda extraordinarias, de la teoría leninista del partido, esto es, de la teoría que se ocupa de la conciencia colectiva organizada, a la vista de un mundo que devendrá indefectiblemente socialista y comunista en su totalidad.

Jamás había brillado con tanta nitidez y esplendor la teoría leninista del partido como ante esta perspectiva inconmensurable y única. Se trata nada menos que de consumar en la realidad histórica -ya desde nuestros días, en que el proceso se inicia con la existencia de un sistema mundial de países socialistas- la idea más elevada, ambiciosa e intrépida del pensamiento teórico de Marx: la desenajenación de la conciencia humana, la conquista de ese reino del desarrollo, libre y sin límites, que el propio Marx enunciaba como la realización de la filosofía. Porque eso y no otra cosa es el partido leninista: la realización de la filosofía a partir de la conciencia del proletariado.

Remontemos la corriente del pensamiento teórico hasta el punto de arranque que en el propio Marx encuentra esta idea de la conciencia, cuya validez contemporánea y para el futuro humano lleva implícitas las significaciones más esenciales, como realidad viviente y en desarrollo, hasta ahora nunca confrontadas por la historia como significaciones prácticas.

Aunque la teoría de la desenajenación está expuesta por Marx en numerosos de sus trabajos (particularmente en los escritos filosóficos de 1844), preferimos escoger para nuestro objeto determinados fragmentos de La sagrada familia, a causa de que en ellos creemos advertir premisas que se pueden vincular de modo más explicito con la noción contemporánea de partido, y con la profundización, extensión y desarrollo de la teoría leninista del mismo que ha traído y trae aparejados consigo, como resultado teórico evidente, la lucha contra el stalinismo y contra el culto a la personalidad.

«La clase poseedora y la clase del proletariado representan la misma autoenajenación humana», afirma Marx al comienzo de los párrafos a que nos referimos de La sagrada familia. Nos habla Marx en seguida que la diferencia respecto a tal enajenación radica en las actitudes de una clase y otra. Para la clase poseedora la enajenación es su propio poder, que le da una apariencia humana, mientras que para la segunda no es sino la realidad tangible de su propia inhumanidad. Es por ello que la contradicción entre su naturaleza humana y su inhumanidad real empuja necesariamente a la clase proletaria hacia la sublevación contra aquello que la hace ser tal clase proletaria: la propiedad privada. Ocurre lo contrario con la clase poseedora: ésta trata de conservar la antítesis, mientras el proletariado está obligado a destruirla destruyéndose a sí mismo y a la propiedad privada que condiciona tal antítesis. La propiedad privada es empujada hacia su disolución, pero de un modoinconsciente para ella misma, en contra de su voluntad, y «sólo en cuanto engendra al proletariado como proletariado, a la miseria consciente de su miseria espiritual y física, consciente de su deshumanización y por tanto como deshumanización que se supera a sí misma».

Más adelante nos dice que el proletariado, al vencer, «no se convierte con ello, en modo alguno, en el absoluto de la sociedad, pues sólo vence destruyéndose a sí mismo y a su parte contraria», y redondea Marx su pensamiento con el párrafo que in extenso transcribimos en seguida:

 

Cuando los escritores socialistas asignan al proletariado este papel histórico universal, no es ni mucho menos […] porque consideren a los proletarios como dioses. Antes al contrario, por llegar a su máxima perfección práctica, en el proletariado desarrollado, la abstracción de toda humanidad y hasta de la apariencia de ella; por condensarse en las condiciones de vida del proletariado todas las condiciones de vida de la sociedad actual, agudizadas del modo más inhumano; por haberse perdido a sí mismo el hombre en el proletario, pero adquiriéndose, a cambio de ello, no sólo la conciencia teórica de esta pérdida, sino tambien, bajo la acción inmediata de una penuria absolutamente imperiosa -la expresión práctica de la necesidad,- que ya en modo alguno es posible esquivar ni paliar, el acicate inevitable de la sublevación contra tanta inhumanidad: por todas estas razones puede y debe el proletariado liberarse a sí mismo. Pero no puede liberarse a sí mismo sin abolir sus propias condiciones de vida. Y no puede abolir sus propias condiciones de vida, sin abolir todas las inhumanas condiciones de vida de la sociedad actual, que se resumen y compendian en su situación […] No se trata de lo que este o aquel proletario, o incluso el proletariado en su conjunto, pueda representarse de vez en cuando como meta. Se trata de lo que el proletariado es y de lo que está obligado históricamente a hacer, con arreglo a ese ser suyo. Su meta y su acción histórica se hallan clara e irrevocablemente predeterminadas por su propia situación de vida y por toda la organización de la sociedad burguesa actual.[1]

Destaquemos ante todo en los conceptos precedentes una clara distinción que Marx establece entre la actividad práctica y la conciencia teórica. De un lado coloca, en efecto, la «conciencia teórica» de la pérdida del hombre en el proletariado, y de otro «la acción inmediata [el subrayado es mío, JR] de una penuria absolutamente imperiosa -la expresión práctica de la necesidad […]» Quiere decir que aquí son separadas metodológicamente la acción revolucionaria: la sublevación, acicateada por la penuria, expresión práctica de la necesidad, y el pensamiento teórico, la conciencia de tal necesidad, aunque ambas deban reconocer -y en esto radica el principio fundamental de la praxis- la misma predeterminación histórica.

«No se trata -vemos que dice Marx- de lo que este o aquel proletario, o incluso el proletariado en su conjunto, pueda representarse de vez en cuando como meta. Se trata de lo que el proletariado esy de lo que está obligado históricamente a hacer, con arreglo a ese ser suyo.» La sublevación del proletariado está predeterminada por sus circunstancias forzosas y forzadas, pero esto no implica un proceso espontáneo de la sublevación, que se produzca mecánicamente, en virtud de su propia inercia ni por obra del simple empuje que imprima al movimiento lo que «incluso el proletariado en su conjunto pueda representarse de vez en cuando como meta». Pese a que la propiedad privada, en su desarrollo y en sus consecuencias económicas, crea las condiciones para su propia disolución, sólo se disuelve («la propiedad privada disuelta y que se disuelve» dice Marx en otra parte de La sagrada familia, refiriéndose al proletariado como la parte negativa de la antítesis), sólo se disuelve, repetimos, por cuánto engendra «la miseria consciente de su miseria espiritual y física».

El proletariado, así, no podría ser el «sepulturero del capitalismo» sin esa «conciencia de su deshumanización y por tanto como deshumanización que se supera a sí misma». El sublevarse del proletariado carecería de sentido si no se sublevase como proletariado (adviértase que Marx subrayó la palabra como en la cita transcrita más arriba). Es decir, sublevarse no como los esclavos de la antigüedad, ni como los siervos de la gleba, sino como la clase que se niega a sí misma para negar a las demás, porque en ella se resume no sólo su propia deshumanización, sino la de la sociedad entera, ya que tanto la clase poseedora como la desposeída «representan la misma autoenajenación humana». Los destructores de máquinas en Inglaterra durante la primera mitad del siglo XIX, no se sublevaban como proletariado (a pesar de ser proletarios), sino como esclavos dispuestos a arrasar irracionalmente con todo; su rebeldía era la de una mentalidad de esclavos que no alcanza a distinguir la diferencia esencial entre los instrumentos de producción, en su condición de tales, y la propiedad privada sobre esos mismos instrumentos, que era contra lo que había que enderezar el impulso revolucionario de la sublevación.
En lo anterior se contienen, en sus elementos básicos, el fenómeno y la necesidad de la conciencia teórica como organización de la conciencia: la inquietud en sí de la conciencia como una dirección predeterminada históricamente y no como lo que «pueda representarse [el proletariado] de vez en cuando como meta». El proletariado no existe (no existiría) para la historia sin ser, al mismo tiempo, «la miseria consciente», pero no sólo consciente de una miseria cualquiera (pues en los regímenes de clase siempre existe la miseria) sino de aquella miseria que representa la deshumanización propia y la deshumanización general, universal, de todos. En esta conciencia del proletariado, que se sabe a sí mismo como es, radica la «deshumanización que se supera a sí misma». Pero ¿qué significa esto, «deshumanización que se supera a sí misma»? ¿Es que acaso el proletariado ya consumé en la realidad histórica la reapropiación de su naturaleza humana y con ello la de todo el conglomerado social? No; evidentemente Marx no ha querido decirnos tal cosa. La deshumanización se ha superado a sí misma en el momento de saberse, es decir, se ha superado a sí misma en el cerebro de los hombres, y de éstos, en el cerebro histórico de aquellos que son capaces de pensar teóricamente al proletariado como clase obligada a sublevarse y a luchar en el sentido unívoco que se deriva de la naturaleza específica de su propio ser. Tal cerebro histórico constituye, entonces, el partido proletario de clase, un cerebro, por ende, colectivo; una concienciaorganizada (resultado de la previa organización de la conciencia; organización del pensar y luego el pensar organizado colectivamente) que representa el inteligir teóricamente por, para y con el proletariado a fin de conducirlo a la lucha como proletariado y no como cualquier otra clase oprimida de la sociedad.

Al vencer el proletariado -nos dice Marx- «no se convierte con ello, en modo alguno, en el absoluto de la sociedad». El socialismo (“los escritores socialistas” o sea, los ideólogos de la clase obrera) no erigen a los proletarios en dioses. El proletariado no pretende convertirse en un nuevo dios, y si debiera existir un “dios social”, digamos sin conceder, este dios no sería otro que el hombre, a causa de «haberse perdido a sí mismo [. . .] en el proletariado» y necesitar entonces, para rescatarse como hombre, de la extirpación, de la negación, de la abolición del proletariado. El cristianismo santifica la pobreza, la conserva, no pretende destruirla sino, por el contrario, exaltarla como a una de las más hermosas virtudes, justo la virtud que permitirá a quienes la padecen, entrar, después del más allá, en el bienaventurado reino de los cielos. El socialismo no santifica al proletario, no le rinde el tributo de su compasiva comprensión ni de su misericordia, sino que repudia clara y terminantemente sus condiciones de vida (que son, en esencia la negación misma de la vida) y la causa que las engendra: la sociedad burguesa. Por ello la conciencia socialista no puede erigir al proletariado ni en dios ni en absoluto de la sociedad.

NOTAS:
1 Marx, Kart. 1958. La sagrada familia,. Trad. W. Roces.

Pp 101-102 (Grijalbo: México).

 

CAPITULO VII (fragmento)

En México, donde a cada instante se intenta despojar al marxismo de su carácter vivo y práctico, y donde la vuelta -o quizá apenas la ida, para nuestro empantanado medio ideológico- a las fuentes clásicas del socialismo científico es considerada con un misericordioso encogimiento de hombros por los «políticos realistas» del demo-marxismo (ese «marxismo» oficial de la ideología democrático-burguesa “más avanzada”, de los economistas del capitalismo de Estado, de los consejeros “de izquierda” de la presidencia de la República y de Lombardo Toledano), las anteriores palabras de Marx habrán perdido ya, sin duda, su validez contemporánea, no serán sino testimonios documentales de una época, tan sólo útiles en calidad de referencia «arqueológica» para reconstruir las condiciones de Alemania en 1844, pero nada más.

