Venezuela y la hipótesis del doble poder – Por Luis Wainer

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Luis Wainer*

Cabe preguntarse si la del pasado 23 de enero fue una asonada más, una nueva amenaza; el comienzo de un nuevo ciclo de asedio y calentamiento de calles en Venezuela. Vale analizar si de acá en adelante se abrirá una profundización de las sanciones económicas y del bloqueo financiero, junto a nuevos modos de imposibilitar el acceso a distintos productos de primera necesidad. También, sobre todo, si se decidirá Estados Unidos a ir hacia las sanciones o embargos petroleros.

Resulta imperioso, además, comprender cuáles son las posibilidades que el gobierno de Nicolás Maduro tiene para frenar la irresponsable “auto-proclamación” que Estados Unidos comenzó a ensayar desde el mismísimo 20 de mayo de 2018, cuando el chavismo ganara la elección número 23 desde 1998. También es pertinente, una vez más, interpretar las chances de una oposición que, desde hace mucho tiempo, no dispone de programa propio.

En el medio de un contexto de dificultades económicas y asedios múltiples, Venezuela se había dado una nueva mega-contienda electoral, en la que sobresalió la presidencial. Elecciones que habían sido ampliamente reclamadas desde adentro y afuera del país sudamericano. El adentro y el afuera, la clave que debe ordenar la lectura de la actualidad, pero también del largo proceso bolivariano: siempre hacer hincapié en ambas dimensiones ha sido la condición para poder caracterizar la revolución bolivariana.

Que Nicolás Maduro haya sido reelecto no fue resultante exclusivo de un caldeado escenario interno-electoral, sino del juego presentado por la oposición que, consagrada a disputar el partido propuesto desde el exterior (Estado Unidos, Unión Europea, Grupo de Lima, OEA) decidió no participar de las elecciones, desconocerlas y empezar inmediatamente a desplegar esas fichas ya reiteradas veces enunciadas: sincronía mediática internacional reponiendo el rótulo de “crisis humanitaria”, calentamiento de las calles, descalabro económico, sanciones externas y bloqueo financiero y comercial.

Aquella oposición abstencionista es la que hoy proclama nuevo presidente y que otrora se montó sobre un cerco internacional en continuidad con el Decreto sancionatorio de Obama de 2015 (Venezuela “Amenaza” a la seguridad norteamericana), luego reimpulsado con la Orden Ejecutiva propuesta por Donald Trump en 2017 -en relación a nuevas sanciones y congelamiento de cuentas junto a un conjunto de sanciones a las transacciones privadas con el Estado venezolano o con PDVSA, incluidas a navíos que transporten alimentos. Así, la abstención se tradujo en ajustar las clavijas del bloqueo económico.

Habrá que esperar el devenir de los próximos días, será conveniente no pasar por alto la bravuconada del vicepresidente norteamericano convocando al pueblo venezolano a desconocer a su presidente, e iniciando un nuevo capítulo injerencista.

Que la derecha haya hecho suyo el mismísimo día 23 de enero tampoco es producto del azar, fecha sensible en relación al fin de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958, apenas un tiempo antes del inicio de aquel pacto excluyente entre adecos y copeyanos, que fuera el “modelo” de democracia latinoamericana para los Estados Unidos, y que se extendió hasta la irrupción de Hugo Chávez Frías, algo menos de 40 años después. Claro, la fecha, no sería un dato menor en relación al clima de calles que se fue a buscar. El propio Guaidó en reciente entrevista con la CNN repuso el año ‘58, como “un tiempo de transición hacia el futuro”.

Sabido era el desconocimiento sobre la asunción de Maduro que Estados Unidos y sus socios nucleados en el “Grupo de Lima” iban a promover. Más esperada la cobertura mediática internacional muy profesionalmente sincronizada entre la espectacularidad de la combinación de la declaración política –Juan Guaidó y su autoproclamación- y el inmediato reconocimiento por parte de Estados Unidos y el Grupo de Lima junto a movilización de calles y una serie de focos de violencia.

