Cuba: La decisiva lucha contra el burocratismo – Por Darío Machado Rodríguez

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Darío Machado Rodríguez*

El enfrentamiento al burocratismo no puede ser una campaña, tiene que convertirse en un propósito permanente.

Los procesos de reinstitucionalización de la sociedad cubana, los cambios en el orden económico, organizativo, jurídico y político que se impulsan con mayor fuerza a medida que va cediendo la pandemia en Cuba, la necesidad imperiosa de incrementar la producción y los servicios y a la vez subordinar eficazmente las relaciones mercantiles a los intereses de la sociedad, la autonomía empresarial que no es solo un tema económico, sino que significa también un modo de democratizar la actividad económica, la diversidad de formas de propiedad y el modo con el que la planificación nacional deberá incorporarlas en una articulación virtuosa, ponen nuevamente el énfasis en el sempiterno tema del burocratismo.

El enfrentamiento a las tendencias burocráticas, combatirlas y superarlas cuando surjan, pero sobre todo precaver, atender a sus factores causales, debe ser un rasgo del comportamiento revolucionario y una de las principales razones de ser del partido.

La lucha contra el burocratismo ha sido una constante en el proceso revolucionario cubano, si bien no ha tenido la sistematicidad requerida para un fenómeno tan recurrente en la sociedad.

Primero algunas ideas de Fidel

Al conmemorarse el 6to Aniversario del triunfo de enero de 1959 en su discurso en la Plaza de la Revolución, Fidel dijo:

“Burocratismo es, en primer lugar, una concepción, la creencia de que desde una oficina se hace el mundo; primera concepción pequeño-burguesa ciento por ciento: el mundo hecho a imagen y semejanza de un pequeño-burgués desde una oficina, con toda una atmósfera y un ambiente allí que no es un ambiente proletario. Segundo: es la hipertrofia de determinadas funciones administrativas, producto muchas veces de la concepción; hemos creado de todo en estos seis años.”

Y más adelante expresó:

“El burocratismo tiene muchas causas. Pero, bien, es un mal en parte pasado y en parte presente. Y creo de todo corazón que el socialismo tiene que cuidarse del burocratismo tanto como del imperialismo. No olvidarse de eso, porque es más peligroso, porque es un enemigo clandestino.”

Y sobre eso quiero detenerme en estas líneas, pues para combatir eficazmente a ese “enemigo clandestino” lo primero es conocerlo bien, delimitarlo y enfocarse en sus causas.

En el socialismo se genera burocratismo

Se genera, pero se puede evitar. Es un fenómeno que rebasa con creces sus manifestaciones más evidentes. Se suele visualizar su presencia en problemas reales, tales como el exceso de personal, el exceso de controles innecesarios, la existencia de estructuras sobredimensionadas, el papeleo y la demora en canalizar servicios a la población (magistralmente recreados en “La muerte de un burócrata”), etc. La mayoría de los ciudadanos no lo relaciona con las prácticas que frenan el funcionamiento eficiente de la producción y los servicios, con los conceptos organizativos del funcionamiento de la economía y la sociedad, o con, por ejemplo, la planificación, sus modos y alcances.

A lo largo del proceso revolucionario se combatió el burocratismo sometiendo a revisión la cantidad de personal que trabajaba en una empresa, en una fábrica, en un taller; se procuraba la introducción del multioficio para reducir el número de trabajadores; se eliminaban pasos evidentemente innecesarios en el proceso organizativo, pero no se ponía la mira, por ejemplo, en la autonomía empresarial o en el empoderamiento real del colectivo laboral, como medidas para desburocratizar y por ende democratizar la actividad económica.

Recuerdo vivamente, como si fuera hoy, la plenaria de trabajadores de la Industria Ligera presidida por Fidel, celebrada en el teatro de la CTC Nacional después de la Zafra del 70, en la que unos trabajadores de un taller de calzado manifestaron que tenían un plan de cientos de pares de calzado ortopédico de mujer… talla 12. Ellos habían insistido en que aquello no tenía sentido pues no se encontrarían en Cuba tantas mujeres con tal tamaño de pie y que además necesitaran calzado ortopédico. Sin embargo, no habían logrado que se rectificase tal desatino.

¿Qué mejor ejemplo de burocratismo en la vida real? Una decisión tomada al margen de las necesidades verdaderas de la población y de la voluntad de los trabajadores, que con indiscutible evidencia terminaba en un derroche de recursos humanos y materiales ¡destinados a la inutilidad! ¡Cuanta insensibilidad cada vez que se informaba esa producción y no se adoptaba la corrección imprescindible! ¡Cuán importante era entonces -como hoy- escuchar a los trabajadores!

