La mujer en un mundo laboral en transformación – Por Phumzile Mlambo-Ngcuka

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Demasiadas mujeres y niñas de todo el mundo dedican un número excesivo de horas a las responsabilidades del hogar. Habitualmente, destinan a estas tareas más del doble de tiempo que los hombres y los niños. Son ellas quienes cuidan a sus hermanas y hermanos más jóvenes, a sus familiares ancianos, a las enfermas y los enfermos de la familia, y realizan las labores del hogar. En muchos casos, esta división desigual del trabajo tiene lugar a expensas de su aprendizaje, y de sus posibilidades de obtener un trabajo remunerado, hacer deporte o desempeñarse como líderes cívicas o comunitarias. Esto determina los patrones de desventajas y ventajas relativas, la posición de las mujeres y los hombres en la economía, sus aptitudes y lugares de trabajo.

Este es el mundo del trabajo sin recompensa, una situación que permanece inmutable, una escena familiar de futuros desolados en todo el mundo. Las niñas y sus madres sostienen a la familia con un trabajo sin remuneración y su trayectoria de vida es muy distinta de la de los hombres del hogar.

Queremos construir un mundo laboral distinto para las mujeres. A medida que crecen, las niñas deben tener la posibilidad de acceder a una amplia variedad de carreras, y se las debe alentar a realizar elecciones que las lleven más allá de las opciones tradicionales, en las áreas de asistencia y cuidados de la familia y el hogar, y les permitan conseguir empleos en la industria, el arte, la función pública, la agricultura moderna y la ciencia.

Tenemos que iniciar el cambio en el hogar y en la etapa escolar más temprana, para que no haya ningún lugar en su entorno donde aprendan que las niñas deben ser menos, tener menos y soñar menos que los niños.

Esto implica hacer ajustes en la crianza, los programas de estudios, los ámbitos educativos y los canales que transmiten los estereotipos cotidianos como la televisión, la publicidad y los diversos tipos de espectáculos. Asimismo, requerirá tomar medidas contundentes para proteger a las niñas pequeñas de prácticas dañinas que están culturalmente aceptadas, como el matrimonio a temprana edad y todas las formas de violencia.

Las mujeres y las niñas también deben estar preparadas para formar parte de la revolución digital. Actualmente, sólo el 18% de los títulos de grado en tecnologías de la información corresponden a mujeres. En todo el mundo se necesita un cambio significativo en la educación de las niñas, que tendrán que cursar las asignaturas troncales (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) si han de competir con éxito por los “nuevos empleos” bien remunerados. En la actualidad, las mujeres representan únicamente el 25% de la fuerza laboral de la industria digital.

Según el análisis del Grupo de Alto Nivel sobre el empoderamiento económico de las mujeres del Secretario General de las Naciones Unidas, para lograr la igualdad en el lugar de trabajo será preciso ampliar las oportunidades de empleo y de trabajo decente. A tal fin, los gobiernos deberán realizar esfuerzos concertados para promover la participación de las mujeres en la vida económica; los colectivos importantes, como los sindicatos, tendrán que prestar su apoyo; y se deberá dar cabida a la voz de las propias mujeres para generar soluciones que permitan superar las barreras actuales a su plena participación. Hay mucho en juego: si se logra avanzar en la igualdad de género, podría darse un impulso al PIB mundial de 12 billones de dólares de los Estados Unidos de aquí a 2025.

También es preciso actuar con determinación para eliminar la discriminación que las mujeres encuentran en múltiples frentes, que convergen más allá del tema del género: la orientación sexual, la discapacidad, la edad avanzada y la raza. Estos factores contribuyen a la desigualdad salarial: la diferencia salarial entre hombres y mujeres es, en promedio, del 23%, pero se eleva al 40% en el caso de las mujeres afroamericanas en los Estados Unidos, por ejemplo. En la Unión Europea, las mujeres de edad avanzada tienen un 37% más de probabilidades de vivir en la pobreza que los hombres del mismo rango de edad.

Debemos lograr que funcionen mejor para las mujeres aquellas áreas de actividad donde ya están excesivamente representadas pero reciben una baja remuneración, además de contar con escasa o nula protección social. Se trata, por ejemplo, de que existan unos servicios estructurados para el cuidado a las personas en situación de dependencia y a los niños, que responda a las necesidades de las mujeres y las emplee a cambio de una remuneración; de que se apliquen condiciones de trabajo igualitarias para el trabajo remunerado o no remunerado de las mujeres; y del apoyo a las mujeres empresarias, que abarque su acceso al financiamiento y a los mercados. Las mujeres que trabajan en la economía sumergida también necesitan que se reconozcan y protejan sus contribuciones. Ello requiere políticas macroeconómicas propicias que contribuyan a un crecimiento inclusivo y posibiliten una aceleración considerable del progreso, en beneficio de los 770 millones de personas que viven en la extrema pobreza.

