Pese a todo, Cuba va – Por Elmer Pineda dos Santos

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Elmer Pineda dos Santos(*)

Las protestas que tuvieron lugar en algunas ciudades de Cuba expresan un malestar en el que confluyen distintas razones, particularmente relacionadas con los problemas económicos, las condiciones de vida de la población, situaciones de desabastecimiento y los duros daños de la pandemia, que exacerban las distintas condiciones adversas.

Las protestas tienen una naturaleza objetiva, pero también hay demandas de naturaleza política, que pueden ser de mayor o menor amplitud, pero que no deben ser ignoradas.

El oportunismo del imperialismo estadounidense y sus repetidores no solo en Latinoamérica, utilizan la voz de los inconformes para querer orquestar un consenso y una campaña de “intervención humanitaria”, que no significa otra cosa que la injerencia militar de Estados Unidos y otras potencias a su servicio por encima de la soberanía y la autodeterminación del pueblo cubano.

Indudablemente la Casa Blanca, la ultraderecha cubana asentada en Miami y la derecha internacional buscan con esas medidas provocar la exasperación social. Muchos de los manifestantes del domingo 11 de julio es gente enojada contra el desabastecimiento, los apagones, la carestía, la escasez de medicinas y las múltiples penurias, muchas de las cuales son provocadas también por deficiencias de gestión gubernamental y acrecentadas por la pandemia.

Todos los que conocen la problemática cubana y analizan objetivamente sus causas, plantean como principal el bloqueo obsesivo a lo largo de seis décadas por parte de los EEUU en contra de ese pequeño país que dista sólo 90 millas del «gigante de las siete leguas», como lo llamaba Martí. No en balde, en las votaciones anuales en la ONU el rechazo a ese bloqueo ha ido creciendo, al punto que en la última (en junio) sólo votaron en contra de la resolución los EEUU y «su» Israel.

Los jerarcas cubanos son conscientes de que estalló (nuevamente) la guerra, esa no convencional. Y que hay que tener la capacidad de asumirla como tal, tomar decisiones revolucionarias, y decisiones tácticas y estratégicas siempre teniendo claro que se está en una guerra de nuevo tipo. La falta de espacios «para canalizar problemas, dudas, intercambiar» es gravísimo y se percibe muy claramente.

No es el único país de la región donde hubo protestas, pero ésta adquiere características particulares en un país objeto de un embargo por más de 60 años, sometido al aislamiento de sus centros naturales de intercambio comercial, bloqueada en sus transacciones bancarias, imposibilitada de acceso al financiamiento internacional, tiene límites para elevar su productividad, aun con grandes sacrificios.

La soberanía nacional es intocable, tanto como el derecho de las naciones a su autodeterminación y no depende de quién esté en el gobierno. Nadie –ni Estados Unidos- tiene derecho a intervenir o subvertir el gobierno de una nación ajena. Pongámoslo en claro: el bloqueo a Cuba es inaceptable, como los intentos por derrocar la revolución, sistemáticos y continuos desde hace seis décadas.

Nada se ha aliviado en la compleja situación generada por la Covid-19, ya que el gobierno de Estados Unidos mantuvo las tradicionales sanciones contra la isla, a las que se añadieron en los últimos cuatro años del gobierno de Donald Trump 243 nuevas medidas económicas, a la que sumó también decisiones extremas para impedir el abastecimiento de combustible.

El progresismo, en general, por ejemplo las personalidades que integran el Grupo de Puebla , respaldan y valoran la resistencia cubana en defensa de su soberanía y cuestionan el bloqueo estadounidense, pero son de la idea de que se avance en un proceso que produzca reformas en el sistema político cubano y en su modelo económico, y se inclinan por una agenda de reformas que conduzca a una economía mixta, con un importante sector privado, en la visión económica socialdemócrata.

En lo político, son partidarios del sistema de democracia representativa, basado en el sufragio universal, el pluripartidismo y la libertad de prensa, aunque cuestionan sus deformaciones e inconsistencias y asumen la incorporación de otras formas de participación y de protagonismo popular.

Los acontecimientos también conducen a interrogantes sobre el futuro de Cuba, no solo desde el ángulo de quienes la adversan, sino también desde la óptica progresista.

