Como si no pasara nada, impertérrita, se mantiene y actúa la clase dominante en Colombia – Por Carlos Gutiérrez M.

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Carlos Gutiérrez M.

Como si nada estuviera ocurriendo. Como si el sistema económico, social, político y cultural, la forma de gobierno y de Estado, la geopolítica en todas sus variables y todo lo que le concierne no estuvieran conmocionadas, cuestionadas, todas y cada una de ellas por la crisis potenciada en unos casos y suscitada en otros por el covid-19.

Como si la vida misma, en todas sus manifestaciones, con la naturaleza como un todo, no le estuviera enviando un mensaje a la especie que ha colonizado con su inmenso poblamiento todos los rincones del planeta, excluyendo, arrinconando, llevando a la extinción a muchas otras.

Como si el año 2020 no estuviera marcando con tinta indeleble un tiempo y una época que nadie que la haya vivido olvidará. Así, impertérrita, como esfinge, se mantiene y actúa la clase dominante en Colombia, con especial relieve la fracción que ocupa la Casa de Gobierno.

Sus propuestas pospandemia, como un intento por sacar a flote el país de la crisis que hoy le abate, así permiten concluirlo. Tal es la sensación desprendida del mensaje entregado al país el pasado 20 de julio por el Presidente, cuando propuso avanzar hacia el “nuevo compromiso por el futuro de Colombia” (1), iniciativa resumida en una serie de proyectos radicados en el Congreso de la República.

Así como el anuncio de aceleración de otro conjunto de medidas ya integradas en el Plan de Desarrollo o en otros instrumentos del actual gobierno, todas las cuales –según lo adelantado por él– implicarán una inversión para los próximos años por 100 billones de pesos en pro de la creación de un millón de puestos de trabajo y la articulación de la acción público-privada con el propósito de enfrentar la crisis actual.

Por las cifras que soportan la propuesta gubernamental, que llama a un pacto o acuerdo nacional, pareciera insensato aludir a una clase en general y una fracción en particular de la misma, la gobernante, actuando como esfinge, pero no es exagerado, conclusión desprendida del tipo de medidas que activan el “nuevo compromiso por el futuro de Colombia”.

Soportada sobre cuatro metas –empleo, crecimiento limpio, compromiso con los más pobres y fortalecimiento del campo– (2), los programas, acciones y políticas de todo orden que las mismas implican no hacen más que prolongar un modelo económico y social que es origen y/o propiciador de la crisis que la propuesta oficial pretende enfrentar en sus consecuencias.

Nada más absurdo. Tal vez una de las iniciativas proyectadas tiene que ver con una relación diferente seres humanos-naturaleza (crecimiento limpio: proyectos eólicos, solares, geotérmicos para producir energía renovable), ya que en el resto de las iniciativas retomadas por la propuesta oficial no hay un cuestionamiento o transformación sobre la manera como se entienden la economía, la agricultura, el medio ambiente, la salud y todo el sistema que vela por ella, la organización territorial, la importancia de la tierra para nuestra sociedad, el papel del campesinado, la pobreza, y el camino para enfrentarla y superarla, entre otros aspectos.

Esto, por no aludir a notables ausencias como la participación directa y decisoria de los millones que somos, que requeriría avanzar hacia un modelo social pospandemia, consciente de la inestabilidad biológica en que hemos entrado, la misma que avisa de la muy probable recurrencia de este tipo de crisis, bien por efecto ‘espontáneo’, bien como consecuencia de las luchas interimperialistas que marcarán las próximas décadas de nuestra sociedad global.

Según esta lógica impertérrita, en unos meses todo regresará por los mismos canales por donde veníamos, y de ahí los énfasis en construir autopistas a lo largo y ancho del país (para que tenga “[…] más vías para la competitividad”), o regresar la vista sobre el campo y sus actores para que asuman como “[…] emprendedores del campo”, o la insistencia misma en el fracasado modelo ambiental, de minería e hidrocarburos “[…], sometidos a prácticas cada vez más sostenibles”, como proseguir con un modelo de educación superior –Generación E– con […] 180.000 jóvenes en educación gratuita”.

Aquellas son insistencias en un modelo económico –motor de la actual crisis– que no repara en la necesidad de cambio estructural a partir de tomar nota de la infinidad de enseñanzas que la crisis arrojó a nuestros rostros.