Sin embargo veremos hasta qué grado se equivocan los demo-marxistas mexicanos en la forma más lamentable -e intencionada, por añadidura- si aplicamos los precedentes conceptos de Marx a la realidad histórica de México y deducimos de ahí las consecuencias concretas que se derivan.

La clase obrera nace en México -y lo dijimos, como en todos los países- en la calidad de una clase «radicalmente esclavizada». Podemos añadir, como la más esclavizada de todas las clases de la sociedad mexicana, hecho que se puede demostrar. Porque en efecto, aun si se considera a los peones «acasillados» de las haciendas feudales de México en el siglo XIX y los comienzos del XX, su situación, con ser la de verdaderos parias, no es peor que la que guardan los obreros industriales en las ergástulas fabriles que funcionan durante la segunda mitad de la centuria pasada en el país.

Si los peones podían disponer de cierto descanso, por ejemplo, en el curso del año, cuando las necesidades naturales de la labor en las haciendas bajaban de volumen, no ocurría de igual manera con los proletarios de las fábricas, obligados a rendir todo el año extenuantes jornadas de 14 y 16 horas diarias de trabajo. Sin embargo, podemos dejar a un lado este aspecto del problema, pues no se trata aquí, a título de recursos emotivos, de reclamar para la clase obrera la mayor suma de padecimientos. Lo que queremos señalar es que en México tampoco deja de cumplirse la ley universal que descubre en la aparición del proletariado el fenómeno supremo, la circunstancia óptima de la inhumanidad, de la negación de lo humano que representa la propiedad privada.

No aparece, pues, la clase obrera mexicana como algo distinto a lo que su aparición fue en otros países, pero quienes tratan de tomarla como un fenómeno diferente son precisamente los demo-marxistas, los ideólogos democrático-burgueses de la clase obrera, como se verá más adelante.

Desglosaremos de las palabras de Marx los conceptos que para él entraña la existencia del proletariado:

a] Clase de la sociedad burguesa «que no es una clase de la sociedad burguesa».

El proletariado no pertenece a la sociedad burguesa porque con su sola existencia niega a dicha sociedad, que al haber creado a una clase proletaria llega con esto al último límite de inhumanidad a que puede llegar una sociedad determinada, límite después del cual no hay sociedad posible de seres humanos de ninguna especie. La única solución que existe contra esta sentencia de muerte que la sociedad burguesa ha decretado contra toda sociedad humana es, entonces, abolir aquello donde se hace objetiva de una manera absoluta, la inhumanidad social, o sea, el proletariado, que no puede desaparecer, a su vez, sin que desaparezca la propiedad privada que constituye el principio en que se basa el sistema de la burguesía. El principio de una sociedad humana verdadera, será, pues, la negación del principio de la propiedad privada en que se sustenta la sociedad burguesa, luego, el proletariado no pertenece a dicha sociedad puesto que él mismo es la sociedad no-burguesa que aparecerá con su propia desaparición.

Lo anterior explica los conceptos con que Marx prosigue:

b] El proletariado como «un estado social que es la desaparición de todos los estados sociales».

Marx toma aquí la denominación de «estado social» en el sentido que se les daba a los Estados Generales a que convocó en Francia Luis XVI: el «estado llano» (burguesía), clero y nobleza, que constituían cada uno un «estado social».

La existencia del proletariado en condición de un «estado social», representa la «desaparición de todos los estados sociales» ya que la sociedad humana sólo podrá sobrevivirse y superarse cuando ya no existan diferencias de clase entre sus integrantes, dentro de un estado social único donde ya no habrá ninguno, es decir, donde no existirán las clases sociales de cuya desaparición el proletariado es un anuncio.

c] La clase proletaria como una “esfera” de la sociedad que “obtiene de sus sufrimientos universales un carácter universal” y que no pretende que su situación se alivie mediante la protección de un derecho particular que se pudiese expedir a su favor, puesto que la injusticia de que se la hace víctima no es una injusticia determinada en su contra y que, por ende, se pudiese corregir con el castigo de los culpables, sino la injusticia total, intrínseca, “desinteresada”, de una sociedad que ya es injusta por sí misma, en su conjunto, desde el principio hasta el fin. El carácter universal de los sufrirnientos del proletariado radica, pues, en que se trata de sufrimientos inhumanos pero padecidos e infligidos por hombres, lo cual hace que el hombre se objetivice en esos sufrimientos de unmodo universal dentro de una categoría única donde está comprendida la totalidad de los hombres, como un ser no-humano. La liberación del proletariado de su sufrimiento universal se convertirá, así, en la universal liberación, en la rehumanización de la humanidad en su conjunto.

Ahora bien; ¿acaso estos conceptos no pueden ser considerados y aplicarse de un modo concreto a la existencia de la clase proletaria en un país que, primero, se encuentra en la fase semifeudal de su desarrollo y bajo la dominación del imperialismo, y que, luego, entra en la fase de su revolución democrático-burguesa, del desenvolvimiento de las relaciones capitalistas de producción y del proceso de liberar su economía del yugo imperialista? Evidentemente sí, y no hay ninguna razón teórica que pueda impedirlo, a menos que el proceso de aparición, desarrollo y extinción del proletariado no estuviese regido por leyes universales, cosa que obviamente sería imposible. Intentemos, pues, aplicar dichos conceptos a la realidad histórica de nuestro país, lo que nos permitirá poner al descubierto que para los demo-marxistas, en cambio, las leyes del desarrollo dejan de tener un carácter universal en cuanto se trata de las formas de su funcionamiento en un país llamado México.

La clase obrera nace en México bajo las condiciones de un país semifeudal, terriblemente atrasado, y donde el desarrollo histórico pugna apenas por esa liberación mínima de las fuerzas productivas que significa la transformación de las formas medievales, asaz opresivas, que reviste la tenencia de la tierra. Los grandes ideólogos que durante este periodo (fines de la primera mitad y principios de la segunda, del siglo XIX) representan la conciencia avanzada del desarrollo histórico -y entre los más destacados e ilustres nos hemos referido a Ponciano Arriaga- no están en situación de advertir la presencia social de la clase obrera ni lo que esa presencia significa. La esclavitud proletaria, en las escasas fábricas existentes, debió parecerles a quienes de entre dichos ideólogos las conocieron, un accidente «remediable», que debería ser corregido a su tiempo, y que no era sino el producto del «egoísmo» de patrones sin escrúpulos, pero en todo caso un fenómeno secundario junto al magno problema de la tenencia feudal de la tierra.

Años más tarde, en el siglo xx, con la toma del poder por la revolución democrático-burguesa y cuando se reúne el Congreso Constituyente de 1917, la comprensión de los ideólogos no avanza de ningún modo notable respecto al fenómeno de la clase obrera, a pesar de que el peso específico de la misma ha aumentado considerablemente respecto al pasado, y a pesar de que las huelgas proletarias ya lanzaron su vigoroso toque precursor en los años inmediatamente anteriores al desencadenamiento de la lucha armada. Los ideólogos democrático-burgueses no alcanzan a comprender el problema obrero sino a lo más como algo que debe estar sujeto a la acción protectora del Estado, a fin de contener dentro de sus límites «humanos» la voracidad de los dueños de fábrica.

De la situación en que se encuentra la conciencia democrático-burguesa por lo que se refiere al punto que debe ocupar la clase obrera entre sus preocupaciones, nos da una significativa idea lo que dice Pastor Rouaix, diputado constituyente y uno de los autores del artículo 123, sobre las inquietudes legislativas del congreso de 1917. Dice Pastor Rouaix:

Hasta esos tiempos el obrero pesaba poco en la sociedad mexicana, porque el país no estaba industrializado y el número de trabajadores fabriles era insignificante, comparado con la masa campesina sujeta al peonaje, que se extendía desde los lejanos confines del estado de Sonora, en donde gozaba de medianas consideraciones, hasta las selvas vírgenes de Chiapas, en donde el indio, impotente para romper sus cadenas, se debatía en una verdadera esclavitud. Esos motivos hacían que la resolución del problema agrario fuera de más urgencia y de mayor necesidad para el país que la resolución del problema obrero, pues en aquél estaba vinculada, no sólo la prosperidad de las clases trabajadoras, sino la constitución orgánica de la nacionalidad misma en su base fundamental, que es la tierra, la madre universal que da la vida. Por otra parte el obrero, por imposibilidad material, nunca ambicionó poseer la fábrica mientras el campesino sí concibió desde el primer momento que su redención estaba en poseer la tierra. [El subrayado es mío, J. R.]

Se nos reprochará -como dijimos en cierta ocasión al referirnos a los sectores políticos que se sorprenden de que los gobiernos de la burguesía hagan la política que corresponde a los intereses de su clase, y no a los de la clase obrera- que estemos pidiendo «peras proletarias al olmo democrático-burgués». Pero exactamente se trata de un problema distinto en absoluto.

La lucha de clases y la ideología socialista, como se sabe, tienen fuentes diferentes de desarrollo y no nacen la una de la otra. La ideología socialista se forma al margen de la lucha de clases, como resultado de un proceso científico y sus primeros representantes, por ende, pertenecen a las clases «ilustradas», a las clases cuyos miembros disponen del suficiente ocio para ocuparlo en el estudio de las ciencias de la sociedad burguesa y de la historia, o en pocas palabras, pertenecen a la «burguesía ideóloga», a la intelectualidad burguesa que se incorpora a la causa del proletariado.

¿Por qué pues, entre los ideólogos democrático-burgueses de la revolución mexicana no se da el caso de que algunos de ellos evolucionen hasta las posiciones científicas de la ideología socialista, del marxismo revolucionario? La respuesta obvia y «lógica» de que precisamente porque se trata de ideólogos democrático-burgueses, es del todo punto insatisfactoria. Por el contrario, las ideas del socialismo científico debieron provenir en México de la intelectualidad burguesa más avanzada, de los ideólogos democrático-burgueses más honrados y más capaces de renunciar a la ideología de su clase, que participaron en el movimiento revolucionario de 1910-17, pero esto no ocurre. (El caso del gran y valeroso luchador socialista Ricardo Flores Magón, lo consideraremos por separado.) ¿A qué causas se debe esta inhibición histórica de la ideología proletaria ante un movimiento de proporciones tan vastas y de raíces tan profundas, como la revolución mexicana democrático-burguesa de 1910-1917?

