El gatopardismo uruguayo; el juego electoral de la democracia bajo la tutela económica – Por Eduardo Camin

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Un día sí. y otro también, no pasa, sin que surja una encuesta de opinión que nos predicen cuales son las intenciones de votos de tal o cual partido o sobre las preferencias de tal o cual posible candidato, recordando por la ocasión aquellos que ya están descartados por las mochilas que cargan de su gestión de gobierno al frente de un ministerio o en algún ente público. Pero poco importa debemos distraernos, mientras los candidatos se asoman al alba de las ilusiones de la continuidad, de unas elecciones previstas en el 2019. Bajo el signo del gatopardismo, podemos definir el cinismo con una posición acuñada en una frase lapidaria: Que todo cambie para que todo siga igual.

El tiempo del hombre político actual parece destinado a reducir a fogonazos efímeros los esfuerzos tendentes a instaurar ordenes de convivencia, que se sueñan para abarcar los grandes ciclos históricos. Ignorando aquellas enseñanzas de que los hechos sociales solo cobran valor en su conjunto, según el ritmo que la medida del tiempo define y dosifica.

No obstante, a medida que avanza el “tiempo electoral” crecen las impaciencias, olvidándose, que este es un gran aliado para quienes cuenten con él. Contar con el tiempo es la virtud política de saber esperar y dar esperanza, sabiendo que la espera no es jamás indiferencia sino precisamente la posición opuesta.

Una visión de la democracia con sus reglas de juego electorales se ha puesto en marcha sin contar con los que esperan, porque así es y será; ya que no es el tiempo quien aguarda a los hombres, sino los hombres quienes han de buscar la ocasión de montar en marcha el tren electoral del tiempo democrático.

Pero la innovación, como ansia, exigencia, o consecuencia de toda acción política ha de contar con la novedad, sin embargo, el tren del tiempo democrático, serpentea por los mismos rieles, marcados por la constancia de degastar, que la de romper las cadenas que nos sujetan. El tren del tiempo democrático, arrastra los vagones del desarrollo, progreso y realidad, pero pensar los posibles vínculos de unidad entre democracia y desarrollo obliga a definir claramente el proyecto social y los postulados éticos – políticos a las que obedece, si adjetivamos el desarrollo como democrático estamos manteniendo una concepción de la sociedad y la acción política fundada en los valores constitutivos del ser humano El tren perdió la brújula y marcha al precipicio, El desarrollo como categoría integral no sería de esta manera un concepto económico o cuantitativo, sino una cualidad inherente a la condición humana, ya que incorporaría los distintos ámbitos de actuación de la persona en su vida social.

El desarrollo en su conjunto de esferas que lo constituyen, es decir, lo político, lo social, lo cultural, lo económico, es un todo indivisible y solo si entendemos la democracia como el fundamento que explica, da sentido y orienta el desarrollo humano podríamos construir un proyecto democrático. De no ser así, se produce una castración en la concepción teórica y en la puesta en práctica de la misma como opción política.

Desarrollo y democracia son complementarios si se mantiene el contenido de ambas categorías y se piensa en ellas sin limitar o reducir su explicación. Si eliminamos los contenidos políticos o los sociales, o los económicos o los culturales, del desarrollo y de la democracia nos encontraríamos con conceptos que pierden su significado.

La teoría del desarrollo capitalista contempla la democracia como un factor dependiente del crecimiento y amplitud del mercado y del acceso de los ciudadanos al llamado consumo de masas de una sociedad. En realidad el desarrollo para el capitalismo, es democrático cuando las grandes masas de la población pueden acceder sin más restricciones que las de su valía personal a los benéficos del progreso; cuando se generaliza el derecho al crédito y se puede consumir y mantener un mínimo nivel de ahorro para tiempo de crisis; cuando el proceso de crecimiento económico es lo suficiente estable para favorecer la negociación de sueldos y mejoras en las condiciones de trabajo y creación de empleo, es decir cuando hay estabilidad.

Pero seriamos irracionales – la experiencia así nos los demuestra – si descuidáramos que en las metas de la democracia debemos insistir en que nuestro orden económico sea eficiente, es decir que tienda a minimizar la proporción de insumos valiosos respecto a los productos valiosos.

Es justamente en esta insuficiencia – entre otras – donde la responsabilidad de los gobiernos neoliberales queda patentada, al malgastar inútilmente nuestros escasos recursos, para vivir hoy más pobremente de lo necesario, lo cual es profundamente irracional. Donde la característica saliente estuvo marcada por la cifras de la autocomplacencia, es decir las estadísticas, que paseamos como un estandarte inequívoco del falso desarrollo.

El Gobierno uruguayo condiciono su funcionalidad, a la doctrina de transformar el desarrollo al servicio del desarrollo económico como búsqueda de la eficiencia en el consumo y el mercado. De esta forma la democracia transfiere así su existencia a la esfera económica desde la cual queda definida como un factor destinado a potenciar dicha eficiencia perdiendo toda su vitalidad política.

Bajo este principio de explicación, el desarrollo es un continuo proceso de mejoras en la racionalización del mercado y el grado de consumo de la población y la democracia el procedimiento político que hace posible su existencia. La identidad generada entre democracia y mercado capitalista favorece el establecimiento de las doctrinas que ideológicamente contemplan el subdesarrollo como una etapa previa en la construcción de una economía de mercado. Los eufemismos » países en desarrollo» o emergentes «procesos de modernización «no es más que la filantropía occidental que potencializara a su máxima expresión la bofetada de la miseria. La crisis del capitalismo no disminuye, se multiplica exponencialmente, amenazando con destruir ya no sólo a la clase trabajadora sino a todo el planeta, su cultura y su civilización.

De ahí la imperiosa necesidad de cambiar la actual dirección del debate político ya que se trata de conjugar desarrollo teórico con una crítica política capaz de explicar las relaciones sociales contradictorias y complejas definidas en el actual proceso de acumulación del capital globalizado. Pero sabemos que no será en el marco de las actuales tendencias, que, aunque sean necesariamente opuestas en el plano general de lo ideológico, se hacen compatibles con los diversos aspectos particulares del ejercicio político, de la democracia impidiendo la respuesta necesaria bajo el manto adulador del interés nacional, cómplice de la prevaricación que justifica las irresponsabilidades del aparato de Estado.

(*) Periodista uruguayo. Jefe de redacción internacional del Hebdolatino, Ginebra.

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