Narcotráfico y cultura: los narcocorridos

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Narcotráfico y cultura: los narcocorridos

Víctor Manuel Uribe Aviña- Universidad de México

Sin duda alguna, el corrido es una de las manifestaciones de la cultura mexicana de más hondo arraigo popular. El corrido, a lo largo de las luchas sociales que han sacudido al país, se ha consolidado como un importante factor de identidad cultural. En los corridos que canta el pueblo conocemos y reconocemos hechos y situaciones que conforman un pasado histórico que nos es común. Así, fiel a su origen popular, el corrido, como producto eminentemente colectivo, expresa las preocupaciones, los anhelos y las vivencias del grupo social que lo crea y, por lo tanto, no puede permanecer ajeno a una dolorosa realidad que se ha vuelto cotidiana en nuestro medio: el narcotráfico.

Con la aparición de los llamados «narcocorridos», se pone de manifiesto que el tráfico de drogas y todas sus consecuencias han permeado hasta lo más profundo del sentir popular, utilizando la voz del corrido para exaltar sus valores y reivindicar sus causas. A este fenómeno cultural dedicaremos el presente trabajo, en el que realizaremos un breve análisis del corrido como parte esencial de la cultura popular mexicana, continuando con una somera caracterización de la cultura o subcultura asociada con el narcotráfico, y de los corridos cuya temática versa en torno al mismo, para finalizar con algunas reflexiones personales sobre sus repercusiones en el ámbito de la cultura nacional.

El corrido en la cultura mexicana

Inciertos son los orígenes del corrido. Algunos autores lo sitúan como una continuación de los viejos cantares de gesta y romances españoles, en tanto que otros lo identifican con la arraigada tradición oral de los pueblos precortesianos. Independientemente de su origen, lo cierto es que el corrido surge como un género, al margen de cualquier clasificación literaria, auténticamente popular que responde a la necesidad de todo grupo humano de registrar su pasado.

En el corrido quedan grabados los sucesos que más hondamente impresionan la sensibilidad del pueblo. Desde enfrentamientos armados y hazañas heroicas, hasta catástrofes, crímenes y pasiones amorosas; pero también el corrido es, en ocasiones, expresión de protesta ante las injusticias de un régimen. El corrido adopta tantas caras como estados de ánimo tiene un pueblo, puede ser épico o trágico, más bien melodramático en nuestro caso; humorístico o didáctico, lírico o subversivo. Igualmente, el corrido toma diferentes formas conforme a la zona geográfica en que es cantado; en el norte surge el «corrido norteño», mientras que en los estados del sur se componen «bolas surianas».

Años antes de la Independencia se tiene ya noticia de la existencia de corridos. Sin embargo, con el inicio de la lucha insurgente, éstos comienzan a aparecer ensalzando las hazañas de los principales caudillos como Morelos o Allende. En estos primeros años, el corrido permanece fiel a su tradición oral, se transmite de generación en generación, y cumple con la importante misión de crear una incipiente unidad cultural entre los habitantes de lajoven nación.

Posteriormente, con el establecimiento de las primeras imprentas populares, ya entrado el siglo XIX, los corridos comienzan a circular en coloridas hojas volantes, frecuentemente ilustradas, que llegan.a los más apartados rincones del país. En esta época sirven de medio·de comunicación popular, pues informan sobre los más variados sucesos y, a la vez, establecen un lazo cultural entre las diversas regiones del territorio nacional. Pero es durante los últimos años del Porfiriato y con el estallido de la Revolución, que el corrido alcanza su apogeo.

Algunos de los más célebres son escritos al calor de la lucha armada por trovadores anónimos, combatientes las más de las veces, que ponen su inspiración al servicio de los ideales revolucionarios. Zapatistas, carrancistas, villistas, federales, en fin, la mayoría de los grupos armados componen sus propios corridos, impregnados de un fuerte contenido ideológico y de denuncia, en los que exaltan sus respectivas hazañas bélicas y las de sus dirigentes, a la vez que denuncian los excesos de sus rivales.

