El socialismo chileno en tiempos de definiciones: Contradicciones y desafíos – Por Nicolás Zeballos

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Por Nicolás Zeballos*

El Partido Socialista, para esta ocasión, decidió competir en primera vuelta bajo la figura de Paula Narváez, y ahora no tiene más que destinar la totalidad de sus recursos y energías en acompañarla para que represente lo mejor de nuestros principios y propuestas. Volver a pactar con los antiguos socios, especialmente con la Democracia Cristiana, evidenciaría la fragilidad de las decisiones tomadas por el partido, y parecería que están inspiradas en motivaciones electorales más que en profundas convicciones transformadoras. Es importante ser coherentes con las señales que hemos dado al resto de los partidos políticos, pero sobre todo a la ciudadanía, que ha podido ver, a través de los medios de comunicación, el desarrollo completo de todo este episodio. Hay veces en que los partidos políticos, por mucha historia que tengan, deben caminar en el desierto por algún tiempo para mirarse por dentro, despojarse de las ataduras que lo mantienen anclado a las viejas tradiciones, y adaptarse a los nuevos desafíos que emanan de este cambio de época.

“Esta es la gran tarea que la Historia nos entrega. Para acometerla, les convoco hoy, trabajadores de Chile. Solo unidos hombro a hombro, todos los que amamos a esta patria, los que creemos en ella, podremos romper el subdesarrollo y edificar la nueva sociedad. Vivimos un momento histórico: la gran transformación de las instituciones políticas de Chile. El instante en que suben al poder, por la voluntad mayoritaria, los partidos y movimientos portavoces de los sectores sociales más postergados”.
Salvador Allende, en el discurso que da inicio a su mandato.
Estadio Nacional, 5 de noviembre de 1970.

Muy en sintonía con la sociedad del espectáculo que impera en estos tiempos, la inscripción de candidaturas para las primarias legales fue, prácticamente, un reality show político durante toda la jornada. Seguramente, su transmisión en medios de comunicación y redes sociales (ya que fue la única manera, en definitiva, de ir informándose sobre el tema) fue seguida más por los militantes de cada partido que por la ciudadanía, aunque tuvo un final digno de una serie de intriga política. Al finalizar la jornada, y una vez sabido el resultado de las conversaciones, el desconcierto inundó el ánimo de los socialistas. Su respuesta inmediata fue apelar al orgullo y la dignidad de la historia partidaria y la figura de Allende, en buena parte justificada por el enojo que produjo la forma en que terminaron las fallidas negociaciones, pero sin hacer una mesurada reflexión sobre el motivo que llevó al fracaso de éstas.

Durante estos días han circulado varias crónicas y reportajes de prensa sobre la trastienda de la jornada, además de audios de whatsapp de parte de algunos protagonistas y afectados en las negociaciones. No tiene sentido centrarse mayormente en estos entretelones de la “política chica”, pero sí es pertinente establecer una cronología de los hechos para comprender el desenlace de lo ocurrido: todo partió la noche del domingo 16, una vez conocidos los resultados de la jornada de múltiples elecciones. Por una parte, buenos resultados para el Partido Comunista, el Frente Amplio, el Partido Socialista en las elecciones de alcaldes, concejales y Gobernadores Regionales, y una espectacular performance electoral para los postulantes independientes en la Convención Constituyente. En el lado contrario, pésimos resultados para el resto de los partidos políticos, especialmente para los de la Derecha y la Democracia Cristiana. Al día siguiente, este nuevo escenario condicionó las negociaciones que rápidamente se activaron en vista a las inscripciones para primarias legales del 18 de julio.

En el PS, comenzó a cobrar fuerza la posibilidad de, por primera vez desde recuperada la democracia, no asistir a una contienda electoral presidencial en alianza con la Democracia Cristiana. El hecho provocaba gran interés en el mundo de la opinología política y periodistas de la plaza, pero aún más grande fue la expectación al interior de la tienda socialista, básicamente porque, por fin, podría materializarse un sentido anhelo de la militancia, especialmente de base, a raíz de las cada vez más insalvables diferencias ideológicas y programáticas. La experiencia de la Nueva Mayoría en el gobierno contribuyó de sobremanera a exacerbar estos desacuerdos. En este contexto, cobraba fuerza la posibilidad de participar ya no de una primaria entre los partidos de la ex Concertación, ahora llamada Unidad Constituyente, sino de una que agrupara a las principales fuerzas transformadoras del escenario político actual: el Partido Comunista, los diferentes partidos que componen el Frente Amplio, y un amplio espectro social de personas movilizadas y organizadas de manera independiente a las estructuras políticas formales.

