El reguetón al frente de la Revolución – Por Ana Teresa Toro

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Por Ana Teresa Toro *

A falta de embajadas —Puerto Rico no es un país independiente—, para los puertorriqueños los artistas son sus embajadores. Por eso Ricky Martin, Residente, Bad Bunny, iLe refuerzan esta movilización histórica que pide la renuncia del gobernador Ricardo Roselló. Y su música acompaña esta protesta masiva y transversal contra la corrupción, la inoperancia ante las catástrofes climáticas y la diáspora que afecta al país desde hace años.

En el cine, en plena función de El Rey León, cuando el joven Simba le dice a Scar que debe abandonar el trono, todos en la sala se levantan aplaudiendo: #RickyRenuncia. En una panadería, un muchacho entra llamando a su amigo Ricky —empleado del lugar— y al segundo los clientes gritan: ¡Renuncia! En una pizzería, unos comensales esperan su plato golpeando los cubiertos contra la mesa: “Somos más, y no tenemos miedo”. Ricardo Rosselló, el gobernador de la isla, quedó acorralado por una movilización social histórica que pide su renuncia.

Hay huracanes que arrasan a un país, y hay países que se tragan los huracanes y luego los devuelven. Desde el 10 de julio Puerto Rico está revuelto y bajo un calor que aceita los cuerpos y muda la piel. Gente de todas las ideologías políticas y estatus sociales marcha a diario hacia La Fortaleza para exigir su dimisión.

Alguien dijo, no se sabe dónde, que había que marchar. Y así se hizo. Convocó Fuenteovejuna. Si Puerto Rico era un país distinto después del paso del huracán María, la transformación que dejará este verano es una fotosíntesis sin precedentes.

La identidad nacional de este país caribeño no tiene discusión pero su estatus político es ambiguo. Puerto Rico es un Estado Libre Asociado, es decir que opera como un territorio que pertenece a Estados Unidos pero no es parte de ese país. Tiene su propia constitución y gobierno pero al no ser una república no cuenta con presidente sino un gobernador elegido por el voto popular. Hay un comisionado residente en Washington que tiene voz, pero no voto.

A falta de embajadas, para los puertorriqueños son los artistas, principalmente los músicos, quienes siempre han oficiado como una especie de embajadores internacionales. Por eso se convirtieron en los líderes de esta convocatoria, la marcha más grande vista en el Viejo San Juan. Ricky Martin, Residente, Bad Bunny, iLe y Tommy Torres no vienen con canciones de protesta. O sí: traen el reguetón.

La canción “Afilando cuchillos” de Residente, Bad Bunny e iLe, es hoy el himno de esta revolución. Fue el propio Conejo Malo quien bautizó a los manifestantes como la generación del “yo no me dejo”, frase que ha tomado vuelo y ya está en camisetas, plenas que el público corea y pancartas. Ahora la protesta se coordina también bajo la forma de perreo colectivo, convocado para mañana: “Perreo en La Fortaleza”.

No sólo nos sacó a la calle la indignación colectiva generada por la filtración del ya famoso #Telegramgate. Es que eso ocurrió en la misma semana en la que el FBI arrestó seis funcionarios,  incluyendo a la exsecretaria de Educación, Julia Keleher, y a la exjefa de la Administración de Seguros de Salud, Ángela Ávila, quienes gestionaban -y malversaban- los presupuestos más altos del país. Por el escándalo, el gobernador tuvo que adelantar el regreso de sus vacaciones en Europa y desde su llegada está bajo asedio. Roselló entra y sale de la residencia oficial oculto, y en las pocas apariciones públicas que ha hecho —una visita a una iglesia, una fallida conferencia de prensa y una entrevista negociada en la radio local que le costó el puesto al productor— sólo ha conseguido inflamar más la llama de la rabia.

En las casi 900 páginas de las conversaciones filtradas de Telegram, Rosselló discutía con funcionarios y con contratistas externos delicados y confidenciales asuntos de política pública y daban muestras de su visión misógina, homofóbica, racista y clasista acerca del país. A las mujeres fuertes les llamaban putas; se jactaban de tomar por tontos a los de su propio partido; imaginaban un futuro brillante en un Puerto Rico sin puertorriqueños; se burlaban de los negros, de los gordos, de los periodistas, de la orientación sexual de Ricky Martin. Pero la principal ofensiva fue la del grupo tratando de mitigar una noticia sobre la crisis en el Instituto de Ciencias Forenses local. El 20 de septiembre de 2017, la isla fue arrasada por el huracán María, el más salvaje que ha pasado por el Caribe en la historia contemporánea. La cantidad de víctimas fatales fue tan grande -y el manejo del gobierno tan ineficiente- que no fue posible procesar con diligencia las autopsias. Hubo cuerpos apilados y tirados por el suelo. Las familias esperaron meses poder darles un funeral digno a sus seres queridos. Sobre la tragedia, uno de los integrantes del chat escribió:

—¿Y no habrá un cadáver de esos para alimentar nuestros cuervos?