Con la aparición de los medios modernos de comunicación, el corrido, a pesar de un breve resurgimiento durante la Guerra Cristera, pierde fuerza. Deja de ser anónimo y de elaboración colectiva, en la medida en que cada intérprete 10 enriquecía con sus propias variantes, para responder a las exigencias de la radio y después del cine y de la televisión. Posteriormente, los corridos se comercializan a través de discos y casetes, perdiendo así aquel carácter intimista y campirano. Surgen en cambio corridos que hablan de la vida urbana y de los problemas de sus habitantes.

Sin embargo, el corrido sigue conservando ese carácter popular que le es propio, como lo demuestran los corridos compuestos a raíz de los movimientos guerrilleros de Genaro Vázquez o de Lucio Cabañas que, paradójicamente, al no ser difundidos por los medios de comunicación, se mantienen vivos gracias a la tradición oral, como los primeros corridos del siglo pasado. Los corridos forman parte de esa serie de signos, símbolos y puntos comunes de referencia que nos identifican como mexicanos y que, además, contribuyen a la percepción de un pasado común.

Aún hoy, por encima de su riqueza temática y de su innegable valor artístico, el corrido constituye una peculiar forma de sentir, de pensar y de reaccionar ante los acontecimientos que más honda huella dejan en nuestra conciencia nacional, como lo veremos más adelante.

La subcultura del narcotráfico

El narcotráfico es, en definitiva, un signo de nuestro tiempo. La producción, el tráfico y la comercialización de las drogas, de ser un problema doméstico de algunos países, ha traspasado fronteras para alcanzar dimensiones mundiales. Nuestro país no es la excepción, se ha convertido en un importante productor de drogas, además de que su territorio ha sido utilizado tradicionalmente como puente entre los grandes países productores del sur del continente y el enorme mercado norteamericano.

En México, al igual que en otros países de América Latina, la mano corruptora del narcotráfico ha tocado todos los niveles de la sociedad. Debido a la gran fuerza económica que da la droga, los narcotraficantes compran autoridades, conciencias e intereses; son propietarios de prósperas empresas a través de las que lavan sus estratosféricas ganancias y, en ocasiones, participan activamente en la política nacional.

La incorporación a nuestro lenguaje cotidiano de palabras como narcoeconomía, narcodinero o narcopolítica son sólo una muestra de la fuerza con la que el narcotráfico ha irrumpido, con su carga de violencia y terror, en todos los ámbitos de la vida cotidiana de nuestro país.

El ámbito de la cultura, producto de las vivencias de un conjunto humano, no es ajeno a la influencia del fenómeno del tráfico de drogas y de las actividades con él relacionadas. Así, se habla ya del surgimiento de una narcocultura que teóricamente puede definirse más bien como una subcultura, es decir, como un conjunto de valores, modos de vida, comportamientos y actitudes peculiares que diferencian a un determinado grupo social, dándole una identidad particular y una cohesión interna; pero que, al mismo tiempo, participa de algunos aspectos de la cultura global de la sociedad en la que se encuentra inmerso.

La aparición de una subcultura, en este caso la del narcotráfico, dentro de una cultura dominante, puede equipararse a un proceso de autogestión, en el que un grupo determinado no persigue propiamente la destrucción de la cultura instituida, sino que pretende insertarse dentro de la cultura mayoritaria, introduciendo innovaciones propias de su modo de ser.

La narcocultura se manifiesta con mayor fuerza en las regiones en donde el narcotráfico es una actividad relativamente común (por ejemplo en la frontera norte del país), más o menos aceptada por la comunidad, y donde es percibida, particularmente por los sectores desposeídos de la población, como una actividad reivindicadora y a veces hasta heroica. El narcotraficante es, al mismo tiempo, ensalzado y temido.

Se le admira por la manera en que enfrenta y desafía a los aparatos judiciales y policiacos instituidos, así. como por la forma justiciera en que distribuye parte del producto económico de sus operaciones entre los más necesitados; pero, a la vez, se le teme por su potencial violencia capaz de cometer los más sangrientos excesos.