Fueron dos días de intensas negociaciones, tanto al interior de cada partido de la oposición como entre cada uno de ellos. Durante la tarde del día martes, la DC realiza una bochornosa performance en que su abanderada presidencial insinúa poner a disposición su candidatura, mientras el presidente del partido llama telefónicamente a la senadora y política mejor evaluada para pedirle que asuma el desafío. Provoste responde con un punto de prensa en que, con la cordura que no se había visto en sus correligionarios, denuncia el despropósito de la desesperada maniobra de su directiva. Ello desemboca en la renuncia del timonel falangista. En el PS, en tanto, en ese momento también se realizaban intensas reuniones de su comisión política, sin arribar a acuerdos al respecto. La última instancia para tomar la posición definitiva se realizó muy temprano el día miércoles, ya que ese mismo día, a las 23.59, vencía el plazo dispuesto por el Servicio Electoral. Una vez sabido que el PS abandonaría su alianza histórica con la DC para sumarse a la primaria del PC y FA, comenzaron a moverse otras piezas del ajedrez político de la centroizquierda: a las pocas horas de oficializar su postura, las directivas de Nuevo Trato y el Partido Liberal llegaron a la sede socialista para oficializar su apoyo a Paula Narváez en esta nueva primaria. Pasadas las 16 horas, hace lo propio el PPD y su ahora ex abanderado Heraldo Muñoz, en una jugada que se pensó bastante hábil en ese momento -incluyendo para quien escribe-, pero que terminó por desencadenar una tormenta en el marco de las negociaciones.

Al poco rato que Heraldo Muñoz oficializara su decisión, comenzó a circular el rumor que el acuerdo para primarias estaría truncado por la negativa del PC y FA a aceptar la participación del PDD, Nuevo Trato y el PL, aunque sea en el contexto de apoyo a la candidata socialista. Con posterioridad se supo que el rechazo a la participación de NT y PL provenía de algunos sectores del FA, incluido Convergencia Social a contrapelo de su candidato Gabriel Boric. Situación similar ocurría hacia el PPD, que además contaba con el rechazo del propio Daniel Jadue. Contribuyó a esto último, seguramente, el hecho que el propio Muñoz estuviera lanzando ataques al PC y su candidato de manera gratuita durante más de un año. Además, se decía que el Partido Socialista, con el apoyo del resto de las colectividades que lo secundaban, exigieron el compromiso de la confección de una lista parlamentaria única para los próximos comicios, con representación de cada partido según su fuerza electoral. Esto tampoco habría sido aceptado por las dirigencias del PC y el FA.

A eso de las 9 de la noche, ya era prácticamente un hecho que no había acuerdo: el PC y el FA llegaron juntos a las dependencias del SERVEL para materializar su pacto, dejando un documento que contenía el nombre de Paula Narváez y la firma de Álvaro Elizalde en caso que el PS quisiera sumarse finalmente, pero sin el resto de los partidos que durante la jornada habían comprometido el apoyo a su candidata. El timonel socialista, por su parte, llegó solo a las dependencias del servicio electoral con el objetivo de ratificar la decisión de no participar de ninguna primaria legal y llegar con su abanderada a primera vuelta, lanzando la polémica frase “No se humilla al partido de Salvador Allende”. Casi como un hecho anecdótico, el presidente del Partido Radical, ausente de las polémicas durante toda la jornada, permaneció varias horas esperando al interior del SERVEL la llegada de los partidos que quisieran participar de alguna primaria, cosa que no sucedió.

Después de la tormenta, lecciones para una política de izquierda

De un episodio tan estéril y desalentador para los sectores populares, no queda más que obtener lecciones y aprendizaje para evitar nuevos fracasos similares. En el caso de quien escribe estas líneas, este ejercicio se realiza desde el compromiso con una transformación radical de la estructura neoliberal que organiza a este país. Ello necesita urgente de una alianza política electoral, programática y hasta filosófica-doctrinaria -en la medida que nuestras propias identidades lo permitan-, con todos aquellos sectores políticos y sociales comprometidos este desafío. Desde lo semántico, lo lógico sería hablar de “sectores de izquierda”, o así se hizo por lo menos durante todo el siglo XX, pero es posible que algunos grupos no se sientan cómodos con este concepto ya bien entrado el siglo XXI. Por otra parte, el término “progresista” hoy es utilizado por un sinfín de sensibilidades y expresiones políticas que, muchas veces, lo entienden más bien como una contraposición al conservadurismo extremo de las derechas, más que como un espíritu transformador concreto del status quo.