Cuba vive una nueva crisis. En 2020 la economía registró una contracción del 8,5 por ciento, la industria cayó 11,2 por ciento y el agro 12 por ciento. La crisis del turismo repercute en toda la sociedad: en 2019 Cuba recibió 4,2 millones de turistas, en 2020 apenas 1,2 millones. En el primer semestre de este año solo recibió 122 mil turistas. El turismo aporta en torno al 10 por ciento del PBI, emplea al 11 por ciento de la población activa y es la segunda fuente de divisas.

Obviamente, la escasez de divisas crea enormes dificultades para la importación de alimentos: Cuba debe importar el 70 por ciento de la comida que consume, mientras los precios internacionales crecieron un 40 por ciento en un año. El llamado ordenamiento cambiario, que eliminó las tasas diferenciadas con las que se cambiaban los pesos cubanos por dólares, llegó tarde y en un momento de aguda escasez de dólares. Lo cierto es que la población tiene grandes dificultades para acceder a bienes básicos.

Inflación y apagones son el corolario de viejos problemas nunca resueltos (como el deterioro de las infraestructuras) y de improvisaciones en la aplicación de cambios siempre postergados. Sin duda, el bloqueo es un gran problema, pero no todos los problemas cubanos pueden reducirse al mismo.

Cabe recordar que el bloqueo también dificulta el acceso de la isla al financiamiento externo al establecer que Estados Unidos usará su voz y su voto en los organismos financieros internacionales para oponerse a la membresía de Cuba en esas instituciones.

Este aspecto del bloqueo ha impedido a Cuba el financiamiento de entes como el Banco Mundial, el BID y la CAF, limitando enormemente los recursos para poder modernizar su infraestructura y servicios. En tal sentido, la mención, más adelante, al «elevado estado de desgaste en la infraestructura» es cínica, a decir lo menos.

Siempre las medias verdades que, en la realidad, son grandes mentiras. Una gran parte del universo de bienes y servicios europeos y canadienses, si bien es legalmente asequible para Cuba, en la práctica no lo es. La prensa occidental insiste en que Cuba puede teoréticamente comprar todo el combustible que quiera directamente, por ejemplo, de Rusia, que EEUU no tiene injerencia en eso, pero esta transacción no puede ser en dólares ni puede valerse del sistema bancario estadounidense.

De todas formas, ¿de qué sirve eso si desde abril de 2019 el gobierno yanqui sanciona a las navieras que transportan productos petroleros o cualquier otro producto? Incluso, en marzo, una naviera que había descargado en La Habana dos contenedores con materias primas para la fabricación de medicinas tuvo que solicitar su devolución a China, para evitar sanciones de Washington.

De hecho, esas «sanciones» han afectado navieras griegas, por ejemplo, que transportaban el crudo a Cuba, dificultando y encareciendo los fletes de otras navieras dispuestas a asumir ese riesgo.
El progresismo

Un problema del que no se quiere hablar, no solo en Cuba, es el de la revolución como problema. O sea, del Estado como palanca de un mundo nuevo.

Los progresistas apuestan a que el levantamiento de sanciones abone el camino de una evolución en esa dirección, pero se abstienen de una visión geopolítica. Todo esto no tine mayor sustento si antes no se aclaran (mediante negociaciones entre Washington y La Habana) la naturaleza de las relaciones que se establecerían entre los dos países una vez que se produzcan esos cambios.

No habrá reformas si se piensa que Cuba quede en la esfera de poder directa de Washington en condiciones subordinadas y de su dispositivo militar. Es un useño delirante. Hasta los progresistas y socialdemócratas saben que sin independencia nacional no hay auténtica democracia.

La reacción generalizada en el mundo no dependiente de Washington ha sido la demanda del levantamiento de sanciones y la alerta ante tentaciones de intervención. El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador lo dejó en claro: «La verdad es que, si se quisiera ayudar a Cuba, lo primero que se debería hacer es suspender el bloqueo como lo están solicitando la mayoría de los países”.

Por su parte, el mandatario argentino Alberto Fernández señaló que «no hay nada más inhumano en una pandemia que bloquear económicamente a un país. Cuando bloquean a un país, bloquean a una sociedad, y eso es lo menos humanitario que existe».

Gregory Meeks, representante demócrata en el Congreso de EEUU, crítico del gobierno cubano exigió “al presidente Biden que ayude a aliviar el sufrimiento en Cuba rescindiendo las sanciones de la era Trump y ofreciendo asistencia humanitaria y de vacunas adicionales al pueblo cubano”.