De esta forma, el hecho de ser narcotraficante otorga un status social superior a quien se dedica a esa actividad, al igual que al conjunto de símbolos y signos asociados con esta forma de vida; atuendo personal, lenguaje, desprecio por la vida propia y por la ajena, culto a las armas y a la violencia, constituyen algunos rasgos característicos de esta subcultura que, en el seno de una sociedad consumista, los medios de comunicación masiva, el cine y la radio, principalmente, se encargan de difundir en todo el país.

El fenómeno de la narcocultura o de la subcultura del narcotráfico, como la hemos caracterizado, se fundamenta pues en el arraigo que los patrones de comportamiento y los valores inherentes a la misma han tenido entre los sectores más desprotegidos de la población. Esta penetración le va dando cada vez un mayor peso social, al grado de que los consumidores de productos que la difunden a través de películas, música e historietas, identifican a los narcotraficantes en términos coloquiales con «los buenos», en confrontación con las fuerzas policiacas y militares a quienes (aunque no inmerecidamente) se identifica con los villanos.

A raíz del asesinato de un alto jefe de la Iglesia católica en la ciudad de Guadalajara, a finales del mes de mayo de 1993, que puso al descubierto hasta qué grado el fenómeno del narcotráfico ha penetrado en las estructuras políticas y sociales del país, la opinión pública nacional reparó en la existencia de los corridos de tema «narco» que, siguiendo la incorporación al habla cotidiana de dicho fenómeno, fueron bautizados como «narcocorridos».

Transmitidos normalmente por la radio y vendidos en discos y casetes, los narcocorridos tienen una gran demanda, como tuvimos oportunidad de comprobarlo al adquirir algunos de ellos en casas disqueras y puestos ambulantes de la Ciudad de México. A pregunta expresa, dependientes y «puesteros» respondieron que los casetes y discos compactos de narcocorridos (todos se mostraron familiarizados con el término) «son ,de los que más se venden».

Fue en el estado norteño de Chihuahua -en el que existe una gran infraestructura para la producción y distribución de drogas-, donde se alzaron las primeras voces de protesta tanto de autoridades como de asociaciones civiles; bajo el argumento de que los narcocorridos tienen efectos negativos sobre la sociedad, ya que ensalzan los antivalores de la cultura de la droga, lograron que funcionarios estatales hicieran la petición formal a las radioemisoras de aquella entidad para que dej3ran de programar los corridos. Sin embargo, la mayoría de las radiodifusoras no acató la medida y siguió transmitiéndolos, aduciendo como justificación la gran demanda que tienen entre los radioescuchas.

La mayoría de los narcocorridos se inscribe dentro de la tradición del corrido norteño y respeta tanto la forma como la estructura tradicional: una breve introducción que permite situar en el tiempo y el espacio el suceso que se va a relatar, la narración propiamente dicha, y una despedida frecuentemente acompañada de alguna moraleja. La gran parte de las acciones narradas en los narcocorridos se desarrolla en el norte de la República, principalmente en la zona de Chihuahua, Sinaloa y Sonora; todos hacen referencia de una u otra manera al tráfico de drogas y a actividades relacionadas con éste.

Algunos títulos hablan por sí solos: «Contrabando y traición», «I.a banda del carro rojo», «Entre yerba, plomo y plomo», «Carga ladeada» o «El rey de la morfina». De entre la creciente producción de narcocorridos pueden distinguirse aquellos que simplemente narran un determinado hecho, las más de las veces un enfrentamiento entre narcotraficantes y policías, o bien entre bandas rivales; los que se refieren a un capo en particular y los que abiertamente exaltan las «hazañas» o la valentía de un grupo o de un cabecilla. Incluso, existen algunos que adoptan un tono moralista y condenan las actividades de traidores o «soplones», que infringen el compromiso de lealtad hacia su banda o hacia su jefe. ‘

Sin embargo, la exaltación de sujetos que se entregan al crimen como forma de vida no es nueva en el género del corrido. Existían, desde el siglo pasado y principios del presente, corridos dedicados a los bandoleros que defendían a los pobres, como el caso del notable Heraclio Bernal, personificación del héroe bandolero con cierta conciencia social.

