Falleció a los 87 años Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982. Crónicas, artículos y su discurso cuando recibió el Premio Nobel

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Fallece Gabriel García Márquez

Apenas el lunes el diario EL UNIVERSAL publicó que el Premio Nobel de Literatura libraba una nueva batalla contra el cáncer

Murió el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez a los 87 años en la ciudad de México víctima de cáncer.

La salud del autor de «Cien años de soledad» se deterioró la semana pasada, cuando el autor fue internado en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición «Salvador Zubirán», donde permaneció hospitalizado nueve días.

En días pasado se dio a conocer, a través de fuentes confiables de EL UNIVERSAL, que «Gabo» sufrió una recaída ante el cáncer linfático, del que había padecido en 1999. El cáncer invadió pulmón, ganglios e hígado.

El Nobel de Literatura fue dado de alta el 8 de abril del hospital y fue atendido por médicos de esa institución sólo para mejorar sus condiciones generales, a través de cuidados paliativos. La familia decidió no someterlo a un tratamiento contra la enfermedad debido a su avanzada edad y prefirió darle cuidados para mejorar su calidad de vida.

http://www.eluniversal.com.mx/cultura/2014/fallece-gabriel-garcia-marquez-1004166.html

 

Muere Gabriel García Márquez, corazón de la literatura latinoamericana

El escritor colombiano y Premio Nobel de Literatura en 1982, Gabriel García Márquez, ha fallecido este jueves en su casa de Ciudad de México a los 87 años de edad.

García Márquez, padre del realismo mágico y reconocido periodista, acumula una decena de premios y es una figura reconocida a nivel internacional. Se le considera una de las figuras universales de la literatura en español.

Nacido en la localidad colombiana de Aracataca en 1927, el escritor, apodado cariñosamente como ‘Gabo’, creció en el seno de una familiahumilde y numerosa. El novelista creció rodeado de sus tíos y sobre todo de sus abuelos -un coronel y una mujer enraizada en las leyendas familiares- que le transmitieron las historias y fantasías que después inspirarían algunas de sus más exitosas novelas.

Su educación se desarrolló primero en un internado de Barranquilla y después en el colegio jesuita San José, donde escribió sus primeros poemas. Poco después obtuvo una beca gubernamental que le permitió culminar sus estudios secundarios en el Liceo Nacional de Zipaquirá. El novelista estudió Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, donde, con ‘La Metamorfosis’ de Kafka como referente, desarrolló su pasión por la lectura y se emocionó con la idea de escribir una literatura repleta de hechos extraordinarios. ‘La tercera resignación’ fue su primer cuento, publicado en 1947 en el diario ‘El Espectador‘.

Tras el ‘Bogotazo’ de 1948, García Márquez tuvo que continuar con sus estudios en la Universidad de Cartagena, donde comenzó a trabajar como reportero para desarrollar su otra pasión: el periodismo, una profesión a la que en más de una ocasión calificó como “el oficio más bonito del mundo”.

Tras dos años en ‘El Universal‘, abandonó la carrera hacia la abogacía y decidió centrarse en la escritura. En los años sesenta publicó dos de sus obras más conocidas: ‘El coronel no tiene quien le escriba’ (1961) y ‘La mala hora’ (1962).

‘Gabo’ se casó con Mercedes Bracho en 1958. En 1959 tuvieron su primer hijo, Ricardo, para dos años después trasladarse a Nueva York, donde el escritor ejercía de corresponsal de Prensa Latina. La familia se trasladó a México poco después tras recibir amenazas de la CIA y de los exiliados cubanos por el contenido de sus reportajes. Allí nacería su segundo hijo, Gonzalo.

El novelista saltó a la fama cuando se acercaba a la cuarentena. En junio de 1967, su historia generacional sobre el poblado imaginario de Macondo, ‘Cien años de soledad’, se convirtió en un éxito de ventas y consiguió vender medio millón de copias en tres años. La novela, que se considera el paradigma del género del realismo mágico, ha sido traducida a más de 24 idiomas y ganado numerosos premios internacionales.

Con ‘Cien años de soledad’, el colombiano encabezó el llamado ‘boom’ latinoamericano de la literatura, hasta el punto de que el poeta Pablo Neruda comparó su obra más conocida como “la mayor revelación en lengua española desde el ‘Quijote’ de Cervantes”.