Los puertorriqueños y puertorriqueñas no teníamos duda de que había corrupción en el gobierno. En un informe realizado por la Comisión Europea de marzo de este año, nuestro país apareció como una de las 23 jurisdicciones de más alto riesgo por lavado de dinero. La situación ha puesto en jaque, además, el desembolso de fondos federales relacionados con la recuperación tras el huracán. Si la crisis económica -que en la isla se agudizó en el 2006- había empobrecido al país, la corrupción fue la estocada final de esta agonía.

La ciudadanía nunca había tenido acceso al cuarto oscuro del poder. En estos 12 días, en cambio, el país entró a ese cuarto, encendió la luz y está desatando una revolución pacífica a través de todos los medios imaginables: a pie, a caballo, en moto, en lanchas. Hay buzos que dejan mensajes bajo agua, kayaks que rodean La Fortaleza, strippers y drag queens que improvisan performances, yoguis que protestan con asanas. Hasta un ejército de motoqueros, liderados por Rey Charlie y Residente, toma la ciudad con sus bocinas. Pintores, ilustradores, escritores y poetas también se unieron: colocan mensajes en los tickets de compras y en el arte que se dibuja en la espuma del café. Las redes sociales están tomadas: #RickyRenuncia o #AbajoRosselló.

Desde hace 12 noches en los 78 municipios de Puerto Rico se escucha un estruendoso cacerolazo a las ocho en punto. Pero el gobernador no escucha. Sigue atrincherado en su silla, sin apoyo de su partido ni de los alcaldes, sin apoyo de Washington DC, pero sobre todo, sin país.

—Yo vine a ver a Ricky Martin. A Residente y Bad Bunny no, ellos también hablan malo y no me gustan.

La mujer asiste a las marchas convocada por su ídolo musical, un hombre que es mesurado en sus expresiones pero que esta vez, como el país, llegó a su límite. Mientras ella habla, el activista conocido como Tito Kayak (quien en los tiempos de la lucha por la salida de la Marina estadounidense de Vieques logró colocar una bandera boricua en la Estatua de la Libertad en Nueva York), escala el asta de la bandera estadounidense que ondea frente al Capitolio. Varias veces está a punto de resbalarse. El público reacciona con murmullos de espanto, pero finalmente logra plantar una nueva bandera donde se lee “Ricky Renuncia”.

Los artistas también gritan la consigna. Piden unidad. Y a la clase dirigente le piden respeto por las minorías agredidas en el chat. Invitan a bajar las insignias partidarias y a subir la bandera puertorriqueña en sus dos versiones: la tradicional azul, roja y blanca y la de luto que emergió con fuerza tras la quiebra y el huracán.

—¡Ricky Renuncia!

—¡Puñeta! ¡Puñeta!

Puñeta, en Puerto Rico, significa tanto goce como rabia. En este caso, es pura rabia.

Las abuelas dicen que cuando los árboles dan muchos aguacates son años de tormenta. El dicho popular nunca ha fallado y en el 2017 la cosecha fue abundante, arrolladora. Colgaban los aguacates pesadísimos de las ramas y algunos caían al piso, no había manera de dar abasto para recoger el fruto verde y aceitoso. Los más viejos tuvieron miedo y con razón: llegó María y no quedó una hoja verde en pie. Todo el paisaje pelado, roto, estrujado, arrasado. María se desató sobre la isla como una bestia de agua y viento que destrozó estructuralmente a Puerto Rico —desde viviendas, puentes, edificios y carreteras, hasta el colapso total de todo el sistema eléctrico y de represas— y tuvo como su saldo más dramático la muerte de 4,645 personas por causas directas con el desastre natural y, peor, por el desastre político que representó la ineficiente reacción del gobierno puertorriqueño y del estadounidense.

La gente moría porque no llegaba un camión con diésel para operar una planta eléctrica en un hospital, la gente moría porque no había hielo para mantener fríos los medicamentos ni transporte para llegar a un centro de diálisis. Más de un año después, la cifra de suicidios seguía en aumento.

La migración masiva hacia los Estados Unidos aumentó notablemente debido a la crisis económica en 2016. Cada semana tocaba despedir a un amigo o familiar. En diez años, la población de la isla bajó 3.5 millones de habitantes a 3.3 millones. Que se fueron 75 mil personas por año se nota en la calle, en los edificios vacíos que hoy son íconos del muralismo internacional, en las avenidas enteras que no exhiben otra cosa que la fachada de antiguos negocios ya desaparecidos y se nota en el rostro de la gente que ha aguantado sin quejarse. Hasta ahora.

