En el funeral de la democracia neoliberal, la consigna es democratizar – Por Javier Tolcachier

770

La democracia neoliberal en América Latina y el Caribe ha engendrado un compuesto monstruoso de imposición corporativa y restauración conservadora. La una, con aires pseudoinnovativos. La otra, con olor a inquisición medieval. De democracia, poco. De liberal, menos. De nuevo, nada.

Los autores intelectuales del delito son los mismos que crearon esta falsificación de la democracia: banqueros y grandes empresarios, dueños de medios hegemónicos y el aparato de conspiración estadounidense. Sus sicarios se valen de golpes, represión, engaño mediático y persecución judicial. Utilizan el miedo, la extorsión, la estafa para lograr lo que quieren.

No podía ser de otra manera. ¿Quién puede creer que hombres dedicados al lucro sin escrúpulo dejarían sus negocios al arbitrio y decisión de las mayorías?

Ningún ente puede desarrollarse en un entorno esquivo. Democracia real y capitalismo no se llevan bien, son enemigos por definición. Hay que aceptar las consecuencias de esta verdad evidente: la democracia capitalista, ahora corporativa y financiera, supone un estado de sitio permanente a las libertades y la solidaridad humanas. Una amenaza existencial.

Unidad sí, ¿pero en torno a qué?

Lo anterior hoy está más claro, incluso para muchos que veían en la dicotomía capitalismo-democracia un maniqueísmo extremo. En el seno de las diversas corrientes y movimientos que no se resignan a la pesadilla de la gobernanza de las transnacionales, se escucha con insistencia la palabra de oro: unidad. ¿Pero unidad en torno a qué?

La sumatoria en base al criterio de simple acumulación de fuerzas no es suficiente. Su fragilidad de proyecto y el oportunismo que suele albergar la hacen vulnerable. Los “acuerdos de mínima” se resquebrajan ante la primera amenaza.

Por el contrario, en un mundo tendiente a la diversidad, no puede pretenderse que la uniformidad sea criterio de unidad. Tal desatino conduce a la divergencia centrífuga, a la fragmentación.

¿Personificar la unidad? Si bien la valoración del liderazgo es culturalmente importante en América Latina y el Caribe, su sobrevaloración no es pertinente. Construir unidad solamente en base a liderazgos personalizados conduce a la dependencia, relativiza la idea de construcción social de base, desliga a la ciudadanía de su corresponsabilidad, abre el campo a la posterior burocratización.

Por otra parte, si se toma en cuenta la persecución en curso a líderes progresistas en base a causas judiciales inventadas, las crecientes trabas electorales y el inevitable recambio generacional, la personificación excesiva debilita la posibilidad de transferir roles de conducción.

Basar la unidad en criterios de necesidad de coyuntura es tan volátil como la misma. Si bien puede ser conducente en un primer momento, no ofrece plataforma fértil de coincidencias futuras, una vez superado el escollo táctico.

¿En torno a qué entonces lograr la bendita “unidad”?

Es posible lograr una sutil unidad de significados, desarrollando multiplicidad de lenguaje, acciones y formas. No tan sólo “tolerando” la diversidad, sino motivándola. La traducción de significados comunes en vertientes distintas, comprendiendo la unidad de intenciones, extrayendo sus motivaciones centrales, es un camino que permite acuñar unidades esenciales sin caer en preciosismos externos.

Todo aquel que construye equidad, que restringe la ya abultada porción de las cúpulas para repartirla entre todos, que genera la posibilidad de una mejor vida y de decisión plena para los que hoy sufren enormes carencias; Quien ayuda a organizar y cualificar al colectivo social, es un compañero de tareas y de lucha. No importa tanto el nombre que elija para hacerlo.

Habrá distintos matices y sensibilidades, bienvenidas sean. Esta diversidad es imprescindible para llegar a distintos sectores sociales, a las distintas generaciones, a las necesidades diversas. Es además el único modo de aprender a considerarnos iguales, siendo distintos.

¿Cuál es entonces aquel significado compartido alrededor del cual puede crecer una poderosa unidad, capaz de contrarrestar al poder del dinero? La democratización.

Democratizar, ¿qué significa?