La respuesta que se encuentra más a la mano -válida tan sólo hasta cierto punto- es la que hace radicar dichas causas en la debilidad orgánica de la clase obrera, en su escasa significación social y en su poco peso especifico, pero, con todo, dicha respuesta es insuficiente, deja el problema en pie. Desde un punto de vista racional, tomado el fenómeno del modo más objetivo, parece inexplicable, repetimos, que no se produzca en México, antes y a través del periodo armado de la revolución democrático-burguesa, ninguna manifestación seria, con visos de realidad orgánica, de la ideología proletaria socialista, del socialismo científico, a pesar de la debilidad o de la poca significación social inmediata de la clase obrera. Quiere decir que la explicación tiene raíces más hondas.

A nuestro modo de ver el fenómeno radica en la siguiente circunstancia histórica que, además, constituye una realidad concreta hasta nuestros días: la ideología democrático-burguesa dominante en el proceso del desarrollo y, consecuentemente, la ideología que puede comprobarse como la más real y racional en el curso del despliegue práctico, objetivo, de dicho desarrollo, en tanto éste coincide con sus propias necesidades (y tal coincidencia ocupa un lapso muy prolongado en la historia de la realidad mexicana), asume para si misma la conciencia socialista, la hace suya y reduce a la ideología proletaria a convenirse, cuando mucho, en su extremo más radical, en su ala izquierda. En esto no hay que ver una perfidia y mala intención subjetivas, deliberadamente puestas en. marcha por los políticos burgueses, ni tampoco, como lo quieren algunos tontos, que la burguesía mexicana sea «la más inteligente del mundo», y la que ha sabido arreglárselas, con la habilidad más extraordinaria de que se tenga noticias, para escamotear al proletariado su misión histórica. No; aquí no desempeñan papel alguno las buenas o las malas intenciones de la burguesía nacional ni la inteligencia de sus ideólogos: se trata de un fenómeno necesario, que se produce inevitablemente en virtud de sus propias premisas. Examinémoslo pues en tal condición.

Desde el momento en que la ideología democrático-burguesa comparece en el proceso histórico y se convierte en fuerza material cuando se “enseñorea de las masas”, su conciencia tiene que enfrentarse a las leyes del desarrollo y tomar su curso en la forma concreta en que dicho curso se expresa en la realidad objetiva, tal como esa misma conciencia alcanza a percibirlo y a percibir el grado de sus necesidades.

La línea dominante de las leyes del desarrollo, en la revolución mexicana democrático-burguesa de 1910-17, tiende al establecimiento de las relaciones capitalistas de producción, pero el curso de esta línea del desarrollo se expresa en la realidad objetiva bajo la forma de las necesidades de mayor urgencia y volumen, sin relación aparente con la tendencia principal, necesidades de las que la ideología democrático-burguesa, entonces, toma conciencia como si se trataran de un fin en sí mismas, cosa que no puede ser de otra manera en virtud de que la ideología ha devenido fuerza material y para lograr sus objetivos debe poner en acción y satisfacer a las masas de que se ha enseñoreado.

Al respecto no pueden ser más evidentes y significativas las palabras de Pastor Rouaix que hemos reproducido más arriba.

Pastor Rouaix nos habla de la mayor urgencia y necesidad en que se encontraban los legisladores del 17, de resolver el problema agrario con preferencia al problema obrero, pues en la cuestión agraria veían «no sólo la prosperidad de las clases trabajadoras, sino la constitución orgánica de la nacionalidad misma en su base fundamental». Y añade líneas más adelante: «Por otra parte el obrero, por imposibilidad material, nunca ambicionó poseer la fábrica mientras el campesino sí concibió, desde el primer momento, que su redención estaba en poseer la tierra”.

Para la conciencia social que en estos momentos representa la ideología democrático-burguesa, como vemos, aparentemente el problema no consiste, así, en el establecimiento de las relaciones capitalistas, sino en «la constitución orgánica de la nacionalidad misma», por lo que el imperativo de satisfacer la necesidad máxima y más urgente en esa fase del desarrollo, o sea, el problema agrario, se identifica en forma absoluta con el propósito consciente de la ideología: la constitución orgánica de la nacionalidad. En cambio, por lo que se refiere al problema obrero, la conciencia democrático-burguesa no logra advertir ninguna otra cosa que la «imposibilidad material» en que se halla la clase proletaria de señalarse siquiera como ambición la de «poseer la fábrica».

Sin embargo, en esta actitud de la conciencia democrático-burguesa se encuentra todo el mecanismo con que se mueve la ideología hacia las direcciones sucesivas que necesita adoptar en el proceso de desarrollo: del mismo modo que identifica la realización de la reforma agraria con la nacionalidad, en su momento también identificará la «reforma obrera» con el “socialismo”.

Por lo que se refiere al primer aspecto de la cuestión, ya hemos visto, en otra parte de este ensayo, las frustraciones que se producen en el proceso del desarrollo a causa de que la conciencia particular que adopta la ideología democrático-burguesa en el periodo concreto, no logra conciliar la satisfacción de las necesidades inmediatas con la tendencia principal, histórica y mediata del proceso, y aun las contrapone. En el caso se trataba de la separación que se establece, a través de las luchas que libra la ideología democrático-burguesa en el siglo XIX, entre la transformación completa y de raíz de la tenencia feudal de la tierra y la desamortización de los bienes del clero y de las comunidades indígenas; entre el desarrollo de las relaciones capitalistas de producción y el proceso de integración nacional del país.

Cuando en 1917 se identifica entonces la «constitución orgánica de la nacionalidad» con la reforma agraria, la conciencia democrático-burguesa no hace, de tal modo, sino superar las frustraciones del pasado y adoptar la única actitud real y racional que corresponde a la realidad y a la racionalidad verdaderas que constituyen, armónicamente unidos, lo inmediato y mediato necesarios de las leyes del desarrollo.

En efecto, aquí se da una coincidencia cabal, completa, entre los intereses mediatos de la burguesía como clase, y los intereses, el objetivo inmediato del desarrollo: iniciar la solución del problema agrario. La reforma agraria es una necesidad burguesa, comprendida dentro de los requisitos necesarios, históricos, para el establecimiento de las relaciones capitalistas de producción. Estas relaciones no podrán ser establecidas, entre otras cosas, si la propiedad feudal de la tierra no es abolida, si no se crea un mercado interno para los productos de la industria y si no aparece la mano de obra industrial que tendrá que reclutarse entre la masa de los peones esclavizados por las haciendas feudales. Por ello la ideología democrático-burguesa mexicana aborda la reforma agraria como una de sus reivindicaciones mas “naturales” y que más legítimamente le corresponden.

Pero examinemos ahora lo que ocurre ante la «reforma obrera», problema del desarrollo que la ideología democrático-burguesa también está en la obligación de asumir y resolver, y que tratará de hacerlo, no desde ningún otro punto de vista, sino estrictamente desde el punto de vista burgués, que es el único, por supuesto, que está en condiciones de adoptar sin negarse a sí misma.

La burguesía nacional no puede enfrentarse al problema obrero a partir de una consideración como la de que el proletariado y su existencia social sean el fruto más perfecto, más notorio, de la inhumanidad e irracionalidad básicas de la propiedad privada sobre los medios de producción, ni la de que el proletariado sea la clase que niega a todas las demás, en virtud de que su emancipación propia es al mismo tiempo la emancipación entera de la sociedad humana respecto a la existencia de clases. Esto, desde luego, resulta tan imposible para la burguesía, diremos, aludiendo a un paralelo con el que Marx ejemplificaba sobre el particular, como para el teólogo resulta imposible y esencialmente contradictorio dar explicación de las cosas divinas. Pero la burguesía nacional, no obstante, aborda el problema obrero y establece para él un cierto número de soluciones que pueden llamarse «avanzadas». Explicarse pues cómo ocurre esto, el por qué de que ocurra y las consecuencias que implica, tiene para la conciencia obrera, para la ideología proletaria en México, la más grande significación.

¿Cuál es lo característico, a nuestro modo de ver, en la forma con que la ideología democrático-burguesa mexicana se enfrenta a la cuestión obrera? Lo característico es que tal ideología toma el problema como suyo, en primer lugar; y en segundo, que si bien lo advierte como un problema que afecta a otra clase social que no es la que ella misma representa (al revés de lo que le ocurre con la reforma agraria, puesto que en los campesinos la burguesía no ve otra cosa que su propia imagen en estado popular «puro»), esto no la hace considerar a dicha clase, empero, como antagónica,sino como una clase que pertenece (que debe pertenecer) al conjunto del proceso revolucionario democrático-burgués. (Y desde luego, cuando la clase obrera intenta demostrar su antagonismo, la primera en sorprenderse y «llamarse a robada» es la ideología democrático-burguesa misma.)

Las causas de lo anterior radican en el carácter objetivo con que el problema obrero aparece ante la ideología democrático-burguesa, carácter que se puede resumir en los siguientes trazos:

a] La clase obrera (el movimiento obrero, más concretamente) inicia su participación histórica (para el juicio de la ideología democrático-burguesa) como una fuerza enemiga de los enemigos de la burguesía nacional (las grandes huelgas, anteriores a la revolución, de Pinos Altos, Río Blanco, Cananea, que en realidad constituyen las primeras luchas revolucionarias de masas contra la dictadura porfiriana).

b] La burguesía industrial, que es la explotadora directa y visible de la clase obrera, no solamente no ha participado en esta revolución mexicana ni se siente representada por la ideología democrático-burguesa, sino que puede considerarse, en tanto que enemiga de la revolución y sus ideólogos, al mismo nivel que los hacendados feudales. La revolución mexicana, así, combate por igual a los latifundistas feudales en el campo, como a los que son la réplica de éstos en la industria: los patrones de las fábricas. Para que no haya la menor duda hacia la actitud «revolucionaria» de la ideología democrático-burguesa, esta doble lucha encuentra su expresión jurídica en los artículos 27 y 123 constitucionales.

c] La clase obrera, de tal suerte, no solamente no es enemiga de la ideología democrático-burguesa, sino que pertenece a la revolución mexicana, es parte integrante de la misma y se identifica con ella, puesto que ha comprobado que se trata de una revolución que combate a sus propios enemigos, los patrones industriales del país y las empresas capitalistas extranjeras.

d] Se añade a lo anterior el hecho de que la clase obrera es débil, sin recursos políticos propios, con un peso especifico poco considerable, e ignorante, lo que hace de ella un conglomerado social tan desvalido como los campesinos y que, por ende, requiere del Estado la misma protección y ayuda.

Tal es el cuadro que la ideología democrático-burguesa se forma a la vista de los datos objetivos, indudables, que le proporciona la realidad. Favorece este cuadro la doble circunstancia de que, por una parte, la burguesía industrial no participe en la revolución democrático-burguesa, pese a que esa revolución le pertenece, es suya; y por otra, que la clase obrera participe activamente en esa misma revolución pese a que no le pertenece, no es suya, ni tampoco puede pertenecerle en tanto sea una revolución democrático-burguesa dirigida por la burguesía nacional.

