Acerca del feminismo anti-especista y el ecofeminismo – Por Gricel Labbé y Catalina Loren

1.690

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Gricel Labbé (*) y Catalina Loren (**)

La marcha del 8M se caracterizó principalmente por aglomerar a diversas líneas feministas: las trabajadoras, las estudiantes, las académicas, las futboleras, las ambientalistas, las pertenecientes a algún partido político, etc. Esta diversidad es lo que se ha llamado feminismo interseccional, que se caracteriza por ampliar e incorporar a la crítica de lo binario del sexo (discusión fundamental del feminismo del siglo XX), otras dimensiones como la raza, la etnia, la clase, el territorio, entre otros temas, entendiendo que la lucha feminista se debe entrelazar con otras demandas para alcanzar la plenitud de derechos.

En este sentido, el feminismo interseccional también se preocupa por los aspectos ecológicos en todas sus dimensiones, entre ellas mujeres de diversas etnias, clases, territorios e incluso, seres vivos de otras especies.

Así surge el ecofeminismo, movimiento que ve la conexión entre la explotación y la degradación del mundo natural y la subordinación y la opresión de las mujeres. Esta filosofía emergió a mediados de los años ‘70 junto a la segunda ola feminista, y hoy en vísperas a la cuarta oleada y con la degradación ambiental severa que presenciamos a nivel mundial, ha vuelto a resurgir esta filosofía con más fuerza aún.

¿Será el ecofeminismo la corriente que permita poner fin a las denominadas zonas de sacrificio ambiental? Sin duda alguna, el activismo ambiental tiene cara de mujer. Basta con recordar a Berta Cáceres o a Macarena Valdés para entender el rol fundamental en las demandas ambientales. Ambas fueron eco-feministas, que lucharon por defender sus territorios de la depredación, fueron asesinadas por esta doble condición mujer/ambientalista, primando así un sistema capitalista y patriarcal de explotación irracional de los recursos naturales y de los no humanos.

Así, el surgimiento de las denominadas “zonas de sacrificio” responden a un modelo de planificación cooptado por el mercado neo-liberal y patriarcal, al alero de un Estado pro-empresarial y que se rentabiliza el valor económico bajo el predominio extractivista en la relación sociedad-naturaleza, lo cual va en desmedro de sus atributos ecosistémicos.

Las zonas de sacrificio ambiental revelan la existencia de geografías profundamente injustas, que tienen cara de mujer, debido a que se constituyen en territorios altamente vulnerables socioeconómicamente, donde hay una gran presencia de mujeres jefas de hogar, trabajadoras como temporeras expuestas a agroquímicos o trabajadoras en contextos altamente machistas como el de la minería, embarazadas y mujeres que pasan gran parte de su vida allí porque no tienen la posibilidad de movilidad socio-residencial.

La violencia que se ejerce sobre las mujeres que viven en zonas de sacrificio es multidimensional, partiendo por la vulneración a vivir en una zona libre de contaminación, el derecho a tener una atención médica especializada, el derecho a participar en las mesas de negociación y planificación de soluciones y principalmente el derecho a decidir sí quieren que una industria contaminante se asiente en su territorio.

En la misma línea, el feminismo anti-especista, hace alusión a una corriente que no discrimina entre hembras de diversas especies, ya que la explotación animal está enmarcada en un modelo de sociedad patriarcal-capitalista, dominado por la supremacía humana y hace que mueran miles de millones de animales anualmente, se obligue a parir y ser separados de sus hijos, entre otras formas de tortura y dominación.

La filosofía del feminismo anti-especista está fuertemente arraigada al territorio, puesto que la explotación animal generalmente se da en territorios periurbanos y rurales, principalmente en sectores donde residen poblaciones de bajos ingresos, que no tienen la agencia, para evitar la localización de la industria animal, teniendo que soportar las externalidades que ella produce. Esta industria que no está pensada para ellos, sino para satisfacer la demanda cárnica de las grandes urbes.

¿Esta línea tiene eco en una sociedad altamente conservadora como la chilena?

Sin duda alguna la sociedad chilena ha cambiado su forma de alimentación hacia una más consciente tanto animal como medio ambientalmente. Se estima que cerca del 6% de la población tiene una alimentación vegetariana, salvando a más de 2 millones de animales, lo cual evidencia una sensibilidad cada vez mayor al tema. Sin embargo, la línea del feminismo anti-especista no representa una dieta, sino que tiene raíces mucho más profundas, es la lucha por la igualdad de derechos de aquellas que no tienen voz.

En definitiva, lo que nos viene a plantear esta visión del feminismo es que ninguna forma de dominación es más aceptable que la otra y que para poder alcanzar la plenitud de derechos hay que acabar con toda forma de violencia machista, ya sea en el espacio público, en la ciudad, en las zonas de sacrifico, hacia algunos colectivos, hacia las trabajadoras sexuales o hacia las hembras de otras especies.

(*) Gricel Labbé C. | Miembro activo de la ONG Observatorio CITé. Magister de Desarrollo Urbano, IEUT, PUC. Geógrafa U. de Chile.

(**) Catalina Loren | Miembro activo de la ONG Observatorio CITé. Antropóloga U. de Chile.

El Desconcierto

Más notas sobre el tema