Por ejemplo, que los campesinos pequeños y medianos salvaron al país de una crisis alimentaria de dolorosas consecuencias y que su labor evidenció, una vez más, la necesidad de una redistribución de la tierra como vía óptima para emprender un amplio proyecto nacional en pro de justicia, convivencia armónica y soberanía alimentaria.

Es irracional no asumir un proyecto que estimule y dinamice la construcción de un amplio tejido social hacia un mercado nacional con los frutos de su labor, a la par de recuperar semillas nativas de toda índole para romper el monopolio que de las mismas mantienen multinacionales como Bayer-Monsanto, ChemChina, Corteva, con impactos negativos para nuestra sociedad de diverso tipo.

Las que hemos vivido son enseñanzas inocultables a la luz de la manipulación-destrucción de la naturaleza, como que el mayor potencial con que contamos como país precisamente es su extensión en selvas, bosques, agua, páramos, mares, lagunas, manglares, climas, elementos

Éstos se debieran conservar y disfrutar como parte de nuestro ser nacional, dejando en su interior todo aquello que ha conducido al país a depender de unas exportaciones que no le permiten construir un camino propio, al centro del cual esté la propia vida, en toda la extensión de la palabra.

Tales advertencias de la crisis llaman a tomar un rumbo diferente para construir el país que anhelamos, en beneficio de los 50 millones que somos, a partir de otra concepción de la producción en la cual la competitividad ya no deberá ser el motivo de la dedicación de nuestra fuerza de trabajo y sí la complementariedad con otros muchos pueblos para superar entre todos los faltantes que tenemos en cada uno de nuestros países, a la par de potenciar sus cualidades y fortalezas.

Un ser humano para la complementariedad debiera ser un reto de nuevo tipo por afrontar como especie la lección de la pandemia, y no la nefasta competitividad que implica definir y centrar el modelo económico y político alrededor de las expectativas del gran capital, lo que obliga a cada país a reducir o congelar salarios, minimizar impuestos, abrir sus recursos de toda índole para que de ello se beneficien los ricos del mundo.

buscando por todos los medios que capitales sin destino fijo miren sobre este país en vez de hacerlo sobre otro, que también obra como nosotros –reduce impuestos, ofrece garantías de todo tipo–, competencia que solo beneficia a terceros: a las multinacionales.

Hay una reiterada competitividad, para la cual no se supera el nefasto modelo de transporte a partir de diésel o gasolina, altamente contaminante, y para el que resulta necesario seguir tumbando monte para abrir más vías, ahora llamadas autopistas de cuarta o quinta generación: autopistas que, como ya sabemos, serán concesionadas –privatizadas es la palabra castiza–, negocio de otros emporios.

¿Y el reivindicado medio ambiente? ¿No será más efectivo, en perspectiva de aportar a la neutralización del cambio climático, retomar el desecho modelo férreo, construido por el país a lo largo de décadas y desmontado en pocos años para favorecer al empresariado del transporte en camión? ¿Y el transporte sobre las aguas de los virtuosos ríos con que cuenta el país? ¿Y sus mares que ya no reciben los buques de la Flota Mercante Grancolombiana?

¿Qué modelo educativo requiere el país para afrontar con nuevos ojos la necesidad de trabajar para el beneficio justo de todas las personas que lo pueblan? ¿Será suficiente para ello financiar el estudio de 180.000 jóvenes por año o, como desde hace décadas lo reclaman, será indispensable ampliar la gratuidad de la educación a todos los niveles y para todas las áreas?

Una educación, por demás, integrada como siameses con un proyecto de ciencia y tecnología soportado sobre el mejor saber acumulado por la humanidad a lo largo de siglos, lo que implica e integra el saber de los pueblos originarios, así como de los afrodescendientes, campesinos y otros sectores sociales que portan en su memoria otras formas de asumir la vida, todas las cuales les han permitido sobreponerse a siglos de exclusión, violencia, negaciones y persecución.

Sus pares

Convencidos de que el camino impuesto al país no es nefasto, los pares de los gobernantes –empresarios que los financian y se lucran de cada cuatrienio– no disimulan sus intereses ni la razón de ser de sus vidas, la misma que ahora está y seguirá cuestionada por esas otras fuerzas de la naturaleza que esperan permanecer sin seer removidas.

Al ser preguntado Bruce Mac Master, presidente de la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia (Andi) sobre los proyectos que faltarían para presentar al Congreso, en vías a reactivar la economía, su respuesta es concluyente: “[…] la única alternativa [sic] que tiene el país para salir adelante es impulsar al empresariado”.