No obstante, los narcocorridos se diferencian de otros corridos similares por la presencia constante de la violencia, elemento que si bien no es ajeno a algunos corridos tradicionales, en el caso de los corridos de tema narco se enfatiza y se tecnifica.

En los narcocorridos son numerosas las referencias a fusiles AK-47, llamados «cuernos de chivo», rifles M-6, R-15 Ycalibres súper, cuyos disparos «rugen en el aire», así como a avionetas, autos y camionetas superequipadas que «surcan las carreteras». En otras palabras, se trata de la tecnología al servicio de la droga y de sus fines. Igualmente, el narcocorrido explota el extraordinario poder económico del narcotraficante. Las grandes sumas de dinero que se mencionan como pago a los servicios prestados a bandas de traficantes, que van desde el transporte de droga hasta el homicidio, ejercen una especial fascinación en la imaginación popular.

De esta manera, el narcocorrido, como parte de la subcultura a que pertenece, puede identificarse como un proceso autogestivo que, al margen de los valores que ensalza y de los fines que persigue, intenta introducir cambios en la institución del corrido, poseedora de una larga tradición dentro de la cultura nacional.

Y quizá no está lejos de lograrlo, como lo demuestra el hecho de que la música -el corrido cuyo tema gira en torno al tráfico de estupefacientes- es un elemento indispensable en las «narcofiestas» o convivios sociales que se celebran en las regiones donde opera el narcotráfico, que no son otra cosa que celebraciones rituales de cohesión e identificación comunitaria. Incluso, han traspasado el ámbito de las comunidades rurales, en donde se ubican los principales centros de producción de drogas, para ingresar a las comunidades urbanas, especialmente en la sensibilidad de las clases bajas, en cuyas fiestas no pueden faltar «Contrabando y traición» o «La banda del carro rojo» que, al decir de un vendedor ambulante de casetes en la Alameda Central de la capital, son «los más buenos para bailar».

Narcocorridos, el lado oscuro de la tradición

El corrido, como lo apuntamos al principio de nuestra exposición, es la voz de los grupos populares y, por lo mismo, refleja fielmente la realidad social en que aquéllos se desarrollan. El corrido plasma, con sobriedad y concisión, una realidad que muchas veces no registran la historia oficial ni los medios de comunicación. Esto último es particularmente cierto en el caso de los narcocorridos, pues retratan un fenómeno cotidiano, producto de la falta de oportunidades económicas y de la crisis educativa, entre muchas otras causas, que el discurso oficial, así como la prensa y la televisión tratan de minimizar.

Sin embargo, el fenómeno está ahí, en un hecho tan trivial como encender el radio y escuchar a uno de los muchos grupos dedicados a cantar las glorias y las vicisitudes del narcotráfico y de los miles de hombres que, casi a diario, son asesinados o encarcelados por su causa.

Por otra parte, es a nuestro juicio motivo de gran preocupación el hecho de que se utilice el corrido, una tradición tan mexicana y, sobre todo, que tanta ascendencia tiene sobre la sensibilidad popular, como medio para promover valores y formas de vida que desde cualquier punto de vista son negativos. Estamos en presencia de un proceso de substitución de los valores del corrido tradicional -que de alguna manera propició

la cohesión e identidad cultural en torno a un pasado común- por el mensaje de violencia y autodestrucción que enarbola el narcocorrido, substitución que una sociedad consumista, ávida de novedades, acepta sin ningún cuestionamiento

Revista UNAM


¿A qué se debe la afición a los narcocorridos?

Cada vez que un narco hace una hazaña nace una oda en su honor. Los cantantes llenan estadios y más de 50.000 personas acuden al espectáculo. ¿Cómo se explica?