El progresismo, en general, y personalidades como las que integran el Grupo de Puebla respaldan y valoran la resistencia cubana en defensa de su soberanía y cuestionan el bloqueo estadounidense, pero son de la idea de que se avance en un proceso que produzca reformas en el sistema político cubano y en su modelo económico.

Respetando el principio de que se trata de decisiones propias de cada país, los sectores progresistas se inclinan por una agenda de reformas que conduzca a una economía mixta, con un importante sector privado, en la visión económica de las socialdemocracias.

En lo político, son partidarios del sistema de democracia representativa, basado en el sufragio universal, el pluripartidismo y la libertad de prensa, aunque cuestionan sus deformaciones e inconsistencias y asumen la incorporación de otras formas de participación y de protagonismo popular. Y sostienen que el levantamiento de sanciones abonará el camino de una evolución en esa dirección, y ciertamente apuntalaría esa ruta.

Cuba tiene derecho a que se la deje en paz, como sucede con todas las naciones del mundo. Solo dos países apoyan el bloqueo: Israel y Estados Unidos.

Desde la socialdemocracia dicen que quien creían que la revolución era la solución a los males del capitalismo, fallaron. Quizá la obra mayor de las revoluciones haya sido empujar al capitalismo a reformarse, limando durante cierto tiempo sus aristas más extremas, aquellas que todo lo confían al mantra del mercado autorregulador, que lleva a millones a la pobreza y la desesperación, dice el analista uruguayo Raúl Ziebechi.

Y entonces sigue la misma crítica desde los medios, desde los revolucionarios de la palabra: la conquista del Estado debía ser herramienta de los trabajadores para caminar hacia el socialismo, pero se volvió sinónimo de concentración de los medios de producción y de cambio en el Estado, controlado por una burocracia que, en todos los casos, devino en una nueva clase dominante, casi siempre ineficaz y corrupta. Sin rendir cuentas más que a otros burócratas, sin que los trabajadores puedan incidir en las decisiones. Sin libertades democráticas, los Estados socialistas, escriben

Obviamente habiéndolo juego a la derecha, señalan que los Estados socialistas devinieron en Estados autocráticos y totalitarios, no muy diferentes a las dictaduras que sufrimos y a las democracias que no nos permiten elegir el modelo económico que nos gobierna, sino apenas a representantes ungidos gracias a costosas campañas publicitarias.

De Obama a Biden

Si durante el gobierno de Barack Obama se produjo una gran flexibilización de las relaciones económicas con Cuba -especialmente en lo relativo a los viajes y al envío de remesas- , bajo la presidencia de Donald Trump se endurecieron. La respuesta trumpista es que eso se debió a que el gobierno cubano, a pesar de esa “flexibilización”, no flexibilizó sus políticas internas.

Es una respuesta superficial, porque la estrategia de Obama no era esa, sino mucho más sutil y astuta: Obama apuntaba a desencadenar procesos de cambio en la economía y la sociedad cubanas y, al mismo tiempo, bajando la presión y amenazas externas, socavar los argumentos que pudiese tener el gobierno cubano para mantener algunas políticas rígidas. La pregunta entonces es: ¿porqué no se mantuvo esa política de Obama?

La respuesta no es difícil: A una minoría de la comunidad cubana en Miami, acaudalada y “enchufada” en el aparato estatal estadounidense, lo último que les interesa es un sector privado cubano integrado con un sector estatal con amplia participación de inversión extranjera, así como una Zona Económica Especial en Mariel con crecientes exportaciones a Estados Unidos.

En 1996, la Ley para la Libertad y la Solidaridad Democrática Cubanas (Ley Helms-Burton), reforzó el embargo, incluyendo lo referido a su aplicación extraterritorial gracias a la inclusión de sanciones para las empresas de otros países que hicieran negocios con la isla. Fue aplicada para bloquear grandes inversiones en Cuba o las principales exportaciones cubanas (de níquel, por ejemplo), sostenida por Trump y mantenida por el «democráta» Joe Biden.

La propaganda del norte insiste en imponer el imaginario colectivo de que la revolución socialista es cuestión del pasado, que no es el futuro de la humanidad. Pero todos sabemos que menos aún lo es el capitalismo. El binarismo capitalismo/socialismo ya no funciona como organizador y ordenador de los conflictos sociales, señalan, pero no tienen la respuesta.

(*) Periodista cubano asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)


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