“No se trata -dijo Fidel el 3 de septiembre de 1970- de que un grupo de hombres superinteligentes dirigieran a las masas, que fueran pasivas, hacia su bienestar. Eso no es una revolución. Además, eso no podría existir en la realidad de la vida, porque nadie con métodos administrativos —repito— podría resolver los problemas.

Las batallas solo se ganan, dentro de una sociedad colectivista, con la más amplia participación de las masas en la solución de sus problemas. Recuérdese esto.”

El burocratismo puede extenderse como la mala yerba

El burocratismo puede adoptar formas estructurales relativamente estables, como ocurre cuando el estilo de conducción de los procesos sociales es verticalista, subordinante, autoritario, pero de hecho se genera a partir de los propios comportamientos sociales, lo que conduce a investigar sus factores causales en la realidad misma del contexto cultural-histórico de la sociedad.

Sus múltiples formas de generarse y sus múltiples manifestaciones, hacen difícil su definición, paso fundamental para no confundir el burocratismo con normas necesarias y útiles, con los controles necesarios y útiles, con la organización necesaria y útil, con la planificación necesaria y útil.

En el terreno económico, el criterio de “dejar que la economía haga lo suyo” es totalmente incompatible con la concepción socialista de construcción social cuya piedra angular es la planificación. Además, el tan mentado Laissez faire et laissez passer y la filosofía de la mano invisible del mercado que termina autorregulándose con un resultado “positivo” no funciona así en el propio capitalismo que aplica un sinnúmero de acciones extramercantiles, entre ellas la intervención estatal en la economía en función de los intereses corporativos, nacionalistas, monopolistas, etc.

Solo con una práctica socialista de enfocar la economía, en la que la planificación juega un papel fundamental, imprescindible, es posible asegurar el direccionamiento más eficiente de los recursos y la más justa distribución del producto social. A su vez, esa planificación no debe exceder su papel integrador y regulador lo que significa el mínimo de regulación para garantizar la mayor eficiencia en función de los objetivos socialistas.

El dilema entonces no es planificación nacional o descentralización, sino cómo encontrar entre ambos extremos una articulación eficaz que será necesariamente diversa y compleja, y eso requiere pensamiento y experimentación. El socialismo es una sociedad que se construye, tiene que pensarse una y otra vez. Hay que tener presente que ninguna prescripción de corte organizativo, administrativo, económico, político puede adoptarse en detrimento de la sana producción y reproducción socialista de bienes y servicios materiales y espirituales, antes bien debe proteger su salud y propiciar su desarrollo en función del bienestar de la sociedad y de la justicia social del socialismo.

Un enfoque holístico nos remite a considerar que existe una estrecha correlación entre las características de las diferentes estructuras organizativas, fenómenos y procesos de la sociedad y las características de la sociedad en su conjunto, de ahí que no puede haber abordaje estratégico eficaz del fenómeno del burocratismo desde una perspectiva que lo aprecie como un hecho separado del todo social.

Pero también, cualquier análisis que se haga acerca de este fenómeno, como de cualquier otro asunto relativo a la sociedad tiene un eje decisivo en el sujeto, en el ciudadano, en el que actúan e influyen las características generales de la sociedad, por lo que hay que referirlo no solo a los que tienen asignada una posición social que los coloca en el lugar de quienes solemos llamar “los decisores” o en el lugar de los “funcionarios”, sino también a aquellos ciudadanos a los que solemos llamar “comunes”, cuya labor sustenta de múltiples formas el metabolismo socioeconómico de la sociedad y cuya acción es en última instancia el eslabón decisivo contra el burocratismo.

Y esta reflexión es en extremo importante, ya que los cambios encaminados a superar las causas y consecuencias del burocratismo tienen que dirigirse a desaprender prácticas muchas veces naturalizadas en las personalidades de unos y otros y cuando la iniciativa para ello puede venir de ambos. Es una batalla no solo política e ideológica, sino también cultural. En ella, si bien se han llevado a cabo iniciativas, campañas, no se ha abordado el tema con el enfoque integral que se necesita.

Otro ejemplo

Decidir los criterios acerca de las prescripciones para definir el salario impone el dilema de lo justo o lo injusto en la remuneración del trabajo.

Hubo una época en la que se instituyó en nuestro país el llamado “salario histórico”. Su finalidad estuvo sustentada en el enfoque ético de la revolución socialista: no afectar a ningún ciudadano o ciudadana que durante su vida laboral hubiere alcanzado un determinado salario, al cual se habían habituado él o ella y su familia.