Los narcocorridos han sido catalogados como una música que promueve y exalta la violencia y las malas acciones de los traficantes de drogas. Incluso, en algunos lugares se han prohibido por ser considerados como negativos para la sociedad. Sin embargo, más allá de narrar la historia de un antihéroe los narcocorridos muestran el sentir popular, son otra versión de la guerra contra el narcotráfico y tienen una función social.

“Un migrante en Estados Unidos conduce su auto cerca de la frontera con México. Está asustado; teme que la policía lo detenga y se dé cuenta de que está indocumentado. De pronto suena la canción que exalta a alguien que, a pesar de ser narcotraficante, es generoso, ha logrado sus sueños y sobre todo que no tiene temor. Entonces, quien escucha la canción vive una fantasía de tres minutos”, dice Juan Carlos Ramírez-Pimienta, profesor investigador de San Diego State University-Imperial Valley y autor del libro Cantar a los narcos, para ilustrar cómo se sienten algunos de los que aman los narcocorridos.

La población latinoamericana se perfila como una población marginada que tiene mucha presión “un ejemplo de ello es lo que sucedió con Donald Trump, que culpa a los mexicanos de los males de Estados Unidos”, asegura Ramírez Pimienta. Es por esto que los narcocorridos son populares en todo México, pero en especial en Estados Unidos porque de alguna manera reivindican el ‘ser mexicano’, el ser latinoamericano en un país donde hay más de 50 millones de latinos.

Carlos Valbuena, autor de El Cartel de los corridos prohibidos, muestra en su libro que los narcocorridos tienen una función terapéutica. “Los narcocorridos o corridos prohibidos –como se conocen en Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú- son una forma de expresar los cuestionamientos del pueblo al discurso del poder. Es además, a través de los narcocorridos, que el pueblo es capaz de cantar sus peores males hasta superarlos”.

Para Alirio Castillo, el mayor productor musical de narcocorridos en Colombia, estas canciones permiten la reflexión social, pues los corridos que se hacen en el país cuentan la hazaña del narco pero casi siempre muestran que esa forma de vida tiene un final triste: La muerte o la extradición, tal como lo muestran canciones del Rey Fonseca o de Uriel Henao.

Los narcocorridos también pueden ser vistos como una representación social. Ramírez Pimienta cuenta que una de las conclusiones que encuentra en sus estudios de más de 20 años sobre los narcocorridos, es que las letras tienen mucho que ver con la economía del  país. “Mientras el estado de bienestar de las personas es mayor, este tipo de idolatría, a través de los narcocorridos, decrece. Pero, si el gobierno no ofrece salud, vivienda, servicios públicos y si otra persona sí lo hace, la pleitesía se rinde a esa persona, así sea alguien que trabaja al margen de la ley”.

Los grupos de narcocorridos más famosos pueden cobrar entre 80.000 y 100.000 dólares por presentación y agrupaciones como los Tigres del norte, Los Tucanes de Tijuana, El Komander o Lupillo Rivera llenan estadios de más de 50.000 personas en todo México y en lugares como Los Ángeles, Dallas, Texas; y en Colombia en ciudades como Bogotá y Medellín.

Judith Canabal, gerente de un resort en Florida, Estados Unidos, y creadora del club de fans de Lupillo Rivera, dice que lo que más que le gusta de los narcocorridos es que es música acerca de la vida cotidiana. “Son anécdotas reales de nuestras vidas y lo más impresionante es en la forma que cantan; con tanta emoción y sentimiento”, dice la fiel seguidora.

Judith también explica que le gustan los narcocorridos porque “a los seres humanos nos causa curiosidad la experiencia de esas personas que viven de una forma tan peligrosa”. Y afirma que, aunque le gusta esa música, “no quiere decir que los que escuchan o cantan narcocorridos estén de acuerdo con el tipo de vida de los narcotraficantes”.

