Michelle Bachelet, presidenta de Chile: «No está en cuestión la gratuidad de la educación. Lo que sí, no la vamos a poder cumplir en los seis años que dijimos»

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Alejandro Trujillo y Gloria Faúndez

A días de reunirse con su coalición en un cónclave oficialista, la Mandataria defiende su decisión de mantener a firme las reformas, más allá de todo cuestionamiento. Señala que el «giro al centro» que varios esperaban luego de su último cambio de gabinete -dado el incierto escenario económico- no era más que una «expresión de deseo» de sectores interesados, y advierte: si alguien contaba con que Burgos y Valdés «llegaban para cambiar el rumbo que defina la Presidenta» hizo una «lectura equivocada».

El ya conocido anillo-amuleto con forma de kultrún anuncia cada vez que la Presidenta Michelle Bachelet quiere marcar algún énfasis. El martes 4, un día después del cónclave, recordaba que la recién fallecida folclorista Margot Loyola se lo regaló para ahuyentar las “malas vibras”, pero ese cascabeleo que suena cada vez que hace un ademán o mueve las manos para subrayar una idea le ha otorgado por estos días una nueva y valiosa misión a la joya. Y es que más de algún acento se encargó de marcar la Mandataria durante la jornada oficialista destinada a definir la hoja de ruta de lo que se ha llamado el “segundo tiempo” de su gobierno, la que ha sido aplaudida por los sectores más progresistas de la Nueva Mayoría, aunque en algunos sectores, particularmente DC, no despejó las incertidumbres.

A la luz de las interpretaciones contradictorias que ha generado, incluso después del cónclave que tuvo con los partidos, ¿sigue creyendo hoy que el concepto del “realismo sin renuncia” era el adecuado para graficar el foco que iba a tener el gobierno en esta nueva etapa?

Es absolutamente adecuado haber dicho: ‘Mire, estamos en un momento en que tenemos por un lado ciertas restricciones económicas -porque las estimaciones sobre las cuales se basó el programa de gobierno sin duda cambiaron. Nos quedan 32 meses, miremos todas las cosas que queremos hacer, cuáles vamos a alcanzar a realizar, cuáles son más importantes, cuáles imprescindibles y aquellas que se van a hacer, pero lo que tenemos que definir es la gradualidad. Ese ejercicio consiste en priorizar, redefinir. Hay un escenario más estrecho desde el punto de vista económico, pero hay cuestiones que nos parecen trascendentales, que no se renuncia. Por ejemplo, no está en cuestión la gratuidad universal en educación. Lo que sí, a lo mejor, no lo vamos a poder cumplir en los seis años que dijimos, sino que demorará un poquito más. Ese es el tipo de ajuste, de realismo, pero la meta se mantiene. Las redefiniciones tienen que ver con algunos elementos que han tomado mucha fuerza hoy, como -por ejemplo- la seguridad ciudadana.

El concepto se compone de dos partes, la de la “no renuncia” quedó bastante clara en su intervención del lunes. La parte donde surgen las visiones contrapuestas es más bien la primera: la del realismo. Y las lecturas contrapuestas se sustentan en que, al parecer, la visión de realidad que tienen los ministros Burgos y Valdés es más inquietante de la que usted misma expuso para reafirmar buena parte de su programa.

Las interpretaciones de los medios son de lo más insólito que puede existir. Siempre buscan quiebres, diferencias. No es así. Conversé mucho con el comité político sobre lo que habían sido las reuniones que habían tenido con los presidentes de los partidos, cuáles eran las expectativas, las preocupaciones, y ellos mismos me entregaron un conjunto de insumos para el discurso. Por lo tanto, yo comparto plenamente el escenario que los ministros Rodrigo Valdés y Jorge Burgos tienen, en el sentido de que tenemos que actuar de manera realista. Realismo puede querer decir a veces ‘mira, esto que yo había dicho que iba a hacer, no se puede’. Pero tú puedes decir -por ejemplo- ‘mire, vamos a focalizarnos en 20 hospitales y si podemos hacemos más de 20’. Eso es realismo. En ese sentido, hay mucha interpretación, que no refleja para nada lo que pasó en el cónclave, para nada. Fue una conversación muy abierta, muy franca, con todos, y sin duda puede haber personas con puntos de vista diferentes, porque en la Nueva Mayoría hay matices. Sin embargo, yo diría que el cónclave fue percibido por todos como muy exitoso, en el sentido de que aquí lo que necesitamos es avanzar unidos tras una hoja de ruta común y que estamos todos de acuerdo con aquello.

