Panamá: dos opiniones sobre Manuel Antonio Noriega ( Por Guillermo A. Cochez y Álvaro Verzi Rangel)

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Noriega: ¿dictador o agente encubierto? – Por Guillermo A. Cochez

Ha muerto el MAN. Conocido así Manuel Antonio Noriega por los que le rodeaban; hasta sus adversarios. El militar que dominó la política panameña en forma absoluta, al asumir el cargo de comandante de la Fuerza Pública el 12 de agosto de 1983 hasta que fue depuesto por la invasión norteamericana el 20 de Diciembre de 1989. Acumuló su poder gracias al dictador Omar Torrijos, desde que intentaron derrocar a este en diciembre de 1969, y a los Estados Unidos, a quien sirvió como agente encubierto de la CIA desde ese mismo año.

Noriega fue el artífice, como jefe militar desde Chiriquí, provincia limítrofe con Costa Rica, de impedir la intentona golpista que le dieron a Torrijos ese 16 de diciembre de 1969, estando en México. Torrijos valoró las cualidades del joven e inteligente oficial y allí nació su gran poder. Según me explicó Noriega, luego de ese suceso, los norteamericanos pidieron que fuera él su contacto con las fuerzas militares locales para así evitar que se tuvieran varios contactos con sus agencias de inteligencia.

Aunque Noriega, desde su prisión, el 24 de junio de 2015, pidió perdón a los panameños ‘por los abusos que hubiesen podido cometer sus superiores y sus subalternos’, gran cantidad de panameños no le creyó. Como testigo presencial de ese perdón público a un canal de televisión, doy fe de que fue sincero y espontáneo; producto de su encuentro en prisión muy íntimo con Dios, que le condujo a encontrar su perdón. En su primer encuentro público en Panamá, Noriega, que llegó al escenario de la filmación en silla de ruedas, estaba sumamente nervioso. Sus familiares hasta temieron que pudiese perder el control y desfallecer.

Enemigo de la dictadura, fui detenido arbitrariamente en el Aeropuerto de Tocumen a tres semanas de la invasión. Mi captor militar me asegura que tenía órdenes de Noriega de asesinarme. En mis tantos encuentros con él, me lo negó categóricamente, así como rechazaba tuviese algo que ver con la decapitación del doctor Spadafora o el fusilamiento de los oficiales que lo intentaron derrocar el 3 de octubre de 1989. Dios lo juzgará por lo que hizo.

Noriega, el dictador, para muchos que lo combatimos hasta su caída, el estratega internacional para quienes, como la CIA, le tenían entre sus principales fuentes de inteligencia de movimientos inaccesibles para ellos, como lo era el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMNL), en El Salvador, y el mismo Gobierno de Cuba, así como los sandinistas y hasta el mismo Pablo Escobar Gaviria. En otras latitudes como Libia e Israel, siendo uno de sus asesores el general Mike Harari.

Viví una de esas experiencias. Mantenía una relación muy especial con el presidente salvadoreño José Napoleón Duarte, líder demócrata cristiano. Lo había acompañado a su regreso a su patria de su exilio en Caracas, en octubre de 1979. Se convirtió en una especie de mentor mío, siendo el padrino, junto a Ricardo Arias Calderón, de mi tercer hijo José Ricardo. El 10 de septiembre secuestraron en San Salvador a su hija Inés Guadalupe. Por varias semanas nadie supo su paradero, porque sus captores comunistas no lograban el apoyo de los líderes del FMLN por su atrevida acción. Una mañana, estando en mi oficina, me pasaron al teléfono a un atribulado Napoleón. Me pidió que, a través del nuncio apostólico, José Sebastián Laboa, gestionara con Noriega que contactara a los secuestradores para conocer el paradero de su hija. A los pocos días fue liberada.

El mismo Noriega me contó su experiencia con la invasión de Granada en 1983. En la víspera de la invasión norteamericana a la isla, Estados Unidos se percató de que al final de la pista del aeropuerto, construido por los cubanos, había un internado de jóvenes. Preocupados por la posible muerte de inocentes, el entonces director de la CIA, William Casey, siguiendo órdenes del presidente Reagan, llamó a Noriega para que contactara a Fidel Castro para pedirle que no respondieran bélicamente a la llegada de los invasores. Así se logró. Noriega actuaba como vínculo con Castro y también en vía contraria.

