Cecilia Nahón, exrepresentante argentina ante el G20: “El bloque no cuenta hoy con una agenda latinoamericana propia”

1.132

Cecilia Nahón, exrepresentante argentina ante el G20

Por Pedro Brieger, director de NODAL

Cecilia Nahón fue representante de Argentina ante el G20 entre 2012 y 2015, durante las presidencias del G20 de México, Rusia, Australia y Turquía. Actualmente es Directora Ejecutiva de un nuevo programa educativo en la American University (Estados Unidos) llamado “Modelo G20”, dedicado a formar a jóvenes estudiantes en negociaciones internacionales y que el año próximo se hará en Argentina organizado por varias universidades.

¿Cuál es la importancia del G20 para América Latina?

El G20 es esencialmente un mecanismo de diálogo y coordinación de políticas al máximo nivel político entre las economías más grandes del mundo. La primera Cumbre de Jefes de Estado del G20 fue convocada de urgencia en 2008 en Washington por el Presidente Bush, frente al colapso de Lehman Brothers y los riesgos de contagio a nivel global. Como reflejo del nuevo mundo multipolar, en particular del ascenso de China, la tradicional mesa chica del G7 fue ampliada para incluir también a las principales economías emergentes, incluyendo tres países latinoamericanos: Argentina, Brasil y México.

Nunca faltan críticas por tratarse de un foro “elitista”, pero lo cierto es que el G20 reúne más del 80% del PIB global, 80% de las emisiones de carbono y 66% de la población del mundo. Sus deliberaciones, disputas y decisiones tienen necesariamente impacto global. En los últimos años, a la agenda económica y financiera “fundacional” del G20 se sumaron nuevos temas como migración, empleo, cambio climático, desarrollo, terrorismo. De hecho, hay un álgido debate dentro y fuera del foro sobre si esta amplitud de agenda lo fortalece o más bien lo diluye. Yo creo que es positivo, porque la incertidumbre y las tensiones geopolíticas actuales exigen fortalecer el diálogo multilateral y hacerlo con una visión integral de los problemas.   

Pasaron casi 10 años desde la primera Cumbre de Líderes del G20, ¿cómo está hoy este foro en vísperas de la Presidencia Argentina?  

A pesar de su relevancia, el G20 desembarca en Sudamérica debilitado, cuestionado, tocado por la crisis que está viviendo el multilateralismo. Por un lado, el G20 está golpeado por las posiciones unilaterales y amenazantes de Donald Trump. De hecho, en la última Cumbre en Alemania por primera vez no se logró consenso en un tema clave (cambio climático) y se terminó consignando en la Declaración final la posición de Estados Unidos separada de los demás países. En vez de G20 fue G1 + G19.

Si bien el ascenso de Trump es el factor visible de esta crisis me parece que la causa fundamental de la tensión es más profunda: la propia globalización promovida por el G20 quedó cuestionada por el tsunami electoral anti-sistema en los países centrales. Así como el FMI en 2008 no anticipó la crisis global, el G20 tampoco vio venir estos resultados electorales ni dimensionó la envergadura de la frustración y la desigualdad vigentes en muchos países. Esto afectó fuertemente la legitimidad del G20.

¿Qué respuesta ha dado el G20 frente a los cuestionamientos a la globalización?

Hasta ahora la respuesta ha sido mayormente retórica, porque la orientación de las políticas no ha cambiado. Es positivo que ahora el G20 exprese con más énfasis la necesidad de crecimiento “inclusivo” (esta palabra aparece 18 veces en la Declaración de Hamburgo) o de crear empleo “decente”. También que se reconozca la gravedad de la desigualdad vigente. De hecho nosotros batallamos mucho en su momento por una agenda inclusiva en el G20, junto con Brasil, Sudáfrica, Rusia, Francia, China, e incluso el Estados Unidos de Obama.

