Arturo Murillo, el poderoso que hizo a Jeanine Añez presidenta de Bolivia – Por Julio Peñaloza Bretel, Especial para NODAL

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Julio Peñaloza Bretel, Especial para NODAL*

Hace por lo menos tres años que Arturo Murillo Pirjic dejó de pertenecer al territorio de las noticias y los acontecimientos relacionados con la gestión pública porque su perfil lo condujo, sin que por supuesto él mismo lo sospechara, a las arenas y a las aguas del periodismo narrativo, allá donde la frontera entre realidad y ficción queda borrada de un plumazo, de manera que concretar la ampliación de su prontuario no significa otra cosa que añadirle algunas rayas más al tigre.

Hay tres hechos no públicos que explican cómo gravitó el que fuera Ministro de Gobierno del régimen de facto, producto del golpe de Estado en Bolivia. El primero da cuenta de su respuesta ante la prevención que le hiciera un funcionario de la Cámara de Senadores –Murillo era Senador por los llamados “verdes” del Movimiento Demócrata Social (MDS)—cuándo éste le advirtió que lo que estaban a punto de hacer el 12 de noviembre de 2019 era ilegal, que por dónde se mirara, convertir a Jeanine Áñez en Presidenta de la Cámara Alta primero y a continuación en Presidenta de Bolivia, significaba asaltar el poder, interrumpir el Estado de Derecho. En respuesta a tal interpelación, Murillo reconoció que eso era cierto, pero que se procedería en esa dirección por la legitimidad que en ese momento les otorgaba la voz de la calle: Las clases medias urbanas enardecidas querían a Evo lejos de la silla presidencial sin que importara el cómo y menos las consecuencias que ahora empiezan a pagar.

El segundo hecho tiene que ver con comentarios que se escuchaban en los pasillos del Ministerio de Gobierno poblados por oficiales de la Policía Boliviana que a través de una escalada de motines consiguieron que la conspiración contra la presidencia de Evo Morales rindiera sus frutos. Dichos oficiales comentan que Murillo se ufanaba de ser Presidente del país, el que mandaba, hacía y deshacía, afirmando entre líneas, con la torpeza que lo caracteriza, que la señora Áñez era prácticamente una figura decorativa. En ese sentido basta recordar el viaje que “el Bolas” (el sobrenombre se lo puso quién lo introdujo en la política, el empresario y político Samuel Doria Medina) hiciera a los Estados Unidos, un mes después de consolidado el gobierno transitorio para entablar conversaciones con la OEA, y el departamento de Estado, explicando los objetivos que perseguía su gobierno, para el que solicitó, y en primera instancia consiguió, el respaldo del gobierno de Donald Trump.

Un tercer momento indicativo acerca del juego que ejercitaba a diario este autonombrado cazador de masistas (militantes del partido de Evo Morales) que en alguna entrevista televisiva declaró que le encantaban las armas, está relacionado con la ola de protestas sociales que se desataron en el país exigiendo elecciones para el 6 de septiembre y no como finalmente sucedió, fijadas para el 18 de octubre. En ese momento el recientemente fallecido dirigente aymara, Felipe Quispe, “El Mallku”, dijo que se alfombarían las carreteras de piedras para bloquear los accesos a las ciudades, lo que según el gobierno significaba impedir el paso de oxígeno para combatir el coronavirus. Pues bien, Murillo declaró su disposición de utilizar los agentes disuasivos que les compró a sus amigos Berkman con un sobreprecio de más de dos millones de dólares –hecho delictivo que lo tiene preso en una cárcel de Miami–, y de “meter bala” si era necesario para garantizar que los caminos quedaran expeditos para el paso de los camiones sisternas. Fueron su colega Oscar Ortíz y Branko Marinkovic , ministros de Economía en distintos turnos, quienes impidieron lo que pudo haber significado un baño de sangre mucho peor que el perpetrado en noviembre en Senkata y Sacaba, localidades de La Paz y Cochabamba en las que murieron 38 personas a manos de fuerzas militares y policiales, y sobre las que Murillo sin ningún rubor afirmó que “se habían disparado entre masistas”.

Los tres hechos descritos, pintan en plano entero al personaje. Arturo Murillo diseñó y ejecutó la llegada al poder de Jeanine, junto a Oscar Ortíz, colega con el que terminaría enemistado por promover la devolución de unas acciones a la Empresa de Luz y Fuerza Eléctrica Cochabamba (ELFEC) y a las que éste se opuso. Ortíz fue destituido del gabinete de Ministros por la presidenta Áñez, acusado de ser portavoz de una poderosa logia de su departamento, Santa Cruz. De esta manera se rompió el triángulo que tomó por asalto la presidencia de Bolivia –Ortíz era Senador, lo mismo que Áñez y Murillo–, asunto sobre el que el resto de la oposición, aquella que había promovido la caída de Evo, terminó pagando una monumental factura con la derrota electoral soportada por Carlos Mesa de Comunidad Ciudadana (CC) contra el binomio del Movimiento al Socialismo (MAS) conformado por Luis Arce y David Choquehuanca.

Murillo les tomó el pelo a todos quienes los encumbraron hacia el poder. Se estornudó en ellos que por si fuera poco, varios terminaron contagiados de coronavirus. Y por supuesto que sin importarle, aceleró el desgaste opositor y dinamitó la relación con los Estados Unidos que terminó soltándole la mano a la desorientada Jeanine Áñez.

Algún fino analista dice que Arturo Murillo ejercitó maniobras envolventes, desplegó cortinas de humo, puso a funcionar maniobras distractivas de perescución y criiminalización con el excluyente propósito de amasar dinero a manos llenas. Lo de la compra de material antidisturbios (gases lacrimógenos) y que involucra al ex ministro de Defensa, Fernando López, a su ex jefe de Despacho, Rodrigo Méndez, a un ex cuñado, a un par de policías de su confiazna, y a sus amigos de juventud Berkman, padre e hijo, sería una pequeña porción del conjunto de tropelías maquinadas y concretadas desde su poderoso despacho represivo.

Lo mismo que Al Capone, Murillo está detenido y será juzgado por un asunto menor –sobornos y lavado de dinero, pecado imperdonable para el sistema financiero de los Estados Unidos—cuando de lo que debería rendir cuentas en primer lugar es por las muertes de ciudadanos producidas el 15 y el 19 de noviembre en las ya mencionadas Sacaba y Senkata sobre las que un informe de la Universidad de Harvard titula “Nos dispararon como animales.” En otras palabras, Murillo, por lo menos por ahora, será juzgado por corrupto, no por asesino.

*Periodista Boliviano


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