Un año después del huracán María – Claridad, Puerto Rico

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Al cumplirse un año del paso devastador del huracán María por Puerto Rico, la tan ansiada recuperación todavía no nos alcanza. Las heridas físicas y emocionales del fenómeno no han sanado, y el debate político- o más bien politiquero- en Puerto Rico y Estados Unidos solo sirve para echarles sal.

Más allá de lo básico, no es posible estar preparados para un huracán de vientos de fuerza descomunal y lluvia incesante como María. Fueron dieciséis horas de azote continuo que causaron una devastación nunca antes vivida. Sin embargo, después que se aplacaron los vientos y dejó de llover, lo que provocó el verdadero desastre fue la falta de un plan de respuesta o, mejor dicho, la no-respuesta, la parálisis, el caos, y la improvisación que demostraron los oficiales de los gobiernos de Puerto Rico y Estados Unidos tras el paso de María. Nunca había estado nuestro pueblo en una mayor soledad e indefensión que durante las primeras 48 horas posteriores al huracán.

Antes del fenómeno, ya las condiciones materiales del país y la situación general del gobierno apuntaban hacia una catástrofe. El lastre de la depresión económica y la crisis fiscal nos había dejado con un gobierno insolvente y una infraestructura postrada. Nuestro país estaba también bajo unas nuevas reglas de juego: la Ley PROMESA y la Junta de Control Fiscal (JCF) nombrada por el Congreso y el Presidente de Estados Unidos como remedio para lidiar con la crisis colonial. Estábamos bajo la égida de la nueva ocupación, con un gobierno en precario y sus decisiones cuestionadas no sólo por la JCF sino también por el Congreso de Estados Unidos, y los medios de prensa aquí y allá. Tras el paso de María, el país entero se vino abajo al colapsar la infraestructura eléctrica de la que se depende para prácticamente todo. Con el descalabro eléctrico se vinieron abajo también el agua potable y las comunicaciones, y con ellos el acceso a los servicios más básicos como hospitales, supermercados, estaciones de gasolina y bancos. Los vientos derrumbaron puentes y carreteras, y dejaron comunidades incomunicadas pero, sin energía eléctrica, el caos se apoderó del entorno, con el Gobernador y sus oficiales atrincherados en el mal llamado Centro de Operaciones de Emergencia (COE), desde donde supuestamente se dirigía la operación de respuesta. FEMA y demás dependencias del gobierno federal hicieron lo propio desde sus instalaciones de la calle Chardón, en un esfuerzo al que le faltó coordinación, organización y que no fue eficiente ni efectivo para paliar las necesidades y reclamos apremiantes de una población al borde de la desesperación.

Ante los cuestionamientos sobre su falta de experiencia y la de su gabinete, el gobernador Ricardo Rosselló tuvo el reto de lucir como un líder maduro, eficiente, efectivo y en control de la situación, y hacia ese fin trabajaron a todo vapor sus asesores de imagen. Pero como la experiencia y la sabiduría no se improvisan de un día para otro, el Gobernador, en vez de dirigir, resolvió que lo mejor era federalizar la respuesta. Resultó peor. En lugar de solicitar el respaldo de la Asociación de Compañías de Energía Públicas de Estados Unidos para re energizar a Puerto Rico, su gobierno optó por contratar a Whitefish por $300 millones, una empresa energética desconocida de Montana, con solo dos empleados en nómina. Este contrato tuvo que ser cancelado bajo alegaciones de corrupción, lo cual complicó sus problemas de imagen, además de que retrasó por más de un mes el esfuerzo de recuperación eléctrica. Como la AEE estaba en quiebra y sin recursos ni materiales, el Gobernador resolvió entregarle la tarea de la reconstrucción al Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos, una de las entidades más lentas y burocráticas del mundo.

Abroquelados en el cómodo y refrigerado COE, los funcionarios y oficiales del Gobierno lucían desorientados, sin saber lo que debían hacer. Muchos se mantuvieron atentos a las necesidades de sus familias pero enajenados de las necesidades de la población. Ocurrió lo que se temía: centros de diálisis que tuvieron que dejar de operar; máquinas y ventiladores que mantenían enfermos con vida que dejaron de funcionar por la falta de energía, que se perdió una gran cantidad de insulina para diabéticos, porque no se podía refrigerar. Poco a poco, la falta de electricidad provocó de que se deteriorara la salud de los menos fuertes y así fue aumentando el número de muertos por negligencia. En su afán por lucir en control, el Gobernador y el Comisionado de Seguridad Pública se habían empecinado en la cifra final de 64 muertos. Tras la incontestable realidad de los muchos fallecimientos y la presión de los medios de prensa y del público, se realizaron los estudios que cifraron en cerca de 3,000 las muertes durante los primeros meses tras el paso de María. Estas fueron principalmente de ancianos y ancianas que quedaron a merced de la falta de energía, la escasez de medicamentos y de un inoperante sistema de salud dirigido por un Secretario de Salud torpe e insensible.

La negligencia se pagó con creces también en otras áreas. La prolongada falta de energía eléctrica provocó el cierre de muchos pequeños negocios, elevó las cifras de desempleo y empujó a cientos de miles de afectados a abandonar el País hacia Estados Unidos, donde todavía un año después batallan para conseguir vivienda y demás servicios básicos.

El comportamiento del Gobierno de Estados Unidos fue el mismo que ha exhibido durante los pasados 120 años de relación colonial. La misma condescendencia cínica para atender la emergencia, la misma lentitud para gestionar una respuesta, la total incomprensión de la situación particular de Puerto Rico y su población: de las precarias condiciones de vivienda, del aislamiento de tantos barrios y comunidades, de los alarmantes niveles de pobreza, de la dependencia mortal que ellos mismos han promovido e incentivado. Realmente, nunca esperamos nada mejor de ellos, porque nunca hemos tenido razones para esperar más.

Tampoco nos sorprendió la actitud servil del gobierno de Rosselló ante la visita del presidente, Donald Trump, ni la humillación de éste a nuestro pueblo al lanzar rollos de papel toalla a un grupo ávido de “achichincles” y simpatizantes que le reían las gracias y aguardaban para estrecharle la mano o retratarse con él. Incluso el Gobernador y su esposa posaron sonrientes en un “selfie” con Trump. En récord para la historia quedará grabada también la respuesta de Rosselló a la pregunta de Trump sobre la cifra de muertos por María, cuando el Gobernador le reiteró al Presidente que solo habían muerto 16 personas por el desastre. En ese momento, Rosselló seguramente pensó que lo más importante para él era quedar bien ante el “americano” y que no lo lograría con un número alto de muertos.

El fuego cruzado por la respuesta y las muertes a consecuencia de María ha continuado durante todo el año. Las expresiones recientes de Trump cuestionando el saldo final de nuestros muertos, son solo una muestra más del desprecio e insensibilidad de su gobierno y su país hacia nosotros. Un año después del huracán María, la tan ansiada recuperación aún no llega a todo Puerto Rico, pero el Imperio sí nos recuerda constantemente de quién dependemos para alcanzarla. Dejar de depender del Gobierno de Estados Unidos y aprender a levantarnos de cualquier desastre por nosotros mismos, con nuestro esfuerzo, inteligencia y creatividad, es el gran reto de Puerto Rico hacia el futuro.

Claridad


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