Entendemos que quería decir “opción” (3). Tal concepción se reafirma al responder otra pregunta: “Cuál sería la estrategia para motivar a los inversionistas”. Y la respuesta es tajante: […] esto se logra en una de dos formas: o cambiamos todo el régimen empresarial colombiano […] de manera que realmente nos volvamos un sitio atractivo o generamos un régimen especial para las nuevas inversiones” (4).

El empresario cabalga, igual que el Gobierno, sobre el tradicional recetario neoliberal, incorporado en sus cuerpos hasta la médula ósea, lo que le impide abrirse ante las enseñanzas que va dejando la coyuntura en curso.

Y de ahí que su sueño sea flexibilizar (pagar bajos salarios y eliminar cualquier derecho de los trabajadores), reducir –ojalá eliminar– toda obligación tributaria, desregularizar para “[…] quitar muchas de las desventajas que tenemos creadas […]”. En particular, una tributación justa le parece al empresario un exabrupto, ya que “[…] el enfoque lógico de un proyecto tributario tiene que basarse en generar un incentivo para que haya más compañías produciendo más cosas y generando empleo” (5).

Es viejo el recetario que se ha inyectado poco a poco, reforma tras reforma, durante los últimos 40 años en el mundo del trabajo colombiano, sin renunciar a más reformas, siempre sobre los hombros de quienes venden su fuerza de trabajo. Sorprende la dogmática, más cuando la evidencia de la parálisis productiva, obligada por el confinamiento, demostró una vez más precisamente que quienes crean riqueza son quienes operan de diferentes maneras la producción, y con ello que “es el trabajo lo que crea el capital y no al revés” (6).

Pero como su concepción es inversa, es a ellos, a los empresarios, a quienes debiera privilegiar la sociedad mediante todo tipo de leyes y normas. La desregulación laboral, las concesiones tributarias, las zonas especiales en las cuales el país sede soberanía y el capital procede a sus anchas, es su sueño dorado. Es un sueño realizado a plenitud en otras latitudes y cuyo resultado global es la concentración de la riqueza, resumida en el abismal 1-99 por ciento, además del imparable cambio climático, como la extensión del autoritarismo por los cinco continentes.

Lejos de su concepción de vida, de trabajo y de país, como de quienes habitan la Casa de Nariño, un proyecto de nación soberana, proyectada al mundo, integrada en primer nivel con los países bolivarianos, y a renglón inmediato con los restantes de la región, tanto inmediata como caribeños; país humanista, comprometido con la justicia y la redistribución de la riqueza.

Y garante de manera cierta de todos los derechos fundamentales, vinculante de toda sus población a la discusión, la decisión y la dirección de su destino colectivo como materialización efectiva de una democracia plena, participativa, radical y plebiscitaria; un país con una banca para el fomento del proyecto nacional, en el cual quede a un lado la financiarización de la economía y, por tanto, donde la producción cierta de lo necesario para la vida desplace de su lugar de privilegio a la especulación financiera.

Otra visión de país, apegada a las lecciones de la vida, que para definirla y operarla demanda, como también lo postula su contraparte, un Acuerdo Nacional, esta vez para darle forma a una Segunda República, con garantía de participación plena de las fuerzas motrices de nuestra sociedad, las que realzó el confinamiento y sin exclusión de ninguna otra.

Son lecciones de la pandemia que llaman a la humanidad a frenar ante el desfiladero que bordea.

  1. https://id.presidencia.gov.co/Paginas/prensa/2020/Juntos-construimos-pais-Discurso-Presidente-Ivan-Duque-instalacion-sesiones-ordinarias-Congreso-2020-2021-200720.aspx.
  2. https://id.presidencia.gov.co/Paginas/prensa/2020/Presidente-Duque-planteo-nuevo-Compromiso-por-el-Futuro-de-Colombia-200720.aspx.
  3. “Lo que tenemos que hacer es alimentar la economía, no desangrarla”, El Nuevo Siglo, julio 26 de 2020.
  4.  íd.
  5. íd.
  6. Vandepitte, Marc, “El coronavirus y el fin de la era neoliberal”, www.rebelion.org, 30/07/2020.

*Director de Le monde diplomatique, edición Colombia. Editorialista de Desdeabajo.com


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