NODAL pregunta | Nicanor Duarte Frutos, expresidente de Paraguay: «El espíritu de los gobiernos progresistas fue convertir a América del Sur en una voz potente y cohesionada»

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Entrevista a Nicanor Duarte Frutos, expresidente de Paraguay

Por Pedro Brieger, director de NODAL

En la Cumbre de las Américas de 2005 La República del Paraguay estuvo representada por su presidente Nicanor Duarte Frutos, que había asumido la presidencia en agosto de 2003 al frente del histórico Partido Colorado.  Paraguay se sumó a los otros países del MERCOSUR que rechazaron el ALCA y planteó la soberanía regional latinoamericana respetando la pluralidad mundial.  En este diálogo con NODAL Duarte Frutos realiza una mirada retrospectiva de la Cumbre y su visión de lo sucedido durante la misma.

Usted participó hace 15 años en la Cumbre de las Américas en la ciudad de Mar del Plata.  Allí llegó el presidente de los Estados Unidos George Bush para impulsar el ALCA, el Area de Libre Comercio de las Américas.  En dicha reunión los cuatro países del Mercosur y Venezuela se opusieron a la creación del ALCA. ¿Por qué Paraguay se opuso al ALCA?

El rechazo al ALCA de parte de Paraguay se enmarca en una experiencia política precisa: en 2003 asume un gobierno colorado que reivindica sus históricas pero olvidadas banderas de defensa de lo nacional, defensa del rol del Estado y reivindicación de nuestro continente latinoamericano como espacio geopolítico singular. Creíamos que en un mundo multipolar América Latina debía avanzar como polo de desarrollo integrado, uniendo las diversas capacidades de nuestros pueblos. Bajo mi gobierno, Paraguay rompe con décadas de alineamientos automáticos a las grandes potencias, y comienza a tener una política exterior más proactiva, tomando como punto de partida al sur, pensando desde ahí nuestra inserción en el mundo globalizado.

Hubo una coordinación previa entre los cinco presidentes para oponerse o fue surgiendo de manera espontánea? Hubo debates entre los cinco presidentes al respecto? ¿Hubo matices o diferencias entre ustedes o rápidamente se pusieron de acuerdo?

El espíritu de los gobiernos progresistas de esa época fue convertir a América del Sur en una voz potente y cohesionada que contribuya a una mejor gobernabilidad de la globalización que, hasta entonces, solo producía ganadores en los países del primer mundo. La tendencia en ese momento era recoger de la historia que cuanto más atomizados y alineados estábamos a los países centrales, más pobreza y menos ganancia íbamos a tener. Éramos los perdedores de la globalización. Se nos exigía, a través del consenso de Washington la liberalización del mercado, la desregularización del mundo financiero, libre circulación de bienes y capital, cuando en los rubros en los que éramos competitivos, no podíamos colocar en los mercados de Europa y los Estados Unidos por las medidas severamente proteccionistas. Era, evidentemente, un cinismo de los que alababan la globalización como el camino. Nosotros creemos que la globalización es inevitable por la revolución tecnológica y la dinámica comercial. Pero que si no armamos bloques en los países de desarrollo que tengan capacidad de discutir e influir en las decisiones de las normas reguladoras de la economía planetaria, siempre vamos a perder. Y seguiremos siendo países productores de materias primas de los bienes que ellos necesitan en una arbitraria designación de papeles por un puñado de países que tienen la supremacía científica, tecnológica y financiera.

En eso hubo una gran coincidencia entre los cinco presidentes. Hugo Chávez, Lula da Silva, Néstor Kirchner, Tabaré Vazquez y yo. El presidente de Chile Ricardo Lagos miraba hacia el cielo. Evo Morales y Rafael Correa todavía no habían sido electos presidentes en Bolivia y Ecuador.  Los cinco presidentes estábamos cohesionados. Chávez dirigía la cuestión estratégica, Kirchner era también el orador principal y Lula era el artífice, el eje, por el peso de la economía brasileña. Y Tabaré y yo éramos los auxiliares, los grandes fogoneros, pero que estábamos en sintonía.

-¿Cómo fue la reacción de los otros presidentes, aquellos que estaban de acuerdo con el ALCA y que tenían una fuerte presencia en la región como Alvaro Uribe de Colombia, Vicente Fox de México o Alejandro Toledo de Perú?

-Es importante el señalamiento de dichos presidentes para dar mayor magnitud a la posición paraguaya. La historiografía sobre los últimos 15 años ha practicado un ocultamiento sistemático de la posición paraguaya, con el único fin de construir el mito del “luguismo” (en referencia al expresidente Fernando Lugo, sucesor de Duarte Frutos, NdR) como supuesta primavera progresista de la historia de Paraguay, cuando dicho periodo en realidad fue el declive de un proceso que inauguramos nosotros en el 2003. El luguismo entregó el proceso que iniciamos a los poderes fácticos, por su incapacidad de gestionar niveles mínimos de gobernabilidad.

Por todo eso es necesario volver a recordar un contexto específico como el del 2005 donde pudimos haber apostado una vez más a la histórica subordinación de nuestras decisiones a intereses foráneos a nuestra realidad regional y continental. En lugar de eso, decidimos hacer escuchar nuestra posición propia, soberana, de decidida apuesta por nuestro espacio natural de desenvolviendo económico, social y cultural.

Mirado retrospectivamente ¿qué significó esa Cumbre para la región?

Fue un acontecimiento que dejó en claro la posibilidad de pensar a América Latina como un espacio geográfico con potencialidades propias de integración y desarrollo. Lastimosamente este proceso sufrió retrocesos, fragmentaciones y derrotas políticas. Hoy América Latina vive un contexto geopolítico diferente, donde hay una mayor fragmentación entre naciones, muy lejos de los niveles de sintonía que teníamos en los años 2000. En nuestro continente los presidentes tienen problemas graves de comunicación y coordinación de acciones conjuntas, y esto se debe en gran medida al debilitamiento de las instancias de diálogo y resolución de conflictos. Ese proceso de integración que se mostraba prometedor no pudo ir más allá de sus propias circunstancias, no pudo cristalizarse en instituciones eficaces, atractivas, capaces de perdurar. Por poner un ejemplo, ¿por qué fue tan fácil que países que eran parte del UNASUR salieran del mismo? Porque no había mucho que desmantelar en términos migratorios, arancelarios y administrativos. No habían derechos adquiridos que podían verse afectados por la renuncia a los tratados, dado que nunca se logró ir más allá de las buenas intenciones. Relanzar un proyecto latinoamericano debería volver a ponerse en el centro -por encima de las diferencias políticas e ideológicas de los circunstanciales gobiernos- a una idea estratégica de nuestro continente como terreno de instituciones sólidas, garantes de una integración efectiva, no meramente declamativa, que tenga beneficios concretos para nuestros pueblos.


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