Esa fascinación por el antihéroe no solo se ve en los narcocorridos. En los estudios de Eric Lara, historiador e investigador de los narcocorridos se encuentra que los seres humanos tenemos una ambivalencia de disonancia cognitiva. Es decir que convivimos con dos sistemas de valores opuestos que se reconcilian de forma simbólica. Es por eso que amamos Breaking Bad, Los Soprano, El Padrino o los narcocorridos.


La Ingobernable retrata al Narcoestado mexicano y al patriarcado

Ilka Oliva Corado

En el 2010, México fue sacudido hasta los cimientos por Las Aparicio, telenovela feminista producida por Argos Comunicación, hasta el momento ninguna televisora mexicana había presentado un material de semejante excelencia tanto en la producción como en la temática. Aquello fue como una revelación. Fue transmita en México por Cadena Tres. En Las Aparicio se visibilizó lo impronunciable en las sociedades patriarcales, machistas, clasistas, racistas y estereotipadas.

Todo gira alrededor del matriarcado y de una familia conformada por 6 mujeres, que todos los días luchan por romper con las normas impuestas por la sociedad, también toca el tema de la homosexualidad, de la ética profesional, de la conciencia colectiva, de la Memoria Histórica. El tema de la inclusión de la mujer como ser humano en una sociedad que limita y mutila a quien rompe con el roll de ama de casa.

Las Aparicio no es cualquier telenovela, es única y sobre todo cada capítulo es un aprendizaje. Por eso temblaron las productoras de siempre y tembló la iglesia y tembló también la doble moral que pulula en todos los rincones.

De los mismos productores de Las Aparicio llega La Ingobernable, serie que presenta Netflix. En cualquier proyecto en el que esté el nombre de Argos, de Epigmenio Ibarra y sus hijas Natasha Ibarra- Klor (guionista) y Eréndira Ibarra (actriz) es por demás un producto de calidad comprobada, ahí no hay vuelta de hoja ni medias tintas.

Porque sus producciones golpean la insensibilidad humana, siempre nos presentarán la otra visión, la verdad no contada, lo que esconde la norma religiosa, política y cultural. En La Ingobernable, con la actuación principal de Kate del Castillo como la primera dama de México, nos llevan de la mano por las entrañas de la podrida política mexicana, y dignifican a los 43 de Ayotzinapa, a las Cabronas de Tepito y a Tepito mismo que representa a las alcantarillas de Latinoamérica y el mundo.

Ninguna producción había llegado hasta Tepito para dignificarlo, La Ingobernable es la primera, vaya y de qué manera lo hace, tanto que lo volvió protagonista.

En cada uno de los 15 capítulos (ojalá continúe) nos muestra con santo y seña, cómo funciona el Narcoestado mexicano, cómo actúa la policía y el ejército, la oligarquía y la clase política del país. Cómo torturan, cómo secuestran, cómo desaparecen a quienes se atreven a levantar la voz y a denunciar o simplemente a cuestionarse, o a quienes que por ser parias quieren eliminar. Evidencia la médula de las limpiezas sociales. Los pactos con los altos mandos de Estados Unidos. La invención de una guerra contra el narcotráfico que no es más que un Genocidio contra el pueblo mexicano.

También dentro de la misma atmosfera, nos presenta cómo funciona el patriarcado en contra de la mujer, de quién es diferente, de quien ama no como se supone deben amar todos. Y nos presenta el papel de las empleadas domésticas dentro de las familias poderosas de México, con una visión distinta, las nombra como personas y las hace existir. La integridad y profesionalismo de unos cuántos que dentro del sistema de gobierno quieren hacer las cosas bien y quieren cambiar al país.

De cómo pagan con su vida quienes se atreven a decir no. Lo que esconden los medios de comunicación respecto al Estado fallido que vive México, lo presenta La Ingobernable, que no es una serie cualquiera, es un retrato en calco de lo que es México y todos los gobiernos latinoamericanos de carácter neoliberal.