Usted menciona que siempre hay personas que tienen determinados matices. La crítica que se hace a propósito de la frase del ‘realismo sin renuncia’ ha terminado reviviendo un cuestionamiento más permanente que se ha hecho al estilo de liderazgo que usted ha ejercido, y que tiene que ver con la falta de definiciones más concretas, con una suerte de ambigüedad de la que se quejan algunos dirigentes de la propia Nueva Mayoría. ¿Cómo responde usted cuando le toca oír esta crítica?

He leído y puedo imaginar de dónde vienen muchas veces determinados comentarios. Sin embargo, en base a lo que usted dice, pareciera que cuando hay definiciones, tampoco les gustan. Entonces, la pregunta es si se trata de un problema de no tomar decisiones o de si no concuerdan ellas.

Además del escenario económico, la otra parte del realismo es la baja de la popularidad de su gobierno, de las reformas y de su persona. El cónclave, de hecho, coincidió con una encuesta que la pone incluso con peores niveles de aprobación que Piñera. ¿Cómo aborda el tema de la baja de popularidad?

Lo abordo preguntándome qué no hemos hecho lo suficientemente bien, dado que soy una convencida de que los distintos procesos de cambio que se están llevando adelante benefician a la gente. Y favorecen, por cierto, a los más pobres y vulnerables, pero también a la clase media. Sin embargo, no hemos sido capaces ni personal ni globalmente como gobierno, tal vez, de explicar de mejor forma de qué manera esos cambios van a ser beneficiosos en sus vidas. Por un lado, ha habido dificultades de comunicación, pero por otro, también de gestión de las reformas. A eso se suma la agudización de un fenómeno que en Chile se da hace ya algunos años, que es una tremenda desconfianza en los líderes políticos, en las instituciones, y que en esta ocasión también me ha afectado a mí.

¿Y por qué, Presidenta? En algún minuto se dijo que su popularidad era incombustible. Podía bajar el gobierno, pero no su apoyo personal.

No creo en la tesis de que haya gente incombustible. Eso no es así. Hay muchas cosas que pasaron y que instalaron una desconfianza.

Se refiere a lo que pasó con Caval…

Entre otras cosas. Los temas de la política y los negocios hicieron que al final todos seamos sospechosos de cualquier cosa. Y creo que eso no le hace bien al país, ni que haya gente que a través de las redes sociales instale mentiras que luego son muy difíciles de desinstalar, por ejemplo.

¿Cómo cuáles?

Un determinado empresario puso en su Twitter una cosa sobre mí que era falsa. Se le contactó y se le dijo que cómo era posible que escribiera eso y él dijo: ‘Bueno, es que yo retuiteé lo que me llegó’. Después pidió excusas, dijo ‘en verdad esto no corresponde, no puedo estar insinuando este tipo de cosas’. Se trataba del típico tuit que dice ‘sería tan malo para la República que la fulanita haya hecho tal o cual cosa’. Y esto pasa con mucha frecuencia, porque el anonimato provoca impunidad en las redes sociales y muchas veces se instalan cosas que después se reproducen en otros lados, incluso en medios de prensa. Uno esperaría más rigurosidad y seriedad a la hora de interpretar, decir o publicar distintas cosas, porque se ha llegado a un nivel en el que la dignidad de las personas ha sido cuestionada en aspectos que no son justificables.

La popularidad le aseguró siempre amplios grados de autonomía para tomar decisiones. ¿No se siente condicionada ahora por la baja en las encuestas? ¿No la obliga a cambiar en algo sus formas, sus maneras de relacionarse con su coalición, por ejemplo?