Durante las siguientes décadas verían la luz otras exitosas novelas, como‘Relato de un náufrago’ (1970), ‘El otoño del patriarca’ (1975), ‘Crónica de una muerte anunciada’ (1981), ‘El amor en los tiempos del cólera’(1985), ‘El general en su laberinto’ (1989) o ‘Noticia de un secuestro’(1996). Sus cuentos escritos entre los años 40 y 70 se recopilaron en 1975, mientras que sus crónicas y reportajes más destacados están recogidos en un volumen publicado en 1976. García Márquez no se conformó con ser novelista y periodista y se caracterizó por su abundante actividad en diversos campos: fue guionista, cuentista y hasta hizo sus pinitos en el dibujo.

En 1999 se le diagnosticó un cáncer linfático del que se recuperó, pero una pérdida paulatina de la memoria lo fue retirando de la vida pública. Ante los rumores de que padecía demencia senil, ‘Gabo’ reapareció este año para celebrar su cumpleaños y mostró que estaba en plena forma. Poco después contrajo una neumonía que le obligó a ingresar en el hospital y tras la que su familia reconoció que se encontraba «muy frágil».

En 2002 publicó el primero de los tres volúmenes de su autobiografía,‘Vivir para contarla’, que relata la infancia y juventud del escritor de los años 1927 a 1950. Antes de fallecer ya tenía un museo dedicado a su figura en su pueblo, donde el gobierno reconstruyó la casa en la que nació para honrar su memoria. En ella hay más de una decena de ambientes que recrean los espacios en los que pasó su niñez.

Durante los últimos años, García Márquez ha presidido la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano,que todos los años entrega un galardón que lleva su nombre y que premia la mejor crónica, fotografía, cobertura y proyecto innovador periodístico de Latinoamérica. Su última novela fue ‘Memorias de mis putas tristes’,publicada en el año 2004.

Sus amistades políticas

A Gabriel García Márquez también se le conoce por su polémica postura política. El escritor y periodista mantenía una amistad con el líder cubanoFidel Castro, al que conoció en 1959, y que en muchas ocasiones ha sido vista no tanto como afinidad sino como la manera que tenía el colombiano de conocer los entresijos del poder, un tema que le apasionaba.

El autor de la primera biografía autorizada del escritor, Gerald Martin, asegura que el novelista siempre tuvo “una enorme fascinación por el poder”. Algunos ensayistas como César Leante incluso han vinculado esta figura al coronel Aureliano Buendía, uno de los protagonistas de ‘Cien años de soledad’ y figura con la que arranca la célebre novela.

‘Gabo’ consideraba a Castro un líder diferente a “los caudillos, dictadores o canallas que habían pululado por la historia de Latinoamérica desde el siglo XIX”. Pero en su carrera también se conocieron otras relaciones personales con líderes políticos, caso del expresidente de EEUU Bill Clinton o el expresidente del Gobierno Felipe González, todos ellos de tendencia progresista.

García Márquez también se involucró en causas políticas de importancia nacional e internacional: participó en el intento de proceso de paz con las guerrilla de las FARC por petición de EEUU en 2008 y apoyó la independencia de Puerto Rico en una declaración que firmó junto a otras importantes figuras latinoamericanas en el año 2006.

Su implicación política fue tal que en 1981, justo cuando se le concedió la medalla de honor de la Legión francesa, el gobierno colombiano deJulio César Turbay Ayala lo acusó de financiar al grupo guerrillero M-19, lo que le obligó a solicitar asilo en México.

http://noticias.lainformacion.com/arte-cultura-y-espectaculos/literatura/muere-gabriel-garcia-marquez-corazon-de-la-literatura-latinoamericana_2QT6oZLZX3JQUvh9Xypdp4/

 

Gabriel García Márquez: una vida

Gerald Martin

En unos días llegará a las librerías de México la biografía Gabriel García Márquez: una vida, libro de 768 páginas fruto de la investigación que realizó durante 17 años el académico británico y experto en literatura hispanoamericana Gerald Martin.

