El fenómeno Michelle Bachelet y la política posmoderna -Por Edison Ortiz

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El que nadie hubiese cuestionado en ningún momento el triunfo de Michelle Bachelet fue lo más relevante de la campaña, independientemente de que su triunfo se produjera en primera o segunda vuelta. Michelle Bachelet no es sólo un fenómeno político-electoral sino, también, psicológico y sociológico, que vale la pena intentar interpretar más allá de los estereotipos que sobre ella abundan. Me atrevo a afirmar que Bachelet, mujer del siglo XX, encarna mejor que nadie la política posmoderna que, con ella, culmina su instalación definitiva en Chile.

Bachelet tiene un liderazgo incuestionable cuya evidencia más contundente es que, sin mayor esfuerzo, logró el sueño acariciado tantas veces por Allende y cuya imposibilidad le costó caro: unir a la centro izquierda desde el PDC hasta el Partido Comunista. Y ahí los tiene Michelle, viviendo bajo el mismo techo. Por cierto, no son los mismos poderosos colectivos de antes: de organizaciones de masas les queda poco y hoy están más bien reducidos a círculos parentales, amicales y de fieles colaboradores de las directivas de turno, pero que aún mantienen el timbre que los legitima como herederos de una larga tradición. ¿Quién hace sólo unos años hubiese podido predecir que un liderazgo femenino iba a tener la muñeca de reunir al vinagre y al aceite? Ni el mejor analista político pudo con ella. Y ahí están: comunistas y democratacristianos compartiendo casa y muebles. Aunque su liderazgo es un poco distinto: ajena a los partidos, rodeada de incondicionales y aún con unos pocos caudillos por soportar.

Quizá la evidencia más notable del estilo posmoderno de conducción de la nueva presidenta de Chile sea el papel que desempeña Rodrigo Peñailillo en su entorno. Sin una gran trayectoria en el PPD supo comprender tempranamente la personalidad política de la candidata y se erigió como uno de sus más cercanos, interpretando al pie de la letra la sinfonía de Michelle. Y ahí lo tienen: se sienta de tú a tú, en la mesa chica, junto a los dúos Pizarro y Maldonado, Girardi y Aleuy. Se cuenta incluso que es él quien decide, muchas veces sin siquiera consultar, y hasta sus más recónditos adversarios reconocen que tiene “poderes plenos”. La próxima Presidenta de Chile lo ha dotado de facultades que en la política tradicional no estaban previstas para personajes de confianza. Por poner las cosas en perspectiva, ni Ominami con Lagos, ni Figueroa con Frei, ni Krauss con Aylwin, tenían tamaña potestad y en el área chica siempre debían consultar a los ex mandatarios sobre asuntos delicados antes de decidir. Con “el Peña”, no sucede lo mismo. Y a ello hay que agregar, además, que, detrás de él, saldrá a la palestra una nueva generación de actores políticos que estrenarán un nuevo modo de concebir los espacios de poder en el Ejecutivo. En el pasado era común que luego de las elecciones la disputa de los equipos de confianza de los mandatarios electos se diera en torno a los cargos más visibles: Interior, Gobierno o la Segpres. La generación que llegará a La Moneda con Bachelet, sin embargo, parece que tiene una óptica distinta: como han vivido desde temprano en Palacio y han conocido de cerca los bemoles de esos ministerios altamente expuestos a los vaivenes de la política y han aprendido a transformarse rápidamente en fusibles en épocas de crisis, lo más probable es que no se corten las venas por esos ministerios y prefieran el anonimato de un escritorio en el segundo piso o de secretarías de Estado con menos visibilidad pero con más seguridad en el gobierno. Esta generación no correrá riesgos ni se comprometerá más allá de lo necesario: lo suyo no es la utopía, ni el compromiso con el cumplimiento de la agenda gubernamental. Es la mantención del status que los llevará luego al mundo privado en una buena posición y, tal vez, los tenga, después, de regreso al Estado.