En otra ocasión, una de mis visitas carcelarias coincidió con la muerte del ex primer ministro y ex presidente de Israel Shimon Peres. Me habló de la estrecha relación que tuvo con el entorno de ese mandatario, a quien llegó a conocer personalmente. Noriega tenía predilección con Israel: de allí el cambio de Guardia Nacional a Fuerzas de Defensa de la fuerza pública panameña, cuando asumió como comandante en agosto de 1983. Esa relación llegó al punto de que sus tres hijas estudiaron en el reputado colegio hebreo panameño Alberto Einstein.

La muerte de Noriega quizá sea llorada por pocos; pasaron muchos años desde que dejó de ser poderoso en 1989; pasaron tres décadas desde que dejó de servirle como agente de la inteligencia norteamericana. ¿Cómo se le recordará? ¿Como el implacable dictador que hizo tanto daño o como el fiel agente que tan lealmente sirvió a los intereses norteamericanos?

Que descanse en paz.

(*) Abogado y político panameño.

La Estrella


Cara ‘e Piña, el narcoagente de la CIA derrocado por una invasión de marines – Por Álvaro Verzi Rangel

Manuel Antonio Noriega, quien falleció este lunes a los 83 años, fue un presidente panameño, un muy valorado agente de la CIA, pero cayó en desgracia después de ser acusado de narcotráfico y finalmente fue derrocado por una invasión genocida de Estados Unidos.

La vida de Noriega – recluido en un hospital desde marzo tras operarse de un tumor cerebral- fue una permanente fuga hacia adelante. De él se dice que ayudó al capo del Cartel de Medellín Pablo Escobar –y también a Gonzalo Rodríguez Gacha, los hermanos Ochoa-, mientras complacía a la CIA y la DEA y apoyaba a desestabilizar al gobierno sandinista. Mantenía relaciones con el líder cubano Fidel Castro y con múltiples servicios de inteligencia.

Claro, en medio de esa carrera hubo asesinatos, dudosas fortunas, condenas por narcotráfico, una invasión militar y denuncias de traiciones desde todos los sectores.

Luego de cumplir 17 años de condena en Miami, la justicia francesa, que lo había juzgado en ausencia, le condenó a diez años de prisión por lavado de dinero, ya que había enviado a Francia tres millones de dólares, los que se atribuyeron a pagos de los cárteles colombianos de la droga. Noriega rechazó la acusación y aseguró que el dinero lo recibió como herencia de su hermano mayor, de los ahorros de su esposa y de los pagos recibidos de la CIA.

El hijo del narcotraficante colombiano Pablo Escobar, quien vive en Argentina bajo el nombre de Juan Sebastián Marroquin, señaló a la agencia EFE que su padre “le entregó (a Noriega) cinco millones de dólares para permitirle operar en Panamá, montar laboratorios y operaciones de lavado de dinero, (…) Él hacía valer esos acuerdos por la vía de la fuerza (…) Cuando se entera que Noriega lo va a traicionar lo amenaza de muerte. A uno le cuesta dimensionar el poder militar que tenía para que el propio Noriega terminara temiendo por su vida y le devolviera parte del dinero”.
Su vida

Nacido en la capital panameña el 11 de febrero de 1934 en el seno de una familia humilde, Noriega abrazó muy joven la carrera militar y llegó a dirigir Panamá entre 1983 y 1989. «Lo más sobresaliente en la vida de Manuel Antonio Noriega es que hizo de la institución (militar) un instrumento, una combinación macabra entre el crimen y el narcotráfico», dijo el general Rubén Darío Paredes, a quien relevó en 1983 en la Guardia Nacional.

Tras participar en 1968 en un golpe contra el presidente Arnulfo Arias, su ascenso se volvió meteórico cuando, un año después, el histórico gobernante de Panamá, el general Omar Torrijos, lo puso al frente del servicio de inteligencia G-2. Fue en esa época que la CIA, omnipresente en Panamá para vigilar el Canal, reclutó a Noriega, quien afianzó su poder tras la muerte de Torrijos en 1981 en un misterioso accidente aéreo, demasiado parecido a un atentado.

