EEUU nombra enviado especial y entra de lleno en los Diálogos de Paz

397

Así como en el pasado Estados Unidos no tuvo recato en vincularse a la guerra colombiana, y se hicieron frecuentes los aviones y contratistas de ese país en las selvas del país, y así como su apoyo fue clave para que las Fuerzas Militares les ganaran una gran ventaja estratégica a las Farc, ahora Washington se la juega a fondo por la salida política al conflicto.

Así quedó establecido el viernes pasado cuando el presidente Barack Obama nombró al exdiplomático y empresario Bernard Aronson enviado especial para el proceso de paz en Colombia, quien le rendirá cuentas directamente al secretario de Estado, John Kerry.

Aronson, de 68 años, fue secretario de Estado adjunto para Asuntos Interamericanos entre 1989 y 1993, durante los gobiernos de George H.W. Bush y Bill Clinton, y su papel fue clave para ponerle fin a la guerra en Centroamérica, no solo por su talento diplomático sino por su talante democrático. Estados Unidos también se había involucrado fuertemente en el conflicto de El Salvador y Nicaragua, y por tanto era impensable, como acá, que estuviese ausente de la negociación.

Aunque Kerry ha venido dos veces a Colombia y se sabe que Estados Unidos respalda el esfuerzo de paz del presidente Juan Manuel Santos, este nombramiento es un gesto contundente de confianza. “Es una señal muy fuerte de que el gobierno de Estados Unidos considera que el proceso entra en su etapa definitiva y que es el momento de las decisiones”, dijo al respecto el alto comisionado de paz, Sergio Jaramillo. A su vez las Farc le agradecieron al presidente Barack Obama su decisión, dado que Estados Unidos tiene “presencia e incidencia permanente en la vida política, económica y social de Colombia”, y señalaron que ese país puede “coadyuvar al establecimiento de la justicia social, la democracia verdadera y la superación de la desigualdad”.

La llegada de Aronson será crucial para dos temas que están sobre la Mesa en La Habana, y que son de muy compleja solución: la justicia y la seguridad. En el primero de ellos se tendrá que abordar el tema de la extradición, que es la espada de Damocles que sigue pesando, amenazante, sobre los jefes de las Farc. No en vano, la imagen de Simón Trinidad, preso en una cárcel gringa, nunca ha desaparecido del Hotel El Palco, donde se desarrollan las conversaciones de paz en La Habana. Blindar a los jefes de la guerrilla contra la extradición es un punto crucial para la firma o no del acuerdo de fin de la guerra, y depende más de Estados Unidos que del gobierno de Colombia. Extraditar o no a un guerrillero es una decisión del presidente de la República y, por tanto, carece de toda seguridad jurídica.

En materia de cultivos ilícitos también es importante una concertación con la Casa Blanca. Para Washington los cultivos de coca, en la medida que financian a grupos criminales, son fuente de desestabilización para la región y eso explica en parte su obsesión con las fumigaciones. En La Habana se ha considerado la aspersión aérea como el último y no el primer recurso para combatir estos cultivos, y eso también requiere por lo menos un diálogo con el Tío Sam.

Otro tema clave será la conexidad del narcotráfico con el delito político para efectos de participación electoral de quienes se reintegren a la vida civil, lo cual rompe de manera radical con el concepto que ha manejado Estados Unidos sobre los grupos insurgentes, a los que desde hace 30 años ha calificado como narcoguerrillas o como grupos terroristas.

La llegada de Aronson al proceso de paz no solo muestra respaldo y confianza en el buen desenlace de los diálogos; desatranca temas complejos, como el de justicia, y les da un sentido de realismo a otros que están pactados, como el de la sustitución de cultivos. Pero, sobre todo, le pone el acelerador a la Mesa. Los estadounidenses son gente práctica, y si Obama ha mandado a ‘Bernie’ a darle un empujón a la paz es porque lo ve como algo cercano y posible.

Semana

 

Enviado especial – Editorial El Espectador

El viernes en la tarde fue anunciado el nombramiento de Bernard Bernie Aronson como enviado especial de Estados Unidos para el proceso de paz que se negocia en Cuba entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Farc.

Ambas partes han saludado con entusiasmo la llegada de este hombre que reafirma, mucho más allá de los discursos, el apoyo material de ese poderoso país al anhelo generalizado de que esta negociación concluya acá, al menos, con un balance positivo.

La hoja de vida de Aronson no deja nada que desear. Es un hombre preparado para asumir dicha responsabilidad (que no es poca): subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental de 1989 a 1993, parte del Instituto Democrático Nacional, también de Conservación de la Naturaleza, del Equipo de Conservación de la Amazonia y del Consejo de Relaciones Internacionales. Pero, acaso mucho más importante y significativo para quienes no conocen esas entidades, jugó un papel determinante en la resolución de conflictos en países como El Salvador o Nicaragua. Esperamos que pueda poner toda esta experiencia al servicio de la paz colombiana que hoy se negocia.

La nuez del asunto es que el apoyo de Estados Unidos al proceso es necesario, así a más de uno no le parezca. Por todo. No solamente por ser uno de los países líderes en cuanto a la formación de la opinión pública mundial, sino también porque ese país, su presencia sobre todo, ha sido transversal a esta guerra que hemos vivido en Colombia. El nombre de Estados Unidos recorre la historia del conflicto armado que estamos intentando resolver. Y eso es algo que nadie puede negar: si antes ha prestado su apoyo para otras causas, pues este es el momento preciso para sumarse a esta.

De todo un poco, claro está: hemos visto su nombre reproducido en políticas como el Plan Colombia (que era, a grandes rasgos, una estrategia bilateral de fortalecimiento del Estado colombiano), o como parte frontal de una lucha contra el narcotráfico que hoy es cuestionada desde distintos rincones del mundo, o, para ir más lejos en la historia, el país que puso en marcha el Plan Laso (por sus siglas en inglés): una estrategia norteamericana aplicada en América Latina que buscaba garantizar la seguridad frente a la avanzada comunista. Dicha política desembocó en la operación Marquetalia, mito fundacional de las Farc. Y así, un año tras otro. La frase cómica con la que el lúcido Jaime Garzón (una víctima más de la violencia de este país) resumió todo este fenómeno de presencia estadounidense constante (caricaturizándola, claro está) fue: “y el gringo, ahí”.

Ambas partes de la negociación perciben la influencia de Estados Unidos de una forma distinta, como quedó expreso en los divergentes informes de la Comisión Histórica del Conflicto. Es algo que resulta, por demás, bastante natural. La guerrilla lo ve como un país imperialista al que le exigen el retorno inmediato de su líder Simón Trinidad, extraditado allá por delitos que cometió acá. Y el Gobierno lo ve como un país aliado para el ejercicio del libre intercambio económico y fundamental para la puesta en marcha de ciertas políticas. Y, sin embargo, a la luz del proceso de paz, unos y otros ya lo han recibido como un aliado en esta tarea urgente de ahora para terminar el conflicto.

Es por todas estas razones que vemos con buenos ojos la ayuda que Estados Unidos está dispuesto a prestar con el fin de vigilar y asesorar el proceso. El buen puerto al que ojalá se llegue, depende en gran parte del apoyo y compromiso que este país brinde: no podría ser de otra forma.

El Espectador

Más notas sobre el tema