El mal llamado “fin de ciclo” en América Latina – Por Fabrizio Sanguinetti, especial para NODAL

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Fabrizio Sanguinetti*

Desde hace poco más de dos años, académicos, periodistas y un gran sector de la opinión pública en general, vienen afirmando el fin del ciclo progresista en América Latina. La sentencia de muerte es contundente. Y, bajo esa premisa, se manifiesta que cualquier expresión o proceso político que se asimile a ese ciclo representa un fracaso, una farsa y forma parte de un proyecto político que sólo conduce a sus países al desastre y al colapso.

No obstante, si vemos en detalle las particularidades de cada país y, sobre todo, la dinámica de los últimos procesos electorales, veremos que la situación es otra. Antes de empezar nuestro recorrido podríamos preguntarnos: ¿Podemos analizar a América Latina como un todo? En una primera aproximación podríamos considerar que efectivamente se puede, pero eso no quiere decir que aquello que tenga mayor resonancia en un país, necesariamente valga para otro. Lo mismo a la hora de estudiar las “izquierdas” y las “derechas” a nivel regional. Si bien es innegable la presencia de acontecimientos que irradian e influyen en el resto de Latinoamérica, la cautela es necesaria a la hora de abordar la “unidad problemática”, al decir de José Aricó.

El resultado de las últimas elecciones en México es el caso más sobresaliente. Andrés Manuel López Obrador (AMLO), junto a su novedosa coalición política MORENA, puso en jaque a la arcaica y viciada estructura partidaria encabezada por la alternancia en el poder entre el PRI y el PAN. El caso de AMLO nos invita a tomar nota de una serie de cuestiones: tras perder dos veces consecutivas, en 2006 y 2012, esta victoria es un ejemplo de cómo la perseverancia y la astucia política constituyen —tarde o temprano— una chance electoral real para la izquierda. Así, AMLO recorrió un sendero similar al que tuvo que afrontar Lula, quien perdió tres veces las elecciones y que, con su “carta al pueblo brasileño”, tuvo bendición del establishment para llegar al poder. Lo cual, presenta una serie de desafíos de cara a su asunción en diciembre: cómo congeniar una agenda de impugnación al neoliberalismo sin mellar el apoyo de los empresarios. Y que no será poca cosa en un país que, desde la presidencia de Salinas de Gortari hasta ahora, supo aplicar al pie de la letra las reformas del Consenso de Washington, dejando al país con un enorme saldo de violencia, corrupción y desigualdad. En nuestra unidad problemática, si bien la política mexicana no estuvo dentro de la discusión del ciclo progresista, la resonancia que tiene el país en Centroamérica y el Caribe y en EE UU es fundamental. Así, el devenir de lo que ocurra con el presidente electo puede abrir un número de posibilidades a considerar para la izquierda latinoamericana.

En Colombia la izquierda también sorprendió. El ballotage en el que compitieron el ex alcalde de Bogotá Gustavo Petro contra Iván Duque fue un acontecimiento inédito en la historia del país. Ya que, si bien perdió, fue la primera vez que una fuerza política de izquierda tiene posibilidades de alcanzar la presidencia. Y, además, ocurrió en un país con una larga trayectoria de gobiernos de derecha que, bajo diferentes candidatos, siempre representaron los intereses de los grupos de poder establecidos. Ahora, Colombia Humana tiene chances para preparar sus cuadros y su militancia para las elecciones regionales de 2019 y las presidenciales de 2022. Por su parte, Duque —paladín de Álvaro Uribe— debe dar marcha atrás con los Acuerdos de Paz, responder a las protestas por el cese de la violencia, mientras que debe cuidar que su gobierno no sea eclipsado por Uribe, que aún posee una significativa presencia en la escena política colombiana.

Algo similar ocurrió en Paraguay. En las elecciones de abril, la fórmula de Efraín Alegre y Leonardo Rubín (Partido liberal junto al Frente Guasú), estuvo cerca de obtener la presidencia frente a Mario Abdo Benítez del tradicional Partido Colorado. Asimismo, el Frente Guasú, que preside el ex obispo, aumentó su cantidad de escaños en el Senado y tiene al mismísimo Lugo como presidente de la Cámara. Con el paréntesis que Lugo abrió en 2008 rompió con el bipartidismo del Partido Colorado-Partido Liberal y finalizó con el golpe parlamentario en 2012. Este todavía sigue vigente y deja una enseñanza para el resto de la región: las alianzas son imprescindibles para intentar acceder al poder.

El caso de Ecuador es más que complejo. Luego de un larga y virtuosa administración de Rafael Correa, su sucesor, Lenin Moreno, tomó un giro inesperado. Apelar a la traición o considerar que Moreno era un presunto infiltrado dentro de la Alianza País, resulta, por lo pronto, insuficiente para explicar lo que sucede. Correa tuvo el mérito de dejar el gobierno con una situación económica relativamente estable y logró conseguir un sucesor (amén del intrínseco problema de los hiper liderazgos). Pero se le escapó el tiro por la culata. Uno podría preguntarse ¿Cómo se gobierna con un comisario político al acecho? Lo que le daría algo de razón a un cierto distanciamiento —necesario— de Lenin Moreno. Un signo positivo de la “descorreización” es el diálogo entablado con la Confederación de Nacionalidad Indígenas de Ecuador (CONAIE). No obstante, hasta ahora todo apunta a que la administración de Moreno sólo se concentra en antagonizar con el gobierno anterior y avanzar hacia una agenda de reformas regresivas (quita de subsidios y aumento de los combustibles). En este sentido, haber convocado a una Consulta que impide una próxima candidatura con Correa y la orden de prisión preventiva dictada contra su persona (a la que Moreno se mantuvo indiferente) parecerían dirigirse en esta dirección.