La ideología democrático-burguesa no hace ninguna trampa en este juego; se conduce de acuerdo con lo que ve y con lo que tiene entre manos. Como hemos dicho, transforma su debilidad (el atraso económico del país, la falta de desarrollo industrial, la precaria existencia de una burguesía fabril) en una fuerza (se apoya en las grandes masas revolucionarias del campesinado y de la clase obrera, al mismo tiempo que las desvincula entre sí); y transforma sus limitaciones de clase en virtudes «abstractas» y sin clase, despojando a sus realizaciones históricas del carácter burgués que tienen: la reforma agraria como la integración de la nacionalidad y la «reforma obrera» como un proceso anticapitalista, que terminará por conducir al país (mediante el capitalismo de Estado) al único socialismo posible de acuerdo con la «realidad mexicana».

Empero, la situación histórica real de la clase obrera dentro de este cuadro constituye el reverso de la medalla. Las características de su situación pueden resumirse en los rasgos siguientes:

a] La debilidad orgánica de la clase obrera, necesariamente transitoria durante cierto periodo del proceso del desarrollo, se convierte en la negación de su potencialidad como clase, con la toma del poder y el ejercicio ulterior de ese poder por la burguesía, desde 1917 hasta la fecha, a pesar de las grandes luchas que ha podido librar el proletariado.

b] El no poder la clase obrera luchar por el socialismo -ya que evidentemente, ésa no es la etapa del desarrollo en que se encuentra el país- determina que ese no poder suyo se transforme en el poder de su clase antagónica; de este modo el no poder de la clase obrera se transforma en el poder obrero de la burguesía nacional, que si puede hacer gala, entonces, de que su política «obrerista» es lo que constituye el socialismo verdadero.

c] El poder obrero de la burguesía nacional anula al proletariado como clase independiente y con finalidades históricas propias. Los gobiernos «obreristas» de la revolución democrático-burguesa no son, de tal suerte, sino la negación del proletariado como «la clase radicalmente esclavizada» de la sociedad; como la clase «que no es una clase de la sociedad burguesa»; como el estado social «que es la desaparición de todos los estados sociales» y como la clase cuyos sufrimientos tienen un «carácter universal», sólo universalmente remediables, puesto que, al contrario de lo que dice Marx, tales sufrimientos se pueden superar -y los gobiernos «obreristas» lo «demuestran»- mediante la aplicación de correctivos locales contra los «malos patrones», o sea, mediante ese “derecho especial” (que según Marx no alega para sí el proletariado ya que la injusticia que padece no es, tampoco, una injusticia «especial» sino la injusticia a secas) y que en México constituye toda una rama de la ciencia jurídica: el derecho obrero.

Esta situación de la clase obrera mexicana parece insuperable, porque, en realidad, existe un hecho insuperable en la presente etapa histórica en que se encuentra el país: la imposibilidad de que la clase obrera se plantee, como su objetivo histórico inmediato el de la lucha por el establecimiento del socialismo en México.

Aquí es donde hacen su aparición, frotándose las manos de contento, los ideólogos mexicanos del demo-marxismo. Como la tarea del proletariado, en la presente etapa del desarrollo, no es la lucha por el socialismo, sus propósitos deben cifrarse, en consecuencia, en el impulso del desarrollo democrático-burgués, o para decirlo con su propia formulación, en el «impulso de la revolución mexicana hacia adelante».

Dicho impulso deberá expresarse, desde el punto de vista práctico, en sus términos generales, a través de la lucha por la aplicación de la reforma agraria en gran escala; la industrialización del país y, por ende, la liberación de la economía nacional respecto al yugo imperialista. El instrumento para llevar a cabo este impulso es la formación de un frente único de las clases interesadas en el problema, un «frente patriótico» o «frente democrático de liberación nacional», donde esté incluida la burguesía «progresista». Tal es, en resumen, la posición ideológica del demo-marxismo mexicano.

Ahora bien. ¿Es que no son acaso las metas del desarrollo democrático-burgués, en efecto, las de realizar la reforma agraria en gran escala, industrializar al país y desenajenar su economía de la dominación imperialista extranjera? Evidentemente sí.

Pero el problema no radica tan sólo en tener una conciencia clara de las metas que se propone una etapa determinada del desarrollo: en términos generales y dentro de sus vacilaciones, inconsecuencias y modo de ser histórico, para la burguesía nacional estas metas aparecen en su conciencia con absoluta claridad y precisión; esta perspectiva no es otra, a no dudarlo, sino la misma que se propone la burguesía nacional. El problema, pues, radica en otro punto: ¿qué clase es la que debe y puede dirigir, encabezar la lucha por la obtención de las metas señaladas?

Aquí no hay sino una sola respuesta: el proceso debe ser dirigido por la clase más revolucionaria, que es la clase obrera. Pero, ¿cómo se plantean el problema, de una parte, la ideología democrático-burguesa, y de otra, los representantes del demomarxismo mexicano?

Cuando la ideología democrático-burguesa toma contacto con la clase obrera, aquélla es la ideología dominante, la que se encuentra a la cabeza del proceso revolucionario: no ve, de este modo, en el proletariado, sino a una clase necesariamente subordinada, que constituye una minoría exigua junto a las grandes masas campesinas en que ella misma se sustenta. Por eso del seno de la ideología democrático-burguesa no pueden surgir -al contrario de lo que ocurría en Europa con los representantes más avanzados de la burguesía y de la pequeña burguesía radicales- los ideólogos proletarios, aun cuando queramos suponer que, subjetivamente, algunos de ellos hubiesen deseado serlo.

Pero no se trata de buenos deseos; en esas condiciones no hay socialismo proletario posible y nace entonces el socialismo burgués, el socialismo sui generis de la ideología democrático-burguesa, conclusión a la que inevitablemente llega ésta, de acuerdo con su modo de razonar, a la vista de las magnitudes inmediatas a que se enfrenta.

El demo-marxismo, por su parte, se mueve dentro de una contradicción insoluble en el límite de sus premisas: el proletariado, según lo indican todos los textos, debe ser la vanguardia, debe colocarse a la cabeza del proceso revolucionario, pero el proletariado no puede. «En cambio la burguesía no sólo si puede -se dicen los demo-marxistas con su asustada ‘lógica objetiva’ de buenos y consecuentes filisteos- sino que, lo queramos o no, es la que está al frente del proceso, es la que lo dirige, y tal hecho constituye la realidad, por más que se trate de buscarle por otro lado.»

La salida que encuentra el demo-marxismo a la contradicción en que se mueve, está precisamente a la altura de su espíritu filisteo: la tarea del proletariado en la presente etapa del desarrollo no puede ser otra que la de empujar a la burguesía hacia el cumplimiento de sus fines democrático-burgueses. Es decir, abandonarse a la dirección de la burguesía, dejar en sus manos la conducción del proceso, y protestar de vez en vez cuando la burguesía falte a sus deberes consigo misma. ¡Cuando falte a las oblizaciones históricas que tiene contraídas con su propia clase!

El demo-marxismo, de tal modo, no hace sino convertirse en el reflejo «proletario» del socialismo democrático-burgués, en la vanguardia ideológica más avanzada y radical de la democracia burguesa, y el conductor más solícito y precavido de la burguesía, a la que señala en cada ocasión cuál es la ruta que debe seguir para no apartarse de su trayectoria histórica. En resumen: el demo-marxismo sustituye la conciencia proletaria del desarrollo democrático-burgués, que es la que debe adquirir la clase obrera, por la conciencia democrático-burguesa del desarrollo proletario, que es el estado de enajenación ideológica esencial en que se encuentra la clase obrera mexicana desde la toma del poder por la burguesía en 1917.

¿Cómo ha sido posible esta enajenación de la conciencia proletaria a pesar de que en México existe, desde hace más de cuarenta años, un partido comunista?

Ése es el siguiente problema que abordaremos a continuación.

NOTAS:

1 Rouaix, Pastor. 1945. Génesis de los artículos 27 y 123

de la Constitución política de 1917. Puebla. Citado por

Jesús Silva Herzog, El agrarismo…, cit, p. 247

 

La ausencia de una organización revolucionaria de los trabajadores que dirigiera las huelgas, ha producido graves derrotas, algunas sangrientas.

 
Desde el Comité de Lucha de la Facultad de Filosofía y Letras, Revueltas aprehendió el
movimiento estudiantil de 1968 y teorizó al respecto.

 

CAPITULO IX

Lo que es y representa en la actualidad el Partido Comunista Mexicano, y lo que significa su existencia y funcionamiento en el país durante un poco más de cuatro décadas de vida -aunque esto mismo no sea, desde cierto punto de vista, sino un reflejo secundario del problema-, se resume en el fenómeno esencial que condiciona, de un modo absoluto, la dirección y la naturaleza del desarrollo histórico en los últimos cincuenta años: la falta de independencia de la clase obrera a todo lo largo de este enorme periodo.

¿Cómo se puede explicar un hecho tan inaudito? ¿Cómo ha sido posible que la clase obrera en México no haya podido conquistar su independencia como clase durante cincuenta años?

Cualquiera se puede explicar, por ejemplo, que el proletariado de un país, en virtud de condiciones excepcionales, no se encuentre en situación de ejercer su independencia, pero esto no querrá decir, en modo alguno -si el proletariado de ese país cuenta con un partido de clase, o sea, tiene organizada su conciencia- que a causa de estar impedido de hacer objetiva en la práctica su independencia de clase ya por ello carezca de la misma: la tiene, por lo pronto, subjetivamente, en su partido, aunque la clase obrera pueda estar mediatizada, en circunstancias sin duda transitorias, por la ideología de clases extrañas.

¿Quiere decir que la clase obrera mexicana ha estado mediatizada en absoluto, desde hace cincuenta años, por ideologías ajenas al proletariado? ¿Quiere decir que durante esos cincuenta años no ha habido, siquiera, manifestaciones o intentos del proletariado en México, para actuar de un modo u otro, como una clase independiente?

Para dar una respuesta satisfactoria a las preguntas tendremos que comenzar desde el principio.

Esto es, el problema nos lleva a la necesidad de explicar en qué consiste el concepto de la independencia misma, con todo y tratarse de una de las cuestiones más elementales del marxismo-leninismo.

Sucede en México, a causa del olvido e indiferencia sistemáticos que se mantienen hacia los principios, sin contar el estudio puramente doctrinario, formal y no teórico que se hace de los mismos (cuando se hace) como si se tratara del aprendizaje de lenguas muertas y no de adquirir los instrumentos vivos necesarios para la acción, que resulta imprescindible cada vez la tarea de restablecer en su sentido original, en su acepción primigenia, los términos más comunes de que se sirve el lenguaje político del socialismo científico. Esto, que pudiera acusar un estado general de ignorancia, no indica precisamente tal cosa -pues en México, a medida en que se comprende menos y se deforma más el marxismo, aumenta en proporción inversa el número de los eruditos «marxistas» y de los «marxólogos «- sino tan sólo que tal hecho no es otra cosa que el resultado de la asfixiante y casi impenetrable atmósfera oportunista en que se mueve la realidad ideológica mexicana en su conjunto desde hace muy largo tiempo.

