Salud mental, pandemia y encierro: una mirada desde los derechos humanos

Foto: La Izquierda Diario
2.269

Por Ana María Careaga*, especial para NODAL

La pandemia que azota hace ya varios meses a la humanidad toda ha puesto sobre el tapete la interpelación de la realidad que atravesamos desde numerosas aristas. Una de ellas es la que concierne a la salud mental y esto no es sin atender a la subjetividad.

La globalización adquirió, en este denominador común expresado hoy en el virus, uno de los peores modos de manifestación de la caída de las fronteras. En medio de una de las etapas más descarnadas del capitalismo, hoy llamada neoliberalismo, cuando la disputa por el atravesamiento de las fronteras implicaba la expulsión de miles de seres humanos sin destino, que buscaban salvar su vida de las guerras o acceder a derechos devastados en sus países de origen, un hecho inédito respecto de su alcance global vino a imponerse a nivel mundial, poniendo al desnudo la estrecha distancia entre la vida y la muerte. Y esto tiene el estatuto de lo traumático. Entonces no es sin efecto. Tiene consecuencias en la vida de las personas y en su modo de transitar esta etapa de la posmodernidad, tanto en torno a aquello que la trasciende, como en aquello que concierne a sus modos de hacer frente a una realidad que le es adversa.

La pandemia vino a imponerse, decíamos, como lo traumático que irrumpe sin que el sujeto esté preparado para ello. El mundo entero se vio impactado por un enemigo invisible al que había que combatir diseñando, al mismo tiempo que se anoticiaba de su peligrosidad, el modo de hacerlo. Y el modo que se encontró hasta ahora, el único eficaz hasta el momento, es la cuarentena, el distanciamiento social que, al tiempo que era la medida pertinente entonces para enfrentar este flagelo, habría de tener inevitables consecuencias en la vida cotidiana.

Entonces, podemos darle a la cuarentena el estatuto primero de justa y necesaria. Y luego situar también que esto que vino a conmover los hábitos de vida internalizados en cada uno de nosotros y nosotras tiene, consecuentemente, un sinfín de expresiones que hacen a nuestra condición humana.

Pensar en esos efectos nos introduce esencialmente en lo que atañe al acceso a derechos, al impacto desigual que el virus tiene de acuerdo al estrato social y al nivel de vida de la gente. Desde esa perspectiva, la obscena inequidad que impuso en la mayoría de los países del mundo la lógica del capital y del mercado, define la conmoción que esta situación trajo a miles y miles de personas, cuya situación era ya de vulneración de derechos, previa a la emergencia del virus y la consecuente desigualdad para llevar adelante las medidas de prevención y cuidados.

Por otra parte, y frente a las expresiones que en diferentes países del mundo enarbolan significantes caros a los intereses de los pueblos, para manifestarse en contra de las disposiciones necesarias, esgrimiendo que se atenta contra la libertad, es necesario también poner estas expresiones en el contexto de las disputas mundiales en torno a las cuales lo que se tutela es “el día después”, respecto del rol e incidencia del Estado, o el reinado inescrupuloso del mercado. El debate es entonces por la vida, si ésta tiene el valor de pura mercancía o es el bien más preciado, en tanto acreedora de derechos. Y ahí entra la salud mental como derecho humano en tanto ésta representa el mayor estado de bienestar posible para el sujeto. Un hecho traumático produce angustia, desazón, incertidumbre. Se ponen en juego afectos y pasiones, emociones defensivas que preparan frente al peligro y por lo tanto son también necesarias para tramitar lo traumático.

Por eso no se puede hablar de cualquier modo de pérdida de la libertad, porque la pérdida de la libertad puede suponer situaciones de encierro en las que el sujeto añora esos valores de los que fue privado por oposición a ese encierro. En estos casos, el encierro resulta un modo de preservación de la vida en tanto el afuera se torna hostil y peligroso –por supuesto distinta es la situación de los casos de violencia y abuso intrafamiliar-. El encierro como privación de la libertad supone también el maltrato del cuerpo; empero, el distanciamiento como cuidado preventivo hace a otro tratamiento del cuerpo, tendiente a preservar la salud y la vida.

Frente a un virus que ataca a todos y todas, y ante el cual los organismos internacionales establecen las medidas más idóneas para defenderse de él, luego el sujeto pondrá en juego sus propios recursos psíquicos también como mecanismo de defensa. El ser humano es un ser social en el que hacen intersección lo más propio, íntimo y singular, y lo colectivo. Si la vida en este punto implica siempre un modo de invención, frente a lo real de la pandemia –en tanto peligro que acecha- y la solución de la cuarentena como respuesta que prioriza la vida, se tratará de reinventarnos tanto en las repuestas frente a la angustia como señal, como en lo que refiere a la construcción de redes solidarias que tiendan puentes en el lazo al otro, a la otra, como renovadores modos de respuestas saludables. La historia de la humanidad ha atravesado sinnúmero de experiencias que ponen en juego lo mejor y lo peor de los seres humanos. Frente a la incertidumbre del futuro, se tratará entonces de construir provisorias certidumbres, de cara a la defensa de los Derechos Humanos.

* Psicoanalista. Docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina. Directora del Instituto Espacio para la Memoria.


VOLVER
Más notas sobre el tema