Argentina: con decenas de miles de participantes, inicia en Salta el 29º Encuentro Nacional de Mujeres

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Por Noelia Leiva. A un día del Encuentro Nacional de Mujeres, Marcha conversó con militantes referentes sobre qué provocó en ellas la experiencia de haber participado en las ediciones anteriores. Y recordó las que ya no están por obra del patriarcado. En total, 29 historias de lucha.

Viajar a Salta para la edición 2014 del Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) reaviva las ‘llamas’ originarias de la hoguera donde aquellas que luchaban por una vida alejada de las marcas de la cristiandad eran quemadas, en una provincia que de tan conservadora obligó a la comisión organizadora de las jornadas a debatir si pasar o no por las puertas de la Catedral, como es tradición en cada región visitada. Se sabe que, como toda lucha antipatriarcal, cada ENM modifica, arrasa, moviliza. A un día de que la alegría y la rabia feministas pisen el norte argentino para volver a estar juntas, Marcha recoge testimonios de referentes de la militancia territorial y universitaria sobre cómo vivieron en las juntadas anteriores. También, repasa las voces que fueron calladas por el machismo: historias latentes de compromiso por un mundo en equidad, como 29 años con el puño en alto.

Las definiciones sobre qué le pasa en el cuerpo y en la mente a cada participante son múltiples y variadas porque la vivencia es, a la vez, propia y colectiva. La lectura de cada quien está atravesada por los pasos que se dieron antes y las preguntas que se vienen a hacer, pero hay sentencias que coinciden en todos los relatos, como que lo individual es político en tanto atravesado por la comunidad y que quien se anima al ‘aquelarre’ contra la héteronorma machista vuelve cambiada.

“Cada Encuentro es un espacio de acumulación de fuerzas. Vamos abriendo brechas, resquicios en la cultura heteropatriarcal”, sostiene Sandra Daria Aguilar, miembra de la Colectiva diversa y antipatriarcal Desde el Fuego. Año tras año, el espacio insta a compartir con “otras realidades, contextos, situaciones y experiencias”, enumeró la referente del activismo lésbico. Si bien cada nuevo paso hacia los 30 años del ENM es una apuesta renovada a la lucha feminista, las propuestas anteriores “ya cambiaron a las mujeres de esta sociedad”, entendió Adriana Pascielli, integrante del Espacio de Mujeres del Frente Popular Darío Santillán. “Esta instancia moviliza a más de 20 mil mujeres de todo el país, aunque la Argentina heternormativa y patriarcal busca invisibilizarlo”, cuestionó.

Entonces, estas juntadas nacionales son ya más que “llamados de atención a la sociedad”. Al decir de Malena Haboba, “es un espacio de encuentro y de debate que en muchos casos estuvo a la avanzada en las instituciones”, destacó la responsable de Género y Diversidad en la Secretaría de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional de Avellaneda. Luego de haber participado en 14 de estas reuniones masivas, considera que lograron “poner en agenda temas centrales que hacen a la libertad y la dignidad de las personas, a los derechos humanos de todos y todas, que luego, en forma de red que articula e interpela a la política, se convirtieron en leyes: desde la de divorcio vincular y patria potestad compartida, de educación sexual integral y el programa de salud sexual asociado, a las normas sobre identidad de género y matrimonio igualitario”, enfatizó la también integrante de la Red Par.

Para Vanina Kosteki, hermana de Maximiliano Kosteki e integrante del Partido Obrero, estos espacios deben servir para “definir estrategias que se puedan llevar adelante de manera conjunta, con foco en un marco legal que ampare todas las situaciones”. A partir de fortalecer las “campañas nacionales” se logrará hacer del “un espacio real de lucha”.

Una de las maravillas de reunirse es poder charlar sobre lo que cada una hace o desea lograr durante los 362 días restantes del año. Allí se mezclan las convicciones defendidas en el barrio con las militadas desde un estrado o las pensadas en el ámbito académico. Las Mariposas de Villa París son un colectivo territorial que hace seis años se creó en Glew, Almirante Brown, al calor de la necesidad de decirle basta a la violencia cotidiana hacia las mujeres. Para Myriam Machaca, referente del espacio, cada participación en los talleres da “mensajes de organización, lucha y libertad: que sólo si nos unimos se puede ir contra la opresión, que deben ser escuchadas todas las voces, que el poder no se ejerce por la fuerza”.