La mal llamada “izquierda mexicana” no ha podido -y peor aún-, no ha querido escapar a esta atmósfera de descomposición, y si no hubiera ningún otro, ya éste sería por sí mismo el síntoma más grave de la situación en que se encuentra, puesto que ha llegado al punto crítico en que necesita de tal atmósfera para seguir medrando. Dentro de esta «izquierda mexicana» está comprendido, por supuesto, el sedicente movimiento «marxista» de todos los matices que, como dijera Mehring, si no me equivoco, está constituido por ese tipo de charlatanes y vociferantes, oportunistas unos y sectarios otros, que habiendo mal aprendido y olvidado las enseñanzas de Marx, ya no hacen otra cosa -cito de memoria- que «vivir a expensas de los créditos de El capital», o sea de las ventajas y consideraciones que reporta ser un falso marxista ó un melifluo y ambidiestro «compañero de ruta» del proletariado.

El concepto de la independencia de la clase obrera, pues, se ha falsificado de mil formas en México por los impostores de la ideología marxista, pero no por un azar, sino por un determinante histórico: la independencia proletaria constituye el punto clave, esencial, de las relaciones de clase en la sociedad mexicana contemporánea, y en su inexistencia se sustenta el papel dominante que ejerce la burguesía y su gobierno dentro de esas relaciones de clase, de ahí el interés que se demuestra en velar, oscurecer, deformar y escamotear el problema por parte de los ideólogos, y de reprimir mediante la fuerza cualquier síntoma de sus manifestaciones, por parte de las autoridades.

Pero en fin, ¿en qué consiste la independencia de la clase obrera, la independencia de clase del proletariado?

Volvamos a la raíz de la cuestión refiriéndonos de nuevo a los principios enunciados por Marx respecto al significado histórico de la clase obrera como la clase que, por resumir en ella el absoluto de la irracionalidad de las relaciones capitalistas, por representar la enajenación suprema del hombre a su no-ser humano, a la condición de su inhumanidad completa, total, es la clase que con su solo nacimiento anuncia la desaparición de las clases y se instituye en el sepulturero del capitalismo y de todo régimen social que se sustente en la propiedad privada.

Transcribimos los párrafos finales del prefacio a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Dice Marx:

Cuando el proletariado anuncia la disolución de todo el orden hasta ahora existente, expresa sólo el secreto de su ser, puesto que él es la práctica disolución de ese orden de cosas. Cuando el proletariado quiere la negación de la propiedad privada, sólo eleva como principio de la sociedad lo que la sociedad ha elevado como su principio, lo que en él sin su cooperación, está ya personificado como resultado negativo de la sociedad. […]

Así como la filosofía encuentra en el proletariado su arma material, así el proletariado halla en la filosofía su arma espiritual, y apenas la luz del pensamiento haya penetrado a fondo en este puro terreno popular, se cumplirá la emancipación del alemán en hombre.

Lo primero que salta a la vista en los precedentes párrafos es el carácter activo, actuante, con que Marx considera la existencia del proletariado, hecho que tiene una significación extraordinaria y del cual se derivan conclusiones de enorme trascendencia, por cuanto el proletariado comienza por actuar, ante todo, en la propia cabeza de Marx, en su pensamiento teórico. Es decir, Marx advierte al proletariado como una entidad social que anuncia la disolución del orden social y que expresa con esto el «secreto de su [propio] ser», ya que dicho ser representa la disolución prácticadel orden de cosas existente; el proletariado, de tal modo, no existe como una masa quieta, pasiva, amorfa, inerte: anuncia, expresa, hace una práctica. Este existir en movimiento del proletariado, y el carácter de tal movimiento como negación de la propiedad privada, negación que es el principio de la verdadera sociedad humana en contra del principio de propiedad en que aquélla se basa, singularizan al proletariado del resto del conglomerado social, lo definen, le dan una fisonomía distinta y propia, a lo que si se añade el hecho de estar representado en su persona, involuntariamente, «sin su cooperación», lo negativo de la sociedad, constituyen entonces, ahora sí con su cooperación, determinaciones conscientes del proletariado que transforman en positiva la negatividad socialde la que él mismo no es sino el producto.

Hemos dicho que de las palabras anteriores de Marx se derivan conclusiones de enorme trascendencia por cuanto el proletariado comienza por actuar, en la propia cabeza de Marx, en su pensamiento teórico. Quiere decir que para penetrar en el contenido de lo que Marx nos dice, y entender el fenómeno proletariado en la totalidad de lo que representa su existencia, debemos establecer dos aspectos de la misma: a] su existencia objetiva, y b] su existencia en la cabeza de Marx, es decir, su existencia en la teoría, pero no en una teoría tomada al azar, sino precisamente en aquella que se desprende de su existencia objetiva.

Marx advierte objetivamente el existir del proletariado dentro de las siguientes condiciones históricas (que se distinguen fundamentalmente de sus condiciones inmediatas de explotación en las fábricas):

a) una clase que aparece en el conglomerado social como una clase independiente por su singularidad, por los rasgos y características propios que la definen y la hacen en absoluto distinta a cualquier otra clase de las que existen o hayan existido en el pasado;

b] que nace de la sociedad burguesa pero que no pertenece a ella ni esa sociedad es suya, antes por el contrario, es una sociedad que personifica en el proletariado («sin su cooperación», sin el consentimiento de éste) todo lo que ella misma constituye, en su conjunto, como una sociedad negativa;

c] que es una clase cuyo nacimiento forzoso se debe a la propiedad privada sobre los medios de producción, por lo que, en consecuencia, forzosamente tiene que sublevarse contra esa propiedad privada, lo que la convierte, así, en la negación necesaria de la misma;

d] que, entonces, como negación de la propiedad privada, expresa esta negación bajo la forma del movimiento a que todas las fuerzas sociales están sujetas en un sentido u otro, pero que en la clase obrera es un movimiento forzosa y necesariamente dirigido por sí mismo, por su propio impulso, contra dicha propiedad privada. Luego, pues, que la existencia de la clase obrera como movimientoque se dirige contra la propiedad privada es la única forma de ser de este movimiento, y no ninguna otra (pues entonces dejaría de ser un movimiento proletario), así como su propio existir en movimiento no es sino también la única forma humana que tiene de existir.

Detengámonos en este último aspecto de la cuestión: el existir del proletariado en su condición de ser la parte negativa del movimiento de las fuerzas sociales dentro de la sociedad capitalista, como movimiento que por si mismo se dirige en contra de la propiedad privada, mientras las otras fuerzas de la sociedad, a través de los más diversos medios compulsivos, físicos y espirituales, Estado, leyes, policía, religión, etcétera, representan la parte positiva del movimiento a favor de tal propiedad privada.

¿Qué significa el hecho de que el ser de la clase obrera se dirija por sí mismo contra la propiedad privada? Significa que este hecho -siendo totalmente no humano, “sin su cooperación”, sin que ponga nada de su parte para que así sea, el existir de la clase obrera- es la parte en que trata de reivindicarse por sí misma, sin ningún otro auxilio, la condición humana del proletariado.

Ahora bien; ¿cuál es el factor determinante para que esto sea una forma en que el proletariado trata de reivindicar su condición humana? La respuesta nos está dada en el enunciado mismo del problema: es el impulso negativo e involuntario de que socialmente aparece provisto el proletariado, contra la propiedad privada, cuando este impulso se expresa, voluntariamente, con su cooperación, en cierto número, como dijimos más arriba, de determinaciones conscientes; o sea, que lo humano de la clase obrera radica en su conciencia, en su voluntad, al principio puramente instintiva, de volverse humana.
Argentina: Trabajadoras desalojadas de la fábrica tomada y
autogestionada <<Brukman>>, en pie de lucha.
Estas determinaciones conscientes, sin embargo, no pueden ser sino limitadas en tanto que son el fruto de una percepción parcial que los obreros (y adviértase que no decimos la clase) se forman delas circunstancias inmediatas de explotación en que se encuentran, y en tanto que el impulso que las produce es una virtud intrínseca que se desprende por sí misma de tales circunstancias. Por ello, el propio Marx, en los párrafos suyos que venimos comentando, no se refiere al carácter específico de la situación en que puedan encontrarse los obreros de tal o cual empresa fabril, sino a lasituación histórica en que se encuentra la clase en su conjunto, el proletariado, respecto a la propiedad privada. Quiere decir que las determinaciones conscientes de que hablamos son espontáneasy que el hecho de ser conscientes no constituye sino una parte de la conciencia total, no es la conciencia «completa», aunque representa las premisas “naturales” de lo que es la conciencia verdadera, histórica, del proletariado, no inventada ni sobrepuesta románticamente, como vacuo «humanitarismo» sentimental sobre sus destinos, sino la conciencia teórica que resulta del despliegue científico de esas mismas premisas en que necesariamente se ha sustentado. (Decía Lenín: “el elemento espontáneo no es sino la forma embrionaria de lo consciente”.)

Cuando Marx, de tal modo, adjudica al proletariado la potencialidad de anunciar la disolución del orden existente, de negar la propiedad privada y de ser la práctica de dicha negación, de dicha disolución, no hace otra cosa que revelar «el secreto de su ser», formular aquello que está implícito, pero no visible, en la situación que el proletariado ocupa en el orden social, y, con ello, volver consciente de esta potencialidad, dentro de su propia cabeza proletaria, que es la de Carlos Marx, al proletariado mismo.

En dicha forma, lo que en el proletariado no representa sino un impulso instintivo, que se representa de modo espontáneo, por sí mismo, en tales o cuales determinaciones conscientes, enderezadas tan sólo contra las simples consecuencias más visiblemente irracionales de aquello que en él se personifica, “sin su cooperación”, en forma compulsiva y obligada, “como resultado negativo de la sociedad” (trabajo asalariado, enajenación humana, etcétera), con la cooperación de Marx, en cambio, deja de ser ese simple instinto de clase para convertirse en su pensamiento teórico, en la autoconciencia que lo establece como una clase social determinada, con fines determinados y que, de “la práctica disolución” que es del orden de cosas existente, lo hace practicar dicha disolución como un acto científicamente dirigido y coordinado, dentro de un sistema de ideas que no se limita tan sólo a concebir la realidad, sino que a su vez la transforma.

La situación social de la clase obrera, pues, en la medida en que el pensamiento teórico la sistematiza, descubre sus relaciones inaparentes e internas («el secreto de su ser») y deduce de ellas su papel y proyección históricas, se refleja entonces en la propia clase y transforma sus determinaciones conscientes, esporádicas y espontáneas, en conciencia organizada, dirigida, de su ser, de su existir como tal clase específica y con tareas específicas y propias. La conciencia de clase, de este modo, representa la fusión de la clase obrera misma con el pensamiento teórico, la unidad de ciencia y conciencia, de teoría y práctica, donde “la cabeza de Marx” (esto es, el pensar del proletariado, el construirse teóricamente a sí mismo dentro de esa cabeza) no desempeña sino el papel de ser «el exponente consciente» de un «proceso inconsciente» (Lenin).

