Chile: crisis institucional y política exterior – Por Paul Walder

02 de Octubre de 2014/SANTIAGO El Ministro de Relaciones exteriores Heraldo Muñoz durante la presentación del video "Chile y la aspiración marítima boliviana: mito y realidad", exponiendo la posición de Chile ante la demanda interpuesta por Bolivia en la Corte Internacional de Justicia de La Haya. FOTO:MARIO DAVILA GARCIA/AGENCIAUNO
294

Los problemas fronterizos en el norte de Chile no sólo han vuelto a tomarse la agenda mediática, sino que expresan verdaderas falencias en política exterior: una estrategia basada en la reacción, la reiteración y la circularidad discursiva.

La Cancillería, junto a la repetición del mismo y ya cansado argumento de la intangibilidad de los tratados, intenta jugar con las interpretaciones, que fuerza hasta el absurdo. Las derrotas más evidentes han sido levantadas como un triunfo, calificación que sobrepasa el terreno de la opinión e ingresa en el de la manipulación y la mentira. Chile, representado en estos ámbitos por su canciller, Heraldo Muñoz, ha comenzado a expresar nuevamente, tal como lo ha hecho en otros episodios de su historia reciente, su aislamiento y desintegración regional. El espíritu inoculado por la dictadura -que derivó en una insularidad planetaria-, interpretado por el mismísimo Pinochet “vencedor del comunismo en Chile” ha quedado sellado desde la Constitución, la institucionalidad, los hábitos y la misma conciencia nacional.

Mutan los eventos y los momentos, pero se mantiene la inspiración política. Hay una continuidad en las expresiones racistas y soberbias del almirante Toribio Merino, los diagnósticos de Joaquín Lavín sobre el mal barrio en el que Chile reside y el desprecio y la mirada oblicua que lanza la actual Cancillería a sus pares bolivianos. El rasgo autoritario, racista y clasista impreso por la bota militar permanece hasta nuestros días.

La Concertación y la Nueva Mayoría, en el gobierno por dos décadas tras la dictadura, ha mantenido esas políticas, expresadas en todas nuestras actividades durante la inacabada transición. La política de los consensos, que el país ha padecido como pactos a veces tácitos y en oportunidades también expresos entre las elites, no sólo ha moldeado todas nuestras leyes y reglamentos en favor de los grupos económicos y sus acomodados representantes, sino ha delineado también nuestra política exterior, también entregada a las corporaciones. La falsa “no ideología” levantada por Chile desde el fin de la guerra fría y del fin de la historia, colapsa en estos días bajo su peso altamente sectario.

Chile ha ingresado en un proceso de grave aislamiento y anquilosamiento político. La crisis terminal de su política contaminada y comprada por las grandes corporaciones toma expresión internacional. La corrupción interior de las elites cruza fronteras y se muestra como una política exterior cerrada y reactiva. No hay propuestas ni ideas, sino clausura y negación.

Lo que vemos es una Cancillería petrificada, un país arrinconado y un discurso circular. Tras ello, la siembra autoritaria de las oligarquías y su extensión neoliberal. El libre mercado desregulado como política exterior es también muro de contención y caballo de Troya imperial levantado en los procesos de integración latinoamericana. El aislamiento chileno ante Latinoamérica surge de los intereses corporativos y de especulación de corto plazo, y del rechazo a participar de un proyecto político regional.

La Cancillería chilena no tiene voz propia. Es portavoz de grupos ocultos en la historia, de las Fuerzas Armadas y sus intereses y de los negocios de esas grandes corporaciones. Una mezcla de fragmentos amorfos que la hace emitir un discurso maniqueo y cantinflesco que prolonga y difunde como si fuera la voz nacional.

Aquí reside el mayor peligro. Fusionar y convertir en la voz nacional, en el sentido del Estado, ese caldo espeso elaborado por una institucionalidad corrupta y en plena decadencia conlleva riesgos y retrocesos. Riesgo, por alimentar de manera imprudente un nacionalismo ciego y belicoso, y retroceso, por convertir al país en un obstáculo al proceso de integración regional.

Desde allí, bajo los intereses de estos grupos, la Cancillería de la Nueva Mayoría levanta su discurso anquilosado e inflexible ante las nuevas ideas y propuestas. No sólo favorece a las elites económicas en desmedro de la germinación de actividades más amplias de cooperación e integración, sino que escribe de esta manera también el futuro.

Más notas sobre el tema