México: las expectativas de Ayotzinapa y el 2 de octubre – Por Víctor Beltri

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

A Marco Gonsencon afecto
y reconocimento.

El que no escucha no aprende. La historia nacional, en los últimos 25 años, ha sido la de un país que, tras sortear con éxito una terrible crisis económica, se abre a la democracia y construye las instituciones que le darán la solidez necesaria para el futuro. Una historia en la que no han faltado ni los problemas, ni las oportunidades para brindar soluciones. Una historia en la que han surgido propuestas, y se han propiciado las oportunidades para el diálogo institucional, a iniciativa de las principales fuerzas políticas: en 1995 —por ejemplo— el Acuerdo Político Nacional, convocado por Ernesto Zedillo y que reunió a los cuatro partidos del momento en la construcción del cambio democrático.

En 2001, el Acuerdo Político para el Desarrollo Nacional, de Vicente Fox, firmado por los ocho partidos con registro y que planteaba una agenda política, económica y social “encaminada a satisfacer las demandas de seguridad, de bienestar social y de democracia”, o —de manera más reciente— el Pacto por México de 2012, concebido por Jesús Ortega como una forma de lograr acuerdos entre los tres principales partidos y que culminó en las reformas estructurales.

Un diálogo institucional en el que, en su momento, se plantearon los principales problemas y se analizaron las alternativas posibles. Un diálogo que no sólo se realizó en el marco de los grandes acuerdos, sino en la negociación de la política cotidiana. Un diálogo que se sostuvo en los momentos más apremiantes, que sirvió de contraste y definición de posturas, que dio lugar a compromisos entre opositores que terminaron por beneficiar a México. Un diálogo en el que López Obrador se negó a participar.

Por la razón que fuera: por principios, por postura, por conveniencia política. Por falta de interés, por soberbia intelectual, por no cooperar con sus adversarios. Por tener algo que prometer: mientras los demás trataban de ponerse de acuerdo, el eterno candidato descalificaba sus propuestas y prometía lo que sus clientelas querían escuchar. Ante la inseguridad rampante, el regreso de los militares a los cuarteles, ante el aumento de la gasolina, la disminución en el precio, ante la falta de empleo, dinero sin trabajo para todos los jóvenes.

La estrategia funcionó: la realidad, sin embargo, ha obligado a que las promesas se ajusten. El Ejército seguirá en las calles, la gasolina aumentará de acuerdo con el esquema actual, es posible que el presupuesto no alcance para las ayudas sociales ofrecidas. Asuntos que, en su momento, se trataron de manera extensiva en la palestra pública, y de los que Andrés Manuel se sustrajo, por la razón que fuera, prometiendo lo que no sabía si sería viable. Como el Ejército en los cuarteles, la gasolina subsidiada o el dinero para las becas. Como el aeropuerto en Santa Lucía.

Como lo que ha seguido prometiendo, mientras trata de continuar con su narrativa de gloria y reivindicación, y que parece partir —de nuevo— del diagnóstico equivocado de quien no escucha. Promesas que restringen, desde ahora, el margen de maniobra con el que contará al asumir el poder: las amenazas a los burócratas han provocado la desbandada de los que tienen más experiencia, la posible cancelación del aeropuerto ha generado desconfianza en los inversionistas, el desmantelamiento del organismo promotor de las exportaciones ha despertado la preocupación del sector privado. El candidato ganador parece no darse cuenta de que la campaña ha terminado, y que lo que promete ahora le será exigible en el futuro: en estos momentos, seguir ofreciendo a las clientelas lo que quieren escuchar sólo generaría expectativas que podrían terminar por asfixiar a su propio gobierno.

Expectativas que no pueden generarse a la ligera, sobre todo cuando tocan el dolor de la gente. Se aproximan días de gran carga emotiva, con el cuarto aniversario de la tragedia de Ayotzinapa y los 50 años de la matanza de Tlatelolco: días en los que el clamor de justicia se hará escuchar, de manera contundente, en las calles. Un clamor ante el que es preciso ser responsable: México merece la verdad, México merece vivir en paz: México no necesita falsas expectativas que no podrán cumplirse. México necesita prudencia.

Excelsior

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