Los origenes de la universidad argentina en la época colonial

2.927

La universidad en la época colonial

Por María Irene Romero

La política indiana de los monarcas hispanos ofrece una perspectiva de estudio múltiple, desde el análisis político, económico y social. Más, un aspecto relevante a considerar, es el referente a la educación en las nuevas tierras.

La preocupación de los soberanos tanto de la Casa de Trastamara, con Isabel de Castilla, las regencias de Fernando de Aragón y del Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, como luego en el reinado de Carlos I de Habsburgo, fue la de fundar casas de estudios y dotar de universidades las tierras americanas, para beneficio de los pobladores que tan arriesgadamente habían cruzado el océano, estableciendo familias, haciendas y comercios.

A pesar de las enormes dificultades que representaron las primeras jornadas de la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, y con las limitaciones de aquellos tiempos muchas veces feroces, y en territorio de variada y desafiante geografía, que condicionaba las acciones dignas de mención que la Corona castellana aspiraba concretar.

La ley en Indias

El marco legal que ordena y reglamenta tales fundaciones de casas de altos estudios, se encuentra en la legislación para las Indias en el Título veintidós, «De las universidades y estudios generales y particulares de las Indias», Ley Primera, orden del emperador Carlos y la reina de Bohemia gobernadora en Valladolid a 21 de setiembre de 1551, por la que se otorgaba legalidad a la existencia de las dos primeras universidades en el Nuevo Mundo, después de cincuenta y nueve años del Descubrimiento de América.

«Para servir a Dios Nuestro Señor, y bien público de nuestros reinos, conviene que nuestros vasallos, súbditos y naturales tengan en ellos universidades y estudios generales donde sean instruidos y graduados en todas ciencias y facultades, y por el mucho amor y voluntad que tenemos de honrar y favorecer a los de nuestras Indias, y desterrar de ellas las tinieblas de la ignorancia, criamos, fundamos y constituimos en la ciudad de Lima de los reinos del Perú, y en la ciudad de Méjico de la Nueva España universidades y estudios generales, y tenemos por bien y concedemos a todas las personas que en las dichas dos universidades fueren graduados, que gocen en nuestras Indias, Islas y Tierra firme del mar Océano, de las libertades y franquezas de que gozan en estos reinos los que se gradúan en la universidad y estudios de Salamanca, así en el no pechar como en todo lo demás: y en cuanto a la jurisdicción se guarde la ley 12 de este título» (Recopilación de Leyes de los Reinos de Indias, mandadas a imprimir y publicar por la Magestad Católica del Rey Carlos II, Tomo I, Madrid Boix Editor, 1841 5§ edición).

Las ciudades de Méjico y Lima desarrollaron prontamente una economía de relevancia basada en la explotación de sus minerales. Esto procuró el interés por radicarse en esos territorios en los que había perspectivas de crecimiento material.

Pero no sucedió lo mismo con los territorios de nuestra actual República Argentina signada por la pobreza de la tierra, lo que motiva que en 1§ de enero de 1590 el gobernador Ramírez de Velasco se lamentara en estos términos: «Porque como es tierra pobre, y que no tiene ni oro ni plata, ni algodón, ninguno quiere ir allá».

Otro factor que operaba en contra de la instrucción superior de sus habitantes era la distancia de seiscientas leguas que nos separaban de Lima, y que impedían que nadie se graduase allá, al paso que justificaban la anhelada fundación de un claustro universitario.

Era muy complejo estudiar en Lima. Una larga travesía por territorios fragosos requería disponer de mucho dinero del que no todos disfrutaban.

El dinámico padre Juan

Hasta fines del siglo XVI, Córdoba se vio poco menos que relegada. Pero en los últimos años de esta centuria fue cobrando jerarquía entre las ciudades del Tucumán, hasta ocupar el primer puesto con la fundación, sobre todo de su universidad, que constituyó para adelante su rico blasón y nota distintiva. Contribuyó a esa iniciativa la llegada de la Compañía de Jesús y a su superior el padre Juan Romero, quien realizó una gestión dinámica, edificando casa y convento.

En carta al rey explicaba que los sacerdotes: «son muy pocos y tienen mucho a que acudir, y los naturales son muchos y el número de españoles se multiplica cada día, y lo mismo la juventud, y no hay quien la críe en virtud, letras y policía si no se dan orden en esto.

