¿Qué hay de nuevo? Las derechas en América Latina – Por Lorena Soler

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Las nuevas derechas en la región son tan nuevas como los nuevos gobiernos de izquierda. La novedad, lejos de ser un problema ideológico, radica en las trasformaciones abruptas de las condiciones estructurales que se imponen al ejercicio de la política y, con ella, a los órdenes democráticos.

Repasemos: hace mucho Norberto Bobbio nos enseñó que izquierda y derecha son conceptos relacionales y, por lo tanto, históricos. Desde 1989 la izquierda perdió/abandonó el proyecto de conquista revolucionaria del Estado y de destrucción del capitalismo. De allí hasta acá, la legitimidad democrática es indiscutible: los golpes de estado en Honduras (2009) y Paraguay (2012) se hicieron bajo “estrictos marcos legales”, ficción instrumental de la razón. De derecha a izquierda, todos los políticos de la región ganaron elecciones sosteniendo que su poder emanaba del pueblo y que ese pueblo se encausaba en las urnas – más allá de lo que terminó ocurriendo con las urnas y con el pueblo-.

Fracasados los proyectos neoliberales, pero también el corto sueño de Tony Blair de la tercera vía, el siglo XXI puso en evidencia que poco quedaba de la manera en la cual concebíamos un ordenamiento social. Arrasados por dentro y por fuera los partidos políticos, eliminado el modelo industrialista/bienestarista y sus variantes, la nueva matriz económica financiera se impuso y su volatilidad económica impactó por completo en las relaciones sociales. La mundialización de la producción y su distribución instantánea premió a la esfera privada sobre la pública. Y por más voluntad política que se ejerza, hay un contexto de asimétricas correlaciones de fuerzas, que torna arduo ganar la pulseada: nadie supo tocar la renta financiera en países de distinto signo.

Atrás quedaron las banderas, las marchitas, las plataformas políticas y el punteo asegurado del padrón electoral. Muchas prácticas políticas quedaron caducas. Ahora, la nueva versión de la gestión se ejerce frente a potenciales votantes procedentes de todas las posibles ideologías y que pueden elegir a candidatos que pueden aparecer más de izquierda o más de derecha. En fin, no hay más sujeto histórico para nadie. La mayoría de los electores comenzó a autodefinirse “independiente” y, como se sabe, estos cambios también afectaron el funcionamiento de las burocracias partidarias. El espacio público se evaporó. Me encuentro con mis colegas en las redes sociales, pero ya no en la sala de profesores. Tampoco tengo sindicato y si tengo no sé qué decide ni dónde. Mi aumento salarial, de existir, forma parte del mundo del posteo.

En estas condiciones estamos y todo parece ser una escala de grises, mucho más que de rojos y celestes. Y entonces las fuerzas políticas intervienen en un contexto antineoliberal mucho más que posneoliberal. Y ahí, todos apuestan a mantener el rol central del Estado en la economía, algunos redireccionamientos de mercado y un poquito de distribución de la renta: el neoliberalismo ya nos disciplinó acerca de lo que puede y no tocarse. Una derecha que no abandonará el MERCOSUR, siempre y cuando sigan asegurando rentabilidad (el caso de Horacio Cartes es bien ejemplificador) y seguirán con más atención los postulados de un imperio norteamericano, que ahora abraza a Cuba. Se observarán desplazamientos de partidas presupuestarias de un ministerio a otro: abultados los de seguridad y espacios verdes para una época de fitness y reducidos los de educación y salud. En fin, pocos creen –más allá de que puedan o no elegir– que es mejor curarse en un hospital público que en una clínica brillosa y vidriada. Mi generación nació en hospitales públicos, pero nuestros hijos, bajo el signo de la medicina privada.

¿Qué sabemos por ahora de eso que llamamos nueva derecha en la región? Las disparidades nacionales resuenan clarificadoras para no caer en postulados grandilocuentes y carentes de aseveraciones históricas. Si bien Sebastián Piñera, Mauricio Macri y Horacio Cartes son empresarios, no todos son ajenos al mundo de la política partidaria, ni todos fueron fundadores de nuevas fuerzas. Sebastián Piñera accedió a la presidencia al frente de la Coalición por el Cambio. El chileno con más fortuna del país pivoteó su militancia desde temprana edad en Renovación Nacional, accediendo en 1990 al cargo de senador nacional. Provenía de una familia distinguida, que desde siempre había ocupado importantes cargos en el Estado.

No es la suerte de Mauricio Macri, de familia menos distinguida pero con grandes fortunas, la cual, como muchos empresarios en la historia argentina, no arriesgó su rentabilidad en ninguna causa justa y tampoco encontró un partido que sea exclusivamente su causa. Mauricio creó un partido y le entregó la administración de la riqueza a su padre. A diferencia de Piñera, Macri y Cartes hacen de su origen apolítico y empresarial un estandarte de campaña. Pero Cartes, el empresario del tabaco, pudo ser el outsider de un partido centenario. Es más, podríamos arriesgar que salvó al Partido Colorado de su crisis final. En la misma dirección, Marina Silva fue seducida por el PSDB, porque esa estructura tradicional necesitaba también de aires de renovación y caras frescas que acompañaran a Aécio Neves en la disputadísima elección presidencial en Brasil. El “fenómeno Marina”, que debe su entrenamiento político al PT, se reinventó como una outsider (verde), algo que ensaya Sergio Massa con rotundo fracaso. ¿Y Capriles? Otra forma de derecha proveniente de la clase política. A los 25 años fue electo diputado al Congreso de la República por el estado de Zulia y en el 2000 ya era alcalde de un importante municipio de Caracas. Hace de la renovación política su slogan, con un estilo que se fue desbocando al compás de Chávez y Maduro. Si la nueva política venezolana exige pueblo, también la derecha puede llenar las calles. No es posible vislumbrar una restauración conservadora, donde hay signos de profunda renovación.

Las derechas crean partido o las derechas se suman a los partidos en crisis, las derechas cooptan cuadros políticos, las derechas crean nuevos dirigentes, todas variantes que también le caben a los “nuevos gobiernos de izquierda”. Los dos a sus modos dan respuestas a este proceso en ciernes, que muy pronto dejará de ser nuevo.

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