De esta manera, lo primero que debiese hacer el Partido Socialista es definir urgentemente su objetivo de corto y mediano plazo. Éste no debiese ser otro que la superación de todo el complejo andamiaje neoliberal heredado de la Dictadura. En otro tiempo, este objetivo se pensó como algo realizable sólo en el largo plazo, como la “gran” tarea, pero lo cierto es que, a varias décadas ya de su implantación, sus efectos pauperizantes en los sectores populares llegan a niveles grotescos, imposibles de no ver para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad social. Ésta debe ser una de las primeras tareas, sino la principal, que debe realizar un nuevo gobierno en el que participe, y lidere en el mejor de los casos, el Partido Socialista. Junto con todo el proceso cultural y de construcción de tejido social necesario para llevar adelante un trabajo de esta envergadura, resulta inmediato conquistar el Estado para poner toda su institucionalidad al servicio de su propia transformación, eliminando de raíz los elementos constitucionales, administrativos y económicos que lo sustentan.

Realizado el ejercicio anterior, esto es, definido los objetivos de corto y mediano plazo, le resultará muy simple al PS realizar algo que no pasa hace más de 30 años: revisar su política de alianzas, de acuerdo a su propósito transformador. Recuperada la democracia, e incluso antes, el Partido Socialista definió que la nueva base social de su proyecto político se sustentaría en un acuerdo entre los sectores de la izquierda democrática, el liberalismo progresista y las capas medias democráticas, representados en el PS, el PPD, y la DC junto al PR, respectivamente. Hoy, a la luz de las transformaciones sociales y las nuevas identidades políticas y culturales, es necesario preguntarse si aquellas categorías de análisis siguen vigentes, y si efectivamente estos partidos representan a los sectores sociales de quienes dicen ser portavoces. A raíz de los resultados electorales de la última jornada electoral, pero sobre todo en vista de la desafección política y la cada vez más recurrente emergencia de movilizaciones y revueltas sociales, es evidente que el actual sistema de partidos políticos, con sus límites y contradicciones posdictadura, no canaliza en absoluto las necesidades y demandas de la población. Por otro lado, si asumimos que la superación del neoliberalismo es nuestro objetivo inmediato, es de perogrullo que nuestras alianzas políticas deben establecerse únicamente con aquellos partidos y movimientos que se aboquen a la misma tarea, independiente de su extracción social o su doctrinas articuladoras.

Los dos ámbitos recién mencionados, es decir, sus objetivos más urgentes y su política de alianzas -en jerga más “clásica”, podría hablarse de su estrategia y su táctica-, son elementos de profunda trascendencia para el accionar del Partido Socialista. Por ello, cualquier giro que realice en estos ámbitos debe provenir de un amplio proceso de reflexión de la militancia en su conjunto, en todos los niveles, de la manera más honesta y democrática posible, y la institucionalidad entera debe ponerse a disposición de esta importante tarea. Una decisión de esta magnitud no puede tomarse en menos de 48 horas, sólo por la dirigencia partidaria, y en el contexto de frenéticas negociaciones electorales de última hora. El presidente del Partido, junto a los dirigentes que lo acompañan en su conducción, se enfrentaron de repente a una encrucijada mayor cuando, luego de haber cortado el vínculo electoral con la DC, son interpelados por el FA y el PC a romper también la relación con sus otros socios históricos: el PPD. La directiva socialista eligió defender sin aspavientos la alianza con el otrora partido instrumental, y no cabe duda que actuó siempre buscando el mayor beneficio para el partido, pero lo cierto es que una decisión tan trascendental tiene el deber ético de emanar de la militancia en su conjunto, sencillamente, porque quizás el grueso del partido se habría manifestado de otra manera. Lamentablemente, son certezas que nunca tendremos mientras no se entienda la importancia de los mecanismos democráticos para garantizar la soberanía partidaria.

La complejidad que tiene el PS para romper con el PPD es evidente. Existen ciertas afinidades ideológicas, militantes de un lado que alguna vez fueron del otro y viceversa, y ambos estuvieron, durante más de tres décadas, en la misma trinchera al interior de una coalición gobernante. El PPD mostró siempre profunda lealtad con los presidentes socialistas, y actuó con la misma convicción que el PS cuando fue necesario defender las posturas progresistas en el ejercicio de gobernar. Sin embargo, no es lo mismo minimizar las contradicciones de un modelo que querer transformarlo de raíz, y si el Partido Socialista aún no tiene claro su posición al respecto, el PPD mucho menos. Sin embargo, concediendo este punto a la contraparte que nos interpela -el PC y el FA-, también es cierto que podrían ellos haber comprendido mejor la situación en la que se encontraba el PS luego de su decisión de no seguir pactando con la DC. Pedirle a la tienda socialista que, en 48 horas, cortara de raíz toda su alianza política a través de llamados telefónicos o mensajes de texto enviados por el presidente del partido al resto de sus pares, era sencillamente ingenuo. No pretendo que celebren con júbilo la decisión de no seguir al lado de los democratacristianos, pero sí que comprendieran este paso como el inicio de un proceso más largo y complejo para la militancia socialista, en el que estaban dadas varias condiciones para un viraje a la izquierda.