El pasado 23 de septiembre La Jornada publicó una entrevista exclusiva con el autor, quien ofreció algunos pormenores del volumen que será presentado el próximo 26 de octubre en la sala Manuel M. Ponce y en la que participarán, además de Martin, Elena Poniatowska, José Agustín y Gonzalo Celorio, como se informó también en estas páginas. Otras actividades paralelas son la exposición Gabriel García Márquez: una vida, que se inaugura el jueves; la mesa de análisis El otoño del patriarca. Conversaciones sobre García Márquez, y el sábado 17 y el 24 un maratón de lectura.

La biografía se publicó primero en Gran Bretaña, Holanda y Estados Unidos, y su lanzamiento también se hará en octubre en América Latina, mientras en Europa saldrán a la venta las ediciones en italiano y francés. El tiraje para México es de 15 mil ejemplares editados por el sello Debate de Random House-Mondadori.

En esta investigación, como se adelantó aquí el lunes pasado, Gerald Martin parte del árbol genealógico del Nobel de Literatura y lo acompaña hasta 2007 con el homenaje en Cartagena; da cuenta no sólo del proceso de creación de sus libros, su entorno familiar, sus amores y desamores, sus amistades y enemistades, sino también de su acción política, su compromiso con los otros, con Cuba, con Chile frente a la dictadura de Pinochet, con el periodismo. Por ello ofrecemos, con autorización del sello Random House-Mondadori, dos fragmentos de la biografía que dejan ver la figura política de García Márquez y su pensamiento social y humanista más allá de la literatura.

19 Chile y Cuba: García Márquez opta por la Revolución 1973–1979

El 11 septiembre de 1973, al igual que millones de personas progresistas del mundo entero, García Márquez, sentado frente a un televisor en Colombia, contemplaba horrorizado cómo los bombarderos de las fuerzas aéreas chilenas atacaban el palacio de gobierno en Santiago. Horas después se confirmaba la muerte del presidente Salvador Allende, que había sido elegido democráticamente, aunque si lo habían asesinado o se había suicidado nadie lo sabía. Una junta asumió el poder e inició una redada de más de treinta mil supuestos activistas de izquierdas en el curso de las semanas siguientes, muchos de los cuales jamás salieron vivos de la detención. Pablo Neruda agonizaba víctima del cáncer en su casa de Isla Negra, en la costa chilena del Pacífico. La muerte de Allende y la destrucción de sus sueños políticos mientras Chile caía en manos de un régimen fascista ocuparon los últimos días de Neruda en este mundo, antes de que sucumbiera a la enfermedad que lo aquejaba desde hacía varios años.

El gobierno de Unidad Popular de Allende había estado en el punto de mira de comentaristas políticos y activistas de todo el mundo como un experimento con el que comprobar si podía alcanzarse una sociedad socialista por los cauces democráticos. Allende había nacionalizado el cobre, el acero, el carbón, la mayoría de los bancos privados y otros sectores clave de la economía, y sin embargo, a pesar de la propaganda y la subversión constantes por parte de la derecha, su gobierno aumentó el porcentaje de votos y alcanzó el 44 por ciento en las elecciones que se celebraron a mediados del mandato, en marzo de 1973. Esto no hizo más que alentar a la derecha a redoblar sus esfuerzos para minar el régimen. La CIA había estado trabajando contra Allende aun antes de su elección: Estados Unidos, asediado en el atolladero vietnamita y obsesionado ya con Cuba, trataba por todos los medios de que no proliferaran otros regímenes anticapitalistas en el hemisferio occidental. La destrucción salvaje del experimento chileno, ante los ojos del mundo entero, causaría en la izquierda un efecto parecido al revés de la derrota de los republicanos en la guerra civil española, casi cuarenta años atrás.

Aquella tarde, a las ocho, García Márquez dirigió un telegrama a los miembros de la nueva junta chilena:

Bogotá, 11 de septiembre de 1973.

Generales Augusto Pinochet, Gustavo Leigh, César Méndez Danyau y Almirante José Toribio Merino, miembros de la junta militar:

Ustedes son autores materiales de la muerte del presidente Salvador Allende y el pueblo chileno no permitirá nunca que lo gobierne una cuadrilla de criminales a sueldo del imperialismo norteamericano.

