La guerra económica contra el pueblo venezolano como parte de la guerra híbrida

Foto: Rosana Silva
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Como hemos dicho, la característica que adopta la dinámica de la guerra híbrida que el imperio promueve para derrocar gobiernos que no le son afines, es multidimensional. Por tanto, la dimensión económica resulta clave para generar la situación de descontento que da lugar luego a la fase de “guerra de guerrillas”, según señala Korybko (2019) del estudio de los documentos de entrenamiento de las Fuerzas Especiales para la Guerra No Convencional del ejército de los Estados Unidos.

Sin duda, conocemos una larga historia de intervenciones del imperio en función de asfixiar económicamente a la población de los países no alineados, responsabilizando a los propios gobiernos de esta situación. Desde el bloqueo a Cuba en octubre de 1960 que se consolidó en 1996 bajo la presidencia de Bill Clinton cuando fue aprobada la famosa ley Helms-Burton, pasando por las operaciones de sabotaje y desabastecimiento al gobierno de Salvador Allende en 1973 y las hiperinflaciones que recorrieron Latinoamérica entre los ´80 y los ’90 que fueron el puntapié inicial  para la aplicación del Consenso de Washington, las intervenciones económicas imperiales fueron una constante. Las operaciones sobre la República Bolivariana comenzaron ya bajo el gobierno de Hugo Chávez y fueron in-crescendo desde allí hacia un mayor control de las inversiones extranjeras, promoviendo la fuga de capitales y la especulación sobre la moneda, instrumentando nuevas trabas comerciales e impulsando el desabastecimiento programado; todas ellas son las formas concretas de intervención del imperio en este plano (CELAG, 2019).

Esta estrategia que comenzó en 2012, tuvo en 2017 un vuelco hacia mayores grados de  beligerancia y agresividad contra el pueblo. Estos objetivos de la guerra económica fueron explicitados por el propio Jefe del Comando Sur de los EE.UU., Kurt Kidd, en el conocido texto titulado “Golpe Maestro”: “Incrementar la inestabilidad interna a niveles críticos, intensificando la descapitalización del país, la fuga de capital extranjero y el deterioro de la moneda nacional, mediante la aplicación de nuevas medidas inflacionarias que incrementen ese deterioro…obstruir las importaciones y al mismo tiempo desmotivar a los posibles inversores foráneos” (Kurt Tidd, Citado en Curcio Curcio, 2018: 27). Podemos sintetizar las múltiples herramientas de la intervención económica del imperio alrededor de tres dimensiones: la dimensión productiva-distributiva, la dimensión comercial y la dimensión financiera (Curcio Curcio, 2018).

Sobre la primera, partimos de una situación conocida: los países de Nuestramérica tienen una estructura productiva orientada, sobre todo, a la exportación de bienes primarios. Venezuela no es la excepción y el peso de la producción petrolera en las posibilidades de crecimiento económico, es insoslayable. En el resto de los bienes, mayormente los que consume el pueblo, la producción nacional ha mejorado sensiblemente desde que el chavismo gobierna Venezuela, pero continúa siendo insuficiente para abastecer la demanda popular. Por tanto, un porcentaje muy importante de los bienes de consumo masivos son importados y las empresas importadoras son las que han controlado históricamente la oferta (Vielma, 2018). Esta situación es el trasfondo de una forma muy concreta de la guerra económica: la hiperinflación. La gran burguesía que controla los alimentos es la que presiona al alza de precios, principalmente por dos vías: desabastecimiento de productos básicos y especulación con la moneda. De acuerdo a varios intelectuales estos dos elementos son la clave de la explicación política de la hiperinflación, es decir, la expresión mayor de la guerra económica. Luego de 2017, en promedio los precios aumentaron más de 2% diariamente, con picos en 2018 y principios de 2019. Esto se explica, como plantea la investigadora Pasqualina Curcio Curcio (2018) en más de un 90% porque los grandes proveedores de alimentos remarcan los precios en base a la cotización del dólar paralelo que publica DolarToday (Misión Verdad, 2016) y, al mismo tiempo, retienen los alimentos que tienen precios regulados y no los colocan en las góndolas, dando como resultado una escasez inducida.  Por lo cual, ninguna de las explicaciones estándar de la inflación pueden aplicarse para el caso venezolano, y es hoy la estrategia central para generar descontento, caos y desesperación en el pueblo. Como es sabido por experiencias de otros países de Nuestramérica, la hiperinflación y la recesión inducida por el poder económico son una forma feroz de disciplinamiento del pueblo trabajador y los gobiernos populares. La contracara de esta situación es el contrabando y el comercio ilegal, en el cual participan buena parte de los propios promotores locales de la inestabilidad económica, que a su vez provocan la disminución de las importaciones oficiales para vender luego en el mercado negro a precios no regulados y exorbitantes.

