Venezuela: La legitimización de la violencia – Por Maryclén Stelling

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Los últimos acontecimientos parecen anunciar que el extremismo avanza en su intención de imponer y legitimar la violencia política.

En la coyuntura actual, la cultura de la violencia se ha ido colando e instaurándose como estrategia política legítima para eliminar al adversario. De las guarimbas y barricadas se ha dado el salto a los discursos de odio construidos intencionalmente por determinados actores políticos, que persiguen deslegitimar al adversario y justificar la violencia empleada en su contra. “Sin querer queriendo” hemos desembocado en los crímenes de odio, que se alimentan y sustentan en creencias y en la legitimación social de la violencia como único medio para transformar la estructura política de la sociedad.

La legitimación de la violencia política descansa en un sistema de creencias que sirven tanto para la configuración de la identidad del grupo que lleva a cabo “una gesta heroica libertadora”, como en el encuadre negativo del adversario, responsable de la situación y deslegitimado hasta el punto de eliminar o neutralizar cualquier conflicto ético. Despojado el adversario de su condición de ser humano y convertido en un peligro para la sociedad, se lo proscribe e incluye en categorías socialmente condenables –asesinos, ladrones, paramilitares– que demandan medidas defensivas especiales, justifican su asesinato, exterminio y tortura aun después de muerto.

Se hace natural y legítimo el orden social violento que apela a la obediencia incuestionable, y, las normas de carácter obligatorio, se asumen en tanto modelos y “deber ser” de la relación con el adversario. Así, a merced de una violencia destructiva, devastar y matar no solo es legítimo sino que asegura una recompensa y reconocimiento social. Se erige con absoluta intencionalidad política el sistema de creencias que sustenta la cultura de la violencia.

En procura de la complicidad de otros sectores de la sociedad, se construye el discurso de legitimación de la destrucción y necesaria eliminación del adversario político. Discurso que supone además un proceso de construcción y definición de la realidad de modo tal que lo sustente, le sirva y niegue la posibilidad de modificar la situación mediante vías políticas pacíficas.

Será una ardua tarea desmontar la cultura de la violencia y derrotar el discurso político y mediático del odio, que impiden la construcción de la paz y la convivencia en democracia.

(*) Socióloga venezolana, especialista en observación de medios. Directora ejecutiva del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos.

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