Esperanza en marcha en la lucha contra el nuevo coronavirus – Por Abel Bohoslavsky, especial para NODAL

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Por Abel Bohoslavsky *

En Argentina se ha comenzado a ensayar el uso de plasma de convalecientes para el tratamiento de la enfermedad provocada por el nuevo coronavirus (COVID-19), causante de la actual pandemia. Convaleciente es la persona que cursó una enfermedad y se está recuperando o ya está curada. El plasma es la parte líquida de nuestra sangre, que contiene en su seno muchas sustancias, entre las que se encuentran unas proteínas que se llaman anticuerpos. La parte “sólida” de la sangre está conformada por células como los glóbulos rojos y los glóbulos blancos. Estos glóbulos blancos – llamados también leucocitos -son parte del sistema inmunitario, lo que comúnmente se denominan “defensas”.

¿Cómo genera el organismo humano los anticuerpos? Cuando en el organismo entra algún agente extraño, dañino (patógeno), algunos de los glóbulos blancos – los llamados linfocitos – lo detectan y elaboran sustancias proteicas, que por un mecanismo bioquímico van a rodear al agente patógeno, se “pegan” a él y lo van a destruir. Para cada agente extraño, se producen anticuerpos. Esosson anticuerpos específicos,sirven exclusivamente para atacar y destruir ese agente patógeno. Para cada microbio (sea un virus o una bacteria) que ingresa al cuerpo, se producen anticuerpos específicos.

El coronavirus que causa la COVID-19 se ha denominado en medicina con la sigla SARS-co-2. El sistema inmunitario de la persona enferma produce anticuerpos específicos para atacar este virus. Si en la lucha entre el virus y los anticuerpos específicos triunfan las defensas, el organismo humano se cura. Y los anticuerpos específicos quedan en la sangre. Las personas curadas son un reservorio de esos anticuerpos, tienen un verdadero yacimiento de este medicamento elaborado por el propio cuerpo humano.

Esto se conoce hace muchísimo tiempo.Con los adelantos tecnológicos, se sabe mucho más acerca de esta producción humana. En la década del 50, apareció una enfermedad que era muy frecuente en los obreros de las zonas rurales de Junín y Chacabuco, en la provincia de Buenos Aires y se extendió a toda la Pampa Húmeda (sur de Córdoba y Santa Fe, noreste de La Pampa): era una fiebre que causaba hemorragias y en muchos casos la muerte. Generalmente aparecía durante y después de la cosecha del maíz. En 1958, se descubrió que la provocaba un virus que se denominó Junín y que a ese virus lo transmitía el ratón que prolifera entre los rastrojos del maíz. Por eso se la llamó Mal de los Rastrojos (también denominada Fiebre Hemorrágica Argentina). En Pergamino, provincia de Buenos Aires, ahí cerquita donde nació Atahualpa Yupanqui, el infectólogo Julio Maiztegui, encontró la forma de tratar a estos enfermos: les sacaba sangre a los convalecientes y les transfundía el plasma que contenía anticuerpos específicos contra ese virus. Y con ese tratamiento, de una letalidad superior al30%, se redujo al 3%. Ese tratamiento fue aplicado en muchos lugares. En la década de los’70, me tocó ser parte del equipo de médicos del Hospital Rawson de Córdoba que bajo la dirección del infectólogo Víctor Roland, trataba a los enfermos que llegaban de la zona sur de la provincia. Teníamos los números de radio-aficionados en los campos donde trabajaban los que se habían curado. Los llamábamos, venían y donaban su sangre. Una solidaridad de clase conmovedora. Cuando teníamos la suerte de aplicarles a los enfermos el plasma de los convalecientes antes del 5° día de iniciada la enfermedad, todos los tratamientos eran exitosos. El Dr. Maiztegui inició investigaciones junto a médicos de Estados Unidos para elaborar una vacuna, lo que se logró muchos años después.

Esta experiencia de la medicina argentina pareció haber caído en una especie de “amnesia” científica por mucho tiempo. Al desencadenarse la pandemia COVID-19 se utilizaron múltiples opciones de tratamientos farmacológicos, con fracasos y éxitos. En algunos países se comenzó a ensayar el uso del plasma de convalecientes de esta nueva enfermedad. ¿Cuál es la gran ventaja? Que es un probable tratamiento específico que puede ser curativo y que no tiene los efectos secundarios indeseables de los fármacos.

Desde abril, está en marcha en Argentina un ensayo clínico para evaluar la seguridad y eficacia del uso de este plasma en forma simultánea en varios hospitales: en El Cruce, de Florencio Varela, el Profesor Alejandro Posadas, de El Palomar, el Carlos G. Durand de la Ciudad de Buenos Aires, el Interzonal General de Agudos Vicente López y Planes, de General Rodríguez y el Clínicas de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional  Buenos Aires, además de dos instituciones privadas, la fundación Hematológica Sarmiento, y la fundación Hemocentro Buenos Aires.

El origen de este nuevocornavirus aún es incierto. Puede ser debido a mutaciones genéticas ocurridas por alteración del hábitat de animales, que son reservorios del virus, como resultado de una irracional invasión de zonas silvestres con fines de emprendimientos con fines de lucro. Puede ser resultado de manipulaciones en laboratorios de guerra biológica como ocurrió –entre muchas otras – en las epidemias de nuevos serotipos de dengue que padecieron en los años’80 Cuba y Nicaragua, tal como se denunció posteriormente en el Congreso de Estados Unidos.

Independientemente de este incierto origen de este nuevo virus, la puesta en marcha de estos ensayos clínicos, abre una gran esperanza. Esta fusión de los científicos que en hospitales y laboratorios están en la primera línea de lucha, con la solidaridad social de los convalecientes de COVID-19 donando su sangre – emulando a los peones de la Pampa Húmeda del Mal de los Rastrojos – puede constituirse en una gran herramienta de acción inmediata para salvar vidas. Hasta que llegue la vacuna.

* Médico dedicado a la Salud Ocupacional, editor de PARA EVITAR LA MENINGITIS Y OTROS MALES, autor de LOS CHEGUEVARISTAS.


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