Introducción del libro “China. Un socio imperial para Argentina y América Latina” (Editorial Edhasa, 2015), del periodista argentino y doctor en Ciencias Sociales Julio Sevares

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INTRODUCCIÓN: Latinoamérica ante la emergencia asiática

Cuenta la leyenda que, hace muchos años, Henry Kissinger sostuvo que si cada chino tuviera un dólar, se crearía una demanda muy beneficiosa para Estados Unidos.

Hace unas tres décadas ese sueño comenzó a hacerse realidad. En 1978 año Deng Xiaoping lanzó una reforma económica que incluyó una modernización del sistema productivo, la promoción de las exportaciones y la apertura a las inversiones externas.

La producción china tuvo, a partir de ese momento, un crecimiento vertiginoso, similar al que habían tenido otros países asiáticos décadas antes, pero con un impacto mucho más importante por el tamaño de la economía, la población y el poder militar chinos.

En 2010, China se convirtió en la segunda economía del planeta y, poco después, en el primer exportador mundial.

Un dato central del fenómeno es que el surgimiento chino fue posible porque el país se insertó en la gigantesca máquina productiva y financiera asiática, de la que participan también, en lugares destacados, Japón, Corea del Sur y Taiwán. Esa máquina se convirtió a su vez, en el nuevo núcleo dinámico del capitalismo contrapesando la lentitud de los viejos líderes de América Central, Europa y Asia.

Gracias al crecimiento, millones de chinos mejoraron sus condiciones de vida, un grupo menor pero significativo y creciente pasó a formar una nueva clase media y también apareció un núcleo de millonarios cómodamente insertados en el sistema gobernado por el Partido Comunista.

Esta transformación tiene enormes consecuencias sobre el mercado mundial y la suerte de todo tipo de exportador: la mayoría de los chinos pasó de depender del “tazón de hierro” revolucionario que les garantizaba un puñado de arroz diario para la subsistencia, a consumir productos y servicios propios de las economías en rápido desarrollo. En los últimos años se expandió una clase media que demanda productos y servicios de calidad, a la altura de sus pares del resto del mundo.

En América Latina, la emergencia del mercado chino generó enormes expectativas económicas y estratégicas. La demanda china catapultó los precios de muchos productos primarios exportados por la región y revirtió la vieja maldición del deterioro de los términos del intercambio, a saber, que los precios de los bienes de importación aumentan más rápidamente que los de exportación.

China se convirtió, en la década pasada, en el primer o segundo destino de exportaciones y origen de importaciones de muchos países latinoamericanos y todos los del Cono Sur.

Paralelamente, los créditos y las inversiones chinas en la región, crecieron, a partir del inicio del siglo, en forma exponencial.

La emergencia china también generó grandes expectativas estratégicas porque China es considerada una aliada de los países periféricos y un contrapeso frente a los grandes imperialismos occidentales y, en sus relaciones con América Latina el gobierno chino enfatiza su propósito de establecer lazos de cooperación. Sobre esta base se difundió en la región la ilusión de una relación Sur-Sur con el gigante asiático.

Sin embargo, el peso de la realidad fue diluyendo muchas expectativas iniciales.

En primer lugar, porque los ciudadanos chinos no sólo son consumidores en ascenso sino trabajadores esforzados cuyas producciones compite con las de industrias latinoamericanas.

Por otra parte, porque las empresas chinas, por iniciativa empresarial y por las políticas oficiales, mejoran a ritmo vertiginoso su tecnificación y son ultracompetitivas no sólo en los productos de mano de obra intensiva sino también en una gama creciente de productos de alto valor agregado.

Por eso, países de la región, en primer lugar Brasil, observan con preocupación la pérdida de sus clientes de productos industriales en sus mercados y en los mercados a los cuales exportan, por el avance de la oferta china.

Paralelamente, en América Latina, y en otras zonas de la periferia, la demanda de productos primarios, así como las inversiones en infraestructuras y los préstamos bancarios al sector primario, ha llevado satisfacción, pero también inquietudes.

Esto se debe a que la casi totalidad de las exportaciones latinoamericanas a China están compuestas por productos primarios y sus elaboraciones más inmediatas –en el caso de la Argentina ese producto es obviamente la soja- mientras la totalidad de las importaciones son de industria.

A esto se suma que la suma de la competencia china con la valorización de los productos primarios, no sólo afecte a las industrias ya instaladas sino que, también, estimule la especialización en las producciones primarias de la cual se quiere escapar con, precisamente, la industrialización.

En Brasil, por ejemplo, la demanda china derivó en una mayor especialización en exportaciones de recursos naturales o en lo que se denomina con el temido concepto de desindustrialización de la producción y las exportaciones, mientras que en proveedores tradicionales de minerales, la especialización primaria se profundizó.

¿Qué hacer ante semejante fenómeno?

El nuevo escenario presenta grandes oportunidades pero también desafíos. La emergencia china, como parte del ascenso de la maquinaria productiva asiática, es un hecho ineludible que no puede enfrentarse con medidas puramente defensivas.

Los países latinoamericanos tienen por delante el reto de aprovechar las oportunidades de la demanda china para transformar sus producciones, para lo cual necesitan políticas productivas y comerciales adecuadas y, preferiblemente, articuladas regionalmente.

De otro modo, y más allá de las particularidades o las declaraciones del régimen chino, los países consolidarán una relación asimétrica y dependiente, como la forjada hasta ahora con otros centros de poder económico y político.

El desafío es, entonces, de utilizar los recursos de la exportación y las palancas disponibles, en estrategias públicas y privadas, para saltar a una mayor competitividad y una mejor inserción internacional.

 

 

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