Apenas 24 horas después del hecho la tensión pareció desinflarse. Seguramente ayudaron a ello tres elementos: el apoyo a Maduro por parte de una gran cantidad de países, entre ellos China, Rusia, México, Uruguay y Bolivia; el posicionamiento firme, una vez más, por parte de las Fuerzas Armadas Bolivarianas y, sobre todo, la comprobación de que las barriadas no iban a ofrecerle al golpe ni el escenario de 1958 (un conjunto de fuerzas políticas democráticas que deseaban terminar con la dictadura) ni mucho menos el del 27 de febrero de 1989, cuando en lo que fuera el caracazo, los pobres se hicieron insurrección, apenas conocida una carta de intención con el FMI que se traducía en un enorme ajuste económico.

Quizás, por primera vez la estrategia de “poder dual” tiene una representación internacional –por lo menos “más sólida” que aquel “Tribunal Supremo de Justicia en el exilio”- y una convocatoria abierta a la violencia. Esta fórmula de “doble poder”, no conocerá otra forma, para su éxito, que la violencia, seguida de más violencia y la expectativa de intervención. Penetrar finalmente las Fuerzas Armadas, y los barrios humildes del país –desplazando focos de violencias de las urbanizaciones de sectores medios a los barrios populares.

No alcanza con un poder dual sin base local

Quizás la única razón por la que no se desarrolla una guerra civil con operaciones militares concretas es porque la fracción de venezolanos que busca terminar con el proceso chavista no es lo suficientemente fuerte. Porque tiene un problema no menor: a pesar de la crisis prolongada, Maduro conserva un no desdeñable apoyo de masas; el cual en parte radica en la capacidad de representar la idea de que un triunfo de la oposición significará tirar por la borda las esperanzas de una sociedad relativamente justa y un país libre. Además, otro elemento: el chavismo ha logrado que las diversas instituciones armadas permanezcan fieles al gobierno, lo que las convierte en una significativa amenaza ante cualquier intervención armada de respaldo a la derecha liberal.

No es casual, que allí, al interior de las FFAA, se desarrolle el espacio de mayor “propaganda”, llamamientos y conspiraciones. En consonancia con lo anterior, si efectivamente la derecha lograra fracturar a las fuerzas militares del Estado, la guerra civil se desataría, y entonces sí la intervención extranjera podría desplegarse con seguridad. Ese es el carácter que al menos hoy exhibe la intervención, el momento de disputa actual: asonadas y calentamientos de calles que no llegan a encontrar bases locales para pasar al plano militar.

Al menos hasta acá, también se desinfla una potencial escalada de nuevas “guarimbas”. Estas acciones han demostrado capacidad para construir generan caos y calentar las calles, (Guidó puede mostrar credenciales) pero no pueden tomar el poder ni ser la base de un «doble poder», entendiendo a este como la capacidad de ejercer atributos del Estado en alguna parte del territorio y de la sociedad, en disidencia con el Estado formal. Pareciera que, por ello, tan solo sostenido internacionalmente, no puede durar más que un tiempo.
Una de las lecciones que arroja este escenario, es la premura por recuperar los apoyos latinoamericanos en pos de la unidad política, de la cual, Venezuela ha sido el motor fundamental. Las próximas elecciones en países como Argentina, Uruguay o Bolivia, son significativas para la suerte de Venezuela. Es evidente que sin Macri y sin Bolsonaro bien distinta sería la suerte de Venezuela. Y claro que otra vida tendrían Unasur, Mercosur y Celac como organismos estratégicos por dirimir fuerzas en la región.

* Sociólogo UBA / Mg. Estudios Latinoamericanos. Docente e investigador UNSAM-UNDAV-UNAHUR. Coordinador Área de Estudios Nuestroamericanos Centro C. de la Cooperación “Floreal Gorini”. Doctorando FSOC-UBA


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