Lo primero, es que yo siempre he dialogado y escuchado. Eso no tiene nada que ver con los resultados de ninguna encuesta. Yo tengo dos encuestas, la que veo en los medios y la de la calle. Y en la calle, la gente me dice otras cosas. Y claro, una se pregunta si será que invitan sólo a los amigos, pero también estoy hablando de actividades en comunas donde los alcaldes no son de la Nueva Mayoría y la gente me pide que siga adelante. Obviamente que esa no es una encuesta cuantitativa, yo no mido, no sumo, no divido, pero quiero decir que eso que me pasa en terreno, también me nutre. No me puedo alimentar tan sólo de las encuestas, de los análisis de prensa o de lo que un grupo determinado piensa o señala.

¿Cree que hay una mayor tentación a desafiarla cuando tiene menos índices de popularidad? ¿Hay más riesgo de que la gente se desordene, se salga de la fila?

Puede haber cierta desafección, sin duda. No soy ingenua, sé que hay personas que me querrían más si tuviera la popularidad más alta.

¿Y la criticarían menos?

También puede ser. No quiero prejuzgar. Las personas siguen sacándose fotos y selfies conmigo. Los parlamentarios, los alcaldes, siguen expresándome mucho cariño. Pero habrá gente que, sin duda, me preferiría con niveles de popularidad más altos. Yo leo las encuestas, trato de identificar lo que están señalando, pero no me quedo secuestrada en ellas. ¿Sabe cuál es el riesgo de una persona que toma decisiones basada en las encuestas? De perder el norte o caer en el populismo. Por ejemplo, si la gente no quiere construir un puente, entonces ¿no lo hago, aunque ya se había decidido que era indispensable? Eso no lo voy a hacer.

Usted está convencida de que aquí hay un problema de mala comunicación o, en algunos casos, de mala gestión, pero no con el norte de las reformas.

No es un problema de las reformas. No puedo imaginar por qué alguien estaría en contra de que tengamos educación de calidad y gratuita para todos los jóvenes de Chile. Hay personas que no están de acuerdo con el 100% y no han estado nunca de acuerdo. Pero la gran mayoría sí lo está. Por eso digo, hay algunas de estas reformas que tenemos que comunicar mejor. Cuando estaba recorriendo Chile durante el paro docente, muchas veces se acercaban profesores, algunos protestaban, otros querían conversar y me entregaban cartas. Algunas de las cosas que me pedían estaban en el proyecto, lo que significa que no tenían toda la información. Otras veces eran cosas que no compartían de la iniciativa. Y yo les señalaba que era al Parlamento adonde tienen que ir, pedir audiencias para discutir estos temas con los parlamentarios. No digo que todo sea un problema de comunicación, también hay uno de gestión política y una necesidad de más diálogo con los distintos actores, para que se sientan más interpretados con las reformas.

¿Cómo se hace cargo la hoja de ruta esbozada el lunes del complejo diagnóstico que han hecho de la economía el presidente del Banco Central o el propio ministro de Hacienda? Las modificaciones al programa que se habían anunciado no fueron demasiadas.

Yo tendría que asumir que usted piensa que es culpa del programa la desaceleración de la economía y eso no es así. Puede haber elementos que generen incertidumbre en algunos sectores y que eso hace que algunas personas pospongan decisiones de inversión -por ejemplo-. Sé que en algunos casos es así, pero tampoco creo justo, y sería sumamente poco serio, asegurar que ese es el factor principal del bajo crecimiento de la economía. Y, por otra parte, la crítica de que no se habló mucho de economía en el cónclave no es efectiva, pues en mi discurso inicial me referí al tema de la economía, pero el objetivo del cónclave no era hacer un seminario sobre economía. No era discutir las siete medidas para evitar el desempleo. Para eso hay otros espacios. El ministro se ha reunido con los partidos, ha sincerado claramente cuál es nuestro diagnóstico. El objetivo del cónclave era definir una hoja de ruta más bien política de los grandes elementos, donde la economía es importante, pero para definir cómo enmarcamos el conjunto de las tareas.

