A falta de TISA… TLC – Por Eduardo Camin

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Se ha vuelto lugar común, aceptar como inevitable la preeminencia del pensamiento político único portado fundamentalmente por los cientistas políticos del occidente. La larga y triste historia del panamericanismo desde Henry Clay al ALCA, y sus TLC, señala que Latinoamérica jugo desde los tiempos de la independencia, un especial papel en el esquema estratégico del expansionismo norteamericano heredo mayor de los viejos imperios coloniales. Desde las anexiones territoriales a los proyectos de “integración “económica o militar, EEUU considero (a) América del Sur y el Caribe, como su patio trasero.

En América Latina y el Caribe, una primera fase de la globalización neoliberal acentuó los procesos de desnacionalización de las economías así como las condiciones de un empobrecimiento estructural, en medio de la polarización interna que favoreció la formación de élites económico-políticas transnacionalizadas y la fragmentación del movimiento popular y las formas de resistencia.
Es por esto que una evaluación histórica del neoliberalismo nos conduce a sostener que su fundamento se halla ligado a la función de soporte ideológico de un tipo de globalización reforzada por la industria militar de los centros hegemónicos de la economía-mundo capitalista, por la presencia de las empresas transnacionales, por la existencia de los organismos financieros y por el papel desempeñado por los políticos/empresarios y tecnócratas que administran el poder en nuestras sociedades.

Como consecuencia de todo esto se ha creado una ficticia clase pudiente formada por la minoría y una brecha aún mayor entre éstos y la mayoría de los ciudadanos. Esta descomposición, que se acompaña de la reducción del peso de las economías locales en el mercado internacional, de la dependencia acentuada y de la ausencia de respaldo popular a las medidas empleadas para enfrentar la crisis, es traducida en el imaginario de dominación como el acabamiento de las ideologías y vehiculizada por medio de una serie de medidas de corte tecnocrático destinadas a la represión y fragmentación de la organización popular.

Las nuevas iniciativas… los mismos TLC

Apenas acallados los ecos del rechazo a la continuidad de seguir en las negociaciones del Tisa, Uruguay junto con sus homónimos del Mercosur crearon un marco de negociaciones en la ciudad de Asunción. En efecto en este comienzo de mes ya se han realizado algunas reuniones entre los socios del Mercosur con el objetivo de desempolvar algunos de los Tratados a la carta de Libre Comercio (TLC).

Como sabemos en la mayoría de las ocasiones estos acuerdos se establecen entre países ricos y pobres y, es aquí, donde los TLC se muestran como lo que son: una verdadera arma de expolio en favor de las grandes corporaciones. Recordamos que uno de los primeros y más importantes acuerdos de este tipo fue el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) firmado a principios de los noventa por los presidentes de Canadá, Estados Unidos y México. Parecía un acuerdo favorecedor para todos (o eso dejaban entrever las sonrisas de los dirigentes mientras firmaban el acuerdo) Sin embargo, tan sólo tres años después de la firma el gobierno norteamericano tuvo que inyectar 50.000 millones de dólares ante la inminente caída de la economía mexicana. ¿Por qué lo hicieron? Básicamente por dos motivos: uno, para defender las grandes inversiones de las “corporaciones USA” en México (literalmente se estaban forrando a base de explotación laboral y ausencia de impuestos) y, dos, para conseguir el verdadero objetivo: lograr el control real del país, porque aquello representó, de hecho, la compra del país. Por contra, México obtuvo de todo aquello la pérdida del control sobre su economía. La destrucción de su agricultura al no poder competir con los precios bajos (subvencionados, por supuesto) de los productos del Norte. El éxodo de millones de personas hacia las fábricas para ser sistemáticamente explotados por las trasnacionales. El expolio de sus recursos naturales y el aumento del narcotráfico gracias a la libre circulación de recursos humanos y económicos del Norte hacia el Sur.

En definitiva un TLC hace que desaparezcan las barreras impuestas al comercio y a la inversión extranjera. Esto significa que las economías más pobres no puedan utilizar los aranceles de importación para proteger sus sectores de actividad emergentes, ni a sus agricultores de la avalancha de importaciones a bajo precio, ni a las pequeñas industrias que se hunden al no poder competir con las grandes empresas de los países ricos.

Todo esto lleva al establecimiento de un nuevo colonialismo que no necesita de las guerras (teóricamente) para dominar países, basta con controlar sus economías para tener el poder absoluto en la toma de decisiones. Tanto es así, que cuando la gente se rebela contra el Estado y consigue doblegarlo se da cuenta de que el Estado no existe, que el poder está más allá.

Esta globalización bajo esquema neoliberal ha significado formalmente el abandono de los proyectos de desarrollo nacional y en cambio ha favorecido los temas macroeconómicos como: el control de la inflación y el reordenamiento de las finanzas fiscales por ejemplo, con consecuencias destinadas – mas tarde o mas temprano – a la destrucción del sindicalismo y la informalización de la economía y con una concentración considerable de las ganancias, al igual que un aumento de las desigualdades sociales.
Para los países latinoamericanos y caribeños esta situación redundó en la apertura unilateral al comercio extranjero, la privatización de empresas estatales, la liberalización del mercado de capital, el ajuste fiscal y la reducción del gasto público, lo mismo que el debilitamiento de la injerencia del Estado en la administración macroeconómica con un crecimiento muy irregular de las economías, pero con un intensificado incremento de la deuda externa y por consiguiente de las condiciones de dependencia del mercado mundial capitalista.

Cada día que pasa estamos más lejos de aquellos soñadores que iluminaban los desafíos de la Patria Grande, tal vez esto suene a rancio para muchos tecnócratas que deciden que lo único que pueden hacer sus pueblos es vivir pendientes de los desequilibrios del gran capital.

*Periodista uruguayo, fue director del semanario Siete sobre Siete y colaboró en otras publicaciones uruguayas y de America Latina. Corresponsal en Naciones Unidas y miembro de la Asociacion de Coresponsales de prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional del Hebdolatino en Ginebra. Miembro de la Plataforma Descam de Uruguay para los Derechos Economicos sociales y medio ambientales. Docente en periodismo especializado sobre Organismos Internacionales.

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