Elecciones del 13 de junio en Chile: Más que una elección de gobernadores regionales – Por Mladen Yopo H.

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Mladen Yopo H.*

El próximo 13 de junio los chilenos podrán volver a las urnas. Ese día se realizará la segunda vuelta de la inédita elección de gobernadores en aquellas regiones cuyos postulantes no alcanzaron el 40% de los votos válidamente emitidos. Esto dejó para el balotaje a 13 regiones, incluyendo la región Metropolitana (Santiago y sus alrededores): solo las regiones de Valparaíso con Rodrigo Mundaca del izquierdista Frente Amplio (298.398 votos, equivalente al 43,71%), de Aysén con Andrea Macías de la centro-izquierdista Unidad Constituyente (18.283 votos, equivalente al 48,72%) y Magallanes con Jorge Flies de la misma Unidad Constituyente (24.768 votos, equivalente al 42,14%), lograron sortear la valla impuesta. Sin embargo, y más allá de la descentralización tan esperada por los “no santiaguinos” y del poder administrativo que otorga el cargo, detrás de este balotaje se esconden las dinámicas de readecuación del poder político.

A diferencia de los actuales intendentes (figura de tradición de la monarquía borbona presente desde el inicio de la República), los gobernadores regionales son electos por votación popular y su cargo se extenderá por 4 años, pudiendo ser reelegido en forma consecutiva solo para el período siguiente (8 años en total). Nunca los chilenos han elegido en las urnas a sus líderes regionales, siendo uno de los dos países de la  Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), junto con Turquía, que no elige a las autoridades intermedias, como sí hacen, por ejemplo, Argentina, Brasil o Perú. Como dice Egon Montecino, “por primera vez en Chile tendremos una autoridad regional que va a representar a los habitantes de las respectivas regiones; y las regiones, por primera vez, van a transformarse en unidades políticas” con las atribuciones del cargo de darle estabilidad a proyectos, planes y programas que muchas veces se ven obstaculizados o detenidos por intereses del centro. Esto representa un gran paso democratizador y una ruptura del centralismo prevaleciente en la historia nacional.

En el segundo gobierno de la Presidenta Bachelet (2014-2018), el Parlamento aprobó una reforma que eliminaba al intendente. Su figura se dividió en dos: la del gobernador regional electo, que se votaba por primera vez, y la del delegado presidencial, que seguirá siendo el representante del mandatario en el territorio respectivo. Sin embargo, la propuesta original era elegir al intendente con todo lo que implica, salvo el control de las policías. Pero la elite en general no tuvo la convicción para respaldar el proyecto, porque implicaba perder poder y control. Así los delegados presidenciales regionales seguirán con un rol relevante en la gestión y coordinación de servicios públicos desconcentrados en regiones, aunque la ley corta para perfeccionar las leyes de descentralización (aún no aprobada en el Congreso) o incluso en la nueva Constitución podrían aminorar su rol.

El gobernador o gobernadora presidirá el Consejo Regional y tendrá entre sus tareas la coordinación, supervigilancia o fiscalización de los servicios públicos que dependen o se relacionan con el Gobierno Regional. También podrán asignar recursos de los programas de inversión regional, así como de los programas de inversión sectorial de asignación regional. En la actualidad, cabe consignar que Chile es uno de los países de la OCDE con menor % del gasto público decidido a nivel subnacional (regiones y municipios): mientras la media en dichos países es de 50% en Chile no alcanza al 16%. Con la puesta en marcha del cargo de gobernador se espera que esto empiece a cambiar.

De la geografía a la política

La elección del 15 y 16 de mayo de gobernadores, alcaldes, concejales y constituyentes tuvieron como resultado tendencial, en primer lugar, la gran sorpresa de los movimientos independientes y regionalistas (los «outsiders»), los que lograron un insospechado caudal de votos a pesar de las trabas del sistema para aceptar su participación. En segundo, se constató una fuerte crisis de los sectores que dominaron la política de la transición: por un lado, con la gran derrota de la derecha (y de un acabado presidente Piñera) que no alcanzó el tercio para el veto en la Convención Constituyente, perdió alcaldías simbólicas y de gran población (Santiago, Maipú, Nuñoa, Viña del Mar, Valdivia, etc.) y podría quedarse con pocas o ninguna gobernación. Acompaña a la derrota de la derecha, una merma de los desgastados partidos de la ex Concertación al tener menos constituyentes que el Frente Amplio y el Partido Comunista (PC), y no ganar municipios simbólicos más allá de que los números totales que los sigan favoreciendo en concejales y alcaldes (aún podrían reivindicarse en apariencia en gobernación al ir todos contra la derecha).

Tercero, está un triunfo rotundo de la izquierda (ninguneada por la derecha y la oposición tradicional) que destrona a la derecha de importantes alcaldías, reelige a los suyos y gana otras (por ejemplo, hoy domina la V Región con las alcaldías de Viña y Valparaíso y la gobernación) y le quita el balotaje en Santiago a la derecha, entre otros.