La segunda dimensión, es conocida por su implementación en otros países de la Patria Grande. El mismo problema de posición dependiente de nuestros países en el capitalismo global, provoca que el crecimiento económico depende crucialmente de una la obtención de una cantidad abundante de divisas para realizar los gastos de consumo necesario. En este sentido, sin el ingreso de dólares para financiar el proceso de crecimiento de producción de bienes en general y de alimentos en particular, nuestras economías se ven imposibilitadas para acelerar sus procesos de crecimiento. A sabiendas de esto, desde marzo de 2015 el gobierno de Estados Unidos dictó, como destacan economistas insospechados de ser chavistas como Mark Weisbrot y Jeffrey Sachs (2019), más de seis decretos que castigan las actividades económicas en Venezuela, bloquean los montos disponibles de importación de alimentos, medicamentos y bienes básicos para forzar situaciones de “crisis humanitaria”. Además, establecen multas y sanciones los diferentes socios comerciales que tengan la iniciativa de comerciar con Venezuela. Así es que se llevan a cabo variopintas iniciativas que van desde las multas a socios hasta el bloque y la confiscación de cargamentos comerciales.

Por último, pero no menos importante, nos encontramos con la dimensión financiera. En este punto, la ofensiva del gran capital y el imperialismo ha sido de una agresividad inédita en relación a otros procesos populares. Desde 2015 y con mayor intensidad desde 2017, Estados Unidos impidió las operaciones financieras de Venezuela como Estado soberano (emisión de deuda e instrumentos financieros). No sólo impide transar bonos del Estados en los mercados financieros, sino que prohíbe también a PDVSA la emisión de instrumentos para lograr financiamiento en dólares en diferentes mercados. Esto se desarrolló aún más al punto de congelar la movilidad de fondos de la empresa CITGO –empresa dependiente de PDVSA que opera en Estados Unidos-, retención de las reservas de oro- valuadas en 550 millones dólares- que se encontraban depositadas en el Banco de Inglaterra, negativa de las organizaciones financieras internacionales de realizar transacciones desde o hacia Venezuela, acciones judiciales extranjeras que intentan confiscar activos públicos del Estado venezolano, entre otras medidas. Concretamente, desde que asumió Donald Trump el gobierno de Estados Unidos, firmó cuatro decretos de peso: a.- La Orden Ejecutiva Nro 13827, de marzo de 2018 contra la cripto-moneda Petro (que intentaba resolver el problema cambiario, Teruggi, 2018), La Orden Ejecutiva Nro 13835, de mayo de 2018 contra las cuentas por cobrar y otras operaciones de Venezuela, La Orden Ejecutiva Nro 13850, contra las operaciones de comercialización del oro de Venezuela, La Orden Ejecutiva Nro 13857, que establece el bloqueo – congelamiento de los activos de CITGO (PDVSA) en EEUU.

El complejo escenario que atraviesa por estos días la Patria Bolivariana nos pone blanco sobre negro que la estrategia del imperialismo, como parte de las guerras híbridas, no pueden evadir el plano económico. Sin duda la conjunción de hiperinflación y escasez inducidas, limitaciones a la obtención de dólares comerciales y bloque financiero, no hace más tensionar hacia una crisis asfixiante al pueblo venezolano.

Tal como destaca la declaración del ex embajador de EEUU en Venezuela, la economía es un arma de la deshumanizante guerra imperial, en su formato de guerra híbrida: “La campaña de presión contra Venezuela está funcionando. Las sanciones financieras que hemos impuesto (…) han obligado al Gobierno a comenzar a caer en default, tanto en la deuda soberana como en la deuda de PDVSA, su compañía petrolera. Y lo que estamos viendo (…) es un colapso económico total en Venezuela”, (William Brownfield, ex Embajador de EEUU, citado en Resumen Latinoamericano).

En el mismo sentido, el gobierno de Donald Trump impuso nuevas medidas contra Cuba que implican la posibilidad de demandar en tribunales estadounidenses a empresas extranjeras que operen en la isla, con la excusa de que han sido expropiados a familias cubano-estadounidenses durante años previos revolución. Estas medidas, están tomadas en función del disciplinamiento económico de toda Nuestramérica y en particular de los proceso de cambio más radicales, a los designios de la política estadounidense.


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