«La Nona»: Macri, en su momento más voraz – Por Ámbito, Argentina

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

En 1977 el escritor argentino Roberto Cossa estrenó una obra que se convertiría en un clásico moderno del teatro y luego del cine criollo: «La Nona». El argumento era tan simple como duro y directo. En una familia popular de un barrio porteño, que básicamente vive del trabajo de sol a sol de Carmelo, el pater familias (mientras el tío soltero se niega a trabajar), vive también la abuela. Se trata de «La Nona», un ser al comienzo entrañable que poco a poco se va transformando en un verdadero tormento para todos los habitantes del hogar. Con un hambre insaciable, va obligando a Carmelo a trabajar cada vez más y más para poder satisfacer un apetito que parece no tener fin. Lentamente, ese hambre voraz va obligando a todos los miembros de la familia a trabajar, a desprenderse de sus bienes y a buscar finalmente medidas desesperadas y al límite de la razón para poder satisfacer aquel apetito. Nada alcanza. Ni el trabajo honesto, ni el deshonesto. Ni el de algunas horas ni el de todo el día. Ni siquiera la prostitución de una de las integrantes de la familia puede ayudar. Tampoco los aportes de vecinos engañados. Todo termina siendo devorado, llevando a la debacle de la familia. Finalmente, la única que sobrevive es «La Nona», la causante del mal original cuyo apetito irracional no pudo ser satisfecho. «La Nona» resistió y, en la última escena, va por más en un hogar nuevo.

Cossa siempre relacionó el mensaje de su obra con la dictadura que comenzaba a aplastar al país. Sin embargo, con el tiempo, y ya en democracia, comenzó a reinterpretarse libremente ese significado, y a relacionarse con la voracidad del Estado y su pulsión irrefrenable a avanzar cada vez más sobre las familias para satisfacer un apetito que nunca queda vencido. Al contrario. Siempre necesita más. Nunca menos. Hasta asfixiar a una sociedad. Si siguiéramos esta segunda interpretación, y si la relacionáramos con la Argentina actual, podría decirse que la obra está a punto de llegar a su desenlace: «La Nona» con su hambre terminará por aplastar a la familia. Hasta el fin. Sin contemplaciones.

Siguiendo la metáfora, la Argentina se encuentra hoy en una situación similar. Además de por la irreductible inflación, la pérdida de reservas, la impericia en resolver el problema tarifario, la recesión y el alza del desempleo y la pobreza, Mauricio Macri, al menos en esta gestión, dejará una huella demoledora a su paso: de no cambiar la tendencia, será el Presidente que mayor presión impositiva dejará al irse del Gobierno. Pero además, será el jefe de Estado con mayor cantidad de nuevos y más variados impuestos creados desde el 83. Lo curioso del caso es que lo hará mientras en muchos momentos de su Gobierno protestó y se quejó por la alta presión impositiva que sufre la sociedad, incluso señalando a esa presión como una de las causas de la decadencia económica del país. Es un discurso que Macri mantiene desde antes de llegar a la política, que mantuvo mientras era presidente de Boca Juniors, lo sostuvo en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, formó parte de su campaña política y se solidificó cuando llegó a la Casa Rosada. Desde diciembre de 2015 hasta estos tiempos, Macri siempre porfió por el nivel de presión tributaria, opinó que con semejante situación es imposible pensar en un país en crecimiento y prometió trabajar para reducir los impuestos, tanto en los porcentajes como en la cantidad. Sólo por citar uno de esos momentos, en julio de 2017, en Córdoba, Macri aseguraba que «si queremos que haya más trabajo y reducir la pobreza, tenemos que bajar los impuestos», ya que «nos están matando». Incluso en las últimas horas el jefe de Estado ratificó el mensaje. El miércoles, en una visita a Trenque Lauquen, aseguró que «tenemos los impuestos más altos del mundo, hay que bajarlos». Ayer, en Córdoba, aseguró que «lamentablemente, una parte de lograr el déficit cero el año que viene es el aumento de impuestos y otra parte con la reducción del gasto».

Lo curioso de Macri es que las frases, que suenan a hombre convencido, se pelean a muerte con la realidad. De hecho, mientras en Trenque Lauquen maldecía la presión impositiva, el Boletín Oficial publicaba las dos nuevas creaciones de su Gobierno: el tributo a las ganancias para las indemnizaciones a los gerentes y directores de empresas despedidos y el alcance del mismo impuesto para la compra y venta de inmuebles. Al mismo tiempo, se conocía el resultado de otra de sus creaciones: las retenciones 2.0 a las exportaciones argentinas le proporcionaban a la AFIP unos $8.000 millones en octubre.

