Colombia: un campesino de Boyacá cuenta por qué apoya el paro agrario nacional

463

Yolanda Reyes habló con un labriego, quien le narró las dificultades que lo llevaron a protestar.

El sábado estuvo Jairo Sáenz, un vecino campesino, en mi sitio de reclusión, en mi casa de Santa Sofía. Sin proponérselo, por la fuerza de tantos años de aguantar pérdidas agrícolas y promesas incumplidas, se ha vuelto uno de los muchos líderes campesinos ad hoc que hoy se ven por la región. Es buena gente, como todos los de mi vereda en Santa Sofía, Boyacá, pero es evidente, por su cara y por sus gestos, que está muy satisfecho con la fuerza que ha ido tomando el paro agropecuario (yo diría que un poco sorprendido, como si aún no se lo creyera).

Transcribí algunas frases suyas, a medida que hablábamos, y él sabe que yo las divulgaré. De hecho, eso es lo que espera. Al comienzo de la charla (12 del día) me dijo que nos podíamos quedar aquí bloqueados otros ocho días y pongo sus frases entre comillas:

“La idea es hacer una presión fuerte entre todos. Es lamentable comparar un desorden con un éxito, pero eso es lo que todos sentimos”. Me notificó muy amable, pero muy claramente, que hay una piedra que pesa 15 toneladas antes de llegar al Ecce Homo, por lo cual es imposible salir de Santa Sofía. “Comen cuajada”, le contestó a Luis cuando le preguntó qué íbamos a comer (pues ellos hacen cuajada y no la podrán vender mañana en el mercado) y le dijo que, así como nosotros, hay mucha gente más sin poder ir a trabajar, perdiendo plata todos los días.

“Esto se fue saliendo de las manos la primera vez que la fuerza pública atacó. Si no nos atacan, no atacamos. Al campesino se le llega con cuidadito, pero llegaron los del Esmad con equipos de corriente y atacaron a la gente (…). El objetivo es poderse sentar con el caballero y decirle: Presidente, lleguemos a acuerdos”.

Este objetivo incluye (digo yo) a los ministros y al alto Gobierno y tiene todo que ver con la manera arrogante, burlona y despectiva con la que el Presidente dijo que el paro no había sido lo que se esperaba. La frase, dicha desde el centralismo de Bogotá, fue una evidente ofensa para los campesinos boyacenses que llevaban mucho tiempo sintiéndose ninguneados y estafados en los compromisos que se habían hecho en el paro anterior.

Al respecto, el sábado, el alcalde de Tunja dijo la siguiente perla, en medio de las conversaciones: “El Presidente desconocía que no se habían cumplido los compromisos adquiridos con los campesinos”. ¡Sobran los comentarios!

Sigo con las palabras de mi vecino: “Anoche (viernes) llamaron a un amigo mío del banco donde tiene una deuda (agrícola) y él les dijo: ‘Yo tengo la plata pero no la puedo llevar porque las vías están bloqueadas; si quieren vengan por ella. ¡Eso sí, pasan por la roca atravesada!’, (me lo dijo con una sonrisa triunfal)”.

Cuando le pregunté qué pensaba él de lo que decía Santos acerca de los infiltrados que había en el paro campesino y le pedí que me diera un porcentaje de infiltración del paro agrario, su respuesta fue contundente: 99,9 por ciento de campesinos.

Yo le creí porque lo conozco hace siete años y he sido testigo de sus problemas con los invernaderos de tomates, con los intereses altísimos que debe pagar por los préstamos agrarios y, en términos generales, con la competencia desleal que afrontan los campesinos boyacenses frente a los productos importados.

Las desgracias del agro

Traía un cuaderno lleno de apuntes y de cifras y, una vez más, me dijo lo siguiente: “El agro no es sostenible por los altos costos de los insumos, por la falta de políticas de créditos, por los cambios climáticos y por el sistema de comercialización monopolizado por Corabastos y unos pocos ricachones. El TLC ha sido nuestra desgracia: nos dicen que no somos competitivos en precios y calidad, pero luego traen productos de otros países como Ecuador en mal estado. Para esos productos importados no existen los trámites y los controles del Invima ni los requisitos de la Dian, ni hay que sacar una certificación del ICA, que es un dolor de cabeza. Además, los trabajadores del campo no tenemos seguridad social: ni salud ni pensión”.