Esto es lo que permite decir a Marx que «así como la filosofía encuentra en el proletariado su arma material, así el proletariado halla en la filosofía su arma espiritual». Si aplicamos entonces estos conceptos a los problemas de la conciencia e independencia de la clase obrera, los resultados no pueden ser más evidentes. Se deduce así que la forma de ser de la conciencia proletaria, es laconciencia organizada que «halla en la filosofía su arma espiritual», y la forma de ser de su independencia como clase es la acción, el movimiento, como acción y movimiento dirigidos por tal conciencia, la que encuentra de ese modo, en el proletariado, «su arma material» de realización.

En las palabras de Marx que hemos examinado están contenidas, así, las premisas de la necesidad del partido proletario de clase, que bajo su doble aspecto de filosofía que al mismo tiempo constituye un arma espiritual y material, «cumplirá la emancipación» del proletariado «en hombre», «apenas la luz del pensamiento haya penetrado a fondo en este terreno popular».

Después de lo expuesto podemos resumir las nociones sobre lo que es y lo que significa la independencia de la clase obrera, en los siguientes puntos.

a] El proletariado es una clase independiente en sí misma, como tal clase, respecto a la sociedad burguesa tomada en su conjunto. Esta independencia se manifiesta, entonces, en la acción que ejerce el proletariado contra dicha sociedad y que, por ende, es una acción que lo singulariza, que lo pone en evidencia como una clase que no pertenece a dicha sociedad, que no se hace solidaria de ella, y que se propone disolverla en tanto que sociedad no-humana.

b] Sin embargo, esta acción de la clase obrera, considerada también en sí misma (del mismo modo que, en sí mismo, el proletariado es independiente) no corresponde a una conciencia completa ni sistemática de todo lo que constituye la sociedad burguesa en su totalidad; es una acción consciente tan sólo en un grado mínimo y que se produce contra la injusticia que representan lasconsecuencias prácticas más inmediatas y visibles de la sociedad burguesa, pero no contra la injusticia esencial que encarna la propia existencia en sí de dicha sociedad. De aquí que las acciones espontáneas de la clase obrera, si bien expresan ciertas formas «naturales» de su ser independiente, no constituyan su independencia real, pues se reducen a manifestarse como simples luchas obreras pero no de la clase obrera.

c] Abandonadas entonces a su propio y solo impulso espontáneo, estas luchas no pueden hacer independiente, en la práctica, a la clase obrera, porque no le proporcionan, por sí mismas, una conciencia de lo que es como clase independiente enemiga de la injusticia esencial de la sociedad burguesa y no sólo de las consecuencias locales, particulares, en que se manifiesta tal injusticia, y contra las que dirige su acción espontánea. Para que la clase obrera, así, ejerza su independencia en el momento oportuno, necesita verla objetivamente, necesita ver reflejada su propia figura en el espejo de la acción, como una clase social independiente, y saber entonces que no sólo para el resto de la sociedad, sino para sí misma también, es esa clase única, distinta, con intereses propios y con un papel especifico que sólo ella puede desempeñar hasta el fin. Pero esto no lo puede hacer la clase obrera sin sus ideólogos proletarios. Corresponde a los ideólogos proletarios la tarea de dar a la clase obrera su conciencia en una forma organizada, es decir, organizar esa conciencia instituyéndose ellos mismos en el cerebro colectivo que piense por la clase, para la clase y con la clase.

¿Qué significa esto?

Primero: que la ideología obrera, ya organizada como conciencia de clase, esto es, dueña ya del instrumental científico que se necesita (teoría de la clase, conocimiento de las leyes del desarrollo, etcétera), al pensar por el proletariado establece aquellas peculiaridades propias y concretas de su existir que sean diferentes a las del proletariado de otros países; conoce su historia y su formación particulares, sus relaciones con las demás clases, el estado del desarrollo histórico del país, el peso específico que tiene la clase obrera, los problemas económicos y sociales que confronta en el país la sociedad capitalista y el nivel en que se encuentra, etcétera, para a la vista de estos datos trazar la estrategia y la táctica a seguir por el proletariado, o sea las metas por conquistar y los medios para alcanzarlas.

Segundo: que al pensar para la clase obrera, la conciencia organizada comienza por formular las consignas que la movilicen y la hagan luchar, pero por supuesto, no cualquier clase de consignas caprichosas o improvisadas, sino precisamente las que se necesitan y ya están implícitas en la realidad, en el sentido en que Lenin decía que «cada consigna debe derivar siempre del conjunto de peculiaridades que forman una determinada situación política». Pero hay más: tampoco se trata de movilizar y agitar a las masas tan sólo por darse el gusto de hacerlo, pues tal cosa, evidentemente, no sería pensar para la clase obrera, es decir para y a favor de sus intereses históricos, socialistas, sino para y a favor de otras clases sociales. Por ejemplo, una consigna falsa puede movilizar a las masas y a ciertos sectores obreros, en determinadas circunstancias, contra los campesinos (y en México ha ocurrido); pero una movilización de tal naturaleza, así hayan podido participar las masas obreras en ella, no será nunca una movilización proletaria, sino antiproletaria. Hay pues una norma, una base de principios que debe regir la elaboración de las consignas. Esta norma no es otra que la de establecer siempre una relación armónica, no contradictoria, entre las consignas elaboradas para una situación inmediata y los fines históricos de la clase. Una ruptura de esta armonía o la existencia de una situación contradictoria entre las demandas inmediatas de la clase obrera y sus fines históricos mediatos despojan al movimiento de la clase obrera de su contenido proletario y lo convierten en un movimiento burgués, que pretende «corregir» los aspectos más irracionales e inhumanos del sistema capitalista, pero no la inhumanidad e irracionalidad mismas en que tal sistema se funda. Esto ocurre, como lo hemos dicho, cuando las masas obreras están abandonadas a sus luchas espontáneas y carecen, por ende, de una dirección consciente, de una conciencia organizadaque las dirija, o cuando el factor consciente que dirige sus luchas no representa a la ideología proletaria, sino que la suplanta, la deforma y actúa bajo el disimulo de una fraseología radical y «obrerista» pero de hecho constituye una dirección burguesa del movimiento obrero.

Tercero: que al pensar con la clase, la conciencia organizada encuentra en la clase misma el arma material para realizarse como conciencia proletaria, es decir, ya no es una conciencia que esté sola, aislada, sino que, al haber logrado que el pensamiento teórico, la ideología proletaria, se «enseñoree» de las masas, se aduene de ellas, ahora dispone de una fuerza material para la conquista de sus objetivos históricos. Éste es el punto preciso donde comienza el ejercicio práctico de la independencia de la clase obrera. Tratemos de explicarnos el proceso que permite a la clase obrera llegar a este punto.

Las fases anteriores del proceso: pensar por y para la clase obrera no son sino una preparación de la fase siguiente, pensar con la clase obrera.

Quiere decir que este con no es arbitrario, sino que está determinado por los requisitos que le imponen el por y el para, de los cuales depende del modo más estricto y riguroso. Si se rompe esta interrelación en cualquiera de sus componentes, esto indicará que la conciencia no es proletaria, que es una conciencia deformada de la clase obrera. Por ejemplo, si la conciencia piensa con un sector -aunque sea muy numeroso- de las masas obreras cuando éstas no quieren otra cosa sino obedecer al impulso espontáneo y al parecer irrefrenable de lanzarse a la lucha sin que les importen las circunstancias en que esa lucha deba librarse, la conciencia deja de funcionar, en el acto mismo, como conciencia de la clase, para convertirse, simplemente, en una conciencia de la espontaneidad que se deja conducir a donde el impulso inconsciente de las masas quiera conducirla.

Aquella lucha obrera donde la conciencia ha capitulado ante la irracionalidad del impulso espontáneo, termina por perjudicar, de un modo u otro, a los intereses históricos de la clase obrera en su conjunto, porque la conciencia, en lugar de pensar con la clase, es decir, con la racionalidad histórica que conduce a la clase obrera hacia la conquista de sus fines, rebaja su nivel de cono-cimiento y de dirección a que éstos no actúen de otra manera sino con la misma inconciencia de las masas. Del mismo modo la conciencia deja de ser proletaria y se deforma como conciencia obrera, si en lugar de pensar por y para el proletariado, piensa por y para los intereses que ella misma se inventa como si fueran los intereses de la clase proletaria en ésta o la otra etapa del desarrollo histórico. En este caso el resultado será una de dos cosas: o el oportunismo de estar con las masas sin finalidad alguna, para, como dice Lenin “determinar el comportamiento de un caso para otro, adaptarse a los acontecimientos del día, a los virajes de las minucias políticas, olvidar los intereses cardinales del proletariado y los rasgos fundamentales de todo el régimen capitalista, de toda la evolución del capitalismo, [y] sacrificar estos intereses cardinales en aras de las ventajas reales o supuestas del momento”, o el sectarismo que impide estar de verdad con las masas cuando la situación objetiva ha madurado y ofrece todas las condiciones favorables para encabezarlas en la lucha de clases.

Repetimos: el ejercicio de la independencia de la clase obrera consiste, pues, en la acción de las masas dirigidas por la conciencia organizada de la clase, o sea, por su partido proletario, en las condiciones forzosas y únicas que determinan que una conciencia socialista, general y abstracta, se convierta verdaderamente y de modo auténtico en ese partido de clase, a saber: a] dominio de la teoría, del método marxista-leninista; y b) demostrar que se sabe pensar por, para y con la clase obrera en concreto, objetivamente y de acuerdo con la realidad, para poder conducir la acción de las masas, la fuerza material que representan, como acción proletaria de clase y no como cualquier acción gratuita y carente de metas históricas, o que no sean las metas históricas del proletariado.

El concepto resumido en el párrafo anterior, sin embargo, no es sino un esquema ideal, donde la clase obrera realiza su independencia de clase, la ejerce en las condiciones mejores. Esto no quiere decir que el proletariado no pueda llegar a encontrarse en esas condiciones y la experiencia internacional demuestra que, por el contrario, dichas condiciones constituyen un punto al que tiene que llegar la clase obrera, de modo inevitable, en todos los países.

Queremos remarcar con lo anterior la circunstancia de que la acción independiente de la clase obrera y la dirección de ésta por la ideología proletaria es un proceso, es un fenómeno que se produce como resultado de una serie de acciones parciales y de experiencias vividas por la clase obrera misma, que la hacen madurar como clase y le permiten participar en la lucha cada vez con una mayorconciencia histórica de sus fines.