En 1983 accedió a la comandancia de la extinta Guardia Nacional y comenzó su gobierno de facto. En un contexto de guerras civiles en Centroamérica, «Cara de Piña», como le llamaban sus opositores por las abundantes marcas que le dejó el acné, jugó en varios frentes para mantenerse en el poder.

De aliado fiel de Estados Unidos, pasó a ser un enemigo vinculado al narcotráfico, tras la llegada a la Casa Blanca de George Bush (1989-92), su exdirector en la CIA. En 1986, una filtración de la inteligencia estadounidense llevó al diario The New York Times a señalar el papel de Noriega en el asesinato, en 1985, del opositor Hugo Spadafora, cuyo cadáver fue hallado decapitado.

Pero Noriega siempre negó haber participado en crímenes: «Bajo el nombre de Dios, no tuve nada que ver con la muerte de ninguna de estas personas. Siempre hubo una conspiración permanente contra mí, pero estoy aquí de frente, sin cobardía», dijo. El coronel Roberto Díaz Herrera, ex jefe del Estado Mayor panameño y segundo del régimen, salvó su situación y a pedido de EEUU lo acusó de corrupción, fraude electoral y del accidente que costó la vida a Omar Torrijos.

Torrijos, el artífice del retorno de la llamada Zona del Canal de Panamá a ma­nos nacionales y junto al presidente estadounidense James Carter firmara los acuerdos de paz en el 1977. Estoy retirado, pero la gente no me cree’, le confesó una tarde de julio de 1981 Omar Torrijos al escritor Mario Vargas Llosa, huésped en su casa de playa en Farallón. “Ahora mi principal problema es esconderme para que la gente no me encuentre”, le dijo al peruano.

Una semana más tarde, el viernes 31 de agosto, el avión De Havilland «Twin Otter» FAP-205, el mismo en el que había viajado Vargas Llosa y conducido por el mismo piloto, Azael Adames, se estrellaba cerca de la cordillera Central, entre las provincias de Coclé y Colón, en Panamá. La noticia despertó el llanto, la angustia e incertidumbre de los panameños, y dio un vuelco a la historia del país.

En el imaginario colectivo panameño, Torrijos fue asesinado por los norteamericanos de la misma manera que lo hicieron con Jaime Roldós, el presidente ecuatoriano. Casualidad: los dos se oponían al Imperio.

La sospecha del atentado, sospecha incrementada tras la desaparición del expediente después de la in­vasión de 1989, y la genialidad de Gabriel Gar­cía Márquez resumió las especulaciones: “Siempre tuve la impresión de que Torrijos corría muchos más riesgos de los que podía permitirse un hombre acechado con tantas amenazas”.

La narcopolítica de Estados Unidos

Según el semanario Newsweek , en 1976 el presidente Bush, en ese entonces director de la CIA, decidió que se le mantuviera un depósito anual $110 mil anuales por sus valiosos servicios. La relación seguía diez años después, cuando el entonces director, William Casey intenta en 1986, que Noriega les colabore para mantener la lucha de los contrarrevolucionarios nicaragüenses que intentan desbancar al Frente Sandinista para la Liberación Nacional (FSLN), en el poder desde julio de 1979 tras derrocar al dictador Somoza.

Para ello, Casey envía al coronel Oliver North, quien le plantea a Noriega la necesidad de facilitar aeropuertos, fondos y campos para el entrenamiento necesario de los contras, lo que no se llegó a concretar. Según la prensa, el general propuso algo más drástico: atentar y eliminar la plana mayor del FSLN, lo que rechaza el jefe de North, John Poindexter, en una discreta cita el 22 de septiembre de 1986, en un hotel londinense.

En cambio, sí aceptó el plan de realizar misiones de bombardeos contra blancos económicos y militares nicas, a cambio de que Washington le levantara los cargos de narcotráfico que pesaban sobre él y su imagen mejorara. Además, este apoyo le reportaría un millón de dólares a Noriega.

Lo cierto es que antes de concretarse estas misiones de bombardeos, diarios libaneses revelaron las gestiones del Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos para obtener fondos ilegales para los contras nicaragüenses, mediante la venta de armas a Irán, cosa que estaba prohibida por el Congreso, y que causó el desplome del ‘Proyecto Democracia’, el cual culminó con la condena de Poindexter y North.

