Chile | Se acabó la Transición, se acabó el Partido del Orden – Por Marcelo Mendoza

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Marcelo Mendoza(*)

Ni el más pitoniso de los analistas políticos podía imaginar que recién el 16 de mayo de 2021 se iba a acabar la interminable transición política chilena. Mire usted. Se sabía que el combo de las cuatro elecciones en este Súper Mayo eran los comicios más relevantes desde el plebiscito del año 1988 que puso fin a la dictadura. Lo que no se sabía es que, tras el recuento de los votos en las cuatro contiendas en juego (de constituyentes, gobernadores, alcaldes y concejales), se produciría un terremoto político de aquellos; sus efectos, como una bomba de racimo, iban a herir amplios territorios de la otrora tan ordenada composición política institucional del país. En medio de la pandemia, en unas elecciones que inusitadamente se realizaron en dos días –es decir, en un contexto anormal y desfavorable, donde además se jugaban las cartas para la composición de dos nuevas instituciones democráticas (Convención Constitucional y gobernaciones)–, pocas veces podría haber menos discrepancia en cuanto a interpretar lo que la ciudadanía dirimió: el final de aquello tan bien definido como el Partido del Orden. El decorado de caos, desgobierno y descomposición institucional fueron el telón de fondo.

Es cierto: no todo se define en elecciones en una democracia, aunque se tenga la ilusión de que sí. En estricto rigor, los poderes fácticos tienen un peso específico que vale más que la soberanía popular ejercida con los votos. Sin embargo, cuando se vive en un desgobierno como el actual difícilmente aquellos poderes supra eleccionarios podrán hacer gran cosa para revertir lo que hoy dictaminan las urnas.

Huelga enfatizar que la elección más importante fue la destinada a elegir a los 155 constituyentes. Sobre ello, primero debe consignarse que esta inédita oportunidad (nunca en la historia de Chile una Carta Magna surgió de manera democrática) sólo fue posible gracias al deseo del pueblo –no de los partidos de oposición (“están fumando opio”, decía hace pocos años el socialista Camilo Escalona cuando se exigía cambiar la Constitución de Pinochet)– que el 25 de octubre pasado en un plebiscito decidió derribar el rayado de cancha de la dictadura y que esto ocurriera con la elección ciudadana de constituyentes. Tampoco debe dejar de reiterarse lo más decisivo: la revuelta popular de octubre del año anterior, que movió el piso del orden establecido en un país que parecía modélico en la región por su aparente estabilidad política y económica, pero que guardaba tanta basura debajo de la alfombra. Sin octubre de 2019 no pudo haber octubre de 2020 y sin octubre de 2020 no pudo haber mayo de 2021. Esto quiere decir que esta vez no fue la ordenada y consentida élite quien fijaba el destino preclaro del país, sino una masa anónima y convulsa que, harta de un modelo político y económico ultra neoliberal asfixiante, sencillamente estalló gracias a la mecha del salto de torniquetes que marginados escolares sin premeditación ni alevosía acometieron porque no eran 30 pesos sino 30 años.

Los resultados de lo que sucedió entonces los acabamos de evidenciar ahora. En una tormenta perfecta, con el gobierno más inepto del que tengamos noticia, esta vez desde las urnas se expresó lo mismo que estalló el 18 de octubre de 2019: el rechazo a la política patriarcal que los partidos de los distintos gobiernos y oposiciones, en maridaje con el empresariado, llevaron a cabo hasta que todo reventó. Y donde más se puede evidenciar esta debacle (aunque no sólo allí) es en la composición que tendrá la Convención Constitucional, donde la mayoría de sus integrantes serán mujeres, independientes, jóvenes, de regiones, e incluso miembros de los invisibilizados pueblos originarios, nombres que usted escuchará por primera vez pues nunca antes habían sido parte de protagonismo político alguno.

El gobierno y la derecha sufrieron una derrota de proporciones: no podrán contar con el tercio que pretendían asegurar para vetar cualquier intento de cambio sustancial al estado de las cosas. Pero también la oposición co-constructora del status quo que nos rige fue golpeada. Tan sólo 37 constituyentes de los partidos de Chile Vamos y 25 de los partidos de la ex Concertación (con gran predomino socialista y en donde incluso hay varios independientes) es lo que quedó del Partido del Orden. Por el contrario, quienes quisieron quebrar este duopolio (la izquierda, que es el Frente Amplio y el Partido Comunista, incluyendo también a independientes y a esa rareza llamada Federación Verde Social) han refrendado este quiebre obteniendo 28 constituyentes. Y fuera de todo este panorama más o menos conocido, la gran sorpresa son los 41 independientes (entre ellos, los 17 escaños de los pueblos originarios y los 11 agrupados como “Independientes No Neutrales”) y los 24 constituyentes de la asombrosa Lista del Pueblo, que representa eso: al pueblo; a chilenos desconocidos, a la calle, a la gente que estalló en Plaza Dignidad y las otras plazas de cada región. Y es ella la que consigue, poniendo el cuerpo y los votos, definir el rayado de cancha del Chile del futuro.

No puede ser más esperanzador e incierto lo que nos depara el futuro político y social del país. Y esta incerteza incluye, en lo inmediato, las presidenciales. Lo único verdaderamente claro, ahora, en el día después, es que la eterna transición chilena ha terminado. Llevándose por las riendas a su principal sostén: el Partido del Orden. El poder fáctico del Rechazo, siempre en la parte alta de la tabla y del Gran Santiago, tirita. Ver para creer.

(*) Editor de Opinión de El Desconcierto.

El Desconcierto

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