Desde el punto de vista ético era una medida loable, pero las transformaciones en el poder adquisitivo de ese dinero lo relativizaban las coyunturas económicas, mientras que otro factor actuaba como freno a la productividad en el trabajo: se daban casos en que dos personas que hacían la misma actividad laboral, devengaban salarios diferentes. Uno de ellos tenía un salario histórico (formado por el salario de la plaza más un plus para completar el salario reconocido) que era marcadamente mayor que el salario del otro cuyo interés por realizar el trabajo decaía por más exhortaciones políticas a que se incrementara la productividad; no podía encontrar en su cotidianidad un sentimiento de justa distribución. Ocurría también que alguien con salario histórico alto ocupaba una plaza de muy baja calificación. Una vez instituido el salario histórico se hizo un plan para ir superándolo, pero lo cierto es que la norma no daba respuesta a la realidad. Era una medida que perdió significado y se convirtió en un freno. Hubo también una incorrecta correlación entre los conceptos de estímulo moral y de estímulo material.

Se fueron practicando diferentes nomencladores procurando englobar todos los tipos y escalas salariales dentro de una prescripción general. Por más que se estudiaban los casos en todo el país y se llegaba a conclusiones sobre las escalas salariales, era imposible lograr responder plenamente a la rica diversidad. Durante el período especial, las empresas en perfeccionamiento tenían un tratamiento salarial diferente al resto del país, para lo cual hubo que eximirlas de varias decenas de normativas.

Los ingresos que obtiene el trabajador constituyen indiscutiblemente un estímulo material, pero ello tiene simultáneamente una dimensión moral fundamental: el sentirse justamente retribuido por el trabajo que realiza en el contexto social en el que vive, sentimiento que no es igual -por más que íntimamente articulado- al sentimiento de bienestar por recibir lo suficiente para cubrir sus necesidades.

El pensamiento burocrático y el hecho burocrático radicaba en querer encorsetar en un nomenclador la enorme diversidad de salarios para realidades locales, ramales, empresariales, por fábrica, por talleres, etc. que necesitaban mayor tolerancia para establecerlos y mayor autonomía para funcionar eficazmente.

Pongo el ejemplo de los salarios, pero otras deformaciones burocráticas ocurrieron cuando adoptamos el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía tomado de la experiencia soviética cuando para cumplir el plan en valores se dejaba de cumplir en unidades físicas, o por cumplir el plan se pagaba una prima, y muchas otras prácticas que frenaban el desarrollo de la producción y los servicios en el país, realidad que condujo entonces al proceso de rectificación de errores y tendencias negativas.

Se activan soluciones

La experiencia histórica y los cambios en curso condujeron al hoy vigente decreto 53 que está dirigido a “flexibilizar el mecanismo para establecer la organización del sistema salarial de los trabajadores del sistema empresarial estatal cubano, de forma descentralizada.” y sustenta el principio constitucional de pagar igual salario por igual trabajo en los incisos a, b, c y d del Artículo 4 sobre los principios de equidad, diferenciación, proporcionalidad y dinámica. Pero, si bien es cierto que abre un camino nuevo, con mayores opciones, no significa que este decreto sea la última palabra en materia de regulación salarial, la práctica marcará lo que de él deberá mantenerse y lo que la experiencia aconseje cambiar. Y su aplicación deberá ser objeto de un seguimiento político sistemático y riguroso en su aplicación.

Nadie tiene la verdad última sobre el tema. Lo que sí tiene que resolver la experiencia y la teoría de la construcción social de orientación socialista en Cuba, es la creación y consolidación de un clima social en el que existan virtuosamente articuladas las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa e ideológica política, en cuyo contexto el ciudadano asuma como justamente recompensada la posición que ocupa en la división social del trabajo y vislumbre posibilidades reales de desarrollo, bienestar y superación en ese medio social.

Esa solución no puede ser la aversión a las normativas, sino desarrollar aquellas que no obstaculicen, sino que contemplen el funcionamiento lo más autorregulado posible de un metabolismo socioeconómico orientado a la construcción del socialismo, precisamente el modo más seguro de excluir no pocas reglamentaciones administrativas y prevenir el surgimiento de tendencias burocráticas.

No es una tarea sencilla, cuando en no pocos ámbitos de nuestras estructuras estatales y administrativas aún prevalecen funcionarios, responsables, jefes habituados a prácticas obsoletas y cuando hay que pensar en primer término en esas propias estructuras y experimentar con las nuevas.

Con adecuados controles, con adecuadas normas, con una correcta formación y actualización, pueden responder también -si se lo proponen- aquellos que se han acomodado a un modo de vivir y funcionar, pero en ellos aún puede encenderse el motor interno que tenemos todos o la gran mayoría, lo que me gusta nombrar como la mano invisible de la ideología y de la ética. La lucha contra el burocratismo es integral y debe responder a la formación de una cultura socialista de trabajar y vivir.