Cuarto, destaca la paridad de género con la erupción de una camada de nuevas lideresas que terminan arrastrando a hombres con su gran votación. Quinto, un fuerte remezón al restrictivo sentido nacional con la inclusión de los pueblos originarios con escaños reservados. Por último, destaca una tibia participación electoral, aunque no mala teniendo en cuenta la pandemia y la participación en elecciones anteriores.

En general y además de la anhelada descentralización por parte de las regiones, sin embargo, esta segunda “pata” de la elección de mayo es vista como un termómetro de la distribución del poder político, de la confianza o desconfianza de la ciudadanía en los referentes políticos, de posibles resultados de la próxima elección presidencial y parlamentaria, y del rumbo (paradigmáticamente hablando) de la Convención Constituyente. De hecho, en los próximos 13 comicios regionales de gobernadores la derecha podría quedar con escasa o nula representación lo que sin duda impactará negativamente en sus nuevos y eternos candidatos a presidenciales y en el cambio del modelo que Chile ha sustentado con maquillajes desde la dictadura.

En el caso de la ex Concertación (Unidad Constituyente) esta elección podrían conectarla a un nuevo respirador artificial que le dará vida por un tiempo más (y a sus candidatos presidenciales) al llevar a la mayoría de los candidatos de sus filas que compiten con la derecha, y con el apoyo del resto de la oposición, con las solas excepciones de Coquimbo donde va el ecologista Kris Naranjo y en Santiago donde Unidad Constituyente compite en contra de la frenteamplista Karina Oliva en vez de la desplazada derecha, al igual que en Tarapacá donde compite un frenteamplista y un candidato independiente en lista de la Unidad Constituyente. En todo caso, con este respiro aún es prematuro planificar a un futuro muy largo. No olvidemos que tras los magros resultados en la elección de mayo el presidente del Partido por la Democracia (PPD), Heraldo Muñoz, dijo que “La ex Concertación murió y se enterró hace tiempo, y eso ha quedado muy claro en esta elección” (ya dos de sus candidatos presidenciales se han bajado, dos marcan muy poco en las encuestas y se perfila una nueva candidatura que aún no se decide).

En esta concepción de centralismo simbólico que domina la política nacional desde la independencia, la elección de gobernador(a) de la Región Metropolitana es vista, desde mi punto de vista exageradamente, como la “madre de las batallas”, el lugar donde se “se juega la futura elección presidencial” o se “juega el futuro político de un sector”. Es decir, a esta región donde viven siete de los más de 18 millones de chilenos se le considera un termómetro político en la disputa por quien lidera a la oposición (Apruebo Dignidad del PC y Frente Amplio o Unidad Constituyente conformada por partidos de la ex Concertación), como un dato básico para la próxima elección presidencial y como una brújula para el rumbo de la próxima Convención Constituyente.

Sin embargo, esta disyuntiva desmesurada donde “el ganador se llevaría todo”, representada en la disputa entre el democratacristiano Claudio Orrego y la militante de Comunes del Frente Amplio, Karina Oliva, donde sus alianzas no han escatimado esfuerzos y recursos, tiene algunas contraargumentaciones parciales. Primero, la oposición hoy tiene una tercera vertiente que no responde a los partidos (los independientes y movimientos sociales). Segundo, si gana el candidato de Unidad Constituyente será con el voto de la derecha (especial de gente mayor) y que tendrían como incentivo parar la ola de izquierda, voto que no es claro que se produzca por no ser candidato propio, por ser el voto voluntario y estar en un escenario de recrudecimiento de la pandemia (adhesión que tampoco se sostendrá si se da la misma disyuntiva en la elección presidencial). Tercero, de ganar Orrego de Unidad Constituyen esta simbólica esta disputa, si bien ayudaría a una posible candidatura de la presidenta del Senado, la DC Yasna Provoste, no opacaría el batatazo electoral de la izquierda (Rodrigo Mundaca gobernador del Frente Amplio electo en Valparaíso, por ejemplo, alcanzó cerca de los 300 mil votos) y la adhesión que tienen sus candidatos presidenciales (Daniel Jadue del PC que lidera las encuestas y Gabriel Boric del Frente Amplio que sube en ellas). Cuarto, un triunfo de Karina Oliva (Frente Amplio-PC), quien sorprendió al dejar afuera a la candidata de la derecha Catalina Parot, sería un nuevo triunfo simbólico de la izquierda que logró movilizar a los jóvenes y desencantados de la ex Concertación, estará mediatizado por el resto de las disputas de gobernaciones (60% de la población no vive en Santiago). Quinto, el rumbo del país en los próximos años estará determinado por múltiples carriles (gobierno, parlamento, convención constituyente, esfera social y la calle) y la subsistencia de los partidos dependerá de su sintonía con estos carriles.

La elección de gobernadores “es el final del principio” de una descentralización que llegará con varias décadas de retraso para fortalecer nuestra democracia y un desarrollo más justo de las regiones, y será también una muestra más de la reconfiguración política del país, una más en sintonía con los ciudadanos y los rumbos antineoliberales de los países vecinos.

(*) Doctor en Ciencia Política e Investigador del Programa de Política Global de la Universidad SEK-Chile


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