Bogotá y Washington – El Tiempo, Colombia

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Desde la crisis que tuvo lugar a mediados de los noventa, cuando el Gobierno de Estados Unidos le retiró la visa al entonces presidente Ernesto Samper y el término ‘descertificación’ estuvo en boca de todos por la desaprobación de la Casa Blanca a la lucha antidrogas del país, la relación binacional entre Washington y Bogotá ha navegado aguas relativamente tranquilas. Es claro que el tema del narcotráfico la ha determinado, con algunas pocas excepciones. Es imposible en este sentido no mencionar como un hito la manera como se concibió y se concretó el recordado Plan Colombia. Esta iniciativa, clave para haber inclinado la balanza en la confrontación con las Farc, se mantuvo, no obstante los ires y venires de la política en Washington, con presidentes tanto demócratas, Bill Clinton, como republicanos, George W. Bush. También continuó sin importar que variara el partido con mayorías en Senado y Cámara del Congreso estadounidense.

Todo ello bajo unas reglas de juego marcadas por una política exterior del país del norte trazada a la luz de intereses nacionales de largo plazo por el Departamento de Estado y que tendían a prevalecer sobre las diferencias entre republicanos y demócratas. Por el lado colombiano también se puede hablar de continuidades en este frente. Preservar y fortalecer una relación bipartidista ha sido un verdadero interés inamovible de la política exterior colombiana en los últimos años.

No puede el país entrar en la lógica, marcada por la necesidad de conquistar votos en la Florida, que ahora propone Donald Trump.

Así fue hasta la llegada de Donald Trump a la Oficina Oval. Si algo ha caracterizado su presidencia ha sido la forma como la política exterior de su país ha estado cada vez más sujeta a su personalidad. Todo, en detrimento del papel del Departamento de Estado como responsable y gestor de las decisiones en tal frente. Hoy es extendido y sólido el consenso en Washington sobre los días opacos que vive dicha dependencia, relegada como nunca antes por un presidente que aspira a controlarlo todo. El contraste entre los más recientes pronunciamientos del presidente en relación con Colombia, todos en función de su anhelo por conquistar votantes en Florida y la declaración, sin duda cuestionable, del embajador de su país en Bogotá, Philip S. Goldberg –funcionario de carrera diplomática– en la que pide a políticos colombianos no entrometerse en la contienda electoral de su país, muestra a las claras dicha tensión.

Con todo, hay que advertir que, tal y como ya lo han hecho algunas figuras de la política, que Colombia tome ese mismo camino sería un grave error, sobre todo a la luz de las buenas opciones que tiene el Partido Demócrata de salir bien librado en las elecciones del próximo martes. No puede el país entrar en la lógica, marcada por tiempos electorales, que ahora propone Donald Trump. Con todas sus falencias y su actual crisis, las instituciones del país del norte están llamadas a prevalecer y a ser las responsables de la relación con otros Estados. No sobra recalcar que en ninguna latitud las relaciones entre Estados pueden estar determinadas por las prioridades o, peor, los caprichos, de una persona o de equis o ye colectividad, sino por las de todo un país, para asegurar así que el bienestar general sea su único norte posible.

El Tiempo


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