Ecuador: Censuran en Quito un mural de artistas feministas bolivianas

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Contexto
El mural ‘Milagroso Altar Blasfemo’ del colectivo el colectivo boliviano Mujeres Creando, que formaba de la muestra «La intimidad es política» montada en el MET de Quito no podrá ser visto por el público por decisión del gobierno municipal de la ciudad. El ministerio de Cultura y Patrimonio de Ecuador exhortó a que se apliquen normas sin que estas vulneren el derecho individual que posee todo artista para expresarse y el derecho de la ciudadanía a disfrutar, cuestionar e interactuar con ese arte.

El ‘Milagroso Altar Blasfemo’ será reubicado

La obra que forma parte de la exposición ‘La intimidad es política’ será removida según los informes del Municipio de Quito. La razón sería la falta de permisos para trabajar en una estructura patrimonial.

Pablo Corral, secretario de Cultura junto a Angélica Arias, directora del Instituto Metropolitano de Patrimonio anunciaron, Angélica Arias, anunciaron que quitarán el mural ‘Milagroso Altar Blasfemo’ que ilustrado cerca de la Iglesia de la Compañía.

El anuncio se da un día después de que la Conferencia Episcopal manifestara su malestar por la exposición artística, argumentando que “los grupos organizadores de tal muestra pictórica, en nombre de la libertad de expresión, atentan contra los derechos fundamentales de otras personas que disentimos de sus posiciones ideológicas; pues supuestamente, luchan contra la homofobia, pero no dudan en promover la burla y la fobia contra los creyentes, particularmente contra los cristianos católicos”. Sin embargo, las autoridades fueron claras en expresar que la posición de la iglesia no guarda relación con la decisión de retirar la obra.

El ‘Milagroso Altar Blasfemo’ será fotografiado y se ubicará en otro lugar del Centro Cultural Metropolitano de Quito (MET) según mencionaron las autoridades. ‘La intimida es política’ cuenta con 17 obras que ilustran uno de los temas tabú de la sociedad: el sexo. Específicamente las políticas de dominación que rondan en torno al sexo, el género, la clase social o la etnicidad.

Mientras tanto, las redes sociales fueron el ‘campo de batalla’ entre católicos y quienes defienden la diversidad sexual y la libertad de expresión que representa el mural. Con la tuiteada #Respetamife los creyentes religiosas volcaron su inconformidad en 140 caracteres.

Por otro lado, la activista LGBTI Silvia Buendía y el dramaturgo Santiago Roldós también se manifestaron al respecto. “Lo que no pueden hacer es exigir una censura, y peor aún sin debatir ni ofrecer otro argumento que el de su propia susceptibilidad, más allá de lo legítima y respetable que sea su indignación”,expresó Roldós en su cuenta de Facebook.
Extra


Milagroso altar blasfemo

Por María Galindo*

Hace casi un año, Mujeres Creando pintó un altar blasfemo en la fachada del Museo Nacional de Arte, rompiendo la idea del Museo como espacio interior. Interviniendo la narrativa de los altares coloniales para instalar un discurso feminista.

La obra fue destruida en pocas horas por un horda de fanáticos religiosos, con la mirada complacida y cómplice de los organizadores que nos invitaron. Estaban más que contentos con dicha destrucción y no podían ni disimular su complicidad, porque en el fondo ese fanatismo cristiano les ayudaba a demostrar que la obra era repudiada y que con ese repudio a la obra nosotras también lo éramos.

Sería inútil recordar dicha escena si no fuera que estamos hoy en la ciudad de Quito, en las espaldas de la cúpula de la iglesia de la Compañía de Jesús. Invitadas por una de las curadoras españolas feministas más afamadas, como es Rosa Martínez, pintando en este momento el milagroso Altar Blasfemo.

El lugar que tenemos hoy para hacerlo es un exconvento de los jesuitas convertido en el más importante museo de la ciudad. Este lugar tan simbólico, desde donde mientras escribo contemplo el Chimborazo, demuestra que tenemos entre manos una obra viva y elocuente, potente e imprescindible pero, sobre todo, demuestra que el azar está de nuestro lado. La potencia de nuestro altar no sucumbió a la censura fanática ni a la envidia mezquina. Revive hoy en un lugar más trascendente.

Lo que proponemos es una descomposición, adaptación, reinterpretación y síntesis de todos los altares instalados a lo largo y ancho de nuestra América para que acatáramos el colonialismo como mandato divino.

Para que aceptáramos de rodillas nuestra inferioridad y nos olvidáramos de nosotras mismas, y de los placeres y sabores de la vida.

Es un Altar Blasfemo para responder a todos y cada uno de los altares donde nuestras madres y abuelas rezaron, suplicaron y lloraron pidiendo perdón, misericordia y milagros que nunca llegaron.