Es que algunos esperaban una reforma a las reformas. ¿Eso quedó descartado?

Yo imagino que muchos querían que dijera “vamos a retirar tal proyecto de ley y vamos a retirar tal otro”. Sé que hay gente que quiere eso. Hay gente que dijo el año pasado: ‘Presidenta: mate el programa, salve al gobierno’. Hay personas que no quieren que haya cambios en este país, y eso es porque defienden determinados intereses, lo que es legítimo. Pero parece que algunos leyeron sólo la palabra ‘realismo’ y no escucharon el ‘sin renuncia’.

Uno de los temas sobre los que algunos esperaban ajustes y que usted reafirmó dentro de su hoja de ruta es el cambio de la Constitución. Si ya en la Nueva Mayoría había varios abiertos a dejar ese tema para un próximo gobierno, ¿por qué usted lo mantiene dentro de los no renunciables y le sigue dando prioridad?

Hay una crisis de confianza que tienen los ciudadanos respecto de las elites política y empresarial. Esto viene hace rato, pero se ha agravado con los hechos conocidos por todos. Para mí, el tema del proceso constituyente es clave, porque también es una manera de acercar a la elite a la ciudadanía. Porque acá estamos hablando, y así lo mencioné claramente el lunes, que vamos a partir por un proceso de educación cívica-constitucional, ya que mucha gente no conoce qué es una Constitución. Se han hecho algunos ejercicios en algunas comunas, reuniones con 300, 400 personas, y lo que se ha visto es que muchos no le otorgan ninguna importancia.

Pero si la gente, como usted dice, no tiene claro para qué sirve la Constitución o no le asigna mayor importancia, ¿de dónde proviene entonces esa convicción tan firme de avanzar hoy hacia una nueva Constitución?

Quiero insistir en que nosotros tenemos claro que se requiere una nueva Constitución, porque hay partes de ella que no permiten un desarrollo democrático adecuado. Ya resolvimos un aspecto con la reforma al binominal. Eso está resuelto, pero no es la única tranca al desarrollo democrático.

Usted señala que le gustaría sacar ciertos elementos, se ha hablado de redefinir algunos principios constitucionales. ¿Hay entonces ya tomadas algunas definiciones sobre lo que debiera tener una Nueva Constitución?

No. Lo que les hemos pedido a los presidentes de los partidos es que entreguen propuestas de contenidos y de mecanismos para la segunda etapa. La primera será, como dije, de pedagogía, de educar y de motivar a participar. No le tengo miedo a la discusión de las personas. Todas nuestras experiencias de participación han sido extraordinariamente positivas. La gente es razonable, aspira a que la economía crezca, que haya empleo. No quiere el caos y nadie está pretendiendo con un proceso participativo que haya caos. No. Esa no es nuestra intención. Tenemos pensados, claramente, los mecanismos que permitan que la gente pueda expresar con qué país sueñan. Pero, por otro lado, también creo que es un momento para que las autoridades que participan en estas actividades puedan tener una relación más estrecha con la ciudadanía, escuchar lo que piensa.

Hay quienes sostienen que el hecho de que usted recurra a esta figura del “proceso participativo”, como una fórmula intermedia, es una muestra de que ya descartó la asamblea constituyente. ¿Es efectivo que a usted no le gusta ese mecanismo?

Creo que el tema de los mecanismos no hay que definirlo ahora. Ningún sistema tiene sentido si la ciudadanía no sabe qué es una Constitución ni por qué necesitamos una nueva. Porque si no, ¿qué es lo que puede pasar? Cualquier mecanismo que a usted se le pueda ocurrir serán las elites las que lleguen a discutir. Aquellos que ya tienen una idea formada en una u otra dirección. Entonces se pierde el sentido básico de una Constitución, que es la legitimidad, la cual está dada en dos momentos. Primero, que nazca en democracia y, segundo, que tenga una cierta participación y representación de lo que es la sociedad chilena. Tendrá que haber un momento para los expertos, porque ellos saben escribir una Constitución; habrá espacio para el Parlamento, pero nada de eso sirve si no tenemos gente que sepa de qué estamos hablando, que se sienta interpretada, que se sienta convocada. Por eso es que no quiero meterme en los mecanismos, porque un plebiscito donde voten 200 personas, por decirlo así, o una asamblea constituyente, donde participan los mismos de siempre, no aseguraría la legitimidad de nuestra Carta Fundamental.

