El Cuidado en tiempos de Pandemia – Por Nuria Alejandra Ape

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Históricamente ha existido una desigualdad entre varones y mujeres respecto a las tareas de cuidado, es decir, aquellas acciones que resultan imprescindibles para la sostenibilidad de la vida. Sabemos, además, que recaen casi exclusivamente sobre nosotras, las mujeres. Aun cuando tengamos un trabajo remunerado fuera de nuestras casas, nos encargamos de cuidar y de gestionar los cuidados. E incluso cuando se contrata personal de casas particulares, quienes lo toman, son mujeres. Los cuidados están feminizados.

La pandemia por COVID-19 puso en evidencia, y de manera contundente, la centralidad del trabajo de cuidado y la inequidad a la hora de distribuirlo entre varones y mujeres. También ha demostrado cuán interdependientes somos como seres humanos… Lejos de ser una tarea sencilla, la sostenibilidad de la vida comporta conocimientos específicos, consume tiempo y tiene una gran carga emocional. Implica una serie de actividades que las sociedades capitalistas, como la nuestra, no valoran por considerarlas “innatas” a la condición femenina.

La reclusión en los hogares por el aislamiento social, preventivo y obligatorio y la consecuente supresión de las actividades presenciales de educación, esparcimiento, socialización y actividades económicas, colocó sobre la mesa la cuestión de los cuidados y la convivencia intrafamiliar, y reveló, para muchos, el papel trascendental que juegan en el devenir de la humanidad. Un aspecto sobre el cual las economistas feministas vienen insistiendo desde hace tiempo. Educar, alimentar y sostener afectivamente son tareas productivas, económicas y generadoras de valor.

Ante el contexto actual de la pandemia, la sobrecarga física y mental que implica el cuidado de nuestros seres queridos, y el teletrabajo, al que resulta difícil poner límites, nos lleva a perder espacios para el auto cuidado personal. ¿Cuántas horas destinamos las mujeres a las tareas de cuidado y cuántas al ocio? En la “antigua normalidad”, y de acuerdo con la Encuesta sobre Trabajo no Remunerado y Uso del Tiempo – implementada como módulo de la Encuesta Anual de Hogares Urbanos, realizada por el INDEC, en el tercer trimestre de 2013– las mujeres dedicaban 6,4 horas diarias al trabajo no remunerado (tareas domésticas, apoyo escolar y cuidado de niñxs, adultxs mayorxs y personas con discapacidad), contra las 3,4 que declararon cumplir los varones encuestados. En tiempos de pandemia estos números han aumentado considerablemente, superando las recomendaciones respecto a la salud mental, la calidad de vida y el tiempo libre.

En el caso de las mujeres que tenemos trabajo remunerado, el teletrabajo no es algo nuevo, pero llegó sin previo aviso y sin tiempo para prepararnos. Debemos reconocer que para las que nos ausentamos muchas horas fuera de nuestros hogares, ha tenido algunas ventajas en la vida familiar, al poder estar más tiempo con nuestrxs hijxs, sin cumplir horarios pautados y dejar de sentir angustia por nuestras ausencias. Pero a su vez, fueron surgiendo obstáculos que, en el transcurso de los días de la cuarentena, se hicieron más difíciles de transitar: la falta de tiempo para una misma y el aumento considerable de las tareas domésticas y de cuidado, ya que la escuela y las actividades extraescolares se trasladaron a los hogares. Si antes del aislamiento, una parte de nuestro trabajo no remunerado se destinaba a realizar tareas de apoyo escolar, con la cuarentena, el tiempo dedicado a ellas se incrementó notablemente. Ya no se trata solo de apoyar, ahora debemos organizar, planificar y orientar la educación de nuestrxs hijxs.

Para las trabajadoras precarizadas o informales, la situación es más acuciante. Sabemos que el trabajo en casas particulares es uno de los principales empleos femeninos. Según el informe elaborado por la OIT, en abril de este año, aproximadamente un millón de mujeres en la Argentina se desempeñan como trabajadoras domésticas. El 75% de ellas no están registradas. Esto significa que no tienen acceso a derechos laborales como la obra social y la licencia por enfermedad. En un contexto amenazante para salud, pérdidas como estas adquieren otro peso en sus vidas y en las de sus familias.

Cierto es que, a fin de paliar las consecuencias económicas que trajo la pandemia, el Estado ha otorgado transferencias monetarias como el Ingreso Familiar de Emergencia y el aumento significativo del monto, tanto de la Tarjeta Alimentar como el bono extraordinario de la Asignación Universal por Hijo. Pero eso no salda la gran deuda que existe con el tema de los cuidados.

Resulta claro que los cuidados no son un problema de las mujeres, sino un asunto social que nos concierne a todxs: a las familias y las organizaciones de la sociedad civil, a las empresas y al Estado, a los varones y las mujeres. La pandemia ha permitido dimensionar y apreciar, como nunca antes, que somos las mujeres las que llevamos adelante la mayor carga en materia de cuidados. Es momento de insistir, entonces, en el reclamo por la corresponsabilidad de los cuidados y transformarlo, de una vez, en un tema prioritario de la agenda pública, debemos prepararnos para encarar el debate por un Sistema Nacional y Universal de Cuidados. Al respecto, tenemos a mano la experiencia que se está desarrollando en el Uruguay. En 2015, el Congreso del país hermano aprobó la Ley N° 19353/2015 por la cual se creó un Sistema Nacional de Cuidados integrado por los Ministerios de Desarrollo Social, Educación, Trabajo y Seguridad Social, Salud y Economía. Dicho sistema promueve la implementación de políticas públicas destinadas a atender las necesidades de personas mayores de 65 años en situación de dependencia, niñxs de 0 a 3 años y personas con discapacidad severa, a través de prestaciones de cuidados integrales. A su vez, visualiza como responsabilidad de toda la sociedad el cuidado de las personas que no tienen autonomía; la conciliación de la vida laboral con la reproducción familiar; la regulación de los servicios públicos y privados, y destaca la importancia de lxs cuidadorxs.

Es urgente y necesario, pensar, discutir, diseñar y aplicar políticas públicas que hagan del cuidado –y el auto-cuidado– un derecho de todxs. Porque las tareas de cuidado no son tareas de mujeres, tampoco muestras de amor. Ya lo dijo la feminista italiana, Silvia Federici: “eso que llaman amor es trabajo no pago”.

Acerca de la autora / Nuria Alejandra Ape

Abogada. Especialista en Seguridad Social y Género. Docente-investigadora de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.

Fuente-Revista Mestiza de la Universidad Nacional Arturo Jauretche


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