La Moneda bajo presión – Periódico El Mostrador, Chile

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

La última encuesta de Adimark confirma un hecho esencial de los seis meses de gobierno de Michelle Bachelet: la gestión política de su gabinete ha sido deficiente. A los errores de diseño y comunicación en el núcleo central de sus políticas –reforma tributaria, reforma educacional y cambio constitucional, que las tienen mal evaluadas–, hoy se suman todas las áreas relacionadas con aspectos de bienestar de la población. Y los problemas parecen ir en alza.

Delincuencia, transporte público –incluido el Transantiago–, empleo, salud y medioambiente son los peor evaluados, e indican que la capacidad del gabinete está en cuestión, porque sus problemas sectoriales ya se perciben como problemas de gobierno y entraron a La Moneda.

Es evidente que la gran barrera de contención frente a esta tendencia regresiva en la apreciación ciudadana es la alta valoración que ella mantiene de la Presidenta, pese a que ha empezado a declinar y experimentado bajas significativas en algunos de sus atributos positivos.

La coyuntura económica le ha puesto una presión adicional, y ahora las miradas críticas, a ambos lados del espectro político, empiezan a converger en un temprano cambio de gabinete, que los más audaces centran en el ministro de Hacienda y, los más conservadores, en ejes sectoriales que no funcionan o cambios de vocería y de gestión de la agenda legislativa.

Sin embargo, no son ni las crisis económicas ni los malos momentos comunicacionales los elementos determinantes de la valoración negativa de un gobierno, ni lo que debiera moverlo necesariamente a un cambio. Estas son contingencias, muchas veces inevitables, a las que todos se ven sometidos en algún momento de su ejercicio. Lo importante es la convicción que muestra sobre su diseño y su reacción política como prueba de fortaleza de quien tiene el control. Lo que define su curso es su convicción o agotamiento sobre lo que ha venido haciendo, independientemente de si corrige o no. En el fondo, los gobiernos democráticos son un ejercicio entre adhesión y crítica.

Esa voluntad, incluso en medio de una crisis, puede hasta generar un potenciamiento de popularidad y ser un elemento estabilizador de alto valor. Lo esencial es demostrar capacidad política y dominar el curso de acción, haciendo evidente la pericia de las maniobras, la primera de las cuales debe ser generar homogeneidad y fortaleza al interior de sus propias filas.

Es precisamente esto lo que hace rato no funciona en la Nueva Mayoría. El gobierno se ve desmadejado y falto de acoplamiento político intersectorial, además de eficiencia. Y su sistema de relaciones con su bloque político de apoyo ha quedado un poco a la deriva, debiendo salir la Presidenta en persona a estibar y calmar el clima de fronda que domina al sector.

Desde el punto de vista de la administración, los Ministerios requieren siempre, sobre todo en momentos de presión política o social, de una coordinación y dirección intersectorial fuertes para evitar que se distraigan las energías en cosas secundarias no directamente relacionadas con los ejes políticos prioritarios. Ello es labor del jefe de gabinete y no del jefe de Estado. En este especial aspecto Rodrigo Peñailillo ha fracasado hasta ahora. Su propio Ministerio, el de Interior, surge en el centro de los problemas secundarios que desgastan y distraen los esfuerzos del gobierno, con temas tan erosivos de la percepción positiva de la ciudadanía como son la delincuencia y todo lo referente a Seguridad.

Cada gobierno tiene su propio diseño y una manera particular de marcar sus énfasis. Su estilo normalmente se encuadra en un trabajo de equipo dentro de un sistema colectivo de decisiones, incluidas las relaciones con el bloque político de apoyo. Es la regla general de las democracias en forma.

El gobierno actual es el más marcadamente unipersonal de que se tenga memoria en mucho tiempo, y generó un estándar de equipos débiles, que se aparta de la premisa anterior. El poder se ejerce como una cascada desde la persona de la Presidenta, y se va intermediando a través de círculos concéntricos que generan un gabinete casi desconocido y una imposibilidad práctica de ser un equipo y tener un peso político propio en el escenario nacional, ejercido dentro de las competencias legales de las instituciones.

El riesgo que tal situación siempre produce es que los cauces institucionales y administrativos normales pierdan significación, y se empoderen procedimientos simplificados a través de lobbistas o fast trackers, que debilitan la legitimidad democrática del Estado. La otra solución es ajustar y volver a ajustar los equipos.

Estamos en un tiempo complejo que demanda soluciones con legitimidad institucional. En materia de gestión el tiempo de gracia se le terminó al gobierno y, por cualquier error o eventualidad que sea o se haya cometido, la presión del momento es al ajuste, especialmente de equipos ministeriales.

La duda que existe es si en el estilo Bachelet hay espacio para que el funcionamiento de las instituciones se potencie, tanto con acuerdos políticos para la gobernabilidad como con excelencia política sectorial colectiva. Sería una mala señal que el ajuste, que se ve inevitable, sea apenas un episodio de lucha por la imagen entre el gobierno y la oposición o, peor, un ajuste de facciones al interior del oficialismo. La presión y la complejidad existen, y el actual gabinete – especialmente por su perfil político– no da el ancho para controlar el curso de los acontecimientos.

Periódico El Mostrador, Chile

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