“Con méritos propios y votos contra Cristina”. Artículo de Ricardo Kirschbaum, editor del diario Clarín, en el que analiza las razones de la victoria de Mauricio Macri en el balotaje presidencial de Argentina

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El triunfo de Mauricio Macri en la segunda vuelta sobre Scioli le dio la razón a su estrategia, aunque la diferencia fue más estrecha que la esperada. El presidente electo siempre confió en que el camino elegido para llegar a la Casa Rosada se construiría más desde la moderación que desde una oposición implacable. Con ese objetivo, Macri fue coherente con la idea que alimentó desde el comienzo, presentándose como un candidato que venía de otro lugar que no es el de la política tradicional.
Alimentó ese costado, contra toda evidencia, sobre todo cuando rechazó aliarse con Sergio Massa, vinculación que podría haberle dado resultados más rápidos pero, a la vez, le hubiera exigido concesiones más explícitas y una conducción quizá más colegiada.

Sin embargo, para que triunfe Macri ahora hubo, en 2013, un triunfo de Ma-ssa, que sacó de la cancha al proyecto de reforma constitucional para hacer indefinida la reelección de Cristina. Ese dato es fundamental: el proyecto kirchnerista se quedaba sin sucesor.

Aún presentándose como la antítesis del político tradicional, Macri no pudo sustraerse a la dimensión de la política. La alianza con los radicales –mérito notorio de Ernesto Sanz, que tomó un riesgo importante en un partido que encontró un horizonte con la decisión de Gualeguaychú– y con Lilita Carrió, fue el paso para que su formación trascendiera una historia personal y adquiriera otra capacidad. Hay que decir, además, que Macri insistió, aún contra el escepticismo, en un camino que finalmente coronó con éxito. Negarlo es una necedad y en este período histórico hubo demasiada.
Si la sociedad eligió a Macri como el candidato para la alternancia es, también, porque votó contra Cristina, cuyas decisiones políticas fueron errores en cadena que terminaron favoreciéndolo.

No fue poco el hartazgo que se fue acumulando contra el gobierno kirchnerista y sus arbitrariedades permanentes. Su afán hegemónico y vertical terminó impregnando a todo el peronismo que quedó paralizado por la cesión de toda autonomía a cambio de fondos federales. La política se redujo, entonces, ni siquiera a un intercambio. Peor aún, la música elegida por la Casa Rosada hizo bailar a todo el justicialismo, sin que ninguno se animara a desafiar una estrategia que, como está claro ahora, no era de victoria sino de derrota.

Y el peronismo prestó sus mayorías para batallas épicas estirando al infinito -y hasta el asombro– su capacidad de adaptación a los planteos de su líder, decidida a imponer disciplina a cualquier precio. Nunca una minoría intensa, como es el kirchnerismo, encaramada en el poder, pudo tanto.
En cada gran batalla perdidosa, tuvieron la habilidad de presentarla como un triunfo con la participación de un peronismo que las aceptaba acríticamente, como antes votó políticas contradictorias con las que ahora aprobaba.

Scioli fue el dirigente que con más ambición se preparó para la sucesión de Cristina, tolerando la descalificación y el verdugueo de un kirchnerismo soberbio y de una Presidenta que no se ahorró nada en el autoelogio y en la ironía denigrante.

Pero Scioli se equivocó cuando no tenía que hacerlo y no se plantó ante la imposición de un segundo como Zannini que llegaba más como un comisario político que como un vicepresidente. Cegado por un optimismo blindado, Scioli apostó a aceptar cualquier planteo de Cristina con el objetivo de que, luego, podría desembarazarse de esa mochila.

Cuando se dio cuenta del error, en vez de enmendarlo, se abrazó a él. Su discurso de anoche lo mostró en la persistencia de esa equivocación tan grave, la que lo hundió en su proyecto más deseado.
Macri tiene ante sí una tarea inmensa. Sin entrar en detalles precisos sobre la situación económica y social, la inseguridad y el narcotráfico, la política exterior, etc, hay un primer paso dirigido a restañar la confianza social herida por una década de exclusión del otro, del adversario tratado como enemigo o ignorado por un poder soberbio.

La reconstrucción de ese contrato cultural y democrático es de una importancia central que debe comenzar hoy mismo. En esa sutura, el diálogo y el acuerdo constituyen las herramientas fundamentales.

El escenario en el Congreso que se le presenta al futuro oficialismo requerirá de una muñeca política de excelencia para avanzar en proyectos que enfrentarán, por ejemplo, un Senado en el que a priori la oposición disfrutará de una mayoría holgada.

Por lo tanto, quienes representen el pensamiento de Cambiemos deberán operar en esa dificultad, seguramente con negociaciones que incluyan a las provincias.

El peronismo iniciará una renovación política. Viene de una derrota electoral a la que lo condujo Cristina Kirchner, quien siempre trató al PJ con desdén.

En esa renovación aparecerán los triunfadores justicialistas, por un lado, y Sergio Massa, quien buscará constituirse en el eje alrededor del cual se articule su futuro político. Macri debe saber que el tiempo que tiene para acordar está en directa relación con el ritmo que el PJ le imprima a sus cambios. De la Sota es otro dirigente que queda en pie: aportará su experiencia política y la ganada en el exterior. El aporte de Córdoba al triunfo de Macri fue inocultable. El 2017, con las elecciones legislativas, marcará el límite para los acuerdos que se intenten locales y nacionales.

Las promesas que hizo Macri en la campaña respecto de la corrupción se constituyen en testigos de la palabra empeñada. La corrupción es una estafa a la confianza pública. No es algo “secundario” o un invento mediático, como intelectuales y científicos kirchneristas quisieron bajarle el precio. Las prácticas corruptas –muchas de las cuales se ventilan en la Justicia– fueron perpetradas en nombre de grandes ideales, añadiéndole otra bofetada a la ilusión.

Por eso, si Macri sostiene en los hechos sus promesas de campaña en la lucha contra la corrupción y sobre el fortalecimiento institucional, habrá hecho una contribución importante al sistema democrático.
Así como el discurso de Scioli de aceptación de la derrota pareció extraído de la campaña electoral que ya había perdido, el de Macri apeló a lo emotivo, a lo festivo, con definiciones demasiado abarcativas que, se supone, se convertirán en precisiones en las próximas horas.

El resultado de anoche marcó el final de un régimen político que dominó los últimos doce años de la Argentina. Fue la sociedad, con su voto, la que lo decidió.

Clarín


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