Por otra parte, y de manera lamentable pero entendible, el fracaso de las negociaciones para las primarias generó, en un sector del PS, un estado de ánimo mezquino hacia la militancia comunista y frenteamplista. Esperemos que esta situación sea lo más momentánea posible, pues los socialistas debemos reafirmar el paso dado hace unos pocos días en el sentido de conformar una gran alianza política y social con el resto de las fuerzas de izquierda y antineoliberales, más allá de las diferencias propias de nuestra identidad y la de cada uno de ellos. En tiempos pasados, se utilizaba la desafortunada y machista frase “la política es sin llorar”, para reafirmar la frialdad que primaba en las dinámicas políticas de hace algunos años. La respuesta a esta sentencia, que apelaba a dotar al ejercicio público de emocionalidad y sentimientos, de tanto repetirse terminó convertida en un cliché discursivo típico de intervenciones en matinales y cuñas en periodos de campaña. Sin embargo, lo cierto es que las pasiones propias del individuo no deben nublar jamás las acciones que éste realiza en nombre de su partido, a la vez que el partido justifica su accionar en nombre de los sectores explotados y marginados. Si nuestra convicción es que las transformaciones radicales que el país requiere las haremos sólo al lado de los otros partidos y movimientos que tengan el mismo propósito, debemos seguir trabajando por conseguir dicha unidad, a pesar de los constantes traspiés que en el camino suframos. Además, no es primera vez que nos enfrentamos a un escenario de esta naturaleza: hace muy pocos años, cuando una compañera socialista llegó a La Moneda por segunda vez, un importante partido de la coalición hizo todo lo que estuvo a su alcance para boicotear el programa de gobierno, llegando al extremo de poner a uno de sus principales artilleros en el Ministerio del Interior para dicho objetivo. El encono que generó esta actitud dentro de las filas socialistas no llegó jamás a romper aquella alianza.

Por último, el PS debe definir a la brevedad las condiciones en las que enfrentará los próximos comicios presidenciales. A juicio personal, sería un profundo error insistir en reactivar, en algún formato reciclado, a la ex Concertación con la premisa de tener un mejor desempeño electoral. El Partido Socialista, para esta ocasión, decidió competir en primera vuelta bajo la figura de Paula Narváez, y ahora no tiene más que destinar la totalidad de sus recursos y energías en acompañarla para que represente lo mejor de nuestros principios y propuestas. Volver a pactar con los antiguos socios, especialmente con la Democracia Cristiana, evidenciaría la fragilidad de las decisiones tomadas por el partido, y parecería que están inspiradas en motivaciones electorales más que en profundas convicciones transformadoras. Es importante ser coherentes con las señales que hemos dado al resto de los partidos políticos, pero sobre todo a la ciudadanía, que ha podido ver, a través de los medios de comunicación, el desarrollo completo de todo este episodio. Hay veces en que los partidos políticos, por mucha historia que tengan, deben caminar en el desierto por algún tiempo para mirarse por dentro, despojarse de las ataduras que lo mantienen anclado a las viejas tradiciones, y adaptarse a los nuevos desafíos que emanan de este cambio de época.

La mayoría de las chilenas y chilenos está reclamando urgente un salto al vacío para transformar la realidad, pero no en el sentido de arrojarse a la incertidumbre. Todo lo contrario, pues lo que realmente pide es dar el paso decisivo en la aventura de construir un país bajo un paradigma nuevo, articulada en principios e ideales que nunca antes fueron parte de la organización de nuestra sociedad, y en un proceso de constante aprendizaje y creación de tejido social. Por primera vez en muchos años, pareciera que están las condiciones para que los partidos y movimientos de izquierda se asuman como tal sin ningún tapujo, y que actúen, se alíen y ofrezcan un programa desde una perspectiva realmente transformadora. El Partido Socialista no puede desaprovechar esta oportunidad, negándose a participar de manera protagónica de todo este fenómeno, en primer lugar, porque sería inconsecuente con su historia, su tradición, y el deseo de la gran mayoría de sus militantes. En segundo lugar, porque, básicamente, si no lo hace el PS, lo harán otros igual, y en ese contexto el partido corre el serio riesgo de abandonar su razón de ser. Como alguna vez escribió Marx, “cada paso de movimiento real vale más que una docena de programas”.

*Nicolás Zeballos es militante del Partido Socialista.

Revista Rosa


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