O sea, la clase obrera, que nace como clase esencialmente Independiente, lo es, sin embargo, en sí misma, en potencia. Sus acciones espontáneas, por ende, sólo representan una independencia relativa, que, sin una dirección proletaria consciente, devienen, de modo inevitable, en movimientos favorables a la sociedad burguesa, a la ideología burguesa dominante, bien en una forma positiva o bien en una forma negativa. La forma positiva (desde el punto de vista de la sociedad burguesa, pero negativa desde el punto de vista proletario) es cuando dichas acciones espontáneas tienden a «corregir» determinados aspectos de la explotación capitalista y con ello crean en las masas proletarias la ilusión de que la sociedad burguesa puede «corregirse» por sí misma mediante la presión de la clase obrera, pero sin que ésta tenga la necesidad de adueñarse del poder. La forma negativa es cuando las acciones espontáneas de las masas obreras son aplastadas por el aparato represivo de la burguesía, las agrupaciones obreras son disueltas y el movimiento obrero es condenado, durante un cierto tiempo, a la dispersión y a la inactividad.

Estas dos formas en que desemboca inevitablemente la espontaneidad de las luchas obreras, cuando todavía no aparece la conciencia proletaria verdadera, adquieren, con el desarrollo orgánico de las masas proletarias (aumento de su número y de su concentración en los grandes centros industriales), una especie de segunda naturaleza deformada de su conciencia, es decir, las que antes eran acciones espontáneas dejan de serlo, pero de un modo artificial por cuanto que la conciencia que las dirige no se basa en el desarrollo natural y cierto de la clase obrera (como la clase más esclavizada de la sociedad y la que niega las clases, etcétera), sino que actúa sobre la base de falsos supuestos de ese desarrollo. De tal suerte, de la forma positiva y la forma negativa que adoptan los resultados de la espontaneidad, surgen respectivamente, en lo fundamental, dos corrientes de la conciencia obrera deformada: a] el reformismo y b] el anarco-sindicalismo. El reformismo pretende, así, «reformar la sociedad burguesa por medio de la obtención de buenos contratos de trabajo, promulgación de leyes protectoras del obrero e, incluso, una participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas, pero sin proponerse la destrucción del sistema capitalista. (A este respecto resulta más que significativa la actitud que pretende asumir el partido reaccionario de Acción Nacional, el que establecería entre sus demandas «obreras» precisamente la de una participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas.)

El anarco-sindicalismo, por su parte, pretende que los resultados negativos de la lucha (la represión violenta de las huelgas, el encarcelamiento de los trabajadores por la burguesía) tienen la virtud de «educar» a las masas proletarias y de abrirles los ojos respecto a la naturaleza brutal y despiadada que tienen el sistema capitalista y el Estado que lo representa.

La conciencia proletaria verdadera niega estas dos posiciones por igual. Por una parte, la conciencia proletaria no renuncia a obtener ventajas para los trabajadores, contratos de trabajo más benéficos, leyes protectoras, etcétera. Pero plantea la obtención de estas conquistas tan sólo como un punto de apoyo, no únicamente para obtener mas y mejores beneficios inmediatos, sino para fortalecer las posiciones de la clase obrera y darle una noción precisa de su fuerza y de su independencia, hecho que le permitirá, con la estrategia y táctica de lucha más adecuadas, plantearse en el momento oportuno, como tarea inmediata, la subversión del orden social existente, comenzando con la toma del poder.

Por otra parte la conciencia proletaria no lanza a las masas a la lucha para que el movimiento sea derrotado, sino para que resulte victorioso. Todo educa a las masas, las victorias y las derrotas, siempre y cuando las masas tengan conciencia de ello y puedan elevar la experiencia de que se trate al nivel de una enseñanza ideológica que les proporcione nuevas y más eficaces armas para las luchas futuras. Pero la conciencia proletaria toma la derrota, siempre y en todos los casos, como una eventualidad involuntaria que se deberá a situaciones objetivas no previstas que resultaron ser más poderosas que la acción obrera. Conducir deliberadamente las luchas obreras a la derrota es antiproletario y constituye objetivamente un acto criminal, que no admite justificación «teórica» de ninguna especie.

Visto el fenómeno precedente desde las posiciones de lo que es la independencia de clase del proletariado, existe, sin embargo, una alternativa más. A pesar de que las luchas obreras carezcan de una dirección proletaria consciente y organizada, su impulso puede ser tan poderoso en un momento dado, que rebase la mediatización que sobre ellas esté ejerciendo o haya ejercido la falsa conciencia proletaria reformista. Esto ha ocurrido cuando la corriente anarco-sindicalista del pensamiento obrero -que representa la fase primitiva del desarrollo de la conciencia proletaria- se ha enseñoreado de las grandes masas y éstas se lanzan impetuosamente a la lucha bajo su influjo, sin que nada sea capaz de contenerlas. Un ejemplo de tal caso es la gran huelga general de Barcelona en 1907, dirigida por los anarquistas. Evidentemente esta gran acción revolucionaria del proletariado catalán fue un ejemplo grandioso de su independencia de clase, aunque no lo haya podido conducir a la victoria.

El anarquismo y el anarco-sindicalismo han perdido ya cualquier influencia en el movimiento obrero en todos los países y de hecho han dejado de existir. Pero en el pasado representaron un factor considerable y, pese a lo equivocado de su táctica y de sus perspectivas, las grandes luchas encabezadas por ellos fueron expresiones evidentes de la independencia del proletariado como clase

Concluimos, pues, que la independencia de clase del proletariado puede manifestarse, y se ha manifestado, a pesar de que no cuente aún con la dirección de su verdadera conciencia socialista organizada, hecho que tiene una gran importancia para el estudio del desarrollo de la ideología proletaria en México, precisamente porque la clase obrera de nuestro país no cuenta todavía con esa conciencia organizada.
Trabajadores de base del Sindicato Mexicano de Electricistas,
rechazando la privatización y la reforma laboral.

 

CAPITULO X

Para entender el fenómeno de la conciencia histórica de la clase obrera por lo que se refiere a las vicisitudes con que ha tenido que tropezar en México, es preciso, entonces, metodológicamente, dividirlo en dos aspectos: a] el proceso de desarrollo e integración de la ideología proletaria, y b] las acciones independientes de la clase obrera.

Así como, en general, la forma superior de la ideología proletaria, el socialismo científico, no se le dio a la clase obrera de golpe, de una vez y para siempre, del mismo modo, en cada país, la ideología proletaria ha de recorrer diferentes etapas de su desarrollo hasta convertirse en la ideología histórica de la clase obrera del país de que se trate. Si la ideología proletaria no cumple este requisito, no se hace histórica respecto al país donde aparece, su existencia no será real, carecerá de raíces verdaderas entre las masas, e inevitablemente no representará sino un obstáculo en el camino de la emancipación de la clase obrera.

Aquí se plantea, empero, una cuestión cargada de implicaciones. La ideología proletaria es un fenómeno histórico en sí misma: ha surgido de un proceso histórico, tiene ya una existencia histórica que nadie puede negar.

¿En qué condiciones, que deberán ser, en verdad, muy especiales, la ideología proletaria puede no llegar a convertirse en la ideología histórica de la clase obrera en un país determinado? ¿Qué causas pueden ser las que hagan marchar por un lado a la ideología proletaria, y por el otro a la clase obrera?

Daremos respuesta a las dos preguntas.

Primera. La ideología proletaria no se convertirá en la ideología histórica de la clase obrera de un país determinado si no se convierte al mismo tiempo en la conciencia determinada y concreta de la clase obrera del país de que se trate.

Quiere decir, la ideología proletaria es histórica en tanto que doctrina universal, en tanto que ideología socialista, que socialismo científico. Tiene que adquirir, entonces, su historicidad nacionalrespecto a la clase obrera de cada país: esto es, qué aspectos y qué formas particulares revestirá su fusión concreta con la clase obrera de dicho país. Como esta fusión entre la ideología proletaria y la clase obrera ya se ha operado histórica y universalmente en la conciencia socialista, en un país dado tendrá que serlo como la conciencia (universal) socialista pero específica de la clase de acuerdo con las vías propias, nacionales, de las perspectivas del desarrollo hacia el socialismo. Establezcamos entonces como dos aspectos diferentes y separados del mismo fenómeno (encuentro de la clase obrera con su ideología), por una parte, a la ideología proletaria, y por la otra a la conciencia obrera concreta, o en otras palabras: al ser teórico de la clase y a su modo de ser práctico en la realidad nacional.

Segunda. La causa de que la ideología proletaria y la clase obrera puedan marchar por separado, no marchen una al encuentro de la otra, no se fundan, radicará pues en el hecho de que la ideología proletaria no haya sabido encontrar el camino para devenir en la conciencia organizada de la clase; no haya sabido ni podido organizar esa conciencia con el método y en la forma particulares que se derivan de la situación específica que ocupe la clase en el conglomerado social, sus relaciones inmediatas e históricas, las influencias ideológicas extrañas de que sea víctima, etcétera.

El resultado, entonces, será que la ideología proletaria se convierta en una mera actitud formal, necesariamente dogmática y fetichista y sustituya la conciencia verdadera (lo que debe ser esa conciencia) por una conciencia deformada cuya primera característica consistirá en la imposibilidad en que se encuentra de conocerse a sí misma como tal deformación, porque se lo impide advertirlo el carácter oscilante, versátil, equívoco y lleno de espejismos, que adoptan por fuerza sus relaciones con las masas obreras: unas veces a la cabeza de determinadas luchas proletarias y otras veces al margen de las mismas; unas veces a la cola de las acciones espontáneas, arrastrada por ellas, y otras condenándolas de un modo arbitrario, pero siempre a merced de los acontecimientos y sin brújula alguna que pueda conducirla a traves de la marea de la lucha de clases.

Éste es el destino que la realidad peculiar de clase y del desarrollo histórico han deparado en México a la ideología proletaria, pero tal hecho, también, ha sido el producto de un proceso.

Para comprender dicho proceso, dentro del carácter no exhaustivo del presente ensayo, comenzaremos por examinar los antecedentes históricos de la ideología proletaria en México.

¿En qué punto de la historia del movimiento obrero mexicano debe considerarse el arranque de dichos antecedentes? Aquí es preciso que hagamos una salvedad necesaria por cuanto a lo que exigiría, en tal aspecto, un trabajo medianamente riguroso de investigación académica.

La historia obrera de la segunda mitad del siglo XIX en nuestro país ofrece gran número de antecedentes de la ideología proletaria, de los que, por cierto, hay una minuciosa referencia en el libro de Alberto Bremauntz Panorama social de las revoluciones de México.

Sin embargo, aunque tales datos deberán ser investigados y estudiados para algún trabajo ulterior, en éste nos ceñiremos a examinar tan sólo -y ya está dicho que no con la profundidad que se requiere- lo que representan el magonismo y Ricardo Flores Magón, como la más genuina corriente ideológica proletaria en el proceso de la revolución mexicana democrático-burguesa. Son, de tal modo, las actividades revolucionarias de Flores Magón (Ricardo) y de los magonistas, el punto de arranque donde hay que colocar, a nuestro modo de ver, los antecedentes contemporáneos de una conciencia socialista, propia, nacional, de la clase obrera mexicana.

