Detrás de la «chica robot»

Nosotras movemos al mundo, nosotras lo paramos Intervención realizada durante la Marcha del 8M a partir de una fotografía tomada a compañeras trabajadoras de la economía popular (8/03/2018) La Plata, Argentina. Colectivo Wacha.
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Uno de los espacios invisibilizados y feminizados sobre los que ha operado la acumulación del capital, es el ámbito del empleo de hogar y de cuidados. Lejos de asumirse como necesidad, responsabilidad y derecho colectivo,ha sido escondido debajo de la alfombra (Roco, 2018). Considerándose como un déficit, problema y/o gasto, ha sido evadido tanto por los hombres como por los Estados. ¿Quién realiza estos trabajos? ¿En qué condiciones? ¿Nos hemos puesto a pensar por qué?

Más allá de las geografías y de los lugares del mundo que se habiten, el empleo de hogar y de cuidados se caracteriza por ser violento y desigual. Esto no es casual ni natural, es un constructo social, derivado de un modelo sostenido sobre un falso ideal de autosuficiencia, que niega la vulnerabilidad y la interdependencia como condiciones innatas ala vida, en todas sus formas y colores (Gutierrez y Navarro, 2018; Gonzalez Reyes, Gastó y Herrero, 2019). Este es el “lado oculto” que sostiene el conjunto del sistema socioeconómico (Carrasco, 2014).

Experimentar cómo los trabajos y las trabajadoras más indispensables para que “la rueda siga girando” son las menos valoradas genera indignación:“…todas esas tareas, como tener la ropa limpia, la comida lista y la crianza de los hijos, son necesarias para ir a trabajar todos los días, son necesarias para vivir y en la pandemia también quedó eso demostrado”(Evelyn Cano).

Detrás de la “chica robot” (Quintana y Roco, 2019) hay mujeres, lesbianas, travestis y trans de carne y hueso, con vida propia, afectos y proyectos. Junto a Evelyn Cano y Mercedes(Colectivo de Trabajadoras de Nordelta, Argentina); Delia Colque (Ni Una Migrante Menos, Bolivia); Pilar Gil Pascual y Liz Quintana (Tabajadoras No Domesticadas, EuskalHerría) y Rafaela Pimentel Lara (Territorio Doméstico-Madrid), reconstruimos diversas situaciones, vivencias y sentires de empleadas de hogar y de cuidado en diferentes geografías de Argentina, Bolivia y el Estado español.

Lo que no se nombra no se ve

Producto de la división sexual del trabajo que mencionamos anteriormente, el trabajo de hogar y de cuidados siempre ha estado marcado por la infravaloración, privatización e informalidad (Carrasco, Borderías y Torns, 2011). Incluso cuando se realiza de manera remunerada, continúa manteniendo estos elementos que se acentúan con regulaciones desiguales en términos de vulneración de derechos fundamentales.

El mínimo reconocimiento social, cultural, económico, político e institucional de este empleo opera generando impactos desiguales en este sector. Según datos de la OIT (2016), el 80 % de las personas trabajadoras de hogar y de cuidados a nivel mundial son mujeres —la mayoría perteneciente a países de Asia y Latinoamérica— y cerca del 90 % se encuentran en la economía sumergida, sin ningún tipo de protección social.

Esta desigualdad primaria ha marcado el curso de la historia de estos trabajos.

El prejuicio de que es natural la relación entre las tareas domésticas y el ser mujeres, hace que hoy en esta rama el 97 % seamos mujeres, es contundente.No tenemos derechos sindicales, 75 % trabajamos de forma no registrada, sin ninguna protección legal ante emergencia, ante algún accidente laboral, ante cualquier cosa que nos pase (Evelyn Cano).

Vacíos, omisiones e indefiniciones legales son parte y efecto de esta ceguera, que permite por acción u omisión un cúmulo de vulneraciones y abusos de derechos fundamentales.

Las trabajadoras de hogar somos como la última pescadilla que se muerde la cola, no se sabe dónde empieza nuestro trabajo, no se sabe dónde termina (…) porque no está escrito en la ley cómo se tiene que realizar. Hay muchas cosas que se han olvidado (…) se olvidan de regularnos la jornada nocturna, la regularización es por muy debajo del resto de trabajadores, encima no hay ningún sistema de control. Estamos dependiendo continuamente de la buena voluntad que tengan las personas que nos contratan (Pilar Gil Pascual).

A esta lista de olvidos, Rafa, desde Madrid, añade:

nosotras, hace muchísimos años que andamos reivindicando y sí que ganamos que una trabajadora de hogar pudiera tener un contrato por escrito, pudiera tener sus vacaciones o pudiera tener una baja laboral al tercer día que antes tenía que esperar 29 días. Es importante eso, pero sabemos que hay derechos muy básicos que todavía no los tenemos (Rafaela Pimentel Lara).

El empleo de hogar y de cuidados desde una perspectiva interseccional

El racismo presente en nuestras sociedades queda expuesto en su brutalidad en los trabajos de hogar y de cuidados (Moscoso, 2020; Parello Rubio, 2003 y Colectivo IOÉ, 2001). Mujeres, lesbianas, travestis y trans, trabajadoras empobrecidas y racializadas son las que sostienen este andamiaje perverso. En la crisis sistémica actual, vemos cómo el capital está logrando —una vez más— reforzar sus lugares de dominio y explotación. Machismos, fascismos y racismos se relanzan complejizando sus dispositivos y tecnologías. Opresiones múltiples son moneda corriente y producto de una deuda histórica que la pandemia profundizó: aislando, cosificando, discriminando y abusando vidas, cuerpos y derechos fundamentales.

Las violencias se cruzan, se superponen, dejan huellas que quedan en la piel.

Ya no me importaba más nada, no me importaba si me iban a despedir del trabajo, (…) no se podía soportar más la humillación y discriminación que ellos hacían, cuando nosotras vamos y hacemos el trabajo que le llaman ‘esencial’ ahora en la pandemia (Mercedes).

Las trenzas de la colonialidad se tensan de múltiples modos según cada cuerpo, rostro e historia. Y se acentúan exponiendo —si cabe— aún más a las mujeres migrantes y racializadas a violentos circuitos de esclavitud moderna.

Las mujeres migrantes llevamos como un peso de todo ese racismo que hay (…) mujer negra, mujer indígena, todavía es mucho más complicado en este tema porque realmente es como (…) una manera esclavizante de realizar este trabajo. Cuando es una persona migrante, no se reconoce el trabajo (Rafaela Pimentel Lara).

Finalmente, Mercedes nos recuerda el modo en que opera el entronque entre la falta de regulación y derechos laborales y sociales, y la exposición a la violencia de las migrantes a la voluntad de los empleadores:

Trabajé con compañeras que están con cama que son inmigrantes y la discriminación que ellas sufren es el doble que la de nosotras.No las dejan descansar, aprovechan su situación porque están solas (…) a mí miles de veces me han pedido chicas y cuando te piden chicas te dicen ‘si son de Paraguay o de Perú mejor’ y yo por dentro digo ‘…claro, porque si son migrantes las podes explotar más’ (Mercedes).


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