Es una producción de denuncia, y es confiable, porque sus actores y sus productores están involucrados en el tema de trata de personas para fines de explotación sexual, de derechos humanos, del patriarcado. Y lo podemos ver en las redes sociales, en las entrevistas, y no porque estén en La Ingobernable, lo vienen haciendo desde hace tiempo, la Ingobernable solamente los unió para que denunciaran juntos lo que vive México.

Un ejemplo es el #PaseDeLista del 1 al 43, que lleva a cabo todos los días a las 10 de la noche, Epigmenio Ibarra, en Twitter. Es una mención continua de los 43 de Ayotzinapa. Usted no verá a Epigmenio jactándose con reconocimientos, con fotografías con personalidades, sus redes sociales son de denuncia y como lo personal es político, se demuestra al centavo en La Ingobernable y Las Aparicio.

Si usted quiere ser parte del #PaseDeLista puede unirse y recordarle al mundo   y al gobierno mexicano que no hemos olvidado, ni a los de Ayotzinapa ni a los miles de desaparecidos y asesinados en manos del Narcoestado mexicano.

Y ya para terminar, por supuesto, queremos ver a una mujer presidenta en México, una que dé la talla de Emilia Urquiza. Vendrá, ese tiempo llegará, para eso tenemos que empujar todos, derrumbar el patriarcado, los estereotipos y las estructuras de poder machista, juntos.

*Escritora y poetisa guatemalteca. Se graduó de maestra de Educación Física para luego dedicarse al arbitraje profesional de fútbol. Hizo estudios de psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora en el estado de Arizona. Es autora de cuatro libros.


El narcoestado contra la educación

Arsinoé Orihuela

El narcoestado facilita la neutralización de la sociedad organizada, criminalizando a la totalidad de la población con base en ciertas políticas recogidas de la noción de “seguridad nacional”, señaladamente la trillada guerra contra un enemigo que no es enemigo sino un actor neurálgico en las estructuras económico-políticas del país: el narco. La reforma educacional está marcada por este par de procesos: represión a gran escala y despojo criminal de derechos laborales y sociales.

Por convención, un narcoestado es definido como una territorialidad política donde el narcotráfico es un agente que disputa al Estado el control de las instituciones con cierto éxito. Pero esa es una definición estéril, a todas luces tributaria de ciertas prenociones funcionalistas que ignoran o desnaturalizan el curso de los hechos.

Un narcoestado es una construcción histórica, que en países como MéxicoColombia o Italia llegó a alcanzar un estadio acabado. Su presencia en la historia es transitoria. Es básicamente una forma de Estado cuya característica fundamental es la de habilitar escenarios de excepcionalidad con altos volúmenes de represión, con el propósito de anular procesos de resistencia organizada en beneficio de negocios que por definición concurren fuera de la ley, señaladamente el narcotráfico e industrias criminales adyacentes.

En este sentido, el narcoestado está cruzado por dos procesos torales: uno, la configuración de un orden de contrainsurgencia total; y dos, la organización delincuencial de la política y la economía.

La reforma educacional está marcada por este par de procesos: represión a gran escala y despojo criminal de derechos laborales y sociales. Rafael de la Garza acierta cuando observa que la acción represiva del Estado mexicano contra la protesta magisterial no responde solamente a la premura de impulsar la reforma educativa, que como bien se ha señalado tiene escasos o nulos contenidos pedagógicos.

El propósito es acabar con un actor político –la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación– que resiste organizadamente a las reformas estructurales. Por eso el Estado mexicano acude a la violencia y represión como un primer recurso para “dirimir” el conflicto sin agotar otras instancias institucionales.

El narcoestado facilita la neutralización de la sociedad organizada, criminalizando a la totalidad de la población (el magisterio, para el caso que nos ocupa) con base en ciertas políticas recogidas de la noción de “seguridad nacional”, señaladamente la trillada guerra contra un enemigo que no es enemigo sino un actor neurálgico en las estructuras económico-políticas del país: el narco.