Los resistentes: Nicolás Maduro en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. El gobierno del sindicalista cocalero goza de buena salud económica y de una alta imagen positiva, si se la compara con sus posibles competidores. Pero transita un sinuoso camino a la reelección que carece de legitimidad. Luego de la victoria por el “No” del referéndum en el 2016, un dictamen del Tribunal Constitucional Plurinacional le permitirá competir por un cuarto mandato en 2020. Así, la oposición de Morales se concentra en actores sociales (estudiantiles, ambientalistas e indígenas), pero no parecería emerger un adversario con chances de ganarle. Más allá de que Morales representa un estandarte inigualable y forma parte de una experiencia irreductible para el país, al ser el primer presidente indígena. Por lo tanto, sería oportuno que el MAS dé lugar a nuevos dirigentes que permitan continuar con el proceso de cambio.

Por su parte, la Revolución Bolivariana, que supo ser el proceso más paradigmático y profundo del giro a la izquierda en Latinoamérica, hoy transita una profunda crisis económica y humanitaria sin precedentes. A la vez que oficia de espejo para el resto de las derechas regionales que afirman que cualquier aspiración de carácter progresista caerá en la debacle que hoy transita el país caribeño. Así, el triunfo de Maduro en las elecciones de mayo le otorga potestad para gobernar hasta 2025, pero la votación fue fuertemente cuestionada tanto adentro como afuera del país. Pese a que el ex presidente español José Luis Zapatero ofició de veedor electoral y ratificó su legalidad, y más allá que un sector —más moderado— de la oposición haya participado. El heredero de Chávez llamó a un “gran acuerdo nacional”, pero no parecería estar dispuesto a adoptar medidas económicas que marquen, de manera contundente, otro rumbo. Asediado por un fuerte aislamiento regional (con las excepciones de Bolivia, Cuba y Nicaragua) y por una fuerte presión económica y militar de Estados Unidos, Maduro parece estar dispuesto a resistir articulando una sinuosa alianza internacional con China y Rusia. El fallido atentado que sufrió recientemente el presidente, los formidables desbarajustes macroeconómicos y las enormes oleadas de venezolanos que migran del país sólo presentan un escenario más que complejo, en el que cada de una de las partes involucradas sólo parecen estar dispuesta a continuar con su intransigencia.

Donde la restauración conservadora sí pisó fuerte fue en Brasil y en Argentina, donde encontramos gobiernos que se diferencian notablemente de sus predecesores. Ambos se caracterizan por una agenda promercado y por un mayor acercamiento a las potencias occidentales. De esta forma, la coalición liderada por Mauricio Macri, que se percibía muy confiada tras conseguir dos victorias consecutivas (2015 y 2017), hoy no parecería del todo seguro que gane la reelección presidencial. Las políticas neoliberales de desregulación financiera y la liberalización del tipo de cambio produjeron un escenario más que volátil. Como corolario, el plan económico de Macri está signado por la intensificación del ajuste a los sectores populares y tiene como única válvula de escape el endeudamiento externo, que luego del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, muestra signos de agotamiento. Así, la capacidad de maniobra del gobierno argentino en materia económica es más que limitada y en su horizonte se advierten fuertes signos de recesión. Restará ver qué sucede con los partidos de la oposición ⸺hasta ahora dispersos⸺ y con la dinámica de las nuevas denuncias de corrupción (impulsadas por los grandes medios de comunicación afines al oficialismo) que, si bien apuntan al kirchnerismo, podrían rebotar de manera negativa contra la actual administración.

Así llegamos a Brasil, que está rodeado por un gran signo de pregunta. El presidente Temer se presenta sólo como interino, sin voluntad de continuar en el poder. Y, hasta hoy, el escenario de cara a las elecciones sigue siendo totalmente incierto. Si bien es indiscutible que tras el impeachment a Dilma Rousseff hubo un retroceso en materia de derechos y un sorprendente ascenso de la derecha en el país, electoralmente no se encausa con el mismo ímpetu. El liderazgo popular de Lula sigue siendo firme, y prevalece como favorito en las encuestas, pese a su encarcelamiento. Según los sondeos, los únicos que podría hacerle frente serían “outsiders” de los partidos tradiciones (PSMD, PMDB): la ecologista Marina Silva y el “fascistoide” Jair Bolsonaro, que ha crecido en popularidad, pero no podría ganarle al líder del PT. Sólo con el transcurrir de los días por venir veremos el desenlace de este drama. El cual se encuentra signado por la judicialización de la política, pero que verdaderamente encubre una politización de la justicia.

Luego de este recorrido podemos decir que efectivamente el escenario político en América Latina es distinto de aquél que veíamos con la celebración del “No al ALCA” en la ciudad de Mar del Plata, trece años atrás. Pero esto no quiere decir que el ciclo progresista se haya terminado, sólo que, quizás, estamos ante las puertas de un nuevo período. Las experiencias de gobierno, las nuevas demandas de la población y el problema de la permanencia en el poder forman parte de las nuevas exigencias para la izquierda a nivel regional. La trágica situación que transita Nicaragua en estos días nos conduce en reflexionar en este sentido. Aunque, una vez más, esto no quiere decir que el capítulo progresista se haya terminado. Quienes sostienen esta afirmación esconden una postura política clara, similar a la sentenciada años atrás por Francis Fukuyama, sobre el “fin de la historia”.

*Universidad de Buenos Aires, Argentina.


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