Para hacer frente a las injusticias se necesita resolución y flexibilidad por parte de todos quienes crean empleo, tanto en el sector público como en el privado. Será preciso ofrecer incentivos para contratar y retener a las trabajadoras. Por ejemplo, una ampliación de las prestaciones por maternidad para las mujeres con objeto de apoyar también su reincorporación al trabajo, la adopción de los Principios para el empoderamiento de las mujeres y la representación directa en los niveles de toma de decisiones. Junto con esto, se necesitan cambios importantes en las prestaciones para los nuevos padres, además de cambios culturales que hagan de la aceptación de la licencia de paternidad una opción viable y, por lo tanto, un beneficio real para toda la familia.

En medio de esta trama compleja se necesitan también algunos cambios sencillos pero de gran envergadura: que los padres se involucren más en el cuidado infantil, que las mujeres participen en otras tareas y que las niñas tengan la libertad de crecer en pie de igualdad con los niños. Es preciso que todas las partes hagan ajustes si se desea aumentar el número de personas que puede obtener un trabajo decente, lograr que ese conjunto de personas sea inclusivo y hacer realidad los beneficios para todas y todos que prevé la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, con la promesa de un mundo igualitario.

(*) Directora ejecutiva de ONU Mujeres, con ocasión del Día Internacional de la Mujer 2017.

Tiempo Argentino


Desempleo de las mujeres en América Latina: un reto clave para el futuro – Por José Manuel Salazar-Xirinachs.

La incorporación de las mujeres al mercado de trabajo de América Latina y el Caribe ha sido una tendencia constante y positiva durante las últimas décadas. Pero en 2017, en tiempos de aumento del desempleo y la informalidad, nuevamente surge la necesidad de insistir en la igualdad de género para generar más y mejores empleos para las 255 millones de mujeres en edad de trabajar que viven en esta región.

Casi la mitad de esas mujeres, 126 millones, ya forman parte de la fuerza laboral, lo cual es un logro importantísimo alcanzado a lo largo de muchos años. Una vez más, sin embargo, es importante recalcar que no podemos bajar la guardia.

Durante el último año, cuando la marejada de crecimiento lento o en algunos casos de franca contracción económica que azota la región impactó de frente al mercado laboral, produciendo una abrupta alza del desempleo y también el deterioro de algunos indicadores de la calidad del empleo, fue evidente que la situación afectaba en mayor medida a las mujeres.

La tasa de desocupación promedio regional de las mujeres subió a niveles que no se veían desde hace más de una década en América Latina y el Caribe, a 9,8%, es decir al borde de los dos dígitos. Si se mantienen los pronósticos de falta de dinamismo económico la tasa promedio puede pasar del 10% en 2017.

Esa tasa de desocupación de las mujeres subió 1,6 puntos porcentuales, por encima de la variación de los hombres, que aumentó 1,3 puntos porcentuales. De los 5 millones de personas que se incorporaron a las filas de desempleo, 2,3 millones eran mujeres. Esto significa que hay unas 12 millones de mujeres que están buscando empleo en forma activa, pero no lo consiguen.

La participación de las mujeres en la fuerza laboral continuó aumentando durante el último año. A nivel nacional (rural+urbano) la tasa de participación de las mujeres pasó de 49,3% a 49,7%. Esto es siempre una buena noticia. Pero aún así continúa muy por debajo de la de los hombres, que es de 74,6%.

La contrapartida negativa fue que la tasa de ocupación de las mujeres, que mide el nivel de demanda de mano de obra, disminuyó de 45,2 a 44,9%. La de los hombres también experimentó una baja parecida, aunque es bastante más elevada, en 69,3%.

El último informe de Panorama Laboral de América Latina de la OIT, también destacó que la menor actividad económica se ha reflejado en tendencias a la disminución del número de trabajadores asalariados, aumento de los empleados por cuenta propia, disminución en los salarios formales, que forman parte de las señales de un aumento en la informalidad.

Las estimaciones más recientes sobre informalidad de las mujeres indican que casi la mitad de la fuerza laboral femenina está en estas condiciones, que habitualmente implican inestabilidad laboral, bajos ingresos, falta de protección y derechos.

Alrededor de 70% de las mujeres se desempeña en el sector de servicios y comercio, donde las condiciones precarias aparecen con facilidad, incluyendo la carencia de contratos. Además unas 17 millones de ellas realizan diversos trabajos de índole doméstica.

(*) Director Regional de OIT para América Latina y el Caribe.

El Telégrafo

 

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