Noriega fue llamado por el vicepresidente de Estados Unidos, George W. Bush, padre, tres horas antes de la invasión norteamericana a Granada pidiéndole que advirtiera a Fidel Castro que Cuba podría sufrir represalias si los marines estadounidenses enfrentaban resistencia.

El periodista español Juan Manuel Martín Medem señala que en tres años, Estados Unidos se apoderó de México, Panamá, Nicaragua y Colombia, manejando el narcotráfico como un instrumento de su política internacional. En 1988, 1989 y 1990, los países más afectados por las operaciones del Cártel de Medellín fueron intervenidos por los gobiernos de los presidentes Reagan y Bush. En México, Panamá, Nicaragua y Colombia las consecuencias de la triangulación de la CIA con los narcotraficantes y los contras determinaron una drástica reducción de su soberanía nacional.

La complicidad de la Administración Reagan con el narcotráfico creó las condiciones en México para su tremendo desarrollo posterior, su hegemonía sobre las mafias colombianas y el establecimiento de un poder, la narcopolítica, que ha corrompido al Estado y carcome la democracia. Reagan consintió el fraude electoral del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 1988 y Bush tapó las evidencias sobre la implicación del nuevo presidente en el narcotráfico a cambio de que el neoliberal Carlos Salinas de Gortari entregara a su país en la negociación del Tratado de Libre Comercio, señala Medem.

Añade que la Administración Bush se apoderó de Panamá con la invasión de 1989. La excusa fue la vinculación con el narcotráfico del general Noriega, como si no hubiera sido el cómplice de la Administración Reagan en el acuerdo de la CIA con las mafias de la cocaína de Bolivia, Colombia y México para financiar la guerra terrorista contra el gobierno sandinista de Nicaragua. Los diez años de acoso de los contras dirigidos por Washington provocaron la derrota electoral de los sandinistas en 1990 y la recuperación del control estadounidense sobre Nicaragua.

Medem recuerda que en Colombia, el presidente neoliberal César Gaviria, después recompensado con la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos, se sometió a los intereses de Estados Unidos con la apertura económica y rindió la soberanía nacional mediante la alianza de sus fuerzas de seguridad con la CIA, el Cártel de Cali y los paramilitares en la cacería de Pablo Escobar. Eliminaron al colaborador de Reagan en la guerra de los contras. Con esa alianza se fortalecieron los paramilitares, que dominaron el narcotráfico y organizaron con su poder criminal la narcopolítica, que llevaría a la presidencia a Álvaro Uribe.

La supuesta guerra contra las drogas fue en realidad una palanca de la política internacional de Estados Unidos en América Latina, que cambió radicalmente el escenario de los países más afectados.

Invasión

El 20 de diciembre de 1989, en la llamada «Operación Causa Justa», tropas estadounidenses invadieron Panamá con la excusa de capturar a Noriega, provocando la muerte de miles de civiles en la que ha sido la última operación de ese tipo de Washington en América Latina. Tras varios días refugiado en la Nunciatura y bajo el estruendo de música rock que no soportaba, se rindió el 3 de enero de 1990 y fue llevado prisionero a Estados Unidos, donde recibió condena a 40 años de cárcel por narcotráfico, aunque solo cumplió 21 por «buena conducta».

Posteriormente fue extraditado a Francia en 2010 donde fue condenado a siete años por blanquear tres millones de dólares en bancos franceses para el Cártel de Medellín. Noriega fue definitivamente extraditado a su país en 2011. Llegó en silla de ruedas, avejentado, enfermo y «sin odios ni rencores», según dijo, para purgar tres condenas de 20 años cada una por desaparición de opositores.

Pese a haber pedido perdón y haber sufrido varios derrames cerebrales, complicaciones pulmonares, cáncer de próstata y depresión, las autoridades panameñas siempre le negaron la posibilidad de cumplir sus condenas en casa.

Lo sucedió en la presidencia el empresario Guillermo Endara —impuesto por Estados Unidos en una base militar suya en Panamá ocupada- luego de que los marines derrocaran y arrestaran a Noriega en 1989, en una sangrienta invasión genocida, que los panameños recuerdan bien.

(*) Sociólogo, investigador del Observatorio de Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico.

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