Uruguay y el Consenso de Washington: La pobreza un ardid poderoso – Por Eduardo Camin

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El presidente Tabaré Vázquez viajará a Bruselas, Bélgica, entre marzo y abril encabezando una delegación para impulsar las negociaciones de un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre la Unión Europea y el Mercosur. «Después que el Presidente Macri se fue, Vázquez se quedó comentando su intención y la posibilidad de ir a Bruselas como presidente pro témpore del Mercosur a mover el tratado, a decir que nosotros estamos listos y aquí tenemos nuestra lista (de productos que entrarían en el acuerdo) de 87% de bienes transables dispuestos a desgravarlos». La idea es fija si no se pudo con el TISA, ampliaremos nuestra sumisión por otros senderos. Nuevos tratados bajo el manto de las crisis y la pobreza se conjugan para justificar los nuevos avatares.

No obstante la manera en que se gestionan los asuntos económicos, sociales y políticos del país determina si se usaran recursos humanos y naturales en beneficios de todos. Pero en la etapa actual de evolución capitalista neoliberal, en la ciega búsqueda del crecimiento económico produce un mundo de excesos y de grotescas desigualdades humanas.

La formulación ideologizada de la propuesta es simple y conocida; en un mundo globalizado, la respuesta que asegura el desarrollo es la apertura de los mercados y la desregulación de las economías nacionales, de este modo es posible entrar en contacto pleno con el resto de la economía mundial, obtener acceso a los mercados más ricos y poderosos, participar activamente del libre comercio, captar inversiones directas, lograr transferencia de nueva tecnologías y una larga sucesión de estimulantes etcéteras. De esta forma lograremos niveles de consumo similares a los que detentan los países centrales y seremos todos felices. Más de lo mismo, el mismo discurso avasallador que nos prefiguran como pueblos tontos que no entendemos nada.

Uruguay, por diversas razones – su pequeñez territorial, entre otras – no cuenta mayormente en la literatura económica internacional. Los estudios se detienen en los grandes países de nuestro continente –Argentina, Brasil y México – o nos engloban en las denominaciones Mercosur o América Latina. La carencia de información respecto a Uruguay, puede aun observarse en las propias publicaciones de la CEPAL, no obstante de cuando en cuando los organismos financieros internacionales deslizan pasajeras referencias al pequeño Uruguay.

De esta manera casi en el anonimato estadístico, nuestros personajes redentores en materia económica, encargados de tomar decisiones, están concentrados con demasiada frecuencia en el nivel de crecimiento y siguen políticas que nos llevan a un crecimiento con empleo precario de poca calidad, mal pago o sin empleo.

Un punto esencial que debemos destacar para ser coherentes con nuestro pensamiento, es que las recetas aplicadas son la consecuencia directa de la política económica que la mayoría de los organismos financieros internacionales están propiciando. Este marco no es otro que el conocido entre los íntimos como “el Consenso de Washington”, porque el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, junto con algunos centros conservadores de investigación dentro del Gobierno de los Estados Unidos figuran entre los defensores mejor preparados y poderosos.

Esta organización se podría definir como la doctrina del pensamiento neoliberal en su fase actual y cuya, síntesis sería la siguiente. El crecimiento económico es la medida del progreso humano y la clave de la prosperidad y la felicidad universal es. La liberación del mercado y la globalización económica –la desregulación de los mercados, la privatización de los bienes públicos, la reducción de los impuestos sobre la inversión y la integración de las economías locales y nacionales a una economía mundial – son los mejores caminos hacia el crecimiento. Es interesante observar la forma en que los partidarios del “Consenso de Washington” describen el mundo que sus políticas favoritas están creando. El discurso del Ministro de economía Danilo Astori y su equipo es elocuente en ese sentido.

Pero al revés de lo que sostiene la sabiduría convencional de que el cambio tecnológico y el aumento de la productividad se traducen en más empleos y mejores salarios, estudios llevado a cabo en los últimos años han demostrado que la tecnología ha eliminado más puestos de trabajo de los que ha creado.. Pero consecuentes con su accionar, estos apóstoles sostienen que no hay forma de corregir el rumbo actual que trazo el Consenso del Washington. El marco fija la meta equivocada – crecimiento indiferenciado del producto económico – y propicia los medios equivocados en un mercado mundial desregulado.

