De Asambleas Constituyentes y democracias directas – Por Marco Enríquez-Ominami

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“Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región”

 

Después de las elecciones constatamos hechos que se alejan de la agenda Progresista que pretende llevar adelante la reciente Presidenta electa Michelle Bachelet. Sectores conservadores de la Nueva Mayoría y del país comienzan a mostrar sus miedos al querer convencernos de reemplazar la promesa de una nueva Constitución por el premio de consuelo de una reforma constitucional. Rechazan una Constitución que emane de los chilenos. Nos quieren negar el derecho a fijar nuestras reglas de convivencia. Se niegan a que juntos construyamos la casa donde queremos vivir.

Si se quiere que Chile cambie, se modernice y sus instituciones sean facilitadoras de una buena vida y no permanentes obstáculos a la convivencia, hay que convocar a una Asamblea Constituyente. Puede ser mediante una cuarta urna, un plebiscito o una papeleta, a fin de lograr una nueva Constitución. La actual es insalvablemente autoritaria y, mientras se mantenga, será imposible iniciar las grandes reformas políticas. Es una torpeza la opinión de algunos políticos que sostienen que el cambio de la Constitución equivale a “fumar opio”. Tratan de mantener a toda costa el statu quo, a fin de conservar sus cargos y asegurar a los grandes empresarios que no se tocarán sus intereses.

En América Latina hay suficientes ejemplos de Constituyentes que han dado lugar a Constituciones muy avanzadas y democráticas: baste recordar la de Colombia en 1991, lograda por el movimiento estudiantil, cuando dos millones de ciudadanos votaron en una séptima papeleta que solicitaba la convocatoria a una Asamblea Constituyente, propuesta que fue aceptada por la Corte Suprema. Una vez iniciado el proceso de convocatoria, participaron todos los partidos políticos, incluido el movimiento M-19, que se incorporó a la legalidad, así como la derecha colombiana. Como ejemplo de Constituyente es bueno mencionar el caso de Islandia, que a su vez logró superar la grave crisis económica y bancaria a través de juicios a los verdaderos culpables -los especuladores financieros-, en lugar de hacer recaer el peso de la crisis sobre la ciudadanía.

Si se quiere que Chile entre de lleno en el siglo actual y no siga esclavo de décadas pasadas, es necesaria la implementación de mecanismos de democracia directa, para ir de la democracia representativa a la democracia ciudadana. Es cierto que la literatura clásica tendió a identificar la democracia plebiscitaria con los regímenes autoritarios; Max Weber la relaciona con el tipo de dominación carismática, que tiende a exaltar el poder del demagogo. Esta concepción teórica ha sido superada en la actualidad, cuando la mayoría de los cientistas políticos concuerdan en que pueden coexistir las instituciones de democracia representativa con aquellas que consagran la participación directa de los ciudadanos. Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia.

Un Estado moderno es uno que se hace cargo de que una democracia es como la bicicleta. Debe reformarse permanentemente. Si no, uno se cae. Se debe pedalear sistemáticamente. Y Chile, en términos electorales y por el bajo interés de sus compatriotas en su propia democracia, se está cayendo. Para levantarse y avanzar se debe pedalear.
Los mecanismos de democracia directa son aplicados en casi todos los países del mundo –la Constitución uruguaya, por ejemplo, garantiza la aplicación de la mayoría de los procedimientos de democracia directa, salvo la revocación de mandatos–, y han arrojado como resultado una mayor participación ciudadana. Es falso, como lo prueba el cientista político David Altman, que los mecanismos de democracia directa surgidos a través de las instituciones democráticas sean favorables a los gobiernos que convocan a los referendos. De un total de 34 plebiscitos realizados en América Latina, casi en un 50% de los casos fue rechazado el planteamiento del Ejecutivo. Por lo demás, en tres plebiscitos fueron rechazadas las proposiciones de las dictaduras: en Ecuador (1979), Uruguay (1980) y Chile (1988).

La revocación de mandato se ha aplicado preferentemente en Venezuela, donde la oposición a Hugo Chávez logró el número de firmas necesarias para convocar a un plebiscito revocatorio del mandato presidencial en 2004. Los plebiscitos revocatorios son los más cercanos al ideal de la Comuna de París (1871), donde todos los cargos eran susceptibles de revocación.
En Ecuador han predominado los métodos consultivos de democracia directa; no son vinculantes, pero tienen mucha importancia para preguntar a los ciudadanos sobre temas políticos fundamentales. En Uruguay se ha convocado a muchos referendos sobre temas que atañen directamente a cuestiones políticas, como aquel que impidió el juicio de los militares comprometidos con los crímenes de la dictadura; en otro, más de un 70% de los votantes rechazó las privatizaciones del gobierno neoliberal de Lacalle; y mediante un tercero se nacionalizaron las aguas, considerándolas como un derecho humano fundamental.

Si se quiere que Chile tenga instituciones modernas, inclusivas y respetadas, es fundamental que la nueva Constitución consagre plebiscitos, referendos, consultas populares, posibles vetos de las leyes aprobadas por la Asamblea Nacional, iniciativas populares de nueva legislación y revocación de mandatos. Las iniciativas de democracia directa pueden surgir desde arriba hacia abajo y viceversa. Chile debe seguir cambiando. No sólo se trata de modernizar la economía sino que también la política. Tarea que las élites criollas han menospreciado en beneficio de un debate economicista que desatiende la necesidad de una democracia política, económica, social, regional y cultural para que Chile cambie.

http://www.theclinic.cl/2014/01/08/de-asambleas-constituyentes-y-democracias-directas/

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