¿Gobernar para qué?

Está claro que en torno a Michelle predominan grupos aspiracionales medios que han hecho del copamiento del Estado un modo de viviry que con ella tienen garantizado cuatro, tal vez ocho años, un lugar en el aparato estatal sin mayores sobresaltos pues, como ya lo dijimos, el grueso de ellos no correrá riesgos aceptando cargos de alta fusibilidad. Por lo demás, en un gobierno que parece no dispuesto a salirse del marco institucional actual. Y hete aquí uno de los dilemas de la próxima administración: un entorno social cada vez más exigente, versus una candidata que no ha comprometido mayores transformaciones y que sólo se ha abierto a implementar durante su mandato algunos cambios cosméticos al modelo, pues su convicción es que éste ha funcionado bien. En ese contexto es legítimo preguntarse ¿a quiénes entonces están reservados aquellos cargos estratégicos que su entorno inmediato relativiza en medio de un gobierno que no tiene un proyecto y que, por ende, no admite mayores compromisos programáticos?

En la lógica de Bachelet parece que ellos están atesorados a los miembros de su equipo que garantizan el orden –Hacienda– o su gusto personal: Interior, Gobierno o Segpres. Por poner un ejemplo, ya se han filtrado varios nombres para Hacienda, todos los cuales no obstante tienen la misma impronta: asegurarles a los empresarios que no habrá novedades en las reglas del juego. Es que en un entramado así, donde la política se vacía de contenido, ella pasa a ser mero deporte –la administración de la menudencia, la cotidianidad– y queda supeditada al carisma de la mandataria y su entorno: el uso de la billetera fiscal, la distribución de algunos miles de cargos en el aparato estatal, las entrevistas, el cotilleo, las filtraciones a la prensa y los posicionamientos en vistas a una próxima elección.

Sin proyecto

Está claro que en un ambiente de alta convulsión social la ex mandataria fue capaz de interpretar a una mayoría significativa que aspira a cambios en el modelo. Sin embargo, lo curioso de su liderazgo es que se instala al margen de los partidos y, tal como quedó evidenciado en su programa de gobierno, sin un proyecto de transformación social. Entonces cuando un liderazgo así no tiene contrapesos y, a la vez, no posee un ideario conductor, puede ocurrir lo que ya hemos visto tantas veces en América Latina: que el caudillo termine al final poniendo a quien se le cruzó por el camino en puestos estratégicos de la administración estatal. Le sucedió en el pasado a Perón en Argentina, y le acaba de ocurrir a Chávez en Venezuela. Y es que en el caso de Michelle, como no hay plan, no existe una restricción de perfiles –con excepción de Hacienda– que puedan interpretar aspiraciones o sueños colectivos, y en ese espacio ella tendrá manga ancha. Ello más la política de “la dádiva”, serán sus principales herramientas para gobernar. Y, por cierto, el método le puede resultar muy eficaz. Y es que, en  definitiva, es curioso el fenómeno social que ella representa: la sociedad la elige por su carisma, muy ajeno al carácter predominante en nuestra elite política, sin embargo, al final del día ella se comporta como un “jefe de partido” más.

La otra explicación plausible es que Michelle ha percibido mejor que nadie la pérdida de poder de la política en las sociedades contemporáneas, y lo ha asumido enteramente. Eso sería muy valiente e ilustrativo de su parte.

Por ahora, resta por ver “cómo choca este personaje del siglo XX, que viene de los partidos, con su otro lado: su corazón ciudadano”. Por de pronto, con su regreso a La Moneda se cierra el ciclo de la política como espacio de cambio, asumiéndose definitivamente que ella no es más que la administración de las cosas. Eso es definitivo y puede ser, también, su gran aporte a nuestra historia política contemporánea. La política es lo que es, y ninguna otra cosa.

 

http://www.elmostrador.cl/opinion/2013/11/14/el-fenomeno-bachelet-y-la-politica-posmoderna/

 

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