Aixa García Avellaneda será una de las encargadas de difundir a la comunidad salteña qué pasa en las fibras de las participantes a través de la radio abierta que brindará la Red Nosotras en el Mundo. Como convencida de la necesidad de generar la equidad entre los géneros hace más de 30 años, sostuvo sobre los encuentros: “Son urgentes y necesarios”, etapas de una metamorfosis donde “cada mujer que participa se re-transforma, no sólo por los talleres sino por toda la puesta de trabajo” antes, durante y después de los tres días febriles.

Ese candor –y no la ‘candidez’ que el machismo aspira de las chicas- hace que muchas “inicien su militancia” luego de compartir las caminatas, las aulas y los fogones, aseguró Analía Luna, que es referente del Movimiento de Mujeres de la Matria Latinoamericana (Mumalá) La Plata. Para ella, es evidente la movilización que genera por donde pasa dada “esa reacción de la población, la repercusión en los medios locales, los hombres y parroquianos que se asustan como si cada marcha fuera un auténtico aquelarre”. ¿O será que lo que asusta es que quienes caminan son “mujeres seguras de que reclaman lo que les corresponde”?

Las que no están, pero claman

Las luchan trascienden a las personas cuando provienen del corazón mismo de lo colectivo. Aunque es una verdad que pervive, las compañeras que fueron arrancadas de su lugar por la mano machista se extrañan. Pero vuelven en cada movilización, con nombre y apellido, porque son más que un titular morboso o una anécdota.

Como Bartolina Sisa, que desde el fondo del siglo XVIII tuvo que ser rescatada por las historiadoras feministas del olvido de ser ‘la señora de’ para convertirse en una consigna que colectivos antipatriarcales toman por nombre. Como Juana Azurduy, que le dio nombre de mujer al relato de Nuestra América que buscaba ser horizontal pero seguía siendo contado por hombres.

Como Marita Verón, cuya búsqueda instaló masivamente y con el tiempo un término prohibido: la trata de personas. Como Sandra Ayala Gamboa, que fue condenada a atravesar lo que luego se definió como una forma específica de violencia, el femicidio. Adriana Marisel Zambrano sin quererlo le dio nombre a espacios que concientizan para que a más jóvenes no les pase lo que a ella.

A Fernanda Aguirre todavía la esperan sus compañeras, que quisieran que volviera con esa mirada de niña que tenía cuando el patriarcado dejó de ser una entelequia para asumir la forma de una red de cómplices que la raptaron. A Erika Soriano la buscan, mientras la Justicia ampara a su ex pareja, principal sospechoso de su negada pero casi certera muerte.

María Marta García Belsunce era una socióloga de clase acomodada, pero la mano asesina es equitativa con los status sociales: cuando un varón cree que su compañera es de su propiedad, no hay límites para sus acciones. Además de la lucha. Nora Dalmasso fue el plato fuerte de pseudoperiodistas que jamás vieron un femicidio donde para ellos había juegos sexuales incestuosos.

Ángeles Rawson fue una pobre víctima de un sujeto pervertido, jamás de un digno espécimen de la cultura patriarcal. En cambio, Melina Romero casi que ‘merecía’ su deceso por ‘puta’, lo mismo que Evelina Murillo, que aunque era maestra y estaba defendiendo a alumnas de un abusador era norteña, y qué importa. Candela Sol Rodríguez fue pieza de operaciones de poder, mientras pocas voces pedían por el respeto a su memoria.

Tampoco están Florencia Pennacchi, Roxana Núñez, Paola Acosta ni Sofía Herrera, que son más que carteles en marchas u organismos del Estado donde aseguran buscarlas. A la familia de Andrea López, como a otras, le privaron el derecho a despedirse de ella o a saber dónde está, aunque la Justicia, con su tiempo, se haya expedido sobre uno de los culpables.

Mientras Milagros, la joven de Almirante Brown que fue víctima de trata,se recupera de esa terrible experiencia y Gladys apareció luego de varios días sin noticias suyas, a Ailén López la esperan y la lloran, y todavía preguntan por Analía Oliveira.

Cuando las historias echan raíces, se vuelven oportunidades de cambio. Por las que ya no están y las que todavía se espera volver a ver, las que quedan en pie juran jamás callarse.

Marcha

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