En el momento en que redactó estas líneas todavía se desconocía la suerte que había corrido Allende, pero García Márquez dirigía posteriormente que conocía a Allende lo suficiente para saber con toda seguridad que nunca saldría vivo del palacio de gobierno; y los militares también debieron de saberlo. Aunque algunos dijeron que este telegrama fue un gesto más propio de un estudiante universitario que de un gran escritor, resultó ser la primera acción política que llevaba a cabo un nuevo García Márquez, alguien que trataba de desempeñar un papel distinto pero cuya línea política acababa de concentrarse y endurecerse radicalmente con el violento zarpazo que puso fin al experimento histórico de Allende. Tiempo después diría en una entrevista: El golpe en Chile fue una catástrofe personal para mí.

El caso Padilla, como era de prever, había marcado la división de las aguas de la historia latinoamericana durante la Guerra Fría, y no tan sólo en el ámbito de los intelectuales, los artistas y los escritores. García Márquez, a pesar de las críticas de sus amigos –que iban desde acusaciones deoportunismo hasta entenderlo como una ingenuidad–, había sido el más coherente desde el punto de vista político de los autores latinoamericanos de primera fila. La Unión Soviética no ofrecía la clase de socialismo que él quería, pero, desde el punto de vista latinoamericano, consideraba que era esencial como baluarte contra la hegemonía y el imperialismo estadounidenses. Esto no era, en su opinión, ”partidismo”, sino una apreciación racional de la realidad. Cuba, aunque planteaba un caso problemático, era más progresista que la Unión Soviética, y había de recibir el apoyo de todos los latinoamericanos antiimperialistas que se preciaran de serlo, quienes en cualquier caso debían hacer todo lo posible por moderar cualquier aspecto represivo, no democrático o dictatorial del régimen. Personalmente optó por lo que le parecía la senda de la paz y la justicia para los pueblos del mundo: el socialismo internacional, en un sentido amplio del término.

Aunque sin lugar a dudas había deseado que el experimento chileno saliera adelante, lo cierto es que nunca creyó que se lo fueran a permitir. En respuesta a la pregunta de un periodista neoyorquino en 1971, había dicho:

Yo ambiciono que toda la América Latina sea socialista, pero ahora la gente está muy ilusionada con un socialismo pacífico, dentro de la constitución. Todo eso me parece muy bonito electoralmente, pero creo que es totalmente utópico. Chile está abocado a un proceso violento muy dramático. Si bien el Frente Popular va avanzando –con inteligencia y mucho tacto, a pasos bastante rápidos y firmes– llegará un momento en que encontrará un muro que se le opone seriamente. Los Estados Unidos por ahora no están interfiriendo, pero no van a cruzarse de brazos. No van a aceptar de verdad que sea un país socialista. No lo van a permitir, no nos hagamos ilusiones… No es que yo vea (la violencia) como una solución, pero creo que ese muro, en un momento, sólo se podrá franquear con violencia. Desgraciadamente creo que es inevitable, que será así. Pienso que lo que está sucediendo en Chile es muy bueno como reforma, pero no como revolución.

Pocos observadores habían visto el futuro con tanta nitidez. García Márquez se dio cuenta de que en aquel momento estaba viviendo una coyuntura crítica de la historia mundial. En el curso de los años inmediatamente posteriores, a pesar de su arraigado pesimismo político, llevaría a cabo una serie de declaraciones a propósito del compromiso que tal vez alcanzan su mejor expresión en una entrevista de 1978: El sentido de la solidaridad, que es lo mismo que los católicos llaman la comunión de los Santos, tiene para mí una significación muy clara. Quiere decir que en cada uno de nuestros actos, cada uno de nosotros e responsable por toda la Humanidad. Cuando uno descubre eso, es por que su conciencia política ha llegado a su nivel más alto. Modestamente, ése es mi caso. Para mí no hay un solo acto de mi vida que no sea un acto político.

