La derecha latinoamericana y el éxito de la colonización cultural – Por Aram Aharonian

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Por Aram Aharonian*

El escritor mexicano Octavio Paz denunciaba que: “la derecha no tiene ideas, sino sólo intereses”, que muchas veces ni son los propios. Para ser de derecha hoy ni siquiera hay que pensar, sino seguir los dictados de la guerra psicológica y neurológica (de cuarta y quinta generación) a través de los medios masivos de comunicación y de las llamadas redes digitales: asumir como ciertas (como en cualquier credo) las mentiras y la información que se irradia desde las usinas del pensamiento capitalista y dejarse llevar por la ola.

El resurgimiento de la derecha tiene que ver con una derrota política de los gobiernos progresistas de los últimos tres lustros en la región y con su abstención de realizar cambios estructurales en sus países, pero, sobre todo con una derrota cultural. Ya no se habla –al menos desde el poder- de igualdad, justicia social y de sociedades de derechos, ni del “buen vivir”, de democratización de la comunicación, de democracia participativa.

La guerra cultural del capitalismo actual pretende compensar la desaparición de su gran promesa abstracta de progreso, desarrollo y buen gobierno; quiere ocultar la pérdida de los rasgos de competencia, iniciativa y libertades económicas, y un campo y seguridad para sectores medios. Fuerza a aceptar el despojo de la mayoría de las conquistas sociales y políticas logradas; y prevenir o desmontar todas las resistencias y protestas mediante el control social. Y cuando éste no funciona por las buenas, aplican su control militar.

Esta guerra cultural se propone que todos, en todas partes acepten el orden que impone el capitalismo como la única manera en que es posible vivir la vida cotidiana, la vida ciudadana y las relaciones internacionales. Y para eso hay que borrar la memoria de los pueblos. No es una práctica nueva: en el antiguo Egipto, en el Libro de los Muertos (3200-2500 A.C.), una guía del alma en el viaje al “más allá” y el juicio ante Osiris después de la muerte, la muerte era un nuevo renacer. En ese texto encontramos algunos pasajes donde el difunto se resiste a que su cuerpo sea separado radicalmente de su alma, y enfrenta al espíritu maléfico que cortaba las cabezas y desgarraba las frentes de los muertos para exterminarles la memoria.

El secreto del éxito de la penetración cultural estadounidense es su capacidad para crear y modelar fantasías para escapar de la miseria, a través de la fusión de la comercialidad-sexualidad- conservadurismo, presentados cada uno como expresiones idealizadas de falsas necesidades privadas, de una autorrealización individual. El imperialismo cultural ha desempeñado un papel fundamental en prevenir e impedir que individuos explotados y alienados respondiesen colectivamente a sus condiciones cada vez más deterioradas.

La mayor victoria del imperialismo no es sólo la obtención de beneficios materiales, sino su conquista del espacio interior de la conciencia a través de los medios de comunicación de masas, primero, y de las llamadas redes digitales.

El conservadurismo cultural argumenta que los valores tradicionales se están perdiendo frente a lo que se denomina “ideología de género”, una etiqueta vaga donde arrojan todo lo que rechazan: el movimiento feminista, los derechos reproductivos de la mujer, el matrimonio igualitario. Y con tono entre conspirativo y apocalíptico, se atribuye la “ideología de género” a una alianza internacional que incluye a las Naciones Unidas, fundaciones filantrópicas estadounidenses y europeas y organizaciones que operan a nivel nacional con el objetivo de filtrar prácticas extranjeras.

Se acrecienta el desempleo de personal no calificado, calificado y especializado y el surgimiento de la generación que no tiene educación, ni trabajo, ni futuro, mientras se verifica la destrucción o el debilitamiento de las antiguas organizaciones populares y la criminalización de las que genuinamente representan a los ciudadanos, empleados, trabajadores y campesinos junto a la mutilación política, moral, social, cultural, económica de los partidos políticos, que pasan de ser instituciones de luchas programáticas e ideológicas a convertirse en meros instrumentos para obtener empleos de elección popular.

La desestructuración intelectual, política y moral es el mayor estrago que causa la guerra financiera del neoliberalismo globalizador que lleva a que las protestas y resistencias de la población, más que impulsados por una ideología político-social y orientados por un programa de acción pública nacional e internacional, se fragmenten en luchas sectoriales y coyunturales.

Tampoco existe un movimiento o una articulación internacional, una vanguardia, una solidaridad internacional. La exaltación del individuo, la fragmentación de las familias y las sociedades, la conversión de los trabajadores en consumidores, y la religión del dios Dinero y sus tarjetas de crédito, que transforma a individuos, empresas y Estados en esclavos de la deuda, son algunos de los efectos del capitalismo cultural y financiero.

Las elites económicas, empeñadas en terminar con la política externa independiente de nuestros países y con los procesos de integración, de destruir la memoria histótica de los pueblos, tienen como fin privatizar (entregar a las empresas trasnacionales) los recursos naturales, las empresas estatales y los bancos públicos financieramente rentables, además de vender las tierras a extranjeros y empresas multinacionales, comprometiendo la producción nacional de alimentos, la soberanía alimentaria y el control sobre las aguas.

Hoy una idea -autoritaria, disciplinante, invariablemente defensora del empresariado- del “orden” que define la perspectiva de la derecha. A los “principios” conservadores de religión, tradición y jerarquía; se suma la defensa del libre mercado, la defenestración de los modelos de integración regional, el control social, la destrucción del estado de bienestar, con el uso permanente de los falsos mensajes desde los medios masivos, llenos de violencia y con la alarma del terrorismo o del comunismo, contra  todo aquello que signifique pensar, con fuertes brotes xenofóbicos, homofóbicos, misóginos.

En las últimas siete décadas nunca Argentina, Chile y Brasil estuvieron Gobernados por la derecha al mismo tiempo. Hoy, en cambio, una derecha elegida por los votos se ha asentado en el poder no solo en estos tres países, sino también en Paraguay, Colombia, Perú, Ecuador y en Centroamérica.

Una derecha tecnocrática se presentó como solución eficiente a las denunciadas recesión, inseguridad y corrupción. Estos gobiernos –algunos de los cuales reivindican las dictaduras militares y los genocidios- estén alineados ahora con la geopolítica de Estados Unidos o la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la regresión en los salarios, condiciones de empleo y beneficios de los trabajadores y de los sectores de menores recursos, en la privatización de las jubilaciones y pensiones, en la imposición de las políticas del Fondo Monetario Internacional (shock y endeudamiento condicionante de futuro).

La derecha es una corriente individualista, incompatible con la vida colectiva. No le importa, ni quiere que el progreso alcance a todos, y está basada en la desigualdad social. Pese a ello trabajadores, desempleados, campesinos, académicos, intelectuales, los apoyan en una nueva expresión de la “teoría de lo posible”, añorando una derecha humanizada que ya por definición, no puede existir. Hasta los ideólogos ortodoxos del capitalismo financiero, especulativo, han dejado de usar aquella falacia de capitalismo con rostro “más humano”.

La colonización cultural, a través de la prensa políticamente correcta de derecha, crea empresarios, militares y religiosos en políticos,  y con una nueva tarjeta de crédito, llega más lejos que la cocacola y es más efectiva que una bala. Ser de derecha hoy, es avalar, apoyar, aún pasivamente, todo esto y renunciar a un futuro colectivo.

(*) Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)


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