Un breve repaso contable muestra la cruda realidad con la que Macri, quiera o no avanzar con una presión impositiva récord, está gobernando: con la mayor presión impositiva de la que se tenga memoria durante la democracia moderna.

Su gestión comenzó con una traición tributaria a la clase media que, en parte, lo votó para que cumpla con una promesa de campaña: terminar, aunque sea paulatinamente, con la presión del Impuesto a las Ganancias sobre el trabajo a través de los empleados en relación de dependencia. Si bien hubo un primer intento del entonces ministro de Hacienda y Finanzas Alfonso Prat Gay de reducir las escalas (aumentando la presión en las más altas), todo quedó en la nada y al Congreso fue enviado un primer proyecto donde el resultado era que más gente pagaría el impuesto y con mayor presión. Hubo una negociación con el Frente Renovador para frenar el impacto, pero con el tiempo y con la falta de actualización de las bandas, la presión de Ganancias quedó en un nivel de alcance mayor que el que dejó Axel Kicillof cuando terminó de ser ministro de Cristina de Kirchner. La diferencia es que aquel funcionario, hoy diputado nacional, lo hizo convencido. Realmente creía en que los empleados deben pagar un nivel alto del impuesto en una ofrenda a la redistribución de la riqueza. Macri aplica una presión mayor, pero maldiciendo el impuesto.

El derrotero tributario del actual Gobierno continuó a fines de 2016 con la creación del impuesto a la renta financiera, el primer tributo con el que Macri quedará en la histórica como aplicador. Se lo reglamentó en dos versiones: no residentes, que comenzaría a aplicarse desde abril de este año; y residentes, desde 2018 a pagarse en 2019. El exministro de Finanzas Luis Caputo recordará por siempre esta idea. Fue el 24 de abril cuando los futuros tributantes del impuesto hicieron cuentas, evaluaron el riesgo-país y el nivel de deuda argentino, y optaron por la venta masiva de tenencias, iniciando la crisis más seria de la economía criolla desde el estallido de la convertibilidad. No puede decirse que la culpa es de ese impuesto a la renta financiera. Pero sí puede asegurarse que fue su disparador.

La aventura impositiva macrista continuó en septiembre pasado. Al comienzo del mes, los exportadores supuestamente beneficiados por la megadevaluación acumulada a agosto se enteraban de que comenzarían a pagar una nueva familia de retenciones, llamadas en la jerga 2.0, y explicadas por el propio Presidente con esta curiosidad: «Sabemos que es un impuesto malo, malísimo, que va en contra de lo que queremos fomentar, que son más exportaciones para fomentar más trabajo. Pero les tengo que pedir que entiendan que es una emergencia y necesitamos de su aporte». El aporte es concreto. Se recaudarán por esta vía más de 200.000 millones entre octubre de este año y diciembre de 2019. Una cantidad de dinero que, dada la experiencia local deriva en una amarga conclusión: difícilmente un jefe de Estado renuncie en el futuro a semejante fuente de ingresos. Para muchos, las retenciones 2.0 son el «impuesto al cheque de Macri».

El listado sigue. El Gobierno suspendió en el Presupuesto para 2019 el ajuste por inflación prometido a las empresas, algo que hubiera derivado en una mayor inversión real. También incluyó una mayor presión hacia la clase media del Impuesto a los Bienes Personales, con el objetivo de incorporar de prepo unos 500.000 contribuyentes más, la mayoría clase media (todos potenciales votantes macristas); además de una máxima que nunca falla: los que ya pagaban pagarán más.

Ayer el Gobierno de Macri tuvo sus dos nuevos opus: un constitucionalmente dudoso alcance del Impuesto a las Ganancias para los despidos de ejecutivos (como si sólo por serlo debieran ser castigados); y el impuesto a la renta por la compra y venta de inmuebles si estos generan algún tipo de beneficio para el propietario.

Ambos impuestos sólo muestran una verdad: su creatividad y su redacción porfiada y hasta vengativa sólo pueden ser justificadas por la existencia de una administración que todos los días piensa 24 horas como poder avanzar cada vez más en los dineros de la sociedad. Como La Nona. La Nona de Macri.

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