Resulta por demás significativo que Ricardo Flores Magón no sea considerado por los ideólogos democrático-burgueses como una de las figuras representativas de la revolución mexicana y que la historiografía oficial no lo cuente, tampoco, entre sus prohombres. Ésta es una distinción que evidentemente honra en alto grado a la vida, a la persona y a la actividad revolucionaria de Ricardo Flores Magón como auténtico precursor proletario de la ideología socialista en nuestro país.

La historiografía burguesa deja en manos del escritor reaccionario Victoriano Salado Álvarez la tarea de señalar, «desde el otro lado de la barricada» y con un indudable odio de adversario histórico, que engrandece aún más a Flores Magón, el sitio que éste ocupa en el panorama de la lucha de clases en nuestro país. El historiador Agustín Cué Cánovas, en su libro sobre Flores Magón y la pretendida acción filibustera del magonismo en Baja California (enero de 1911), transcribe con gran perspicacia alguno de los párrafos que Salado Álvarez consagra en sus memorias a Flores Magón, pero Cué Cánovas se queda corto y no menciona otras referencias igualmente o más reveladoras, del escritor reaccionario, que constituyen un testimonio ideológico inapreciable respecto al contenido proletario de la actividad política magonista.

Salado Álvarez, con un cinismo en realidad asombroso, pero que parece no causarle el menor desasosiego -y que ante sus propios ojos se justifica del modo más natural por tratarse de la lucha contra «los comunistas»- no tiene el menor escrúpulo de confesar, con insolente desenfado, los tristes manejos de polizonte y delator a que se entrega, como funcionario de la embajada porfirista en Washington, a fin de hacer reprimir, por las autoridades norteamericanas, las actividades que en Estados Unidos llevaban a cabo Flores Magón y sus partidarios, que en fin de cuentas también eran compatriotas suyos. Casi es «delicioso» escucharlo. Hélo aquí:

Se perseguía a los comunistas casi con negligencia, y se utilizaban los servicios de agencias policíacas de poco crédito porque se creía contar con el auxilio seguro de la justicia americana. Nada menos en la primavera de 1909, es decir, en vísperas de la revolución, el attorney general Wickersham me refería que por la querella del gobierno mexicano y por otros varios datos bien claros que en Washington se habían puesto como un cabello, los magonistas quedaban condenados no a ocho meses de arresto, sino a año y medio de prisión en penitenciaría.

Yo me había dado cuenta de la importancia de la propaganda porque leía muchos de los papeles que de ultrabravo se mandaban, y porque veía la impresión que hacían en el público los ejemplares de Regeneración.

Por eso, apenas llegado a Washington sometí a la consideración del embajador Creel un plan para la persecución de los comunistas en uno y otro lado de la frontera.

Si se hace caso omiso de la vergonzosa actitud de Salado Álvarez, el hecho histórico que queda en pie en medio de sus indecorosas confidencias, tiene una importancia de primer orden por cuanto a establecer la categoría política del magonismo. Esto que narra Salado Álvarez ocurre en 1909. Pocos meses más adelante Madero y sus correligionarios políticos constituyen la Junta Revolucionaria en San Antonio, Texas, y para ellos no solamente no hay la menor persecución del gobierno de Washington, sino que aun se les presta apoyo y se les permite adquirir armas de modo irrestricto, circunstancia que determina, desde el punto de vista político, la caída del dictador Díaz. Era evidente que en Ricardo Flores Magón la burguesía imperialista norteamericana descubría al enemigo irreductible, y no al aliado potencial y obsecuente que esperaba encontrar en Francisco I. Madero.

Para ya no volvernos a ocupar más de Salado Álvarez en el aspecto de sus deplorables actividades político-policíacas -cuando, por otra parte, su obra literaria, en particular los Episodios nacionales,es tan digna de estimación y de respeto- citaremos por último el juicio que le merece la persona de Flores Magón, y cómo no puede menos de descubrir en él algo que lo hace distinto, algo que lo singulariza respecto a los revolucionarios democrático-burgueses contemporáneos, y a lo que, desde luego, Salado no acierta a darle nombre, pero que le infunde ese vago temor supersticioso ante las fuerzas históricas desconocidas con que viven angustiadas las clases poseyentes. Ese algo no es otra cosa que la presencia amenazante de la clase proletaria en la figura insigne de Flores Magón. Veamos cómo se expresa don Victoriano:

Grandes son las culpas del terrible agitador; pero cuando se recuerda su buena fe, se piensa que lo que tenga la revolución de bueno y de malo se debe a Magón y que esas filosofías que se hacen sobre Madero y Zapata son tan inmotivadas como faltas de sentido. Madero trató de volver al clan familiar; Zapata quiso tornar al calpulli indígena; Magón tuvo la visión de una roja ciudad del futuro para llegar a la cual había que vadear ríos de fuego y sangre. Por eso acabó ciego de entrambos ojos. Le quemó la retina aquella horrible hoguera que había encendido, como a sus seguidores los devoró el abismo del pasado, más inexorable que esos misteriosos escarabajos que dicen las tradiciones matan a los que violan los sarcófagos egipcios.

Flores Magón no es, como lo quieren los historiadores democrático-burgueses, un simple “precursor” de la revolución mexicana. Las huelgas obreras de Cananea y Río Blanco, anteriores a la lucha armada, son movimientos dirigidos por los magonistas y las insurrecciones campesinas de Acayucan, Viesca, Las Vacas (1906), son movimientos que el magonismo dirige con absoluta independencia respecto a los conspiradores democrático-burgueses que sólo hasta 1910 se proponen convocar al pueblo a una lucha armada. El manifiesto de Ricardo Flores Magón que, en las vísperas mismas de desatarse el movimiento armado, publica Regeneración, «A los proletarios», es una terminante y clara formulación en que se plantea la necesidad imperiosa de que la clase obrera participe en la inminente lucha armada, pero salvaguardando, ante todo, su independencia como clase. Copiamos los fragmentos que siguen de ese gran documento histórico:

Obreros, amigos míos, escuchad: es preciso, es urgente que Ilevéis a la revolución que se acerca la conciencia de la época; es preciso, es urgente que encarnéis en la pugna magna el espíritu del siglo. De lo contrario, la revolución que con cariño vemos incubarse en nada diferirá de las ya casi olvidadas revueltas fomentadas por la burguesía y dirigidas por el caudillaje militáresco, en las cuales no jugasteis el papel heroico de propulsores conscientes, sino el nada airoso de carne de cañón.

Sabedlo de una vez: derramar sangre para llevar al poder a otro bandido que oprima al pueblo, es un crimen y eso será lo que suceda si tomáis las armas sin más objeto que derribar a Díaz para poner en su lugar un nuevo gobernante.

Es notable el hecho, dentro del párrafo transcrito, que en 1910 ya se hablara en México de los obreros como «propulsores conscientes» de la revolución, y si Flores Magón no fue escuchado, en el sentido en que él lo preconizaba, en el sentido de que precisamente el proletariado participara de un modo independiente en una revolución que no era la suya, se debe a que la ideología democrático-burguesa logró adueñarse con mayor facilidad, por las circunstancias que veremos, de la mente obrera.

El magonismo no trata de introducir en el movimiento demandas de clase antagónicas a la revolución democrático-burguesa, sino que se empeña en señalar, sin eufemismo alguno, dónde radica la tarea histórica de la clase obrera: en no permitir que su acción se enajene a la burguesía. De esto son testimonio fehaciente los párrafos que siguen, que copiamos del mismo manifiesto:

Y ya que la revolución tiene que estallar, sin que nada ni nadie pueda contenerla, bueno es, obreros, que saquéis de ese gran movimiento popular todas las ventajas que trae en su seno y que serían para la burguesía, si, inconscientes de vuestros derechos como clase productora de la riqueza social, figuraseis en la contienda como simples máquinas de matar y de destruir, pero sin llevar en vuestros cerebros la idea clara y precisa de vuestra emancipación y engrandecimiento sociales. […]

Así pues, si vais a la revolución con el propósito de derribar el despotismo de Porfirio Díaz, cosa que lograréis indudablemente, porque el triunfo es seguro, si os va bien después del triunfo, obtendréis un gobierno que ponga en vigor la Constitución de 1857, y, con ello, habréis adquirido, al menos por escrito, vuestra libertad política; pero en la práctica seguiréis siendo tan esclavos como hoy, y como hoy sólo tendréis un derecho: el de reventar de miseria.

La libertad política requiere la concurrencia de otra libertad para ser efectiva: esa libertad es la económica: los ricos gozan de libertad económica y es por ello que son los únicos que se benefician con la libertad política.

Se ponderará siempre muy poco la enorme significación ideológica que tiene el hecho de que alguien ya pudiera prever, antes de y en 1910, el peligro a que se exponía la clase obrera, de que su participación en el movimiento armado revolucionario significara su enajenación por la democracia burguesa. Comprendía pues Flores Magón que la lucha por el puro restablecimiento de las libertades democráticas (la vigencia de la Constitución de 1857) no era la demanda proletaria que la clase obrera debía exigir de la revolución y que para no seguir «siendo tan esclavos como hoy», los obreros debieran pelear, junto a la libertad política, por la “libertad económica”.

Esto no significaba otra cosa, en el fondo, que abordar lo que constituía esencialmente la tarea histórica de la etapa del desarrollo: dar a la clase obrera la conciencia proletaria de la revolución democrático-burguesa; y no al contrario, que es como ha ocurrido históricamente: que la clase obrera tomara como suya la conciencia burguesa, del mismo modo que si ésta fuese la forma de ser de su propia conciencia, de acuerdo con las circunstancias imperantes en virtud de lo prematura que habría sido entonces la lucha por el socialismo. Esto determina, con toda claridad, la posición de Flores Magón ante Madero. Escribía Flores Magón en Regeneración, el 17 de diciembre de 1910:

El Partido Liberal [nombre que adoptó para sí mismo el movimiento magonista como herencia revolucionaria de las luchas de la Reforma en el siglo anterior -J. R.] no aprueba ni aprobará a Madero, ni a su programa. El Partido Liberal es un movimiento de la clase trabajadora. Si triunfa procederá inmediatamente a devolver las tierras robadas al pueblo, a sus legítimos poseedores.

___________________
1 Cué Canovas, Agustín. 1957. Ricardo Flores Magón, la Baja California y los Estados Unidos. (Libro Mex: México)
2 Procurador de Justicia en Estados Unidos.
3 Salado Alvarez, Victoriano. 1946. Memorias II: tiempo nuevo. (Edipasa: México), pp. 43-44.
4 Ibid. P. 49.
5 Regeneración, n. 1. Época IV. 3 de septiembre de 1910

Reproducido en Números Rebeldes. Editado por el Comité
de agitación por la libertar de Ricardo Flores Magón y
compañeros presos por cuestiones sociales en Estados
Unidos. Sin data. Impreso probablemente en 1922, [Véase
Regeneración (Era: México), 1977, p 230] 6 Ibid., pp 231-132.
7 Cué Canovas, Agustín, Flores Magón, Baja California y los Estados Unidos, op. Cit.

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