Perú | Alta tasa de mortalidad: al menos 7 peruanos mueren cada hora por el coronavirus

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La pandemia del COVID-19 no ha tenido contemplaciones con el Perú: hasta el momento, 28.471 personas han muerto a causa de esta infección, de acuerdo con el Ministerio de Salud (Minsa). La cifra solo toma en cuenta a las víctimas que han sido diagnosticadas con una prueba de descarte. Por ello, los números variarán a medida que el Gobierno analice y evalúe los registros.

Con las cifras oficiales se puede establecer que, desde que se reportó a la primera víctima –el 19 de marzo pasado– hasta la fecha, un promedio de 176 personas han muerto cada día por el virus en el Perú. Al menos, siete fallecidos cada hora.

Una tragedia que es considerada ya el evento de salud pública más letal de los últimos años, y cuyo impacto se puede medir también bajo una perspectiva histórica: por ejemplo, esta pandemia ya se llevó la vida de 91 veces más peruanos que la gripe AH1N1 en el 2009; y 10 veces más personas que la epidemia del cólera de 1991.

El COVID-19 también ha sido más letal que el terremoto de Pisco del 2007 (registra 47 veces más muertos), y el Mega Niño de 1997 y 1998 (77 veces).

—Escenario mundial—

Esta semana, la noticia dio la vuelta al mundo: el Perú se convirtió en el país con la mayor tasa de mortalidad por habitante debido a la pandemia luego de superar a Bélgica, según los datos del Coronavirus Resource Center de la Universidad Johns Hopkins (EE.UU). El índice peruano se ubica en 88 fallecidos por cada 100 mil habitantes.

El Gobierno Peruano atribuyó ese primer lugar al sinceramiento en el número de víctimas reportadas en el Sistema Informático Nacional de Defunciones (Sinadef) como casos sospechosos, pero que finalmente fueron incluidas en el registro oficial de decesos por COVID-19. En las últimas semanas, se han sumado 7.436 decesos como parte de ese desfase.

El jueves, el primer ministro Walter Martos dijo que la alta tasa de mortalidad por la pandemia respondía, entre varios factores, a que “se está transparentando el número de fallecidos”. ¿Pero qué pasaría si calculamos el índice de víctimas por cada 100 mil habitantes sin tomar en cuenta esos 7.436 decesos recientemente añadidos? Si así fuera, el índice de 88 pasaría a 65,1. Con ello, el Perú volvería al segundo lugar del ránking mundial, y seguiría por encima del Reino Unido, España y Chile.

Y los números siguen al alza. Solo entre julio y agosto, el índice de fallecidos por habitantes se triplicó en el país: pasó de 30,7 (al 30 de junio) a los actuales 88. Ese aumento coincide con el período de flexiblización de medidas restrictivas por parte del Estado, las cuales se iniciaron desde el 1 de julio pasado.

—Perspectivas—

Según explicó Fernando Mejía, investigador principal del Instituto de Medicina Tropical Alexander Von Humboldt, de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH), el registro de muertos es “muy variable” en cualquier país. “El Minsa solamente reporta a los pacientes que tienen una prueba confirmatoria. La mortalidad tiene que ver con la infraestructura, con lo que se le ofrece al paciente y en el momento en que se le ofrece. El oxígeno es un medicamento importantísimo ahora”.

Para Elmer Huerta, experto en salud pública, lo primero que hay que recordar es que el fallecimiento de un paciente con COVID-19 “es el último eslabón de una cadena que empieza con el contagio”.

“¿Cuál sería el recorrido de una persona que se infecta hoy y fallece? Pues, presentará los primeros síntomas hacia el 4 de setiembre. Pueden pasar cinco semanas desde la infección hasta la muerte, por lo que en setiembre podríamos ver un incremento de fallecidos debido a que en agosto subió el número de infectados de manera increíble”, sostuvo.

En esto coincidió Miguel Palacios, decano nacional del Colegio Médico del Perú: “En setiembre podría darse ese aumento significativo. No olvidemos que aún se evalúan casos sospechosos en el Sinadef, así que la cifra de fallecidos podría duplicarse. Esta situación requiere un cambio urgente de estrategia desde el Gobierno. Más pruebas moleculares en lugar de rápidas; aislar a los infectados y a sus familias; y un control comunitario de los casos con juntas vecinales o grupos sociales”.

El Comercio


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