Javier Sotomayor, exatleta cubano: “No me diga que Cuba es pobre”

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Por Sergio Heredia

Llevamos una hora larga a solas, conversando en la cafetería del hotel Eurostars Grand Marina, en Barcelona. Hemos tomado café y croissants y la camarera nos trae dos vasos de agua.

–Veo que llevan mucho rato hablando –nos dice la mujer, encogiéndose de hombros.

Javier Sotomayor (52) le da un sorbo al vaso mientras se toma un respiro. Está meditando su próxima respuesta.

Le he preguntado:

–Y Cuba, ¿se sacudirá la pobreza?

(…)

El gigantesco Javier Sotomayor (1,94 m) es una celebridad del deporte. Lleva 27 años subido a la atalaya del mundo: nos contempla desde sus 2,45 m, el récord mundial en salto de altura que firmó en 1993, en Salamanca.

–En realidad, soy plusmarquista desde hace 32 años. Hice 2,43 m en 1988. Ya desde entonces siempre he tenido el récord –matiza.

En el atletismo masculino quedan pocos récords tan viejos. Están los 8,95 m de Mike Powell en longitud (1991), los 46s78 de Kevin Young en 400 v (1992) y varios lanzamientos (peso, disco y martillo).

Entre ellos vuela Sotomayor, cuyo peso trasciende el deporte.

En Cuba, Javier Sotomayor es una figura. En el Museo Nacional del Deporte de Cuba colocaron un listón a 2,45 m. Un homenaje similar le rindieron en el jardín del Museo Olímpico de Lausana: elevaron otro listón.

–Y yo monté otro listón a la puerta de mi casa. Para entrar debes pasar por debajo. Y en nuestro estadio en La Habana, mis atletas me ponen esa altura una y otra vez –me dice.

–¿Y usted qué piensa al verla?

–Está muy arriba ¿eh? Cuando saltaba no me parecía tan irreal. Pero ahora me impresiona. Está tan arriba como una portería de fútbol. O como la red del voleibol. ¡Yo saltaba una red de voleibol!

En Cuba, Javier Sotomayor es una figura deportiva, y más cosas. Fundó una orquesta de salsa. De nombre, le puso Salsamayor. La banda aún existe. Ahora se llama Maikel Blanco y su Salsa Mayor.

–Son catorce músicos. Es una de las grandes bandas en Cuba. Ha tocado en Barcelona –me dice.

Sotomayor abrió negocios.

Y con el tiempo se ha convertido en un embajador del país, un técnico que toca las teclas del sistema deportivo. Es el secretario general de la Federación Cubana de Atletismo.

(…)

La entrevista se celebra el lunes, horas antes de la Gran Gala de Mundo Deportivo. Javier Sotomayor está invitado a la ceremonia.

Repetimos la pregunta:

–Y Cuba, ¿se sacudirá la pobreza?

Sotomayor deja el vaso de agua sobre la mesa y me responde:

–No me diga que Cuba es pobre.

–¿…?

–Pobres no somos. En Cuba no hay analfabetos, ni niños sin cobertura médica. Ni niños, ni adultos. Y no hay gente desnutrida. En el deporte, la ciencia y la educación estamos entre los mejores del mundo.

–Pero económicamente…

–Económicamente sufrimos limitaciones. Han cambiado nuestros dirigentes, pero la política sigue igual. Con Obama se había avanzado. Con Trump hemos retrocedido el doble. Trump es el presidente estadounidense más duro con nosotros que ha habido nunca.

–¿Y la economía…?

–El bloqueo nos limita a nosotros y a quien quiera tener negocios con nosotros. Hay bancos que no pueden entrar. Hoteles que se retiran. Otros que cierran. Por culpa del bloqueo, algunos de nuestros atletas todavía no han cobrado los premios internacionales que se ganaron.

–¿Tanto duele Trump?

–En los años de Obama se notó gran mejoría en el turismo. Vinieron muchos americanos. Nos pusimos de moda. Los hoteles no daban abasto y las casas particulares, tampoco. Yo tuve un negocio ¿sabe?

–¿Qué hacía?

Convertí parte de mi casa en un bar. Le puse Sports Bar 245.

–¿Y lo conserva?

–Lo cerré. No tenía tiempo para él. Un amigo promete reabrirlo.

–¿Y conserva muchos amigos de su época como atleta?

–Mire…

Me muestra el móvil.

Tiene ahí grabados a muchos de sus rivales: Patrick Sjöberg, Carlo Traenhardt, Hollis Conway, Troy Kemp, Charles Austin, el griego Lambros Papakostas. Incluso Mutaz Barshim, el dominador de la disciplina hoy: el hombre que le ronda el récord (ha firmado 2,43 m).

–Hablo mucho con todos. Y también con los españoles. Cuando vengo a España veo a Arturo Ortiz. A Gustavo Adolfo Becker lo tengo algo más perdido. ¿Qué fue de él?

–No lo sé. ¿Y cómo ve a Barshim? ¿Le hace temer por su récord?

–Desde luego, no cruzo los dedos para que lo salte.

–Algunos plusmarquistas dicen que sienten alivio al perder el récord. Dicen: ‘Si me lo baten, significará que la humanidad sigue avanzando’ –le comento.

Javier Sotomayor ríe.

Le da otro sorbo al vaso.

Para la humanidad, no sé. Para mí no es una alegría. Aunque tampoco me quita el sueño.

–¿Y usted pensaba que llegaría tan arriba?

–A los 16 años ya saltaba 2,33 m… Con eso se puede soñar.

Javier Sotomayor retrocede a la infancia. Aparece en Limonar, junto a su padre, contable en una empresa de gastronomía, y junto a su madre, que dirigía guarderías.

Dice que le gustaba correr, sobre todo esprintar, pero que lo suyo, en realidad, era el salto de altura.

–Pero es una disciplina muy mental. Se parece a la pértiga. En las carreras, el corredor sale y registra un tiempo. El lanzador y el saltador de longitud se van hasta una marca. En altura, a veces puedes irte hasta 2,40 m cuando estaba el listón estaba en 2,30. Y luego, igual fallas tres veces en 2,33 m. A mí me pasó algo parecido.

–¿Cuándo?

–En 1993, en los Mundiales de Stuttgart, colocaron el listón en 2,40 m. Lo pasé muy sobrado. Según algunos estudios, llevé el centro de gravedad hasta 2,50 m. Pero claro, eso no vale. Aquel salto fue de 2,40 m, y punto.

También dice que lo descubrieron a los 10 años y se lo llevaron a una escuela en Limonar. Aquel era un sistema de Estado. Los críos con posibilidades se enrolaban en la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE). Se entrenaba junto a otro saltador, Marino Drake, y el cuatrocentista Roberto Hernández. Fueron atletas importantes.

–Tan crío, tan lejos de casa…

–Si te gusta, no te importa el sacrificio. Es lo que veo ahora en Jaxier, el tercero de mis cinco hijos. Tiene doce años. Pero alcanzará los 2 m muy pronto. ¿Si seguirá después? Depende de sus ganas.

La Vanguardia


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