 En México, un capo de la droga tiene fuero para delinquir, y cuando llega a ir preso recibe trato preferencial en la cárcel. En cambio, un opositor político es perseguido a sangre y fuego, y cuando es aprehendido recibe un trato barbárico, desde una desaparición forzada hasta una tortura humanamente inenarrable. Ya hubiera querido Julio Cesar Mondragón, uno de los chicos asesinados en la trágica noche de Iguala cuyo rostro fue desollado, gozar de esas “garantías individuales que establece la ley” que tanto preocupa al gobierno en relación con ciertas figuras como Joaquín Guzmán Loera, El Chapo.

Y mientras, por un lado, la “justicia” nacional concede el beneficio de “cárcel domiciliaria” a Ernesto Carrillo Fonseca, Don Neto, o a Rafael Caro Quintero, antiguos líderes del cártel de Guadalajara, alegando falta de pruebas o irregularidades administrativas en el proceso de enjuiciamiento, por el otro, persigue a dirigentes estudiantiles como Omar García, ex vocero de los normalistas de Ayotzinapa, fabricando delitos que no tienen ningún asidero probatorio. El narcoestado exonera los delitos de narcotraficantes y fabrica delitos a opositores políticos.

El narcoestado es un modo específico de organización de la violencia en provecho de los intereses dominantes. Estos intereses están estructuralmente acoplados a la criminalidad e ilegalidad. Es la organización de los negocios criminales alrededor del Estado. En el narcoestado las bandas criminales son actores de reparto. La delincuencia organizada, lo que se dice “organizada”, está en la política y la economía. La contrainsurgencia no sigue un tenor selectivo, como en la época de la guerra sucia, sino que alcanza un estadio omnicomprensivo. La criminalización se traduce en exterminio.

Los crímenes de lesa humanidad tienen rango de normalidad. Y la gestión de la población se basa en el terror. En 2014, la organización civil italiana Libera y el semanario Zeta divulgaron un reporte cuyas cifras dan cuenta de ese terror cotidiano: “La guerra iniciada por el entonces presidente Felipe Calderón contra el crimen organizado el 8 de diciembre de 2006 provocó, desde esa fecha hasta el último día de su gobierno… ‘la muerte de 53 personas al día, mil 620 al mes, 19 mil 442 al año, lo que nos da un total de 136 mil 100 muertos, de los cuales 116 mil (asesinatos) están relacionados con la guerra contra el narcotráfico y 20 mil homicidios ligados a la delincuencia común’

“Por lo menos desde diciembre de 2006, un millón 600 mil personas se han visto obligadas a abandonar sus estados de origen… Durante los primeros catorce meses del sexenio de Peña Nieto… se registraron alrededor de 23 mil 640 muertes relacionadas con la violencia en México. Mil 700 ejecutados cada mes. Guerrero ocupó el primer lugar con 2 mil 457; el segundo sitio fue para el Estado de México (lugar de nacimiento del actual presidente), con 2 mil 367 muertes violentas” , añade el informe publicado en La Jornada Semanal  en octubre de 2014).

Cabe hacer notar que, en este contexto de terror rampante, la movilización magisterial es uno de esos escasos actores políticos, acaso junto con los zapatistas, que el gobierno no puede reducir a añicos con base en la fórmula rutinaria del narcoestado: la represión y el exterminio. Pero la evidencia sugiere que sí lo intentó. En Iguala, desapareció estudiantes (que se oponían a la reforma educacional) para proteger el negocio criminal de las drogas. En Nochixtlán asesinó a maestros y civiles, también opositores a la reforma, para proteger el negocio criminal de los empresarios de la educación.

Que el narcoestado no pueda sofocar con represión a la movilización magisterial es un indicador de la relevancia de esa lucha. En esa protesta radica la posibilidad de frenar parcialmente el avance del narcoestado. Tienen razón los zapatistas cuando previenen que en el México actual “el capital manda, el gobierno obedece y el pueblo se rebela”. Y más razón tiene esos que señalan que “este movimiento ya no es magisterial, es popular”.

Fuente: La Voz


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