Sin embargo los indicadores monetarios de la producción económica no distinguen entre lo beneficioso o nocivo. Por ejemplo la producción de armas para su venta a los países pobres o “emergentes” aumenta el producto económico. Indirectamente se crean las condiciones a una mayor incidencia en la delincuencia, y el terrorismo. Estos hechos dan como resultado un mayor gasto de alarmas de seguridad, guardias, policía, abogados tribunales y cárceles. Indirectamente aumenta la inseguridad y el caos social. El mayor uso de tabaco, alcohol, u otras drogas, aumenta directamente el producto económico. Indirectamente aumenta la demanda a los servicios de salud. . Así podríamos seguir citando ejemplos, de lo que es bueno para la economía puede o no ser bueno para la población.

¿Quién y con qué fin fija las prioridades económicas? ¿Cómo se mide el progreso?

Las respuestas son fundamentales para comprender porque la pobreza sigue siendo tan persistente pese a decenios de esfuerzos internacional en pro del desarrollo. Argumentando que el mercado es la institución humana más eficiente, desde el punto de vista económico, más democrático y responsable. Acaso durante todos estos años, el Consenso de Washington no ha creado por medio de los programas de ajuste estructural del Banco Mundial y el FMI y los acuerdos comerciales como los de la OMC el Nafta o los Tratados de Protección de Inversiones, una economía mundial de “mercado” sin fronteras dominada por las megaempresas cuya única preocupación es el tipo de crecimiento que eleva de manera máxima las utilidades a corto plazo.

Muchas megaempresas tiene hoy más riqueza y poder económico que la mayoría de los países. De hecho 50 de las cien economías más grandes del mundo son megaempresas (comparando el PIB con ventas anuales). Además de hallarse entre las instituciones humanas menos democráticas y responsables, la mayoría de estas son groseramente ineficientes, y dependen de los poderes políticos y monopólicos para eliminar a los competidores, extraer subsidios públicos masivos y externalizar sus costes sociales y ambientales hacia la comunidad en general. A medida que se desregulan y globalizan las economías, el poder sin restricción de las megaempresas se extiende, incluso mas allá del alcance de cualquier Estado. Al presionar a cada país y a cada comunidad para que sean más competitivos a escala mundial el Consenso de Washington toma directamente partido en esta lucha por los intereses empresariales. Cada informe del Banco Mundial sobre perspectivas económicas mundiales y países en desarrollo es un ejemplo de este argumento. La preocupación central de cada informe es evaluar los progresos de estos países hacia su integración en la economía mundial. Mide la integración económica por dos indicadores: sus niveles de comercio exterior y de inversión extranjera directa. Esto equivale a decir que el progreso económico de nuestros países consiste en transferir una parte cada vez mayor de su economía al control extranjero. Estos informes clasifican como buenos las políticas que sirven para acelerar la transferencia de la riqueza del país al capital privado. En definitiva este es el discurso del equipo económico.

Hay una diferencia sustancial e importante entre nuestros mercados y los mercados mundiales dominados por las megaempresas que recorren la faz de la Tierra buscando mano de obra y recursos baratos con el objeto de producir utilidades para las elites más opulentas del mundo. Esta diferencia se halla en la raíz de los problemas de la pobreza y la desigualdad. Y mientras los economistas no se liberen de la camisa ideológica del Consenso de Washington, el país productivo no será más que una quimera y las raíces de la pobreza cultivaran las flores de nuestra propia incapacidad y obsecuencia.

*Periodista uruguayo, fue director del semanario Siete sobre Siete y colaboró en otras publicaciones uruguayas y de America Latina. Corresponsal en Naciones Unidas y miembro de la Asociacion de Coresponsales de prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional del Hebdolatino en Ginebra. Miembro de la Plataforma Descam de Uruguay para los Derechos Economicos sociales y medio ambientales. Docente en periodismo especializado sobre Organismos Internacionales.

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