Los puertorriqueños, que parecían tan dormidos y pasaron décadas comportándose como la única colonia feliz del mundo, han despertado a la revolución que la historia les debía. Aquí se aguantó. Se tallaron tablas para lavar ropa, se organizaron comedores, se cuidó de los vecinos, se bañaron en los ríos, se vio la diáspora, se enterró a lo muertos como y cuando se pudo. Siempre ahí, en silencio, mordiéndose los labios. A nadie sorprende ver ahora cómo sale este grito de la entraña.

Quizás debimos fijarnos de nuevo en los árboles. El más abundante y emblemático en la isla es el flamboyán. Florece rojo, pero siempre niega su flor a la primavera. Solo florece en verano y luego alfombra las calles y los campos. Debimos haber sabido siempre que la primavera boricua es en verano.

En Puerto Rico hay hombres que van al barbero una vez a la semana, se sacan las cejas finitas y se cuadran el cerquillo de sus recortes con precisión cirujana. Es parte de la estética del macho boricua, que tiene todo que ver con el mundo del reguetón, esa música hija de los años 90, de las fracasadas políticas de mano dura contra el crimen y “la guerra contra las drogas”. En aquella década de bonanza económica en el país gobernaba Pedro Rosselló, el padre del actual gobernador y un líder conocido por su obra faraónica —puentes, trenes, estadios— y por la institucionalización de la corrupción en el gobierno.

En aquella década Puerto Rico soñaba en grande. Pidió ser sede de las Olimpiadas en el 2004, recibió más de 200 barcos en la Gran Regata Colón 92. Blandíamos la espada de la defensa del idioma y la puertorriqueñidad, y el Estado inauguraba un sistema de seguro salud público que contaba como base con un proyecto de Bill Clinton pero nunca fue aprobado en el Congreso.  De todos modos, se implementó y, esta y otras decisiones fiscales cuestionables, llevaron las finanzas públicas al desastre.

Éramos una colonia feliz. De hecho nadie usaba esa palabra: colonia. Salvo lo que quedaba de un movimiento independentista mermado por la persecución política y algún que otro anexionista (el amplio grupo que favorece que Puerto Rico sea el estado 51 de los Estados Unidos). En aquellos años, el estatus del Estado Libre Asociado ganaba con amplio margen cualquier plebiscito. El tener dos banderas, dos himnos, identidad nacional y ciudadanía estadounidense no incomodaba a la mayoría.

Hacia el inicio del siglo XXI, Rosselló padre poco a poco salía del panorama político —no sin antes dar unos cuantos aletazos más— y el llamado underground que se repartía en casetes clandestinos en barrios y escuelas lograba llegar por fin a la radio y adquiría el nuevo nombre de reguetón, una palabra que nace de la idea de un maratón de reggae. Un ritmo cuya base es, sobre todo, una mezcolanza de historias crudas y sonidos afrocaribeños pasados por el cemento, la pobreza y el calor.

Con los años, el reguetón se fue volviendo blando y pop, pero ídolos como Wisín y Yandel siguen rompiendo récords de funciones en el auditorio más grande del país, cantando viejos hits. Aunque ahora sus exponentes vistan de diseñador, sigue siendo la música del barrio, de la esquina y de la calle. El sonido de las clases trabajadoras a todo volumen en la carretera y el de las clases medias y altas, al final de sus fiestas cuando ya todos están borrachos y poco importa el pudor.

De sus letras misóginas se apropian algunas feministas, que se niegan a buscar equidad sin poder perrear. En esa dinámica opera una especie de tregua. Y así, el reguetón —el rap, y ahora el trap— atraviesan la cultura nacional por arriba y hasta abajo. Eso sí, jamás se le había visto como música de protesta. Hasta ahora.

Ayer lunes 22 de julio hubo paro nacional y miles de personas ocuparon la autopista principal de San Juan, y esta semana una comisión de la legislatura determinará si comienza el juicio político contra Rosselló. Mientras, sus asesores de confianza continúan renunciando. Del futuro político en Puerto Rico no se habla: es el eterno punto de división.

Roselló parece un príncipe desterrado: anda escondiéndose, durmiendo cada noche en algún pueblo diferente. La Fortaleza está sitiada por la gente. Las calles de todo el país, atestadas de cuerpos que, como es propio del Caribe, hablan, piensan, sienten y tienen memoria. Aquí los cuerpos hacen cultura, y en este verano, también hacen revolución.

Revista Anfibia

* Ana Teresa Toro columnista en medios puertorriqueños e internacionales como El Nuevo Día, El Malpensante de Colombia, Altair de España, ECOS de Alemania, Distintas Latitudes de México, Global en la República Dominicana y The New York Times en español. Es autora de la novela “Cartas al agua” (Editorial La secta de los perros, 2015) y de los libros de crónicas “Las narices de los perros” (Ediciones Callejón 2015) y “El cuerpo de la abuela” (Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2016).


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