Prontamente partió el padre Juan hacia España en busca de nuevos apóstoles y luego de obtener real cédula de aprobación, llegó con diecisiete sacerdotes los que inauguraron la casa de estudios de la Compañía. Más tarde se agregaron siete sacerdotes totalizando veinticuatro curas para el servicio religioso y educativo.

Esto permitió que, hacia comienzos del siglo XVII, Córdoba se transformara en centro de irradiación jesuítica, así en lo espiritual y misionero, como en lo cultural y científico.

Pero, como todas las acciones tienen un lado positivo, pero a veces también negativo, el acrecentamiento poblacional y educativo en Córdoba produjo fatal quebranto a la capital de la gobernación, Santiago del Estero.

Esta ciudad, en el orden eclesiástico y civil fue perdiendo sensiblemente la hegemonía acumulada trabajosamente desde los años de la conquista. La expansión de los jesuitas en Córdoba, el traslado del Seminario a ésta y los desmanes de la naturaleza, fueron elementos que configuraron el ocaso de la gran capital del Tucumán y madre de ciudades.

El obispo Trejo

Constituye sin disputa Fray Fernando de Trejo y Sanabria la figura episcopal sobresaliente del Tucumán y aún del Río de la Plata en toda la época española.

Alimentó grandes ideas y porfió en su realización a despecho de la escasez de medios que redujo parcialmente la efectividad de su obra. Trejo y Sanabria, merece un tratamiento especial en la historia eclesiástica del Tucumán.

Era franciscano y criollo. Nació por el año de 1554 en la villa de San Francisco de Mbiaza, localidad en la costa del Brasil, territorio entonces perteneciente al Paraguay fundado por su padre el capitán Fernando de Trejo y Carvajal.

En 1569 fue enviado a estudiar a Lima, ingresando a la Orden Franciscana mendicante donde profesó como fraile menor y se ordenó en 1576. En 1588, fue designado administrador superior del Perú.

Formalizada la renuncia del obispo Victoria a la sede del Tucumán, y mientras se gestionaban los trámites de rigor ante Roma, el Consejo de Indias proponía a Felipe II, como posible candidato, a Fray Fernando Trejo, provincial de la Orden de San Francisco del Perú, “letrado y predicador, y de muy loable vida y costumbres, y que sabe la lengua natural de aquella provincia, y el virrey don García de Mendoza aprueba mucho su persona”. (Cayetano Bruno, Historia de la Iglesia en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Don Bosco, 1966).

Nace la Universidad

El obispo Trejo interpretó que la ciudad de Córdoba era “muy a propósito para un colegio de estudios mayores”. El proyecto era atrevido, demasiada ilusión y un gran desafío para su tiempo. Se empezó a vislumbrar en una comida entre el padre Torres, sucesor del padre Romero y el obispo hacia 1613.

En una misiva posterior expresó: “me he resuelto a fundar un colegio de la Compañía en esta dicha ciudad, en que se lean las dichas facultades, y las puedan oír los hijos de los vecinos de esta gobernación y de la del Paraguay, y se puedan graduar de bachilleres, licenciados, doctores y maestros”.
Trejo empeñó en esta universidad todos los recursos de los que podía disponer. Se obligó con todos los bienes muebles y raíces, y las rentas de su obispado para dar a la nueva institución y al padre provincial de la Compañía de Jesús. Se comprometió dentro de los tres años de la fecha de 1613, en la entrega de 40.000 pesos corrientes para que se emplearan en la nueva casa. Donaba además irrevocablemente el colegio, con todos sus bienes.

En 15 de marzo de 1614, constituye el primer paso oficial del Diocesano en orden a su fundación. La primera dotación de personal docente contaba con nueve sacerdotes, seis adjutores, dieciocho novicios y veintiséis estudiantes.

No alcanzó el obispo Trejo en vida a completar la obra, ya que murió en los últimos días de aquel mismo año de 1614. Posteriormente vinieron litigios testamentarios a malograr la buena dotación que dejó en herencia. Al año siguiente el padre Pedro de Oñate, provincial de la Compañía manifestaba:

“Con grandísimo afecto y voluntad dejó para ello unas haciendas que pudieran ser suficientes, pero hánseles recrecido tantos pleitos, que lo que quedare en paz será de muy poca consideración”. No fue esta la única vez que fuerzas oscuras y mezquinas se hagan con el patrimonio que muchos pastores legaron a la iglesia.

El Tribuno


VOLVER
Más notas sobre el tema