Héroes de paja – Por Diego Aretz, especial para NODAL

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Diego Aretz *

El primero de febrero de 2019 en una rueda de prensa el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, a la pregunta de si aún había una guerra con el narcotráfico, respondió “Oficialmente ya no hay guerra. Nosotros queremos la paz”. Querer la paz y tener la paz son dos cosas diferentes; el negacionismo de AMLO y en el que a veces caen los mandatarios para esconder problemas suele tener un costo socioeconómico, una perdida en vidas y una amenaza al equilibrio de las sociedades.

Si estudiamos la larga guerra que América Latina tiene con el narcotráfico ha sido una historia de multitud de fracasos. El mundo académico y la investigación seria, han llegado a comprobar que lo más conveniente y deseable para las sociedades afectadas por el narcotráfico es una legalización paulatina con una fuerte inversión en el agro y con una sólida protección al Estado de Derecho; esto significa seguridad, seguridad militar y garantías pero también significa vías, infraestructura, escuelas, universidades, inversión social y desarrollo.

La intricada geografía de nuestros países sumado a la falta de vias y en algunos casos lo inaccesible del territorio, los canales difíciles de distribución, desde el Naya (Buenaventura, Valle del Cauca) en Colombia a las complejas líneas desde las que opera el Cártel de Sinaloa, parecen no asombrar ni derrotar a los narcotraficantes, para ellos nunca la geografía, las fronteras o las adversas situaciones han sido un problema por muchas razones, una los incentivos económicos son muy altos, y dos la mayoría de capos del narcotráfico vienen del campo, de esas regiones donde se origina el problema.

Las historias de el Chapo Guzmán y Pablo Escobar se asemejan mucho; hombres hechos a «pulso», hombres del pueblo, orgullosos de sus orígenes humildes y esencialmente nacionalistas, son hombres que reúnen todo lo que un político populista necesita representar. Son hombres que despiertan en las clases poco privilegiadas que en América Latina son la mayoría. Una sensación de esperanza, una sensación de revanchismo, son héroes que se hicieron de la nada, que llegaron a las cúspides del sistema y que arriba, se acuerdan de sus «hermanos» los pobres, son los llamados a redimir a estos de todos los males, son los Robin Hood luchando contra el rey; pero todo esto se cae con un leve análisis.

En Colombia las muertes que provocó Pablo Escobar se calculan en 5500, solo imaginemos que significa esta cifra, 5500 vidas de mujeres, niños y hombres. Familias destrozadas para siempre, traumas guardados por décadas y una memoria de violencia irreparable. El chapo Guzmán no se le queda atrás con lo que se estima en 70 mil muertes, son cifras escandalosas de asesinatos en serie, que puede llegar a acercarse al genocidio. Al mismo tiempo en la mitología de estos personajes, la historia romantizada que ellos mismos ayudan a construir, la imagen es muy diferente, conectemos el caso de «Medellín sin tugurios» el barrio que regaló Pablo Escobar a las familias pobres de Medellín en el año 1984, con el de Alejandrina Guzmán, hija de Joaquín «El Chapo» Guzmán, quien regaló en los últimos días cajas de mercado con el nombre e imagen del narcotraficante a adultos mayores por la crisis del COVID-1, en la ciudad mexicana de Guadalajara. «La intención es dar un poco de ayuda a los menos favorecidos en un momento difícil para la sociedad mexicana»….Una estrategia de burdo mercadeo para sensibilizar a la gente, para glorificar la imagen de un hombre responsable de 70 mil asesinatos.

No eran gratis las casas que daba Pablo Escobar, era su manera de comprar una ciudad que marchaba a su ritmo, que servía de corredor a sus rutas de narco, de esas casas salían las niñas que terminaban en sus fiestas prostituyéndose y de esos barrios salían los niños que terminarían siendo sus sicarios, todos jóvenes muertos antes de los 23 años. Fue un precio alto el que pagaron los pobres por esas casitas.

Es lamentable como estas mitologías hoy son alimentadas por series como Narcos o El Chapo, series que muestran con preocupante frecuencia, la idealizada imagen de unos hombres que le han hecho un daño irreparable  a sus sociedades y que ha permeado la memoria histórica de varias generaciones.

Hablando de Pablo Escobar un habitante del barrio en Medellín decía «por la mañana era bueno y por la tarde era malo, un día colocaba un carro-bomba y por la tarde le daba comida a los pobres, por la mañana mandaba matar a un ministro y después daba medicamentos a los ancianos» (Uberney Zabala, presidente de la junta comunal para el diario argentino Clarín 27/11/2018).

¿Por qué las comunidades ven en estos sujetos algo positivo a pesar de todos los abusos, y violencias? Creo que la respuesta es que estos personajes eran el estado, donde el estado no estaba. Ellos representaban algo mínimamente mejor que lo que el Estado daba a sus ciudadanos. Y en la marginalidad, el hambre está por encima de cualquier derecho humano.

Sobre esa irónica falacia construían un poder soñado por dictadores. El Chapo Y Pablo son los héroes de la larga guerra que hemos perdido en la lucha contra las drogas, son héroes de paja, como todas nuestras victorias, victorias de paja.

* Periodista y activista colombiano, ha sido columnista de la revista Semana, colaborador del diario El Espectador y Nodal.


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