Sus argumentos numéricos –los mismos que tantas veces han expuesto– hacen evidente que los campesinos piensan y hacen cuentas por su cuenta sin que alguien los infiltre: “Producir una canastilla de tomate y ponerla en Bogotá, cuesta 15.000 pesos y a uno se la compran a 4.000. En Chile, un bulto de abono vale 25.000 pesos (porque los insumos tienen subsidios) y aquí vale 80.000. No hay apoyo a las organizaciones para producir unidos: faltan capacitación y acompañamiento en proyectos de investigación, procesos de producción y buenas prácticas agrícolas”.

Sus palabras son elocuentes y doy fe de que no se las dicta ningún infiltrado. Así como él, muchos de los agricultores que han bloqueado las carreteras llevan muchos años aprendiendo a hacer estas cuentas en terreno, y también pidiendo citas, rogando, suplicando, buscando palancas para que los reciba un ‘subsubsecretario’ en Bogotá.

Y de repente, después de tantos años de resignación, se cansaron. ¡Y de qué manera! Ellos mismos dicen que eso no se había visto en la historia del país desde 1891, cuando ninguno de nosotros estaba aquí para verlo. Y se han sentido orgullosos pues, según ellos, en Colombia se creía que los paisas o los bogotanos podían manejar todo el país y resulta que los boyacenses pueden paralizarlo.

Me dijo que faltaban muchos gremios por sumarse al paro, como los paneleros o los sectores de maestros, entre otros. Le pregunté por qué los santandereanos –aquí no más, cerca a Moniquirá– estaban tan quietos. “Ellos tienen líderes, pero no hay que agotar energías todavía. Esto es una muestrica: falta mucha gente por manifestarse”.

Cuando le dije que esas palabras suyas me daban miedo, me dijo que no creía que en estos pueblos fuera a haber violencia. “Aquí la policía es amiga de la gente”, me dijo, y me acordé de las escenas que he visto en estos días, tan diferentes a las del Esmad, de policías paseando por los pueblos, charlando con gente que ha puesto ramas en las carreteras o mirando a los niños caminar a sus casas.

Un Gobierno distante

Todos viven en las mismas casas, comen las mismas cosas que cosechan y han sido testigos de la manera despectiva como tratamos al campo desde la comodidad de Bogotá. Yo me atrevo a decir, parafraseando a mi vecino, que el 99,9 por ciento de los moradores de Boyacá apoya el paro agrícola. Por eso, ojalá alguien puede decirle al Presidente que no vuelva a subestimar la magnitud de esta protesta, a menos que quiera agrandar los problemas.

Cuando le pregunté a mi vecino cómo podíamos ayudarlo, me pidió que escribiera pidiendo que los medios de comunicación colaboren con ellos: “Que ustedes hablen por nosotros, que los sentimientos de una comunidad lleguen a la gente a través de ustedes”.

Yo creo que hay mucho de eso en este paro: muchas voces silenciadas y un orgullo centenario herido. Y, justo cuando estoy escribiendo las líneas finales de esta crónica, el presidente Juan Manuel Santos mandó un tuit que dice: “Estoy recorriendo Cundinamarca, Boyacá y Bogotá”. (Sobrevolándolas, obvio, en un paseo sabatino). Y luego hay otro, que puede ser el colofón de esta crónica: “Bloqueo de llantas en Ubaté. No más de 40 personas. ¿Dónde está la Policía?”.

Por favor, si alguien lo conoce, dígale que ese es justamente el problema y que muchos no pudimos ir porque no tenemos avioneta. Quizás si alguien se apura a contarle puedan salvarse más de 60 horas de diálogo de estos días. Y vaya uno a saber cuántos productos agrícolas que se pudren mientras él sobrevuela la sabana de Bogotá. Porque a Boyacá seguramente hoy también se le hace tarde para mirar desde el aire.

YOLANDA REYES
Escritora, educadora y columnista. Es autora de ‘El terror del sexto B’ y ‘Los agujeros negros’, entre otras obras de literatura infantil.
Especial para EL TIEMPO

 

http://www.eltiempo.com/colombia/boyaca/paro-en-boyaca-_13013173-4

Más notas sobre el tema