Buscó un modo de actuar. Estaba más convencido que nunca de que la senda cubana era el único camino viable para que América Latina alcanzara la independencia política y económica; esto es, la dignidad. Sin embargo, una vez más, estaba distanciado de Cuba. Dadas las circunstancias, decidió que para volver allí había de pasar, en primer lugar, por Colombia. Llevaba un tiempo intercambiando impresiones con intelectuales colombianos jóvenes, en particular con Enrique Santos Calderón (de la dinastía de El Tiempo, a quien conocía desde hacía poco), Daniel Samper (con quien tenía relación desde hacía una década) y, más tarde, Antonio Caballero (hijo del novelista liberal de clase alta Eduardo Caballero Calderón), con la idea de cultivar en Colombia una nueva forma de periodismo, más concretamente con la fundación de una revista de izquierdas. García Márquez había llegado a la conclusión de que la única manera de reformar su país, profundamente conservador, era a través de la seducción y laperversión, como diría en tono de chanza, de la joven generación de las viejas familias dirigentes. Otros de los implicados fundamentales en el proyecto fueron el cronista más reputado de la Violencia, Orlando Fals Borda, sociólogo de talla internacional, y el empresario progresista José Vicente Kataraín, que posteriormente se convertiría en el editor de García Márquez en Colombia. La nueva revista se llamaría Alternativa, partía de la necesidad que imponía “el creciente monopolio de la información que padecía –y padece– la sociedad colombiana por parte de los mismos intereses que controlan la política y la economía nacional”, y su propósito era mostrar esa otra Colombia que nunca aparece en las páginas de la gran prensa ni en las pantallas de una televisión cada día más subordinada al control oficial.

El primer número apareció en febrero de 1974. La revista se publicaría durante seis turbulentos años y García Márquez, que pasaría relativamente poco tiempo en Colombia a pesar de sus mejores intenciones, no obstante colaboraría en ella con asiduidad, y estaría abierto permanentemente a cualquier tipo de consulta u ofrecería sus consejos siempre que le fuera posible. Tanto él como los partícipes principales invirtieron grandes sumas de dinero de su propio bolsillo en este negocio, arriesgado de por sí. Entretanto, anunció que regresaba a América Latina y, para dar mayor impacto a la noticia, dijo que no pensaba escribir más novelas; de ahí en adelante, y hasta que cayera del poder la junta militar capitaneada por el general Pinochet en Chile, se declaraba en huelga en lo que a la literatura se refería para dedicarse de pleno a la política.

En diciembre, como para subrayar las decisiones recién tomadas, García Márquez aceptó la invitación de participar como miembro del prestigioso Segundo Tribunal Russell, dedicado a investigar y juzgar crímenes de guerra. Más significativa de lo que pudiera parecer a primera vista, esta invitación fue el primer indicio claro de que iba camino de alcanzar reconocimiento internacional en lugares y esferas que les estaban vedadas a la mayoría de los demás escritores latinoamericanos y que, a pesar de su controvertido compromiso con Cuba, iba a obtener un relativo beneplácito para participar del activismo político cuando y dondequiera que lo deseara.

El primer número de Alternativa, que apareció en febrero de 1974, vendió diez mil ejemplares en veinticuatro horas. La policía de Bogotá confiscó varios cientos de copias, pero sería éste el único caso de censura directa en toda la trayectoria de la revista (si bien se darían casos de censura indirectapor medio de ataques con bombas, intervenciones de los tribunales, bloqueos económicos y sabotaje de la distribución, todos los cuales provocarían al fin su cierre). Aunque más adelante la publicación estaría acosada por continuos problemas de financiación, la acogida de los primeros meses fue lisa y llanamente extraordinaria. Poco después alcanzaba ventas de cuarenta mil ejemplares, una cifra inaudita para una publicación de izquierdas en Colombia.

El primer número contenía un lema que apelaba a la toma de conciencia (Atreverse a pensar es empezar a luchar), y un editorial,Carta al lector, en el que se declaraba que el propósito de la revista era “contrarrestar ladesinformación sistemática de los medios de comunicación del sistema” (una cuestión célebremente ejemplificada con las secuelas de la matanza de las bananeras en Cien años de soledad).