Nosotras representamos el milagro implorado; nuestra pluma, nuestra brocha, nuestra rebeldía es la que convierte el diseño de una lámina escolar de nuestros ovarios en una virgen protectora de las aborteras, esa conversión simbólica es el milagro.

Nos atrevemos a utilizar los diseños de Guamán Poma de Ayala, el cronista catequizado, para, con su trazo, imaginar a la virgen trans: ni hombre, ni mujer, cuyos emblemas son el sol y la luna al mismo tiempo.

Son las figuras de las indígenas bañándose en el río Amazonas las que nos permiten imaginar a una virgen dolorosa, llorando por las asesinadas convertidas en ángeles sexuados que reivindican la libertad que sus feminicidas les quitaron.

La Virgen de Copacabana cambia el cetro de mando por el trinche del pecado para convertirse en pecadora.

Si los altares sirvieron como relatos didácticos donde aprender, asimilar y aceptar historias de sumisión, nuestro Altar Blasfemo nos redime y nos sirve para aprender a leer nuestra propia libertad, para jugar con símbolos y significados.

También evocamos el castigo que pesa sobre nuestros cuerpos con las imágenes del castigo que se cumplía en la Colonia en el frontis de las iglesias. Castigo al que eran sometidos los herejes públicamente para que tuvieran miedo de desafiar el orden simbólico colonial y su miedo cundiera masivamente haciendo escarnio colectivo.

La cruz está hecha de penes que los hombres llevan a sus espaldas, marcándoles su encierro genital como carga, condena, suplicio y destino. El Papa se masturba en la escena lateral del altar, frente al sufrimiento de la humanidad.

El primer altar fue en La Paz, el segundo es en Quito y el tercero, ya pactado, será en la ciudad de Santiago de Chile. Se trata entonces de una serie de obras infinitas a ser pintadas como señas para un nuevo mapa de descolonización y despatriarcalización del continente entero.

Silenciarnos es imposible, censurarnos es inútil, destruir nuestra obra la hace más potente.

Como bien decíamos en el manifiesto del frontis del museo: nuestro feminismo es más explosivo que la dinamita y más urgente que el pan de cada día.

*María Galindo es miembro de Mujeres Creando.
Página Siete


 

Altar blasfemo

Por Pablo Salgado Jácome

Creíamos que la censura y la prohibición -en el arte- eran parte del pasado. Pero no, la censura reaparece cada vez que alguien se atreve a cuestionar el poder y más aún el poder religioso. Inmediatamente aparecen ofendidas señoras, caballeros ilustres y la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. Un comunicado basta para que las autoridades municipales ordenen el retiro del mural, bajo el pretexto -en este caso- de que no tienen permiso para intervenir una pared patrimonial. Sin chistar, obedecen y censuran.

Apenas si en las redes sociales, la Nela y otras mujeres compartían la invitación para la apertura de la exposición La intimidad es política. Pocas personas asistieron al Centro Cultural Metropolitano. Y de pronto, se emite el comunicado de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y todo cambia. El secretario de Cultura, Pablo Corral, en rueda de prensa anuncia: «El Municipio de Quito, siguiendo las disposiciones del Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP), resolvió que el mural no se podrá ver mientras no sea reubicado.

La resolución se tomó, según las explicaciones del Municipio, porque el IMP no autorizó la intervención de un bien patrimonial». Sin perder un minuto, las redes sociales se llenan de las fotografías del mural ‘Milagroso altar blasfemo’, realizado por el colectivo boliviano Mujeres Creando. Y las visitas al Centro Cultural se multiplican, pero el acceso a la terraza está cerrado y no se puede llegar hasta la pared, justo la que da a la iglesia de La Compañía. «No es censura, estamos reubicándolo en el interior a través de una reproducción fotográfica», proclaman las autoridades.

Y no solo eso, sino que uno de los concejales -el mismo que defiende la tortura y muerte de los animales en las plazas de toros- pide que el Alcalde envíe una carta de disculpas a la Conferencia Episcopal y, además, que se despida a la directora del Centro Cultural Metropolitano, Pilar Estrada. En verdad, es el concejal de SUMA quien debería renunciar porque incumplió, como otros concejales y el propio Alcalde, la decisión soberana del pueblo de Quito de eliminar las corridas de toros.

¿Pero qué es lo que tanto indigna a los sumos sacerdotes, fieles, concejales y al Secretario de Cultura? La intimidad es política es una muestra en la cual 17 colectivos de distintos países nos presentan -desde una mirada crítica- temas actuales vinculados con el poder y la diversidad; género, femicidio, homosexualidad, acoso sexual, discriminación y violencia.