Pero estas declaraciones muy loables no se han traducido en políticas consistentes. Se sigue con una mirada auto-complaciente y de hecho en muchos países del G20, como en nuestra región, se están llevando adelante severos programas de ajuste que agravan la concentración del ingreso. Más allá de algunos matices, el corazón del G20, especialmente desde 2011, sigue dominado por políticas de apertura irrestricta (sin importar sus impactos adversos), “reformas estructurales” (como desregulación del mercado de trabajo) y “consolidación fiscal” (incluyendo ajustes del gasto en salud, vivienda y educación). Estas políticas son contrarias a resolver la desigualdad.

¿Cuáles han sido hasta ahora los principales aportes de América Latina al G20?

Durante muchos años, la voz de los líderes de América Latina, especialmente de Suramérica, llevó al G20 una visión diferente, basada en nuestra experiencia como región y favorable a los intereses de la mayoría. Esto se ha perdido hoy, en que se replican agendas de otras latitudes y no se cuenta con una agenda latinoamericana propia.

Pero recuerdo, por ejemplo, que la posición mancomunada del expresidente de Brasil Lula da Silva y de la expresidenta de Argentina Cristina Kirchner en la Cumbre de Londres, en 2009, impidió que el G20 adoptara la flexibilización laboral como pretendida respuesta a la crisis. También fueron Argentina y Brasil quienes impulsaron la incorporación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) al foro en igualdad con el Fondo Monetario Internacional (FMI), y los que denunciaron tempranamente en el G20 el escándalo de las guaridas fiscales que hoy sacude al mundo e involucra a gobernantes y funcionarios de América Latina. Otro aporte fue llevar la discusión sobre la sustentabilidad de la deuda y de un marco para limitar las prácticas de los llamados “fondos buitre”, lo que fue acompañado por el G20 en 2014 y 2015.

En este contexto, ¿cuál puede ser la contribución de América Latina al G20?

Creo que el G20 requiere urgentemente un cambio de rumbo, un paradigma alternativo que coloque la igualdad, en todas sus dimensiones, verdaderamente en su centro. La Comisión Económica Para América Latina (CEPAL) viene haciendo aportes valiosos en este sentido, con su visión sobre un “nuevo estilo de desarrollo”. Hay también numerosas investigaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), e incluso del FMI, que muestran que una mejor distribución del ingreso hace más sustentable el crecimiento, además de más justo. Pero reformas laborales y previsionales regresivas como las promovidas por los actuales presidentes de Argentina y Brasil (Mauricio Macri y Michel Temer) van exactamente en la dirección contraria, y sólo van a profundizar las desigualdades, incluida la desigualdad de género.  

Tener un G20 en América Latina es una oportunidad para impulsar una agenda alternativa, tanto exigiendo cambios a los gobiernos de la región como a través de los grupos internacionales de la sociedad civil vinculados al G20, como el Labor-20 (sindicatos), Women-20 (mujeres), Think-20 (académicos), Civil-20 (ONGs), etc.

¿Qué temas pueden ser de interés regional para la agenda del G20 el próximo año?

Un tema clave es jerarquizar la lucha contra las guaridas fiscales, como propuso el ex Primer Ministro británico Gordon Brown. De hecho, el G20 ya viene promoviendo una mayor cooperación tributaria internacional para atacar la evasión y elusión impositivas de las grandes corporaciones. También hay que retomar la agenda de regulación financiera y sustentabilidad de la deuda, especialmente en el contexto actual de crecimiento del endeudamiento. Hace unas semanas el ex Ministro de Finanzas alemán (Schäuble) y la directora del FMI Christine Lagarde advirtieron justamente sobre los riesgos de las nuevas burbujas financieras. Otra cuestión de interés regional es seguir exigiendo el fin del proteccionismo agrícola en los países avanzados que tantas distorsiones genera en contra de los países en desarrollo.

Más en general, un cambio de rumbo implicaría abandonar las políticas de “austeridad” e impulsar políticas coordinadas de estímulo a la demanda agregada, como en los orígenes del G20, políticas de desarrollo del mercado interno y regional, vía inversión en infraestructura y redistribución del ingreso, por ejemplo. Honestamente, no veo que un gobierno de corte neoliberal como el de Mauricio Macri impulse una agenda así, pero quizás otros países, instituciones o movimientos lo hagan, ojalá.


VOLVER

Más notas sobre el tema