La revista, de publicación quincenal, incluía el primero de los dos artículos que García Márquez escribió bajo el título Chile, el golpe y los gringos. Fue su primera incursión en el periodismo manifiestamente político desde que alcanzara la fama, logró una distribución mundial (se publicó en Estados Unidos y Reino Unido en marzo) y adquirió inmediatamente categoría de clásico (…)

20 Regreso a la literatura: Crónica de una muerte anunciada y el Premio Nobel 1980-1982

Instalado ahora con todo confort en el hotel Sofitel de París, García Márquez dividió su tiempo entre la escritura creativa, por las mañanas, y los asuntos que lo ocupaban en la Comisión McBride de la Unesco, por las tardes. La tarea en la comisión, en consonancia con las ideologíastercermundistas de la época, era barajar la posibilidad de un nuevoorden informativo mundial que disminuyera el control de las agencias occidentales sobre el contenido y la presentación de las noticias internacionales. A pesar de que en buena medida estaba de acuerdo con este objetivo, esta colaboración marcaría de hecho el final de la era de militancia política para García Márquez. No habría más Russells ni McBrides, ni más Alternativa oPeriodismo militante (una antología de sus ensayos políticos que se publicó en Bogotá en los años setenta); incluso Habeas le exigía un activismo al que pronto renunciaría. Había tomado la decisión de interrumpir su militancia política más estridente y dedicarse a la diplomacia y la mediación entre bambalinas. Y, puesto que no había indicios de que Pinochet fuera a ser derrocado por el momento, había decidido abjurar y volver a la ficción, que en cualquier caso eran las mejores relaciones públicas que podía concebir. En septiembre de 1981, sin ningún reparo aparente, García Márquez declaró que era más peligroso como literato que como político.

Aunque ahora era uno de los autores más famosos del mundo entero, en realidad sólo había publicado dos novelas, Cien años de soledad y El otoño del patriarca, en los casi veinte años transcurridos desde la aparición de La mala hora. Necesitaba más si había de considerársele uno de los grandes escritores de su época. En cuanto a la política, aunque nunca abandonaría a América Latina, ni sus valores políticos esenciales, había decidido hacer de Cuba su principal objeto de atención, el deseo de su corazón político, y, por supuesto, también invertir esfuerzos en Colombia, hasta donde fuera posible imaginar resultados positivos para ese desventurado país. Cuba, a pesar de los puntos débiles en el terreno político y económico, para García Márquez era cuando menos un triunfo moral. Y Fidel ofrecía el ejemplo de un latinoamericano que no era un fracasado, que no se daba por vencido, sino que se erigía en el portador de la esperanza, y sobre todo la dignidad, de todo un continente. García Márquez decidió dejar de darse cabezazos contra la pared de adobe de la historia de América Latina. A partir de ahora se adheriría a lo positivo.

A medida que se distanciaba imperceptiblemente de la confrontación directa de los problemas de América Latina, al margen de Cuba y Colombia, empezó a pasar más tiempo en dos lugares que anteriormente no eran de su agrado: París y Cartagena. Fue durante este periodo cuando adquirió sendos apartamentos en ambas ciudades: en la rue Stanislas de Montparnasse y en Bocagrande, con vistas a la playa llena de turistas y a su amado Caribe. Cuando en septiembre de 1980 abandonó su huelga literaria, el vehículo, El rastro de tu sangre en la nieve, reflejaría con exactitud esta nueva realidad existencial: el relato arrancaba en Cartagena y acababa en París (al tiempo que recodificaba su propio pasado parisino con Tachia). Acaso respondiera a una de sus clásicas intuiciones, a su instintivo sentido de la oportunidad o a un mero golpe de buena suerte, el hecho de que durante este periodo dos de sus amigos, François Mitterrand y Jack Lang, fueran elegidos para componer el nuevo gobierno, como presidente y ministro de Cultura, respectivamente, y un tercero, Régis Debray, se convirtiera en un asesor gubernamental destacado, aunque controvertido. Cartagena, por su parte, gracias a las mejoras de los servicios aéreos y un cambio gradual de la mentalidad cachaca, devendría un lugar predilecto de fin de semana para los influyentes y los ricos de Bogotá.

Resultó ser un momento estimulante y sumamente rejuvenecedor para un hombre ya quincuagenario que desde luego podía congratularse de haber dado al activismo revolucionario lo mejor de sí mismo. Rodrigo había iniciado el éxodo a París con su breve incursión en el aprendizaje de la alta cocina gala, y García Márquez se dispuso a buscar clases de música para el menor de sus hijos, Gonzalo, ahora que Rodrigo estaba estudiando en Harvard (…)

http://www.jornada.unam.mx/2009/10/04/index.php?section=cultura&article=a02a1cul

 

La soledad de América Latina

[Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982. Texto completo.] Gabriel García Márquez

Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.

FIN

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