Pero el que ha causado ‘indignación’ en cierto sector de la franciscana, curuchupa y pacata ciudad, es el ‘Milagroso altar blasfemo’, un mural en el cual -como dice Ana Rosa Valdés- el colectivo Mujeres Creando se apropia de símbolos culturales del catolicismo para interpelar críticamente el legado colonial del patriarcado. El ‘altar’ propone una nueva simbología que incluye a la Santísima Virgen ni hombre ni mujer; la Virgen de los Ovarios que protege los abortos; la Dolorosa que llora por las asesinadas; y muestra a un Cristo de rodillas, atado a la cúpula de una iglesia por el miembro viril. En una administración municipal caracterizada por la ineptitud, no debería sorprendernos estas actitudes prohibitivas, sin embargo, ya es hora de terminar con esa pacatería que pretende encerrarnos en un convento, ajenos al mundo y de espaldas a la contemporaneidad.

En el Municipio -como tampoco en el Gobierno- no existen políticas públicas para la cultura; todo -bueno, casi todo- es espectáculo y show. Siguen creyendo en el facilismo de llenar las calles del Centro histórico con espectáculos -y la novelería- de luces francesas. A propósito, justo hace un año -el 6 de julio de 2016- el propio Concejo Municipal aprobó una resolución para garantizar los derechos culturales en la ciudad y encargó, en su única disposición general, de su implementación, seguimiento y evaluación a la Secretaría de Cultura. Sin embargo, nada se ha hecho por cumplir esa resolución. No queda más que encomendarnos y rezar en el ‘Milagroso altar blasfemo’.
El Telégrafo


Blasfemia barata

Por Alfonso Reece Dousdebés

Se parecen los casos de las caricaturas de Charlie Hebdo, que motivaron la salvaje masacre de París, y el de un mural que presume de blasfemo incluido en una exposición desplegada en el Centro Cultural Metropolitano de Quito. Es que tanto la revista francesa, como la obra de un “colectivo” boliviano son de una calidad ínfima, manifestaciones feas, sin gracia, con un chambón y gratuito afán de provocación… refiriéndome a la publicación francesa, dije yo, lo dije yo, que en mi ciudad, conocida por su sutil humor chulla, no prosperaría algo tan torpe. La exposición pretendía reflexionar “sobre el género como construcción social que determina los comportamientos de los sexos, los usos discriminatorios del lenguaje y las estrategias de poder”, me pregunto qué tiene que ver eso con los obscenos garabatos del titulado “Milagroso altar blasfemo”, cuyos autores, al intentar profanar las gloriosas iglesias quiteñas reviven un anticlericalismo patán, que habrá sorprendido en 1789, pero ya no. Sin embargo, igual que el zopenco semanario galo, tienen derecho a manifestarse.

Lo que sí discuto es que entidades públicas, como el Ilustre Municipio de Quito, auspicien la exhibición de una obra vejatoria para la religión de la inmensísima mayoría de quiteños. Y tampoco si fuese injuriosa contra los adventistas, los islámicos o cualquier otra fe por minúscula que sea la adherencia que tenga en la ciudad. Abomino de la censura, pero otra cosa es el patrocinio oficial, con mis impuestos, de expresiones que razonablemente puedan ser consideradas ofensivas por cualquier grupo o individuo. Si esto se hubiese desplegado en una galería privada, allá cada cual con su mal gusto, pero no en un edificio público. Ahora, esto no tiene dimensión para atacar por ello al alcalde ni funcionarios, una oportuna rectificación basta y, dada la intrascendencia artística de la obra, el asunto se olvidará.

También es preciso hacer notar que, a ningún grupo humano en razón de su “etnia, lugar de nacimiento, edad, sexo, identidad de gé́nero” como dice la Constitución, se lo puede menoscabar de sus derechos. Esa misma ley, en el mismo parágrafo, establece que la religión tampoco puede ser razón para limitar el goce de las garantías legales que amparan a todos. Ya veo el cacareo que se hubiese armado si los ofendidos en el mural de marras hubiesen sido esas otras identidades. Los “colectivos” se habrían movilizado hasta hacer temblar la bóveda celeste. El respeto que ellos, con todo derecho piden, también asiste a los católicos. Eso no quiere decir que haya asuntos, personas o grupos intocables. Una persona puede cuestionarlos, disentir sobre cualquiera de ellos, negar sus argumentos, pero esta discrepancia debe manifestarse en términos no calumniosos, es decir que no pueden atribuirles autoría de delitos, ni insultantes. ¿Y por qué digo insultantes y no, por ejemplo, denigrantes? Insultar etimológicamente significaría “saltar sobre”, de lo que concluyo que viene a ser usar términos que incitan a saltar sobre alguien, es decir que promueven la violencia contra el agraviado. Eso no se puede permitir nunca.
El Universo

 
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