Democratizar significa balancear el poder de decisión social, evitando que los sectores de poder decidan por los demás. Implica devolverle al todo social su soberanía arrebatada. Es el modo de afrontar la acumulación histórica de desigualdad que nos pesa como especie.

Democratizar la economía, la salud, la educación.

Sin condiciones de vida digna, no hay elección posible. Hoy el hambre afecta a cerca de mil millones de personas y la riqueza está concentrada en manos de menos del 1% de la población mundial. Nada hace pensar que esto vaya a cambiar por sí sólo.

El acceso a la educación y a cuidados de salud no está garantizado de manera igualitaria. No es un sistema eficiente, como suele autopublicitarse el capitalismo, sino deficiente. Un sistema ignorante y enfermo. Injusto, por tanto ilegítimo. Democratizar la economía, la salud, la educación no es un pasatiempo accesorio, es pura y dura necesidad. Forjar idénticas posibilidades, no tan sólo derechos virtuales ante la ley, es la perspectiva.

Democratizar la comunicación

Unas pocas agencias de noticias, unos pocos conglomerados de medios deciden qué es verdad y qué no, qué es lo correcto y qué lo repudiable, cuáles son los buenos y cuáles los malos de la película. Ellos definen la realidad, mostrando en infinitas pantallas lo que les conviene que las personas crean. Como en el circo, todos saben que es un truco, pero no es fácil descubrirlo. Estos manipuladores han logrado apropiarse de la palabra “democracia”, maquillando a los criminales como angelitos y haciendo ver a los que sí quieren democratizar, revolucionando y evolucionando, como demonios.

La comunicación, por tanto, debe democratizarse, prohibiendo su concentración en manos de unos pocos monopolios. La comunicación es un servicio público, no puede estar al servicio del lucro privado.

Democratizar la cultura

Hoy casi nadie decide como quiere vivir. La forma de vida, los modales, las vestimentas, la música, los aparatos, las películas y hasta las festividades, son dirigidos desde una cultura imperial, pretendidamente superior, increíblemente racista, imposiblemente única. Gran parte del auge de los nacionalismos y el giro a la derecha de los pueblos, tiene que ver con ello. Esta situación no es solamente ilegítima, es insostenible. Democratizar la cultura es salir del embudo en el que nos quieren a todos y a todas.

Democratizar las relaciones humanas

Todas. Más de la mitad de las personas en este planeta, por el sólo hecho de haber nacido mujer, es relegada, maltratada, acosada, discriminada, asesinada. No hace falta explicar más, es necesario transformar radicalmente este tipo aberrante de relación de dominancia patriarcal. Para ello, al igual que en todos los otros ámbitos, hay que democratizar el acceso al poder de decisión. Mujeres en sitiales de decisión, eso es empoderar, no cursos de cocina.

Democratizar la mundialización

El mundo es uno, aunque existan infinitos mundos adentro y afuera de él. Sin embargo, unas pocas naciones se arrogan el derecho de decidir sobre todas las demás. Ese es el actual diseño de las Naciones Unidas, en el que cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad tienen derecho a veto, minimizando la voluntad de los ciento ochenta y ocho países miembros restantes. El proceso de democratización está en curso pero debe acelerarse, mal que le pese a los ogros del Norte o a los burócratas que viven una vida lujosa gracias a su financiación.

Democratizar la democracia

Como dijimos, la casta dominante, para permanecer en su sitial de privilegio, ha vaciado de sentido democrático a la democracia. Así, ésta se convirtió en el imaginario corriente en la emisión periódica de un voto. Eligiendo autoridades en general desconocidas aunque ampliamente publicitadas. Ese voto, al eximir por regla general al votante de posteriores actividades, deja en manos de representantes decisiones primordiales para la vida en común. El problema radica en que los representantes no siempre representan a quienes dicen representar, sino que en innumerables ocasiones representan a quienes financian y/o promueven sus campañas. Ese es el sencillo motivo por el cual, en las democracias neoliberales, todo es formalidad y nada es democrático.

En síntesis, si bien democracia y democratización comienzan igual, se llega con ellas a orillas bien distintas. Como el vampiro que no resiste la luz, la plutocracia no resiste la democratización.

– Investigador argentino en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y miembro de su coordinación mundial. Periodista y conductor radial de la agencia de paz y no violencia Pressenza.

Más notas sobre el tema