El tema constitucional es uno de los que más incertidumbre generan entre los empresarios. Ellos tenían algunas expectativas respecto del giro que podría impulsar la dupla de los ministros Burgos y Valdés. ¿Cree que ese ajuste ministerial tan drástico que hizo -que la llevó a sacar nada menos que a su jefe de gabinete y a su ministro de Hacienda- fue correctamente leído por la opinión pública?

Los presidentes tomamos decisiones cuando creemos que hay momentos políticos o económicos que ameritan tener nuevas personas en esas responsabilidades. Me imagino que fue bien leído en el sentido de que los cuatro ministros del comité político son personas respetadas tanto en la Nueva Mayoría como en el mundo de la oposición y el empresariado. Ahora, si la lectura hubiera sido que los nuevos ministros llegaron para cambiar el rumbo que la Presidenta defina, hubiera sido una lectura equivocada, porque cada vez que tomo decisiones, lo converso con ellos. Todas las decisiones que tomo lo hago escuchando lo que dicen todos mis ministros y, por cierto, los del equipo político.

¿Era incorrecto decir que aquí había un giro al centro del gobierno como se planteó?

En inglés hay una expresión que se llama wishful thinking. Yo creo que era lo más parecido a un wishful thinking, pero la verdad es que no quisiera colocarle un apellido, porque nuestro giro es y será siempre ciudadano. Era hacerse cargo de una nueva situación, que no es ni más de izquierda, ni más de centro, ni más de derecha. Es decir, “aquí estamos en una nueva situación política y económica”, entonces cuáles son las tareas más importantes, cómo priorizamos. El ministro Burgos y el ministro Valdés cuentan con toda mi confianza, al igual que los ministros Díaz y Eyzaguirre.

Usted ha sido Presidenta dos veces. Este cambio de gabinete, por lo que significaba, ¿fue para usted una de las decisiones más complejas que le ha tocado tomar?

Siempre es difícil hacer cambios de gabinete. Tiene una parte humana que es compleja, porque soy una convencida de que las personas dan lo mejor de sí. En este caso particular, fue muy duro también, porque el cambio impactó a dos personas muy queridas para mí, todos eran queridos, pero dos de larga trayectoria, de trabajo en conjunto, de grandes talentos y capacidades. Pero, como decía, uno debe hacer evaluaciones y tomar decisiones difíciles. Y yo las tomo, aunque algunos digan que no tomo decisiones. Pero viendo en un momento en que estaba llamando a un montón de ministros -esto es un detalle anecdótico-, tenía una hojita con los nombres y le puse al lado los nuevos, ahí me di cuenta de que habíamos cambiado, entre una y otra cosa, a casi la mitad del gabinete.

¿No lo pensó usted así cuando inició el proceso?

No, uno no hace cálculos, multiplico por dos, divido por cuatro. No, más bien se realiza una evaluación de distinto tipo. Uno tiene que tomar las decisiones. Fue difícil en el sentido emocional. Siempre es duro, porque a las personas obviamente les afecta, pero todos se portaron de una manera muy leal.

Alguien lo podría atribuir a la soledad del poder, pero a ¿qué atribuye usted el hecho de que del grupo de personas de confianza que la acompañó en los orígenes de su primera candidatura sean muy pocos los que hoy permanecen a su lado? La salida de Peñailillo y de algunos que estuvieron en el comando da cuenta de algo de eso.