En Cuba el desafío de combatir las causas de los comportamientos burocráticos tiene la ventaja de la inexistencia de intereses corporativos políticamente organizados en la sociedad que se opongan a los propósitos consensuados por la ciudadanía. Pero ello per se no es condición suficiente para el éxito, además de que simultáneamente ese camino común necesita incorporar la práctica de la crítica y la autocrítica, tan esgrimida en el discurso del socialismo y tan poco empleada. Creo no equivocarme cuando afirmo que en Cuba aún ponemos mayor atención a combatir la crítica destructiva, mal intencionada, divisionista y diversionista de los enemigos de los intereses genuinos de la sociedad cubana, algo sin discusión necesario, que a la crítica constructiva, propia, edificante, tan importante para avanzar.

Buscando una definición

Para presentar batalla al burocratismo, no basta con enunciarlo, o con poner algunos ejemplos, hay que ir a sus raíces, a sus causas y para ello es práctico partir de una definición que no descanse solo en el comportamiento de la burocracia que es parte importante del problema, pero no todo el problema.

En mi criterio, el burocratismo pudiera definirse operacionalmente como “el conjunto interactuante de factores causales y sus consecuencias que crean y reproducen en las estructuras y sistemas de regulación económica, política, jurídica, social y cultural mecanismos de freno a las soluciones de continuidad de las necesidades sociales y que conforma un fenómeno de naturaleza antidemocrática.

Atender a las consecuencias sí, pero sobre todo a las causas

Las consecuencias del burocratismo pueden ser y son muy numerosas y, de hecho, pueden convertirse en causas de nuevas deformaciones burocráticas que reproducen estas y otras consecuencias. El burocratismo se expresa en el mecanicismo y la rutina, en la inercia, la aversión a lo nuevo, en el miedo a los riesgos, en la inacción, en el freno al progreso social, al crecimiento del producto social global material e intelectual, al desarrollo científico-técnico, a la eficacia organizacional, a la prosperidad, a la realización del ser humano como individuo, como grupo y a escala de toda la sociedad, al crecimiento cultural, material y espiritual, y, en su conjunto, al ejercicio pleno de la democracia socialista en sus múltiples dimensiones.

Las consecuencias nos indican la importancia estratégica para el socialismo de combatir por todos los medios posibles el burocratismo y de hecho hay que someter a crítica esas consecuencias y adoptar las medidas correspondientes, pero su control estratégico se podrá lograr si se apunta en primer lugar a sus múltiples causas entre las cuales podemos señalar, sin un orden en cuanto a su importancia:

– La obsolescencia de las estructuras de administración y dirección. La arritmia entre el crecimiento, cambio y complejidad de las tareas a realizar para resolver las necesidades y el desarrollo de las estructuras funcionales con el fin de canalizar los esfuerzos y las energías sociales para su solución.

– La ineficacia en la planificación. Rigidez, reacción tardía ante los cambios, no tener en cuenta las opiniones autorizadas a cualquier nivel, etc.

– Falta de concordancia funcional entre los diferentes eslabones supraestructurales de la sociedad. Incompatibilidades entre las normas económicas, administrativas, jurídicas, políticas y otras existentes y la realidad a la que deben responder en función de los objetivos posibles de la construcción del socialismo.

– Debilidades en el ejercicio del control popular. Ausencia de métodos colectivistas de análisis y conducción que garanticen la participación y el máximo aprovechamiento de las energías creadoras del pueblo.

– Deficiencias en la preparación técnica profesional, en la capacidad comunicativa y en la formación cultural política de quienes ocupan eslabones de dirección y liderazgo. Voluntarismo en la selección de los cuadros.

– Deficiencias en los canales de información y comunicación.

– Deformaciones producidas por el afianzamiento de intereses individuales y grupales ilegítimos.

– Fallas en el control estatal, administrativo, jurídico y partidista.

La naturaleza democrática del socialismo en Cuba impone el combate permanente contra el burocratismo, fenómeno inversamente proporcional a la democracia. Su enfrentamiento equivale a luchar por la democratización de la sociedad cubana y los esfuerzos en esta dirección no pueden ser improvisados, ni eventuales, tienen que ser pensados y sistemáticos. Revolución también es, como nos legó Fidel: “desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional” y entre las que existen dentro del ámbito nacional y social las tendencias burocráticas son las más destructivas, son las que frenan el avance de la sociedad.

Hay que ir al fondo de los problemas. Los cambios estructurales que tienen lugar hoy en el país necesitan el acompañamiento desde el vamos de la atención a los factores causales que pueden desencadenar tendencias burocráticas en los nuevos modos de proceder. El enfrentamiento al burocratismo no puede ser una campaña, tiene que convertirse en un propósito permanente, y creo que no me equivoco si digo que tan duradero como la existencia misma del Estado…

*Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Filosóficas. Preside la Cátedra de Periodismo de Investigación y es vicepresidente de la cátedra de Comunicación y Sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

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