Hice los cambios que consideré necesarios. Puede ser doloroso cuando hay gente que ha llevado mucho tiempo en distintas funciones cercanas a uno, pero cuando se es Presidente de la República hay valores superiores sobre los cuales hay que tomar decisiones. Pero no es efectivo que haya salido toda la gente que estuvo trabajando hace años o en el comando. Hay muchos, en otros ministerios y en el gobierno, que llevan muchos años trabajando conmigo y que siguen aportando en distintas áreas.

¿Usted no ha vuelto a hablar con Peñailillo y con Arenas?

He hablado alguna vez con ellos. Me encontré con el ex ministro Arenas en Cepal.

Sí. Se comentó que habría sido frío el saludo desde lejos…

(Ríe) Es la típica cosa que no tiene nada que ver con la realidad, porque estaba oscuro y no lo vi de inmediato. Luego, mientras hablaba alguien lo divisé al fondo y le hice así (saluda) y él me hizo así (saluda). No tuvo nada de frío.

Más allá de lo judicial, que es lo que se verá en la investigación que lleve adelante la fiscalía, ¿le complicó al conocerse las declaraciones del ministro Peñailillo que él, por ejemplo, no cerrara la puerta a que usted no tenía idea de la constitución de Asesorías y Negocios o del tema de lo que se ha llamado cómo se financió la precampaña? La frase que usó fue “por consejo de mi abogado yo no me refiero a ese tema».

Desconozco por qué el abogado le habrá hecho esa sugerencia o esa recomendación, pero, tal como he dicho, nunca supe nada de aquello, por lo tanto, estoy tranquila.

¿Y no le sorprendió que él lo dejara abierto?

Como le dije, no sé cuál es la razón del abogado, pero yo no hice precampaña. Llegué a ser candidata a fines de marzo del 2013.

¿Cuánto le preocupa a usted como Jefa de Estado el hecho de que se estén ventilando acusaciones del tipo como, por ejemplo, que las instituciones pudieron verse afectadas producto de presiones de funcionarios sobre el SII?

Nosotros en esto hemos tenido una sola línea: toda la colaboración a la justicia. Si hay situaciones que deben ser investigadas, se investigan. Y la justicia determinará.

Pero más allá de lo judicial, desde el punto de vista político, ¿como Presidenta, usted está en condiciones de garantizarle a la opinión pública, por ejemplo, que este tipo de presiones o cosas que pudieron afectar a instituciones, como el SII, y que se han mencionado públicamente, no ocurrieron durante su mandato?

Aquí ha habido acusaciones en tal sentido, sin embargo, no puedo opinar sobre una denuncia que puede no ser efectiva. Lo que puedo asegurar es que yo no he presionado a nadie en ninguna dirección.

Uno de los temas recurrentes del cónclave fue la intención de proyectar la Nueva Mayoría más allá de su mandato. ¿Sería un fracaso para usted tener que entregar la banda presidencial a un candidato de la oposición nuevamente?

Ya me tocó hacerlo. Y en ese momento tenía 80% de aprobación, lo que demuestra que las variables son distintas. No es automático que la aprobación ciudadana se refleje en el voto de los chilenos hacia el candidato de la Presidenta. Digo esto porque hay que mirar las cosas como son. Creo que para la Nueva Mayoría es importante que los cambios que se van haciendo puedan ser sostenibles en el tiempo y por eso es fundamental que pueda haber una proyección. Sin embargo, soy una convencida de que en la democracia son los ciudadanos los que deciden.

No sería un fracaso en lo personal, en ese sentido.

En lo personal, preferiría que siguiera alguien de la Nueva Mayoría, qué quiere que le diga. Pero, por sobre todo, con un programa interesante. Eso es lo que me gustaría, pero serán los ciudadanos los que tendrán la palabra en el momento que corresponda. Soy una convencida de que en la medida en que las personas empiecen a ver los resultados concretos de todo esto, que los beneficios llegan a sus vidas y las mejora, lograremos resultados. Mi máxima aspiración es que el último día de mi gobierno la vida de la gran mayoría, sobre todo de los más vulnerables y la clase media, sea mejor que cuando partimos. Esa es mi gran meta.

La Tercera

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